Capítulo 2 Contesto del pasado (2)

Estuve en ese lugar durante dos años de mi vida. Tuve la suerte de ser adoptada a los quince años junto a una chica a la que le tomé un inmenso cariño, su nombre es Katy, era un año mayor que yo y desde nuestro encuentro nos volvimos inseparables, prácticamente, hermanas.

Katy llegó al orfanato pocos días después de que yo lo hiciera. En su casa había sufrido maltrato físico y emocional por tarde de sus padres. La hacían menos por tener un hijo menor que ella y cuando le asignaban las tareas del hogar no podía faltar ni una, o de lo contrario, sería golpeada brutalmente por su padre.

Gracias al cielo, un día, la vecina de al lado escucho los gritos de dolor de Katy y llamo a la policía. Si esa señora no fuese estado presente, no quiero ni imaginar por todo lo que habría pasado la pobre chica luego. En la casa hogar recibió ayuda psicológica y pudo desahogarse las veces que lo necesito.

Ella es una de las razones por las que siempre sonrió. A pesar de lo que yo pasé, nunca me mostré triste, molesta o antipática con ella ni con nadie del orfelinato. Hice mi mayo esfuerzo por devolverle la alegría a Katy y, aunque fue complicado, no me rendí ni desfallecí en el intento. Logré reparar su alma y volvió a sonreír, y el simple hecho de haber sido parte de su avance me llena de felicidad.

A mi parecer, el señor y la señora Beckham, nuestros padres adoptivos, querían niñas grandes. Niñas que fueran capaces de cuidarse solas y conformaran una familia junto a ellos.

En cierto momento, durante una cena familiar, nos comentaron que estuvieron siempre al tanto de lo que habíamos sufrido, de que no había sido fácil nuestro proceso y que, desde el principio, se convencieron de que nos querían a nosotras para darnos el cariño que merecíamos.

La señora Beckham tomó mi enfermedad como algo hermoso, original e interesante. A veces me llamaba butterfly o pequeña mariposa, y decidí tomarlo como cuestión de cariño en vez de disgustarme. Eran buenas personas y hacían muy bien el papel de padres.

Cuando el señor Beckham descubrió el gusto de Katy por la música clásica, la llevó a su primera clase de piano. La chica incluso lloró de la emoción y lo llamo papá por primera vez, lo que provocó que el sujeto despidiera algunas lágrimas de felicidad. Aprendió a tocar el instrumento con gracia y delicadeza, por lo que ahora quiere ser una gran concertista y deslumbrar a las personas tocando su música.

Luego de acostumbrarnos a la nueva vida, entramos al colegio. Katy quedaba en el curso siguiente al mío, por lo que sólo nos veíamos en el almuerzo y descansos.

Pensé que sería fácil hacer amigos, que me tomarían como alguien divertida y serían buenos conmigo, pero fue todo lo contrario. Las chicas murmuraban a mis espaldas y los chicos se burlaban de mi actitud. Oí varias veces que me consideraban extraña o que estaba loca porque siempre mantenía una sonrisa en el rostro. También oí que seguramente nunca me había pasado nada malo en la vida y por eso actuaba como si todo estuviera bien siempre, viendo el lado positivo de los problemas y haciendo las cosas a mi manera y como mejor me parecían. Les molestaba mi forma de ser espontánea y extrovertida.

Imagínense cómo se pondrían si supieran de mi enfermedad o que tengo padres adoptivos. No son motivo de vergüenza para mí ninguno de esos temas, pero los adolescentes son crueles con las personas y no se dan cuenta del daño que provocan con un simple comentario. Así que preferí dejarlo como un secreto familiar.

Actualmente, vivo con mi hermana y padres adoptivos, soy feliz y sonrío cada día para contagiar de alegría a las personas.

Algo que me enseñó la muerte de mis padres fue:

"Vive cada día como si fuera el último... porque nunca sabremos cuál puede ser el último"

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Por otro lado, me presentaré, porque de otro modo no sabrían mi identidad...

Hola, ¿qué tal? Mi nombre es Marcus Campbell y tengo 18 años. Desde hace mucho sentí la necesidad de dejar de andar por estos lados, más bien, dejar de existir, pero eso lo entenderán luego.

Tal vez sirva de algo si cuento un poco de mi pasado, pero sin ponerme melancólico ni cursi, ¿bien?

Cuando mi padre contrajo matrimonio con mi madre, él tenía un hijo pequeño, con unos cuatro o cinco años. Razón por la cual se hacía cargo del pequeño: su madre falleció luego del parto.

Dos años después, nací yo. Un tierno bebé de piel clara y ojos azules como el cielo. El niño, teniendo seis años, me acogió como su hermano pequeño con la promesa de que siempre me cuidaría, y lo hizo mientras pudo.

Al paso del tiempo, fui creciendo, igual que él. Para mi cumpleaños número diez, me organizaron una fiesta en el jardín con los niños del vecindario y, por su puesto, mi hermano, Zeev. Luego de que todos se marcharan, comimos las sobras del pastel, los bocadillos y bebidas igual. Sentía que explotaría en cualquier momento y Zeev no hacía más que burlarse de mi sufrimiento.

El chico desarrolló una pasión por la música, más que sólo escucharla, él quería hacer música. Me pareció sorprendente, en el buen sentido, y lo apoye siempre. Papá le reprochaba que esa no era una carrera, porque él quería que mi hermano, siendo su primogénito, siguiera el legado de empresarios de la familia paterna, pero Zeev siempre se negó.

Desde pequeños, nos gustó mucho patinar, incluso teníamos un lugar específico donde hacerlo. Siempre íbamos en diciembre al lago que quedaba entre los bosques a las afueras de la ciudad, éste tomaba su aspecto sólido y congelado para la fecha, y nosotros lo disfrutábamos. Aparte de ser una tradición de hermanos, era excelente pasar el rato ahí, ya que no era del todo concurrido.

La navidad de cuando tenía quince y él diecisiete, no fue la excepción. Salvo que ésta vez la gran noticia que me compartió logró sorprenderme, me puse muy feliz por él y me sentí gratamente orgulloso.

Zeev había entrado a una banda de secundaria unos meses antes de diciembre, estuvo subiendo vídeos a YouTube y haciendo presentaciones en cafés locales, logrando así que un productor musical los contactara y, convenientemente tenían que ir a Washington D.C. para la entrevista y posible firma de su primer contrato con la disquera.

Lamento no haber podido presentir que esa sería la última conversación con seriedad y de las más importantes.

                         

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