Junier, Príncipe de los Ángeles
img img Junier, Príncipe de los Ángeles img Capítulo 1 Prólogo
1
Capítulo 6 5 img
Capítulo 7 6 img
Capítulo 8 7 img
Capítulo 9 8 img
Capítulo 10 9 img
Capítulo 11 10 img
Capítulo 12 11 img
Capítulo 13 12 img
Capítulo 14 13 img
Capítulo 15 14 img
Capítulo 16 15 img
Capítulo 17 16 img
Capítulo 18 17 img
Capítulo 19 18 img
Capítulo 20 19 img
Capítulo 21 20 img
Capítulo 22 21 img
Capítulo 23 22 img
Capítulo 24 23 img
Capítulo 25 24 img
Capítulo 26 25 img
Capítulo 27 26 img
Capítulo 28 27 img
Capítulo 29 28 img
Capítulo 30 29 img
Capítulo 31 30 img
Capítulo 32 31 img
Capítulo 33 32 img
Capítulo 34 33 img
Capítulo 35 34 img
Capítulo 36 35 img
Capítulo 37 36 img
Capítulo 38 37 img
Capítulo 39 38 img
Capítulo 40 39 img
Capítulo 41 40 img
Capítulo 42 41 img
Capítulo 43 42 img
Capítulo 44 43 img
Capítulo 45 44 img
Capítulo 46 45 img
Capítulo 47 46 img
Capítulo 48 47 img
Capítulo 49 48 img
Capítulo 50 49 img
Capítulo 51 50 img
Capítulo 52 51 img
Capítulo 53 52 img
Capítulo 54 53 img
Capítulo 55 54 img
Capítulo 56 55 img
Capítulo 57 56 img
Capítulo 58 57 img
Capítulo 59 58 img
Capítulo 60 59 img
Capítulo 61 60 img
Capítulo 62 61 img
Capítulo 63 Epílogo img
img
  /  1
img
img

Junier, Príncipe de los Ángeles

Freya Asgard
img img

Capítulo 1 Prólogo

Todos los ángeles estábamos alrededor de Dios Todopoderoso, expectantes ante lo nuevo que se avecinaba. El Padre había decidido crear nuevos mundos. El Reino que teníamos no le bastaba. Quería más.

Nosotros jamás habíamos visto al Padre, solo oíamos su voz de vez en cuando, él vivía en lo alto del Cielo, en la cima de una montaña. Para que lo entiendan un poco mejor, el Cielo es un lugar físico-espiritual donde Padre hizo nuestra morada. Vivíamos en unas especies de habitáculos hechos con nubes y mármol; las calles, cubiertas de oro y plata, conectaban todos los sitios habitables de ese lugar. Y digo habitables porque no se nos permitía ir a cualquier parte. Claro, podíamos volar, pero a veces se hacía cansador. El fin del Cielo era una gran montaña, en cuya cima se encontraba Padre y solo sus más cercanos podían acercarse: Luzbel, Miguel, Gabriel y Rafael. Ellos cuatro eran los únicos con el permiso de pasar a la presencia, aunque, como me enteré más adelante, solo Luzbel había entrado en su presencia. Luzbel, mi hermano, fue el primero en ser creado, el primogénito, el preferido, el que sabía todos los secretos y quien, en base a ello, estaba harto, había dejado de ser el hijo perfecto, cada vez se rebelaba más ante el Padre y debo admitir que muchos ya nos estábamos cansando; sin embargo, tenía la sensación de que, detrás de la rebelión de Luzbel, había algo más, algo que yo no alcanzaba a comprender.

Desde nuestro sitio, un mirador hacia el Universo, miramos hacia abajo, hacia mundos llenos de caos y fuego que explotaban una y otra vez, chocaban unos con otros, hasta que todo se detuvo en un silencio absoluto. Nadie respiró durante un buen rato. Ninguno de nosotros sabía qué ocurría, el porqué de esa nada en la que nos vimos envueltos.

Cuando regresó el sonido, volvimos a mirar abajo, todo seguía desordenado, sin embargo, unas simpáticas esferas desordenadas, algunas más grandes que otras, daban vuelta por ahí. Hasta que una de ellas se detuvo y las demás comenzaron a formarse a su alrededor. Poco a poco, se ordenaron hasta que quedaron en forma de elipse y empezaron a girar alrededor del Sol, la estrella más grande de ellas. El tercer planeta, desde el centro, fue el escogido por Él para habitarlo.

-¿Qué tipo de mundo le darás a esos seres que crearás? -preguntó en voz alta mi mejor amigo, Luzbel.

-Uno perfecto -respondió Padre desde su omnipresencia.

-Pero ese que escogiste es inhabitable -protestó mi amigo, en realidad, todos eran inhabitables.

-Lo arreglaremos -aseveró con confianza.

Escuchamos aquello con desconcierto, ¿a qué se refería con el plural arreglaremos? ¿Qué papel cumpliríamos en ese plan? Poco tiempo después nos enteramos. Se nos ordenó arreglar una parte de ese horrendo lugar. A mí se me encomendó la tarea de crear un jardín para colocar a los primeros habitantes, por lo que tomé una legión de mis ayudantes y realicé la tarea encargada. Preparamos un hermoso jardín con algunas especies que Padre proveyó. Un rocío se levantaba del suelo cada cierto rato para humedecer las plantas y el pasto.

Una vez estuvo terminado, Samael se acercó a mí en solitario a la entrada del Edén, desde donde yo contemplaba mi gran obra.

-¿Qué se supone que hará aquí? -preguntó casi en retórica, puso una mano en mi hombro.

-No sé, no tengo idea, dice que serán criaturas parecidas y diferentes a nosotros. No quiere decir exactamente lo que hará, está muy misterioso con ese tema, quiere guardar la incógnita hasta cuando lo lleve a cabo.

-Quizá ni él mismo lo sabe; si está tomando la decisión solo, puede crear cualquier cosa -se burló sin respeto.

No contesté, me reí de su irreverencia, ya había dejado de venerar a nuestro Padre desde hacía un buen tiempo, cosa que no le sucedía solamente a él, varios ya estábamos hartos de la arrogancia del Padre a quien lo único que le importaba era la adoración que le debíamos día y noche, nada más.

Solo en esos momentos, obsesionado con la creación del nuevo hogar con sus nuevos habitantes, había dejado de requerir nuestra devoción a todas horas; sin embargo, aquello no impedía que solicitara nuestra atención más de lo que muchos estábamos dispuestos a ofrecer.

La Tierra, como le llamó al nuevo mundo, estuvo lista en poco tiempo. A decir verdad, nunca entendí por qué optó por darle un tiempo tan distinto al nuestro, colocó una marca solar para diferenciar día y noche. Eso no podía significar nada bueno; si esa nueva especie iba a necesitar una guía para despertar y para dormir, entonces iba a requerir de una gran guía para vivir.

Cuando Padre decidió poner seres vivos en ese nuevo planeta nos llamó a todos para ver nacer sus nuevas criaturas. Luzbel se veía molesto, a mí me pareció que no era por lo que estábamos a punto de contemplar, sin embargo, no pude preguntarle nada, él evadió mi presencia como si supiera lo que pretendía hacer.

Padre creó unos extraños seres muy diferentes a todo lo que habíamos visto antes. Seres de diversas formas y tamaños a los que llamó animales. Los unía y de ellos nacían más. Esperamos impacientes y confundidos a que concluyera esos juegos, pues para nosotros aquello era eso: un juego del que no conocíamos las reglas.

-Acérquense todos -nos habló la voz de Padre-, vean la nueva creación, un hombre y una mujer, hechos a nuestra imagen y semejanza.

No eran exactamente iguales a nosotros, no tenían alas y parecían miniaturas, pero tenían nuestra forma. Un hombre y una mujer. Así los llamó. Varón y hembra. La mujer no parecía feliz de encontrarse allí, en cambio él admiraba todo a su alrededor.

-¡No puede ser! ¿Esto es cierto o es una broma? -murmuró con sarcasmo Samael.

-Al parecer es verdad, no creo que lo haya hecho para deshacerlo -contestó otro.

-Pero ¡un par de pestañeos y su día se acaba! ¿Cuánto van a vivir? ¿Un día nuestro?

-Con su tamaño, tampoco es que necesiten vivir mucho más -ironizó otro.

-Con su tamaño, no sé cómo es que están vivos, no podrán hacerlo por mucho tiempo -insistió Samael.

-En realidad, mi querido Samael, su vida será eterna -intervino Miguel, que se acercó a nosotros.

-¿Estás seguro, hermano? -preguntó Luzbel con ironía, apareciendo por el otro lado.

-Por supuesto, así lo dispuso nuestro Padre.

-Sí, tal como se dispuso su libre albedrío.

-¿Qué quieres decir? -inquirió Miguel.

-¿No te das cuenta, Miguel, de que todo esto no es más otro de los sádicos juegos de Dios?

-¿Sádicos juegos? Luzbel, hermano, no puedes expresarte de esa manera, Padre nos ha regalado todo; desde la vida.

-¿Vida? Llamas a esto ¿vida?

-¿Qué es si no?

-Una esclavitud, ¿te has percatado de que no podemos hacer nada por cuenta propia? Ni siquiera podemos salir de este lugar.

-Nuestra vida fue creada para servir al Padre. Ese es nuestro propósito, hermano. ¿Qué te pasa, te quieres rebelar?

-Estoy cansado y decepcionado, ¿has visto a esos humanos?

-Claro que sí, todos los vimos.

-De verdad, ¿los has visto? ¿Has visto a la mujer?

-¿Qué tengo que ver en ella?

-¿No sabes quién es?

-¿Quién es?

-¿No lo ves? De otros lo puedo comprender, pero de ti, Miguel, de ti, no. Tú la conoces tan bien como yo. Tú sabes muy bien quién es esa mujer.

Miguel emprendió el vuelo y se fue de allí, no quería escuchar las difamaciones de Luzbel, así las llamaba él. Mi amigo, sin embargo, las llamaba incómodas verdades.

-¿Quién es? -le pregunté una vez que Miguel ya no estaba.

Mi amigo se giró para mirarme, luego miró al resto de ángeles que continuaban pendientes de él y de su respuesta.

-Ya lo sabrán a su tiempo, ustedes todavía no están preparados para esto.

-¿Qué pasará ahora? -le pregunté a mi hermano.

-Muchas cosas, Junier, muchas cosas.

-¿Debería preocuparme?

-Claro que no. -Me sonrió y puso su mano en mi hombro-. ¿Para qué estoy yo? Yo te protegeré de lo que sea que esté planeando Dios.

Le sonreí de vuelta, él siempre me trataba como si fuera su hermanito pequeño.

-¿No me dirás quién es ella? -le pregunté una vez que vi que todos los demás se habían dispersado.

-Ya te dije, aún no estás preparado. Ni tú ni tus hermanos. No sigas preguntando.

Tiempo después me di cuenta de que en realidad no estábamos preparados, no solo para saber quién era esa mujer, si no para muchos otros sucesos acontecieron luego.

Soy Junier, Príncipe de los Ángeles, un poderoso comandante, líder de legiones, aunque, ante mi hermano Luzbel, no soy más que un joven impetuoso, para él siempre seré su hermanito. O eso pensaba, antes de todos aquellos sucesos para los cuales no estaba preparado.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022