Clariké
img img Clariké img Capítulo 4 Los nuevos vecinos
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Capítulo 6 Nada es lo que parece img
Capítulo 7 La pelea de los nuevos vecinos. img
Capítulo 8 Tragedia en el cuarto piso. img
Capítulo 9 Alucinaciones img
Capítulo 10 Visitando a Amelia img
Capítulo 11 Sueño o realidad img
Capítulo 12 Apaleando a la nada img
Capítulo 13 Un terrible accidente img
Capítulo 14 Enfrentando al mal nacido img
Capítulo 15 A oscuras img
Capítulo 16 Visitando a un amigo img
Capítulo 17 Trabajando en mi valentía img
Capítulo 18 Deshaciéndome del desgraciado img
Capítulo 19 El nuevo vecino img
Capítulo 20 El anuncio del premio img
Capítulo 21 La despedida img
Capítulo 22 El premio img
Capítulo 23 Mi primer idilio img
Capítulo 24 Enemigo olvidado img
Capítulo 25 Recuerdos traumáticos img
Capítulo 26 No quiero saber más de ti. img
Capítulo 27 Volviendo a la vida img
Capítulo 28 Amelia y su compañero. img
Capítulo 29 Obteniendo respuestas. img
Capítulo 30 Volviendo a La Bohemia img
Capítulo 31 Arruinando sus planes img
Capítulo 32 Planes de viaje img
Capítulo 33 Un abultado agradecimiento img
Capítulo 34 Visitando las mejores tiendas img
Capítulo 35 Mi Boda img
Capítulo 36 Llegando a Roma img
Capítulo 37 Un castillo medieval img
Capítulo 38 Volviendo a la realidad img
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Capítulo 4 Los nuevos vecinos

Luego que pasara una semana de lo sucedido en el departamento contiguo al mío. Ningún sonido volvió a escucharse, por más que cada noche coloqué mi oído en la pared, nada se oyó desde que sacaron muerta a la señorita Lucrecia y la policía parece no haber hallado ninguna pista en la escena del crimen, pues, actualmente el departamento se encuentra sin precinto policial y fue limpiado.

Todo esto se redujo a un misterio sin resolver donde las pistas se disolvieron a mitad de camino. El periódico local habló de un supuesto sospechoso del que solo se tenía la descripción, pero ninguna pista del paradero, llenando de temor a las personas que corrieron a asegurar los ingresos a sus hogares, incluida yo. Como imaginé, mi madre vino corriendo ni bien lo supo para querer llevarme a su casa, cosa a la que me negué rotundamente.

Me llamó todos los días para saber si me encontraba bien y no paró de rezar a los santos por mi seguridad.

Afortunadamente el encargado del local no me despidió, pero me hizo un llamado de atención por haber ocultado una persona en el depósito de mercaderías sin su consentimiento, alegando que no puede permitir correr ciertos riesgos por causa de terceros.

Por supuesto debí prometer no volver a repetir este hecho, pues si había una segunda vez sería despedida inmediatamente.

Todo siguió sin novedades hasta hace dos días cuando nuevos inquilinos decidieron instalarse en el departamento, donde vivía mi difunta vecina.

Parecía tratarse de una pareja recién casada que venían de otra ciudad. Yo imaginé que el encargado del edificio no les dijo absolutamente nada de lo que allí había sucedido. Llevó los muebles que ocupaban el departamento al depósito por si alguien venía a reclamarlos, pintó las paredes y volvió a alquilarlo.

Samanta y Darío son los nuevos habitantes del departamento, que lo decoraron hermosamente a su propio estilo.

Hace cuatro días que tengo nuevos vecinos adosados a la pared, hasta ahora todo está tranquilo, pero no hay novedades del asesino.

Me levanté temprano, limpié mi habitación mientras la lavadora no descansó y cociné lasaña. Es mi franco semanal así que no tengo que estar de apuros con las horas. Mi madre me avisó ayer que hoy vendrá, así que nos veremos luego.

De pronto oigo que mis nuevos vecinos ponen música y parecen estar haciendo lo mismo que yo. Es agradable tener vecinos jóvenes y alegres que disfrutan de su nueva vida.

Luego de reunir todos los desechos en una bolsa, me dirijo hasta los contenedores ubicados en la planta baja para dejarlos allí, hasta que el camión recolector pase por ellos.

Voy tan absorta en mis pensamientos que sin darme cuenta me topo con Samanta, quien estaba en ese momento, repitiendo mi acción. Ambas reímos al querer levantar al mismo tiempo la tapa para depositar las bolsas.

Es una chica casi de mi misma edad y su esposo será solo un par de años mayor que nosotras.

-Hola – dijo sonriendo, cuando dejamos las bolsas- tu eres la chica de al lado ¿quieres que tomemos una taza de café? Te invito.

-Bueno- respondo- sintiendo que emite una agradable voz - ni bien coloque más ropa en la lavadora voy ¿te parece?

-Ok, te espero.

Mi curiosidad por conocer el lugar donde vivía la señorita Lucrecia me emocionó al punto de querer correr en ese mismo instante e ingresar sin permiso al departamento donde estaba yo segura que fue asesinada. En ese momento me invadió la ridícula esperanza de lograr resolver el misterio de su deceso en algún detalle que se le haya pasado por alto a los investigadores.

Entonces, ni bien finalizo de extender toda mi ropa en el tendedero, vuelvo cargar la lavadora y salgo apresurada del departamento para golpear la puerta contigua. Pronto oigo desde adentro una voz femenina que pregunta:

- ¿Quién es?

-Hola, soy Estefanía- respondí.

-Hola, ya te abro- se oyó.

Dos minutos después se abre la puerta y Samanta, con una sonrisa me invita a pasar y tomar asiento en el pequeño living donde hay un juego de sillones tapizados en cuerina azul que combinan hermosamente con las cortinas y la pintura de las paredes. Parece que han pintado y remodelado el lugar, aunque yo no sabía qué color había antes en las paredes ya que jamás había entrado allí. Pero dan la impresión que están recién coloreadas.

Un instante más tarde Samanta trae una bandeja con dos pocillos de café y un platito con masas, lo coloca en la mesita frente a los sillones y se sienta frente a mí.

- ¿Tomas azúcar o edulcorante? – pregunta alzando sus tupidas cejas.

-Azúcar, gracias –respondo mientras la observo con absoluta atención esperando encontrar no sé qué cosa.

-Oh qué bueno, sos de las mías- dice sonriendo. –y cuéntame- continúa- ¿cuánto hace que vives aquí?

- Más o menos cuatro años- digo luego de beber el primer sorbo de café.

-Ah, bastante...entonces supongo que conociste a mi tía Lucrecia ¿verdad?

Clavo mis ojos en los suyos al oír el nombre de mi desdichada vecina llena de asombro. Pues no creí que la conociera y mucho menos que fuera su pariente, además me sorprendo que hable de ella con tanta soltura y despreocupación como si el hecho no tuviera importancia.

-Pues, sí, claro que la conocí- digo tratando de disimular mi espanto.

- Sí, supe algo acerca del incidente del restaurante –continuó.

Abro mis ojos como platos y quedo estupefacta. Aquella chica me conoce y me doy cuenta que sabe más de lo que creo.

- ¿Cómo lo sabes? - pregunté curiosa.

-Oh pues... me lo informaron por ahí. No tiene importancia- responde haciendo ademán con su mano como que no importaba lo que decía. Ah no, no cierto que lo escuché en las noticias del televisor – continúa sonriendo nerviosamente y dándose cuenta que descubro que miente porque no se dijeron estos detalles en los noticieros locales. Sino que más bien hablaron del individuo de la sopa de camarones que nadie, excepto Lucrecia y yo vio.

-Me sorprende que luego de lo sucedido hayan querido venir a vivir aquí –digo para ver si en su respuesta hallaba alguna pista que se me estuviera escapando.

Ahora mi visión acerca de Samanta ha cambiado completamente. Hasta me parece sospechosa del crimen de mi vecina y lo que más me extraña es que ni siquiera hace mención del extraño del que sí, hablaron los noticieros locales.

-No veo por qué no vendría a vivir aquí – dice despreocupada y con desdén- Tía Lu ya no está entre nosotros lamentablemente y el departamento debía ocuparse. Tengo hermosos recuerdos de ella. Era tan especial...- continúa la chica entrecerrando los ojos, pero cuando me mira nuevamente vuelvo a divisar el conocido reflejo rojo en sus pupilas que enciende las alarmas de mi cerebro y quedo muy confundida. Mi sexto sentido me grita desesperado en este momento que algo no está bien con Samanta, sin embargo, guardo silencio y no menciono más el tema.

Todo lo que hablamos luego son cosas superfluas y sin importancia hasta que decido marcharme llena de frustración por no hallar alguna pista concreta y clarificadora con respecto a lo que verdaderamente había sucedido con mi antigua vecina.

Vuelvo a mi departamento y mientras quito la ropa de la lavadora no puedo dejar de recordar las palabras de Samanta refiriéndose a la que nombró como su tía. Fueron frases carentes de afecto y hasta diría que con profundo desagrado. Como si realmente la despreciara, y ése extraño reflejo rojo que de pronto apareció en sus pupilas tan idéntico al de aquel hombre sospechoso que vigiló a Lucrecia en el restaurante, me llevan a pensar que parece estar más emparentada con él que con la que llamó tía Lucrecia y hasta puedo comprobar, debido a la forma en que se dirigió a mi querida vecina, que yo le tengo más aprecio.

            
            

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