Es mi madre que decidió venir de visita ya que hoy no fui a su casa. Desea asegurarse de que me encuentro bien.
La verdad Amelia, teme por mi bienestar desde que supo lo que le sucedió a Lucrecia, que en definitiva aún no está claro. Sabe que la señora falleció de un paro cardíaco por las fuentes de noticias, pero todos los demás detalles los sabe por boca mía, que soy la única que tengo más información.
Entra y viéndome tan atareada, se arremanga la blusa dispuesta a ayudarme y por más que intento impedirlo, hace caso omiso a mis palabras justificando que lo hace para que nos quede tiempo de tomar un café con las masitas que había traído. Así que se dirige al cuarto, extiende las sabanas, guarda la ropa que esta doblada sobre una silla y cuando mira el cuadro que tengo colgado en la pared donde pego mi oído cada vez que la antigua vecina tenía pesadillas, ve una pequeña mancha morada, como si alguien hubiera estrellado una fresa. Y lo nota porque la pared está pintada de color verde agua. Esta es una de las cosas que admiro de ella. Es absolutamente detallista.
De pronto la veo cómo busca una rejilla limpia y húmeda para intentar quitarla, pero es inútil, no sale con nada.
Me pregunta si acaso sé cómo ha llegado esa mancha allí, pero yo no tengo ni la más remota idea. Es más, ni siquiera la había visto hasta que ella me la muestra. Así que encojo mis hombros y vuelvo a la lavadora que ya ha finalizado su programa no quedando nada de ropa para volver a cargarla.
Cuando terminamos todas las tareas de limpieza nos sentamos en la cocina junto al gran ventanal que da al balcón. El atardecer se ve maravilloso desde aquí. Es un lugar perfecto para que algún escritor se inspire en una labor literaria.
Aunque no es mi caso pues, no me agrada escribir.
Luego de la merienda, me alisto y acompañada de mi madre salimos a comprar provisiones para la cena, porque se queda a cenar y a dormir.
Caminamos juntas hasta el supermercado que se halla a media cuadra del edificio y cuando ingresamos veo a Samanta junto a su esposo también allí. Ellos, al vernos nos saludan muy amables, aunque noto que la chica mira de arriba hasta abajo a mi madre con un poco de desagrado que disimula al instante y que Amelia ni siquiera nota. Pero yo sí y me produce bastante irritación, sin embargo, guardo silencio y reprimo mi enojo.
-Qué chica más extraña –dice mi madre ni bien se alejan.
- ¿Qué te parece extraño? - pregunto mientras tomo una lata de choclos de la góndola.
-La forma en que se visten.
-Ah, sí – respondo riendo – es la nueva moda, se denominan Emo.
Samanta lleva un pantalón pegado al cuerpo de color negro, una remera muy justa del mismo color con una capucha que llega hasta sus ojos y botas cortas acordonadas. Lo más llamativo es la cadena que cuelga de su cuello con un extraño símbolo y el cabello del que solo se ven unas mechas que sobresalen hacia los costados de la capucha. Su esposo viste igual que ella y en su cesta de compras solo había bebidas alcohólicas.
Esto alerta a mi madre y me aconseja que me cuide de aquellas personas como si aún fuera una niña pequeña. La miro extrañada del semejante consejo y meneo la cabeza pensando que siendo su hija aún parece desconocerme, si es por las bebidas alcohólicas ya debería saber que puede estar tranquila. Pues no me gusta beber.
Sin embargo, nuevamente mi intuición me anuncia que no lo dice por eso, sino por haber presentido algo extraño al estar cerca de ellos, aunque ella no sabía que a mí me sucedió lo mismo esa tarde cuando fui al departamento de ellos y no se lo había contado.
A las diez cenamos una presa de pollo cocido al horno acompañado con papas. Luego vimos tv hasta las dos de la mañana mientras bebimos café y más tarde fue el momento en que decidimos ir a dormir.
Mi madre abrió el sillón del living convirtiéndolo en una cama a la que vistió con sábanas y dos mantas como hace cada vez que viene, mientras que yo me voy a mi habitación.
Una hora más tarde estamos sumergidas en un profundo sueño y solo se oye el tic-tac proveniente del reloj de péndulo que se halla colgado en una de las paredes del living.
En mi dormitorio está sucediendo algo extraño sin que yo me dé cuenta; aquella pequeña mancha ubicada en la pared y que mi madre quiso quitar por la tarde, está haciéndose cada vez más grande y desde allí emergen dos sombras oscuras y silenciosas que ingresan lentamente hasta el interior de mi habitación.
Una de ellas se dirige hasta el living mientras que la otra se queda junto a mí, casi pegada a mi rostro viéndome fijamente.
Esto provoca que de pronto abra mis ojos y muy horrorizada, distinga con absoluta claridad un par de ojos de los que salen destellos rojos. Me incorporo en la cama y dos manos quieren atraparme entonces corro por la habitación con ese ser tras de mí al que veo lanzar manotazos que rozan mi ropa.
La habitación parece ser más larga y más ancha y con otros colores en sus paredes, cuando llego a la puerta e intento abrirla, se halla tan herméticamente cerrada que todos mis esfuerzos son en vano, así que mientras grito horrorizada giro y me interno en un pasillo largo e iluminado apenas con algunas luces amarillas, que no sé de donde salió. Corro por un buen rato con aquellos ojos sangrientos tras de mí, lanzando infinitos manotazos hasta que al fin me alcanza tomándome de los brazos y girándome para que le vea de frente.
En el momento que aquella cosa me atrapa despierto en mi lecho bañada en sudor y con la sensación de que aún aquellas garras me aprisionan las muñecas.
Mientras todo esto sucede en mi cuarto, en el living mi madre, está viviendo también algo aterrador: de pronto despierta y no puede mover ni piernas, ni brazos y tampoco puede gritar.
Despierta e inmovilizada ve muy cerca de su rostro una figura esquelética carente de boca y de nariz que la observaba fijamente desde una distancia no mayor a cinco centímetros.
Cuando despierto yo, en mi cama llena de sudor, automáticamente mi madre queda libre de ese opresor. Perecía ser que al esfumarse mi perseguidor también lo hizo su opresor, desapareciendo ambos en el mismo momento.
Quedamos absolutamente aterradas en nuestros respectivos lugares por un rato y como tuvimos miedo de volver a dormir pensando que tal vez se repita el suceso, nos quedamos sentadas en la cocina tomando café hasta que amaneció.
Luego de tranquilizarme me doy cuenta que esta noche me sucedió lo mismo que le sucedía a Lucrecia y que yo podía oír desde este lado del muro. Entonces recordé los detalles y até cabos, porque lo único que me interesa es descubrir qué ha sucedido con mi querida vecina.
Vi los ojos rojos pegados a mi rostro en lo que pareció ser una pesadilla como las que sufría Lucrecia, los mismos que vi en aquel extraño que pidió sopa de camarones y los mismos que vi en Samanta. Estoy tratando de encontrar el lazo que une a todos estos personajes y hasta ahora el único factor común entre ellos es el mencionado e inexplicable reflejo en sus pupilas. Otro detalle que los caracteriza, seguramente secundario, es que parecen disfrutar de nuestro miedo, como me demostró el extraño, y estos eran dos datos muy importantes a tener en cuenta a la hora de pretender descubrir la verdad.