Las Lunas de Abril IV:  Luna Eterna
img img Las Lunas de Abril IV: Luna Eterna img Capítulo 1 1: Inicio
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Capítulo 6 6: Ataque a los dorios img
Capítulo 7 7: Huida img
Capítulo 8 8: Mi primera compañera img
Capítulo 9 9: Mi primer clan img
Capítulo 10 10: regreso img
Capítulo 11 11: recuerdos fugaces img
Capítulo 12 12: catalina gana img
Capítulo 13 13: Separación img
Capítulo 14 14: Mi misión img
Capítulo 15 15: Preparación img
Capítulo 16 16: Galiana img
Capítulo 17 17: El indicado img
Capítulo 18 18: Nuevos poderes img
Capítulo 19 19: Despertar img
Capítulo 20 20: Misión img
Capítulo 21 21: Reencuentro img
Capítulo 22 22: Dudas img
Capítulo 23 23: Sufrimiento img
Capítulo 24 24: un merecido descanso img
Capítulo 25 25: Dos mujeres importantes img
Capítulo 26 26: Deseos de escapar img
Capítulo 27 27: Un duro trabajo img
Capítulo 28 28: El sufrimiento de mi hija img
Capítulo 29 29: Cansado de luchar img
Capítulo 30 30: Noche de furia img
Capítulo 31 31: ¿Abril img
Capítulo 32 32: Dejar a Abril img
Capítulo 33 33: El poder del amor img
Capítulo 34 34: Imbécil img
Capítulo 35 35: Abril escapó img
Capítulo 36 36: Un nuevo reencuentro img
Capítulo 37 37: ¿Amnesia img
Capítulo 38 38: Regreso img
Capítulo 39 39: La esencia de mi hija img
Capítulo 40 40: Recupero a mi hija img
Capítulo 41 41: Efímera felicidad img
Capítulo 42 42: No pude salvarla img
Capítulo 43 43: Mi nueva morada img
Capítulo 44 44: La verdad sale a la luz img
Capítulo 45 45: Regreso img
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Las Lunas de Abril IV: Luna Eterna

Freya Asgard
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Capítulo 1 1: Inicio

Me senté a la orilla del acantilado, Mala'ikan había vuelto a aparecer y no permitiría que otra vez acabara con mi familia. Mi hermano no quería entender que seguir los consejos de ese ser no era lo mejor para nadie, pero en su depresión, en su culpabilidad, no era capaz de entender nada.

Y recordé aquel primer tiempo, cuando fui creado, cuando conocí a Selena, cuando nació mi hija y, sobre todo, cuando Mala'ikan acabó con todo lo que me importaba.

***********************************************

Conocí a Selena una noche de eclipse total. Se contaba en ese tiempo, que los dioses tenían sus batallas en sus moradas celestiales y por ello desaparecían del manto negriazul. Ella escapaba de algo o de alguien, llegó casi sin vida al castillo donde vivía y mis padres la acogieron. Era una mujer realmente hermosa; en ese momento sentí que me encontraba ante una diosa, sin embargo, sabía que eso era imposible, pues, a pesar de haberme criado en un hogar muy crédulo, yo era distinto a los demás y no creía en ese tipo de mitos.

Selena permaneció una semana en recuperación, aunque a mi parecer se encontraba bien al segundo día. Sin embargo, se quedó, como dije, una semana en sus aposentos sin querer salir ni ver a nadie. Al estar a cargo de la seguridad, acudía con mis hombres cada vez que debía alimentarse o cuando la visitaba nuestro curador. En realidad, si soy honesto, no era mi deber asistir con ellos, si lo hacía era porque quería verla.

Una semana después de su arribo, salió de su habitación, más linda que nunca. Puedo asegurar que casi brillaba, con una palidez que hacía juego con sus ojos de aceituna y su cabello plateado.

Aquella noche, Selena salió a caminar y yo la seguí; poco rato después, al darse cuenta de que iba detrás de ella, se giró para mirarme.

―¿Qué quieres? ―me preguntó con dulzura.

―Nada, solo cumplo con mi deber.

―Tú no tienes deber para conmigo.

―Mi deber es protegerte.

―¿Crees que esté en peligro? ―inquirió algo burlona.

―¿Tú no? No llegaste en las mejores condiciones ―repliqué igual de burlón.

―Eso fue un descuido, no muchos tienen el poder de destruirme y, siendo ese el caso, poco podrías hacer tú para defenderme.

―Me subestimas.

―No, no te subestimo, te doy tu propio lugar.

Eso no me agradó, me sentí demasiado inferior, ella me estaba humillando, aunque claro, ni su voz ni sus gestos lo expresaban de ese modo.

―No te sientas mal, no quiero decir que tú no seas capaz de ayudar a otras personas, pero yo no soy una persona normal, quienes me pueden hacer daño a mí, bien pueden hacértelo a ti sin ninguna dificultad.

―Yo puedo defenderte si hace falta.

―Lo sé, sé que puedes defenderme si aparece algún hombre que quiera hacerme daño, pero si se trata de otro tipo de fuerzas, dudo mucho de que tú puedas ayudarme.

―¿Otro tipo de fuerzas?

―Fuerzas en las que no crees.

―¿Me vas a decir que tú crees en hechiceros, dioses...?

―Y todas esas cosas ―aseveró con firmeza.

―¿Y todas esas cosas?

―Escucha, Medonte, todo en lo que no crees, existe de verdad.

―¿Cómo así?

―Así, tal como lo escuchas.

―¿Qué cosas, exactamente, existen?

―Dioses, eternos, brujos, hechiceros, intraterrestres, ángeles, extraterrestres.

―Por favor, Selena, no puedes creer de verdad en ese tipo de cosas, nada de eso es real.

Ella, por respuesta, miró al cielo. La imité por inercia. Lo que vi me desarmó. Una lluvia de estrellas fugaces atravesó el cielo.

―¿Lo viste? Los prodigios existen.

―¿Qué fue eso?

―Yo lo hice.

―¿Cómo que tú lo hiciste?

―Yo no soy lo que imaginas.

―¿Qué es lo que imagino?

―Imaginas que soy una mujer normal, perdida en este territorio, llegada aquí por casualidad escapando de alguien, buscando protección.

Aquello me puso a la defensiva.

―No, no soy un monstruo si es lo que piensas ―aclaró.

―No lo pienso.

―¿Entonces?

―No entiendo qué eres o a dónde quieres llegar con esta conversación.

Continuó su camino y yo avancé con ella, Selena alentó su andar y se tomó de mi brazo.

―Mira el mar, ¿no te parece maravilloso? ―comentó con voz tenue.

―¿Te parece?

―¡Es hermoso! ―exclamó sorprendida por mi falta de interés.

―Sí, puede ser.

―Escucha, Medonte, eres demasiado escéptico y las cosas están cambiando, algún día, no muy lejano, quizá todo lo que conozcas sea diferente.

―Las cosas no van a cambiar, Selena, a no ser que tú sepas algo que nosotros no.

―Medonte, hay tanto que te falta aprender, pero no te preocupes, ya tendrás el tiempo suficiente.

Se soltó de mi brazo y caminó hacia la playa, me quedé inmovilizado a pesar de mis deseos de querer seguirla; fui incapaz. La observé entrar en el agua y, de pronto, como una aparición, una luz salió del mar en el sitio preciso donde se encontraba ella e iluminó el firmamento. Esa luz se hizo más densa y, desde la Tierra al Cielo, fue desapareciendo. Al final, cuando llegó por completo arriba, una pequeña sonrisa blanca se dibujó en el espacio; la luna había vuelto a aparecer y estaba en creciente.

Busqué a Selena y no la encontré. No podía creer lo que había visto, ¿acaso en realidad era Selena, la diosa lunar?

―Más vale que te alejes de ella ―me advirtió un hombre a mis espaldas.

―¿Quién eres tú?

―No quieres saberlo.

―Vienes aquí, a mis terrenos, a advertirme acerca de algo que ni siquiera he pensado hacer ¿y no quieres identificarte?

―Medonte, ¿quieres un consejo? Deja tus aires de altanería y engreimiento para gente de tu raza y de tu pueblo, no intentes combatir con seres superiores a ti, con seres en los que siquiera crees.

―¿Qué quieres decir? Dime, ¿quién o qué eres tú?

―Depende.

―¿De qué?

―De lo que decidas.

―¿A qué te refieres?

―Selena volverá, si tú la abandonas, seré un amigo que pasó por aquí y te dejó vivir; si insistes en querer algo con ella, que lo quieres, deberás atenerte a las consecuencias, porque yo no perdono y Selena es mía.

―Si fuera tuya, como dices, ¿por qué no está contigo?

Me miró de un modo espeluznante.

―No es asunto tuyo.

―Lo es de momento que quieres que me aparte de Selena.

―Pues lo harás. De otro modo te arrepentirás.

―¿Quién lo ordena?

Alzó la barbilla con orgullo.

―Mala'ikan, el Ángel de los muertos.

―Según los hebreos ese ángel se llama Azrael ―me burlé.

―Azrael es el ángel de la muerte, Medonte, yo soy el ángel de los muertos.

―No creo en esas supercherías.

―Acabas de ver una manifestación de aquello que tú llamas superchería, ¿no te bastó?

―¿Qué quieres en realidad, Mala'ikan?

―Quiero que te alejes de Selena, si no lo haces, sabrás, con exactitud, quién soy yo y créeme cuando te digo que entonces sí creerás en supercherías.

No contesté. En realidad, no me permitió contestar, pues desapareció ante mi vista, frente a mí. Y comprendí que las supercherías, en las que no creía, estaban a punto de convertirse en realidad para mí.

            
            

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