Metanoia
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Capítulo 2 La Caravana

Saber que era una idea mala y potencialmente peligrosa, y, convencerme de ello eran dos cosas que no entendería.

Adelle Bermeund lo sabía, fue por eso que soltó un bufido y se sentó en una de las sillas con los brazos cruzados y una ceja encarnada que eran suficientes para decir: "No pienso ceder esta vez". Le contesté de la misma silenciosa manera con una sonrisa inocente y encogiéndome de hombros, un gesto que decía: "Podría ir sin ti".

-Sabes que el Rey no estará muy contento si lo permito-puntualizó Adelle-, menos de saber que lo acolito.

-Papá no tiene que enterarse-añadí con suavidad-. Vamos, Addy, le falta adrenalina a tu vida.

-Y a la tuya sensatez-entrecerró los ojos-. ¿Si sabes que un número incontable de cosas podrían salir mal si lo hacemos?

-Sobreanalizar las situaciones es tu especialidad, no la mía.

Adelle apartó la mirada mientras bufaba y yo solté un cortó chillido de victoria. Ella no podía decirme que no, no porque yo fuera una princesa sino porque ella era una de las pocas personas por no decir que la única que me entendía, y yo me aprovechaba un poco de ello.

-No he aceptado-me recordó Adelle con amargura-, así que guárdate tus chillidos.

-Pero no te has negado-aseguré divertida-. Voy por mi capa y vuelvo.

Deje a mi doncella con las palabras en la garganta cuando corrí, muy impropiamente para una princesa, a mi armario para sacar de las profundidades una capa negra que Adelle me había conseguido para mis escapes del palacio.

Era de tela sencilla y común, incluso algo más pesada que las demás en mi armario, no tenía ningún emblema o bordado que llamara la atención y el color era solamente para mantener el anonimato, pues las mujeres solo llevaban el negro para guardar el luto o porque no estaban comprometidas.

Me cubrí con la pesada tela y miré mi reflejo en el espejo. El vestido seguro escandalizaría a papá que me haría llevar de ahora en más vestidos con cuellos largos y mangas hasta las muñecas. El escote era más que generoso y como no llevaba corsé dejaba ver la verdadera figura de mi cuerpo, además de que la falda tenía una abertura que subía por mi pierna hasta la mitad de mi muslo para darle movimiento.

Me puse una correa alrededor del muslo que dejaba abierto para guardar en ella una daga sencilla que había comprado hace años por mi propia protección. Aunque Arawn era un reino tranquilo, sabía que nadie estaba exento de sufrir y varios reinos envidiaban la situación de Arawn así que podrían enviar a alguien para equilibrar las cosas.

Salí del armario ganándome de inmediato la mala mirada de Adelle, la ignoré con una sonrisa mientras dejaba sobre mi tocador el anillo de oro que todos los miembros de la familia real llevábamos.

-Tus guardias podrían entrar por esa puerta en cualquier momento-me recordó señalando la puerta-, ¿Qué harías entonces?

-No entrarán-aseguré divertida-, justo ahora deben estar entretenidos con el cotilleo.

-Podría venir el príncipe-Adelle luchó con poco éxito contra el sonrojo que se apoderó de sus mejillas-, se enfadara demasiado si ve que hemos escapado.

-Jesper no vendrá porque le hice saber que estaría toda la tarde contigo, desde lo que pasó la última vez, mi hermano se niega a acercarse a mi habitación si sabe que tú estás aquí.

Los ojos marrones de Adelle se apartaron hacía la ventana con una expresión que no sabía identificar, siempre hacía lo mismo cuando le recordaba lo que había pasado con mi hermano.

Jesper había entrado una vez, antes del festival de otoño, mientras Adelle y yo nos probábamos los vestidos que llevaríamos, yo estaba vestida cuando la puerta se abrió pero Adelle solo tenía su ropa interior; estaba de espaldas a la puerta a varios metros y mi hermano mantuvo la mirada durante un segundo en la espalda casi desnuda de Adelle, no la bajo ni un centímetro y luego se marchó casi lívido.

Adelle nunca me dijo si le reclamó a mi hermano lo ocurrido o si exigió una disculpa por ello y Jesper nunca volvió a mencionar nada al respecto porque en general nunca hablábamos de Adelle porque él así lo quería. Aunque ella no llegó a ver a Jesper entrar no sabía si le molestaba el que Jesper la hubiera visto o la indiferencia que mi hermano había mostrado al respecto.

-Será solo un rato-añadí para distraer a Adelle de sus pensamientos-, me dijiste que habían llegado varias caravanas a la capital.

-Arya-sin mirarme Adelle suspiró-, si llegáramos a ir sabes que no podremos estar allá más de una hora y los espectáculos de las caravanas duran horas.

-Pues solo un rato-supliqué-, cómo siga aquí adentro escuchando algo más sobre las leyes del reino voy a lanzarme por la ventana de la biblioteca.

-Quien diría que una princesa sufre demasiado.

-No lo denominaría sufrimiento-aseguré un poco más seria-, es agobio por lo que se viene para mí.

Me aterraba pensar que yo hiciera algo mal luego de coronarme. Me agobiaba pensar en todo lo que debía aprender, conocer, estudiar y analizar tanto a nivel interno del reino como externo para con otros reinos.

Lo cierto era que no me había dedicado toda mi vida a sentarme a tomar el té o a cantarle a las aves, había estudiado hasta el cansancio, año tras año una cosa y otra, y, se suponía que estando tan cerca de la coronación yo ya debía de saber todo lo necesario para gobernar pero me sentía por completo a la deriva sin saber dónde comenzaba y donde terminaba nada.

Me distraje cuando Adelle se levantó suspirando ruidosamente, seguro para mi beneficio, y entrecerró los ojos con falsa indignación.

-A veces creo que te aprovechas de mi amor por ti para manipularme-se quejó Adelle mientras se aproximaba al fondo de la habitación-, o que tengo tan poca voluntad contigo como para negarme a nada de lo que propones.

-O-añadí divertida-que yo solo tengo ideas espectaculares.

Adelle se giró en mi dirección cuando la puerta secreta quedó abierta, me dedicó una mirada que seguramente no podría dedicársele a una princesa antes de levantar su índice acusatoriamente.

-Cuando una de tus espectaculares ideas nos meta en problemas-advirtió Adelle con seriedad obligándome a contener una sonrisa-no vengas a decirme que tenía razón.

-Porque ya estarás restregándomelo en la cara-añadí divertida, Adelle apartó la mirada para no sonreír-. Vamos que el camino es muy largo.

Eso no tenía como discutirlo. Ambas nos metimos en el estrecho pasadizo de piedra mientras que dejábamos que la puerta se cerrara lentamente detrás de nosotras. Los pasadizos secretos del palacio estaban construidos para el escape de la familia real y yo los había estudiado a fondo para poder escapar de vez en cuando.

No es que no pudiera dejar el palacio cuando me apetecía, pero, siempre que lo hacía luego de obtener el permiso de papá iba con tantos guardias a mí alrededor que apenas si podía ver el cielo. Papá solía decir que era por pura protección pero yo comenzaba a creer que era solo su paranoia paternal.

Guardamos absoluto silencio mientras recorríamos el pasadizo pues estos llevaban a cualquier lugar del palacio y la voz podría producir eco suficiente para delatarnos.

Me emocionaba salir a hurtadillas porque en la capital nadie me reconocería, podría escuchar cosas sin que nadie se cohibiera por estar frente a la primogénita del rey, podría probar cosas sin que nadie lo impidiera y sobre todos podría divertirme siendo la versión de mi cuya única preocupación era que ningún guardia me notara.

Salimos a varios metros de la última zona de guardia del palacio, lo suficiente para que pudiera ver el palacio en toda su extensión sin tener que levantar la vista. La capital quedaba a 30 minutos caminando desde desembocaba el pasadizo y la carretera principal estaba a 10 minutos.

-No sé porque sigo acolitándote este tipo de acciones-refunfuñó Adelle cuando comenzamos a caminar-, cuando alguien se entere de que sacó a escondidas a la princesa me van a meter al calabozo por traición.

-No permitiría que te hicieran eso-aseguré sonriéndole-, lo sabes.

Adelle me miró de reojo y sonrió casi agradecida. Nuestra amistad se remontaba a años atrás, cuando ambas éramos niñas, y cuando se suponía que no debíamos conocernos. Ella era hija de una de las cocineras y yo la encontré una tarde que me escapaba de mi niñera.

Al momento en que la vi supe que ella debía ser mi amiga, nada me impidió conseguirlo y mamá estaba más que contenta con que decidiera jugar con una niña que elegía ser mi amiga a otra que lo hacía porque esperaba ganar el favor de la familia real. Claro que para Adelle hubo muchos beneficios, tanto sociales como económicos, cuando al crecer se convirtió en mi doncella, pero, ella solía decir que no recibiría ni una sola moneda del palacio por ser mi amiga.

Sabía que ella necesitaba el dinero y yo necesitaba su amistad.

-Y si consiguen meterte en el calabozo-continué divertida-, buscaría la forma de sacarte y ambas huiríamos a donde nadie nos conociera.

-Que escándalo-bromeó Adelle-. Imagina lo que pensarían los reyes al escuchar que su hija escaparía con una plebeya cualquiera.

Reí divertida y la empujé suavemente con mi hombro.

-No dirán nada si no se enteran.

Adelle soltó una carcajada y negó divertida. Me gustaba esa versión de mi amiga: ligera y risueña. Claro que no duró mucho.

-Es hora de recordar las reglas-blanqueé los ojos ante su seriedad-. Dime la primera, Arya.

-Llevar la capota siempre bien puesta.

-No la veo puesta-enfatizó Adelle mirándome de reojo-, ¿Se puede saber la razón?

-Estamos tan lejos de la carretera que dudo que alguien además de ti me vea-me quejé, ella no dijo nada así que bufé y me cubrí prácticamente medio rostro con la tela oscura de la capa-. ¿Ya estás contenta?

-Si-Adelle sonrió complacida-, ¿Cuál sigue?

-No levantar la mirada cuando alguien que no seas tú se me acerque.

-¿Y la última?

-No hablar con nadie, bajo ninguna circunstancia.

Todo eso para pasar desapercibida y que nadie fuera a delatarme con papá. No me preocupaba mi castigo por mi arrogancia pero si lo hacía lo que podría pasarle a Adelle.

Habíamos bromeado al respecto antes, pero podría ser bastante serio que papá se enterará que Adelle me ayudaba a escapar del palacio sin protección de ningún guardia. Intercedería por ella siempre, después de todo yo la arrastraba a esto, así que haría lo que fuera porque ella no sufriera ninguna consecuencia al respecto.

Aunque mi padre no fuese un hombre cruel.

Levanté la mirada al cielo mientras caminábamos en silencio, Adelle casi parecía paranoica cuando nos acercamos a la carretera principal. El cielo estaba cubierto por nubes oscuras y la carretera estuvo prácticamente desierta, excepto por la carreta impulsada por un caballo marrón que se detuvo frente a nosotras.

-Señoritas-dijo una mujer mayor que conducía la carreta-, ¿Van hacia el mercado?

-Si-respondió Adelle con amabilidad-, ¿Se dirige usted hacia allá?

-Ajá-respondió la mujer con media sonrisa-, si no les importa ir entre mis costales puedo llevarlas.

Adelle me miró de reojo en una pregunta no formulada y una sombra de sonrisa fue su única respuesta. El camino era bastante largo hasta la capital y yo no tenía ganas de recorrerlo, solo de llegar hasta allá para disfrutar mi tiempo allí.

-No nos importa-aseguró Adelle con una sonrisa-. Es usted muy amable.

La mujer esperó hasta que nos subimos en el final de la carreta llena de tierra pegada a los costales. No me importaba en lo absoluto la suciedad, de hecho era casi gratificante entre la limpieza y pulcritud habitual del palacio.

-Un hora-me recordó Adelle un poco más nerviosa-, luego pagaremos transporte hasta aquí para volver a tiempo.

-Ya se-blanqueé los ojos ya que ella no podía verme-, nada va a pasar. Hemos salido un puñado de veces y nadie nunca lo ha notado.

-No siempre podemos correr con suerte-ella tomó mis manos con fuerza-. Recuerda que si algo sale mal tienes que correr hacia el primer soldado que veas y descubrirte la cara.

-Lo sé.

Mientras que el caballo y los sonidos de la vieja madera de la carreta llenaban en silencio de la carretera me maravillé mirando el paisaje. El palacio quedaba en lo alto de una colina, lo suficientemente alta para que yo pudiese ver toda la capital desde el observatorio, lo rodeaban un espeso bosque que a veces, en sus mejores temporadas, era llenado por diversas clases de aves y animales aunque nunca había tenido la suerte de ver alguno de frente.

El contraste cambió con rapidez a casa de madera y ladrillo, el camino se convirtió en una perfecta planicie libre de rocas y las personas se movían hacia sus destinos, muchas mujeres llevaban la misma capa que yo portaba justo ahora, cubriendo su rostro para aguardar a que el indicado las eligiera por quien eran y no por la belleza que escondían.

Era una costumbre que solo se llevaba a cabo en muy pocas partes del reino y que a mí me encantaba, no solo porque me daba mi forma de ocultarme, sino por la idea de un amor más profundo que una mera atracción física.

-¡Hemos llegado, jovencitas!-anunció la mujer deteniendo su carreta-. Espero que no llegaran muy revueltas.

-Estamos bien-aseguró Adelle cuando nos bajamos-. Muchas gracias, fue usted muy amable.

-Tonterías-dijo la mujer haciéndome sonreír-. Hoy por ustedes mañana seguramente por otro, entre nosotros hay que ayudarnos porque-

-Lo sabemos-interrumpió Adelle con amabilidad-. Muchísimas gracias.

-Cuídense.

Y con eso echó a andar de nuevo. Miré a Adelle que soltó una risa y negó mientras que me señalaba lo que había frente a mí.

-Hemos llegado, Arya, a la caravana Kovsky-anunció Adelle con más emoción de la que había mostrado hasta ahora-. Y sé que me lo vas a decir, así que de inmediato te digo que no. Una hora fue lo que acordamos.

Me giré para ver lo que señalaba y no pude evitar que los labios se me separaran. Nunca había visto una caravana tan enorme y llena de tanta... vida.

A la entrada había un enorme letrero que decía: "Le Caravane Kovsky" en letras brillantes y de fondo podían verse muchísimas carpas, se escuchaban las risas y la música casi como si se envolvieran el cuerpo para ir al interior y recorrerla entera.

-La función principal debe de comenzar en unos minutos-murmuró Adelle-, así que podremos ver un poco antes pero-

La interrumpí tomándola de la mano para meterme en la marea de personas que se detenían en las carpas para ver pequeños espectáculos, juegos de manos, bailarinas ensayando o incluso animales enormes y salvajes entrenados que rodaban o giraban cuando lo pedían.

-Es maravilloso-le susurré a Adelle-, si papá tuviera interés en venir haría que todos estuvieran fuera para ver con detenimiento cada carpa.

Adelle soltó una carcajada dándome la razón. Papá amaba a su pueblo pero en este tipo de situaciones, donde el contacto con las demás personas era imposible de evitar, tendía a cerrar el espectáculo para que solo la familia real pudiera verlo.

Amaba a papá pero no cambiaría el tumulto de gente y risas por un espectáculo privado.

-Tu padre contrataría a un circo entero si se lo pidieras-murmuró Adelle cuando me detuve frente a una carpa de color morado donde la gente se acercaba con emoción-, y aquí estas, disfrutando de un espectáculo gratuito.

-Al dinero no influye en el talento, Addy-le recordé divertida, pasando entre las personas para ver-. Y esto es definitivamente magnifico.

Adelle se acercó a mí y murmuró algo que no escuché por el estruendo que salió frente a mí. Me había acercado casi hasta el principio de la multitud, asegurándome de seguir cubierta por la capa.

Una oleada de chispas salió disparada del interior de un sombrero que se había quitado un hombre de traje negro y una sonrisa bastante perturbadora. Las personas aguantaron un jadeo de sorpresa por lo que vieron.

-Pongan mucha atención-murmuró el hombre con un notado acento que casi hacía que todas las palabras sonaran maravillosamente arrastradas-, porque están a punto de presenciar magia.

Sonreí divertida. La magia no existía, eso que ellos hacían era ilusionismo y a pesar de saberlo me encontraba fascinada con la velocidad de sus manos y la agilidad de sus mentes para pensar en todos esos trucos.

El hombre, de manos enguantadas, realizó varios trucos llamativos, como sacar un par de palomas del interior de su abrigo, sacar de detrás de una chica un ramo de rosas rojas a juego con su vestido e incluso desapareció una pelota de caucho con un par de movimientos de manos.

-Vamos, Arya-susurró Adelle a mi lado, casi más emocionada que yo-, el espectáculo principal está por comenzar.

La dejé llevarme arrastras de nuevo entre el grupo creciente de personas y caminamos entre las carpas hasta un enorme espacio abierto, donde las personas también comenzaba a apuñuscarse para ver el despliegue de habilidades de una pareja que bailaba y representaba algo acompañados del compás del violín.

Los movimientos de la mujer eran agiles y delicados mientras que el hombre la acompañaba con un poco más de firmeza. Era un baile casi... triste, de alguna manera así lo representaban.

-¿Quieres tomar algo?-preguntó Adelle mirando algo a mis espaldas-, podría conseguirte una limonada o agua.

-Una limonada está bien-aseguré y la detuve cuando ella se disponía a alejarse, Adelle me miró con confusión-, pero no me traigas nada si no traes una para ti también.

Adelle se sonrojó y asintió con una sonrisa, la solté y volví la mirada al frente. Sabía que no tenía que moverme porque entonces Adelle se enfadaría y si no me encontraba seguro sería capaz de llamar a toda la guardia para hacer un barrido por toda la caravana. La escuché alejarse y me fijé en como ella parecía desfallecer en los brazos de su acompañante de una manera delicada y dramática.

Sonreí, aunque si mamá estuviera aquí y hubiera visto toda la obra ahora estaría llorando con bastante sentimiento. Mamá era una persona bastante sentimental.

Miré a mí alrededor cuando la masa estalló en aplausos. Habían muchos niños jugando y corriendo de un lado a otro, también habían un par de miembros de la nobleza que disfrutaban de esta clase de eventos, pero sobre todo, habían un numero enorme de parejas tomadas de la mano mientras sonreían y hablaban con cercanía de lo que fuera que tuvieran que hablar.

De nuevo un escalofrío me recorrió la espalda obligándome a mirar al suelo cubierto de césped.

¿Qué pasaba si cometía un solo error?, todo el mundo esperaba que yo fuera perfecta y que supiera que hacer para mantener la paz y la tranquilidad en el reino, ¿Qué pasaba si no podía serlo?, ¿Podrían seguir apoyándome si una sola decisión causaba dolor en alguna de las personas dentro del reino?, ¿Cómo podría mantener toda esta alegría intacta cuando me equivocase?

-Hola.

Alcé la mirada a un niño pequeño, con el rostro un poco sucio y que parecía muy asustado. Respiré profundo y miré a mí alrededor para asegurarme que nadie nos prestaba atención.

-Hola-respondí con suavidad.

El pequeño parecía tener apenas seis años, su cabello castaño estaba revuelto y sus ojos oscuros brillaban con temor, todo su cuerpo temblaba y parecía que su labio sangraba aunque no podía saberlo con claridad.

-Eh...-miró a otro lado asustado, le temblaba la voz-, ¿Cómo te llamas?

Durante un precioso segundo pensé en decirle mi nombre, al menos la forma en con la que Adelle me llamaba, pero algo en toda la situación no me cuadró ni un poco y activó una vena paranoica que tanto Jesper como Adelle había implantado en mi desde que tenía memoria.

Miré con cautela, sin mover demasiado la cabeza, a nuestro alrededor y me di cuenta que, a varios metros y entre dos carpas, había dos chicos con ropas extrañas mirando en nuestra dirección mientras murmuraban cosas entre ellos. Eran de la caravana. Lo supe por su postura, por la ropa y por sus rasgos físicos.

Miré de nuevo al pequeño cuyo rostro y tono revelaba que era de Arawn. Muy pequeño para entender la profundidad de lo que fuera que esos dos le hubieran pedido. Me di cuenta de que la tierra en sus mejillas también ocultaba moratones.

Me arrodillé frente a él y lo sujeté con suavidad de las mejillas. El pequeño me miró con terror pero no se movió mientras dejaba que yo le acariciara con delicadeza las mejillas.

-¿Te golpearon?-pregunté muy despacio.

El pequeño me miró aterrado y negó con suavidad varias veces. Apreté los labios para contenerme y seguí acariciando sus mejillas hasta que el pequeño soltó un sollozo quebrado mientras sus mejillas se llenaban de lágrimas.

-E-Ellos me di-dijeron que si no ha-hacía lo que e-ellos querían no volvería a ver a mis pa-padres-sollozó con fuerza-. Di-Dijeron que este era el último trabajo y me de-dejarían ir.

Al verlo llorar y hablar con tanta tristeza me apretó el pecho. Aguanté el impulso de abrazarlo para reconfortarlo porque eso seguro atraería la sospecha de los dos repugnantes hombres que nos vigilaban, mientras que los ojos comenzaban a arderme. Una oleada de rabia me hizo apretar los labios solo para no llamar a toda la guardia para que le enseñaran la lección a los dos abusivos.

Es un niño pequeño, por amor a los dioses, ¿En qué estaban pensando?

-Escúchame-pedí con suavidad limpiando las mejillas del pequeño-, ¿Sabes dónde queda el puesto de limonadas?

El pequeño tardó un par de segundos en calmarse antes de asentir, le limpié las mejillas de nuevo y lo sujeté con suavidad de los hombros.

-Vamos a hacer esto-le pedí en un susurro-, cuando yo te diga vas a echar a correr hacía el puesto de limonadas y vas a buscar a una chica de cabello rojo que lleva un vestido blando con bordados dorados, ¿Entiendes?

El pequeño lucía aterrado, asintió bastante asustado mientras me sujetaba con fuerza de los brazos, como si no quisiera que lo dejara solo.

-Le vas a decir todo lo que me dijiste a mí y le vas a decir que Arya te pidió que lo llevaras con la guardia para que te lleven a casa, ¿Entiendes?

Al pequeño le brillaron los ojos con esperanza y asintió una sola vez. Respiré profundo y miré de nuevo al lugar donde ambos idiotas ya no hablaban, solo miraban con atención.

Me puse de pie y le sonreí al pequeño que solo podía ver mi boca. Él trató de sonreírme de vuelta pero solo se quedó a medio camino por la emoción y su nerviosismo.

-¿Recuerdas lo que debes hacer?-el pequeño asintió con firmeza-. Entonces ve.

El pequeño miró un momento hacia donde los dos chicos y echó a correr hacia la dirección del puesto de limonada. Lo seguí hasta que se perdió de mí vista entre el gran grupo de personas, me giré para ver a los dos repugnantes seres acercarse a mí con bastante rabia.

Miré a mi alrededor para darme cuenta que todos me ignoraban y, durante un precioso y largo segundo, me permití tener un poco de miedo por lo que podría pasar ahora que estaba sola, desprotegida y con dos personas muy molestas acercándose en mi dirección. De inmediato recordé que Jesper me había enseñado como defenderme y que yo no estaba desprotegida en lo absoluto.

Fue entonces que volví la cabeza con brusquedad cuando uno de ellos me sujeto con firmeza el brazo.

-¿Qué le dijiste al mocoso?-preguntó con voz ronca uno de los chicos, apreté los labios para recordarme que no debía decir nada-. ¿No hablas?

-Seguro que podemos arrancarle algún sonido-dijo con burla el otro-, deberíamos ir a un sitio más privado.

Sin dejarme decir nada, aunque tampoco iba a hacerlo, ambos tomaron uno de mis brazos para llevarme a ese hueco entre dos carpas, alejándome de la multitud y de cualquiera que pudiera ayudarme o reconocerme. Eso me protegería.

En cuando me dejaron contra la tela de otra carpa, no me detuve a pensar en absolutamente nada. No cuando zafé uno de mis brazos para golpear en toda la garganta al primer sujeto al mismo tiempo que mi rodilla impactaba con el estómago del otro sujeto. Los golpes inesperados hicieron que los dos se apartaran un paso de mí, soltándome del todo, y aproveché aquello para sacar la daga que tenía sujeta en el muslo y la apunté con firmeza.

El sujeto que había golpeado en la garganta con fuerza estaba tosiendo, mientras que él otro me miraba con rabia.

-¿Y crees que un cuchillito de nada va a asustarnos?-preguntó con engañosa burla-, baja eso antes de que te corte.

-Si alguno vuelve a ponerme un dedo encima-advertí con firmeza-, voy a cortarle las manos.

Por la espalda me recorrió un escalofrío, yo nunca me había tenido que defender y mucho menos había lanzado un solo golpe para lastimar a alguien, que esta fuera mi primera vez me asustaba lo suficiente porque no quería hacer daño a nadie. Solo hacía tiempo mientras venía Adelle con algún soldado o guardia.

-¡Pero sí que habla!-se burló el otro que ya se recuperaba-. Ahora vas a gritar por haberme golpeado, bombón, y yo lo voy a disfrutar.

Con una rapidez que seguro me habría quitado de encima al pesado de Jesper y sus entrenamientos, lancé una patada a uno de los sujetos que dio el primer paso, iba con toda la dirección para estrellar mi pierna contra su horrible rostro pero el otro me detuvo, empujándome con fuerza de modo que mi espalda golpeó un muro.

El latigazo de dolor me hizo gritar pero uno de ellos ya me había sujetado el cuello y la mano donde tenía la daga contra la pared solidad de la carpa.

-Déjenme en paz-espeté con rabia-, es la última vez que lo pido.

Ambos soltaron una carcajada y antes de darles tiempo a inmovilizarme del todo, lancé un rodillazo con fuerza a la ingle de quien me apresaba, lo empujé con fuerza y me giré con rapidez para enterrar la daga en el costado del otro que se había acercado para tratar de retenerme.

La sensación de estar enterrando en algo blando la afilada cuchilla me aceleró el corazón y la retiré con rapidez antes de que el corte fuera más profundo, aun así la tela de la camisa de aquel sujeto se llenó de sangre.

Ver la mancha rojiza creciente hizo que el aire se escapara de mis pulmones. Me asusté de inmediato. ¿En qué demonios estaba pensando?

-Vaya, vaya-otra voz, una nueva, hizo que soltara la daga por el susto-, ¿Qué tenemos aquí?

A paso tranquilo un hombre se acercó al improvisado rincón donde estábamos. Miró a los hombres, luego la daga en el suelo y yo la bajé de inmediato, aunque me arrepentí de hacerlo cuando escuché el jadeo de dolor del hombre que había herido.

Mamá estaría tan decepcionada, yo había...

-Me parece que alguien no les ha enseñado modales-espetó el hombre divertido-y la señorita tuvo que verse en la tarea de hacerlo. Muy mal, caballeros, muy mal.

Los pasos del hombre recién aparecido se detuvieron. Me fijé en que no solo la daga estaba llena de sangre de un hombre, sino que las yemas de mi mano derecha tenían manchas de sangre por lo que yo había hecho.

Apreté con fuerza los parpados para no ponerme a llorar justo frente a esos hombres. ¿Qué había hecho?

-Lárgate idiota-espetó uno de los hombres con un poco de dolor-, esto no es asunto tuyo.

-En eso tiene usted toda la razón-asintió el hombre desconocido-, pero, será asunto mío cuando vaya con el líder de la caravana para decirle que dos de sus hombres trataron de aprovecharse de una señorita.

-Y él va a creerte antes que a nosotros-espetó burlón el hombre en el suelo-. Lárgate antes de que debamos repetirlo.

La idea de quedarme sola con esos hombres me asustó porque yo no tenía la fuerza para luchar, no luego de que hubiera cortado a alguno y que tal vez fuera más grave de lo que pareciera. ¿En qué estaba pensando cuando ataqué?

Alcé la mirada esperando que el hombre que había irrumpido no se marchara pero me quedé sin aliento cuando noté que me miraba fijamente a mí como si no hubiera nadie más en el lugar. Su mirada era demasiado intensa para sostenerla y quería desviar la mirada, pero me daba miedo lo que encontraría si miraba a otro lado.

-A diferencia de la señorita-espetó el hombre en un tono amenazante que me hizo estremecer-, yo no soy tan gentil y no voy a dejarlos ir a casa con unas lesiones superficiales. Ahora, pueden irse por las buenas y todos fingiremos que aquí no ha pasado nada o me aseguraré de que se arrepientan de haber nacido y sobre todo de su insolencia para con ella.

El tono fue contundente, una firme amenaza que incluso a mí me heló la sangre. Retrocedí pegándome nuevo a la pared cuando vi que ambos hombre miraban al otro, que lucía bastante impasible sin apartar la mirada, esa que estaba consiguiendo hacerme sentir pequeña e insignificante.

Sentía la cabeza dándome vueltas y el corazón latiéndome con fuerza en los oídos.

Los hombres compartieron un jadeo ahogado de pánico y antes de poder entender nada, se marcharon corriendo como si la vida se les fuera en ello. No me di cuenta de que estaba paralizada hasta que noté que estaba sola en ese rincón con un desconocido.

El hombre ni siquiera se movía y no había intentado acercarse a mí, aun así tenía un miedo irracional o muy racional recorriéndome el cuerpo, entumeciéndome los músculos y logrando que mi consciencia me gritara: "¡Corre de una vez!".

Estuvimos en silencio, mirándonos desde la distancia sin saber cuánto tiempo había pasado cuando vi sus labios curvarse un poco en algo que apenas podía llamarse sonrisa pero que empeoró mi terror.

-No cualquiera haría algo como eso-murmuró el hombre en un tono difícil de identificar-, defenderse de dos hombres más altos y fuertes que usted es algo que solo un valiente intentaría.

¿Valiente?, no fui valiente ni de lejos solo condenadamente estúpida.

¿En qué estaba pensando?, lo que debí haber hecho fue irme con el pequeño a buscar a la guardia sin importarme que me reconocieran y me llevaran a recibir un regaño por parte de papá. ¿Qué se supone que estaba buscando de todo esto?, ¿Justicia?, ¿Probar que podía con todo?, ¿Demostrar que no estaba lista para...?

Oh, mierda. Si papá se enteraba de lo que había pasado no volvería a dejarme poner un pie fuera del palacio en mi vida y haría lo que fuera por cobrar la ofensa contra mi persona como si no importara que yo hubiera herido a uno de ellos. Aunque eso sería lo menos importante, a lo mejor terminaría por darse cuenta que lo había decepcionado, que me había equivocado y que no merecía...

-Cualquiera diría que tiene entrenamiento-comentó el hombre en un tono más divertido, distrayéndome de mi cabeza-, no cualquiera logra salir ileso de un enfrentamiento.

Ileso. Yo estaba ilesa pero uno de ellos...

Bajé la mirada de nuevo a la piel de mis manos, manchada con una sangre ajena de una persona que había cometido un error ligero comparado con el mío. Yo existía para proteger la vida de mis ciudadanos y si lo que hacía al sentirme en peligro era lastimarlos, ¿Qué podían esperar de mí?

-No piense en eso-dijo el hombre como si supiera lo que pensaba con certeza-. No hizo nada malo y le aseguro que la herida más grande de ese par fue en el ego.

-¿El ego?-repetí perpleja por sus palabras-. Acabo de herir a un hombre y, ¿Usted cree que solo le toqué el ego?

Algo brilló en sus ojos, algo que no pude identificar y que desapareció muy rápido para dejar paso a una tranquila diversión que se magnificaba con esa sombra de sonrisa en su rostro.

-No lo creo-me corrigió divertido-, estoy bastante seguro, señorita.

Lo vi dar otro paso y entonces me di cuenta de que él estaba mucho más cerca que antes, casi a solo tres pasos de mí y que yo no lo había escuchado acercarse, que él podría ser mucho más peligroso que ambos hombres y que yo necesitaba volver con urgencia al palacio.

-Tengo que irme-afirmé con poca seguridad, la voz todavía me temblaba.

-Por supuesto-el hombre se hizo a un lado para despejarme la vista-, le recomiendo que se lleve también su daga.

Bajé la mirada al suelo y la vi, con el metal salpicado de sangre y de nuevo se me aceleró el corazón de golpe por lo que me aparté varios pasos de la daga. No le tenía miedo o asco a la sangre solo que todavía no me hacía a la idea de que había lastimado a alguien con aquella daga que solo había llevado por tanto tiempo como protección para un peligro inexistente, solo que ahora si había pasado algo.

Todo pensamiento se me desvaneció de golpe cuando vi al hombre cruzar la distancia que nos separaba para poner una de sus rodillas en el suelo, frente a mí, mientras tomaba la daga para mirarla con atención. Luego, para mi total asombro, la limpió contra su pantalón y me la ofreció.

-Ha tenido suerte-murmuró el hombre en un tono bajo, confidencial-. Esta daga es de material barato, señorita, los dioses la aprecian lo suficiente para que no se haya doblado la hoja al usarla.

-Me ha servido hasta ahora-me aclaré la garganta por el temblor en mi voz-, pero gracias por la observación.

El hombre sonrió y al ver que yo no me movía para tomar la daga porque tenía el cuerpo por completo paralizado, y con toda la confianza del mundo hizo a un lado la tela de la capa y del vestido para ver por él mismo la correa en donde había guardado con anterioridad la daga.

No se detuvo a ver nada más que la correa e incluso eso me cortó la respiración. No entendía porque, a pesar del temor que me recorría el cuerpo, el que un completo desconocido estuviera de rodillas frente a mí mientras enfundaba en su lugar la daga tocándome apenas no me hacía apartarme.

En cuanto terminó de hacerlo dejó que la tela volviera a cubrirme la pierna pero yo sentía la fantasmagórica presencia de los roces que él había dejado todavía en mi piel.

Sus ojos, dos pozos de color ámbar, hicieron contacto con los míos. No se levantó ni hizo el ademán de hacerlo y yo debí apartarme entonces, pero no pude conseguir que mis piernas se movieran ni un solo milímetro.

Miré su rostro de rasgos marcados, de una barba incipiente, de cabellos oscuros y revueltos, donde sus ojos me miraban como si vieran a través de la sombra y mi piel. Él era atractivo, de una forma demasiado abrumadora.

Esto estaba mal de muchas formas. Si alguien nos veía y notaba quien era yo, entonces sería un escándalo de enormes proporciones. Debía irme. Y aun así seguía sin conseguir moverme.

-¿Cómo se llama, señorita?-preguntó el hombre en un susurro.

Me sorprendió encontrarme tentada a decírselo, como si mi interior me impulsara a revelarme mi nombre de pila, lo que no podía comprender. Él no dijo nada y aguardó, al menos hasta que estuvo seguro de que no podría decirle nada e hizo algo que me dejó todavía más sorprendida.

-Tiene sangre en su piel-susurró tomando mi mano derecha.

Bajé la mirada para ver las pequeñas manchas que comenzaban a secarse, de nuevo lo que había hecho me cayó como un balde de agua helada sobre el cuerpo. El metal de la daga se sintió abrasivo contra la piel de mi muslo.

Pero de nuevo todo pensamiento coherente se desvaneció cuando sentí algo húmedo contra la yema de mi dedo pulgar. Mis labios se separaron con sorpresa al notar que aquel hombre había lamido la sangre en mi dedo con un movimiento bastante lento.

-Debe de ser casi profano-murmuró el hombre sin apartar sus ojos de los míos-que una sangre tan indigna permanezca en su piel.

Si tenía algo que decir o que replicar, las palabras murieron en mi garganta cuando repitió el acto con mi dedo índice. En cuanto mi piel quedó limpia de sangre, sostuvo mi mano con bastante delicadeza como si temiera romperme.

-Soy Demíen Crudêl y estoy a su absoluta disposición, mi señora.

Sus palabras sonaron como a un juramento y sentí que el aire volvía a alejarse de mis pulmones. Abrí la boca con la intención de decir algo pero no podía ni siquiera pensar de verlo allí, de rodillas ante mí, y con mi mano todavía sujeta por la suya.

-¡¿Dónde estás?!

La voz de Adelle fue como una bofetada que me devolvió a la realidad. ¿En qué demonios estaba pensando?, no debería permitir que nadie me tocara de esa manera ni siquiera porque estuviera fingiendo no ser la princesa.

Aparté mi mano de su agarre y retrocedí un paso mientras miraba hacia la dirección donde estaban las personas apartadas de nosotros esperando a por el acto principal. Yo ya no tenía intenciones de verlo, solo quería volver al palacio y hablar de inmediato con Jesper.

-Tengo que irme-murmuré con firmeza-. Gracias por haberme ayudado, señor Crudêl.

Él no dijo nada y por un momento creí que me dejaría ir cuando pasé por su lado, pero sentí como alguien tiraba de la capota hacia atrás. La brisa acarició todo mi rostro y me giré con sorpresa para ver a Demíen de pie, frente a mí, con sus ojos dorados revisando todo mi rostro y deteniéndose en un punto bajo de mi cara.

-¿Cómo se llama, señorita?-casi sonó a suplica-, me temó que no podré dormir en la noche si no me lo dice.

¿Cómo?, esto no podía ser cierto, ¿Él no me reconocía?

-¡Arya!-gritó Adelle a lo lejos-, ¡Ya no es gracioso, ven ahora!

-Tengo que irme-repetí con firmeza.

Él me soltó y yo volví a poner la capota en su lugar, me encaminé con rapidez a la multitud porque necesitaba volver con Adelle, no para que no llamase a la guardia, sino porque necesitaba volver al palacio de inmediato.

-Arya-me detuve a un solo paso del exterior cuando lo escuché llamarme, giré la cabeza con confusión, la mirada que me dedicó debería haberme asustado-, esta no será la última vez que nos veamos.

Un juramento que estaba segura de que él esperaba cumplir. Yo sabía que eso no sería así bajo ninguna circunstancia.

Volví la vista a la multitud y me apresuré a salir caminando con rapidez entre las personas siguiendo la voz de Adelle. Ella se removía el cabello con preocupación mientras miraba a todos lados casi que con desespero, cosa que quedó en el olvido cuando me notó y todo quedó reducido a una llameante rabia.

Me sujetó con fuerza de los brazos y me dio una mirada que me recordó a mamá cada vez que se enfadaba.

-¡¿Se puede saber en que estabas pensando?!-preguntó Adelle furiosa-, ¿Cómo es que te vas a los dioses sabrán donde y totalmente sola?

-¿Llevaste al niño a la guardia?-pregunté ignorando la mirada incendiaria.

-Claro que lo hice-espetó Adelle aliviándome un poco-, ¡¿Ahora puedes decirme dónde estabas?!

-Yo-

Las palabras se me ahogaron en la garganta cuando me di cuenta de todo lo que había hecho y que había podido evitar si solo le hubiera dicho a Adelle que no quería una maldita limonada.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y sentí que las manos me temblaban. Yo había lastimado a alguien, incluso si hubiera apuntado podría haberlo asesinado.

¿En qué estaba pensando?

-Eres el colmo-espetó Adelle furiosa, eso solo me hizo sentir peor-, no pienso seguirte la próxima vez que propongas algo como esto, de hecho, haré lo que me dice mi puesto y le informaré a tu padre lo que planees.

-Hazlo-supliqué-. No dudes en hacerlo, Adelle.

Ambas nos dimos cuenta al mismo tiempo de lo ahogada que estaba mi voz, de la forma en que me había referido a ella y de que no había nada de irónico en lo que decía.

Adelle era mi amiga y me conocía, sabía que siempre me refería a ella como Abby incluso frente a mis padres y que solo la llamaba por su nombre cuando estaba afectada. Estaba segura de que ella sabía que estaba a punto de ponerme a llorar e iba a preguntarlo, lo veía en sus ojos marrones.

Pero no hubo oportunidad.

-¿Lady Bermeund?

Ambas nos giramos para ver al conde Phillips acercarse con su traje impecable, con su cabello rubio perfectamente peinado mientras que nos miraba con confusión, o al menos a Adelle quien no llevaba la cara cubierta.

-Señoritas Bermeund-se corrigió el conde al notarme.

Incliné la cabeza a modo de saludo y me llevé las manos a la espalda para no demostrar el temblor que me recorría el cuerpo, aprovechando la interrupción para alejar la culpa y el dolor de mi mente.

Para todo el mundo yo era Adelleine Bermeund, la hermana menos de Adelle que por alguna razón había nacido sin poder pronunciar palabra, eso me libraba de hablar cuando alguien reconocía a Adelle. La verdadera Adelleine estaba bastante honrada de que yo la suplantara ocasionalmente, además de que a veces ella iba a visitarme al palacio.

Era agradable estar con ella y con Adelle en la misma habitación.

-Conde Mender-Adelle sonrió luego de hacer su inclinación de cabeza-, esperamos que este disfrutando de su recorrido por la caravana.

-Muchísimo-él apretó los labios algo incómodo-, aunque lo habría hecho más si la Princesa hubiera aceptado mi invitación.

Fruncí el ceño aprovechando que él no lo vería. ¿Qué yo no había hecho qué?, miré a Adelle que se sonrojaba con violencia pero no me devolvía la mirada.

-La Princesa se encuentra algo ocupada-aseguró Adelle con nerviosismo-, seguramente ella no pretendía ser descortés.

-Su alteza es demasiado amable para ello-susurró el conde y me miró con una sonrisa amable-. Un placer verte de nuevo, Adelleine, o al menos ver parte de ti.

Sonreí y asentí una sola vez.

Phillips es todo lo que alguna vez considere para mi esposo y consorte, de hecho, más de una vez me encontré mirando las cartas que él me enviaba y debatiéndome en si pedirle o no que me visitara en el palacio. Aunque Jesper bastante tenía que objetarle al conde como pareja potencial.

-¿Podrías hablar con ella?-pidió el conde mirando de nuevo a Adelle-, me gustaría que la Princesa... aceptara alguna de mis invitaciones.

¿Alguna?, ¿Cuántas me había hecho?, de un tiempo para acá apenas si recibía correspondencia de algo pero Adelle tuvo que haberme informado sobre invitaciones de la nobleza, siempre lo hacía.

-Haré lo posible, Conde Phillips-Adelle se removió nerviosa-, como sabrá la Princesa está demasiado enfocada en los preparativos de la coronación.

-Inténtalo de todas manera, Lady Bermeund-pidió con suavidad-, y envíame su respuesta aunque sea una negativa. ¿Podrías?

Adelle asintió con rapidez y el conde se despidió con un elegante movimiento de mano. Me centré en Adelle que de repente había olvidado su molestia por mi ausencia y su preocupación por lo que yo había pedido para mostrarse nerviosa ante lo que había escuchado.

Conocía a Adelle y sabía que ella no me las ocultaría, no porque tuviera fuertes sentimientos hacia el conde, sino porque parte de mis deberes era codearme con la nobleza para hacerlos sentir parte importante del reino, cosa que eran.

-¿Quién fue el que te pidió que no me informaras de las invitaciones del Conde?-pregunté lentamente-, ¿Fue mi padre o mi hermano?

-Arya, yo-Adelle me miró preocupada-. No tenía idea de que era lo que enviaba, lo juro, Jesper revisa tu correspondencia antes de hacérmela llegar a mi así que no se si-

-Tenemos que volver al palacio-enfaticé-, justo ahora.

Todo lo que había pasado con el conde fue suficiente para hacer que Adelle se olvidara de lo que había pasado. Ella asintió y consiguió transporte para acércanos a la entrada del pasadizo.

Tendría que hablar con Jesper sobre si intrusión en mi correspondencia, pero eso era ahora mismo por completo irrelevante. Solo podía repetir en mi mente, una y otra vez, como si se trata de una tortura autoimpuesta lo que había pasado en la caravana; la sensación de la daga cortando la piel y el musculo, la sensación pegajosa de la sangre y el gemido de dolor que el hombre había soltado.

Los ojos se me llenaban de lágrimas que me negaba a soltar hasta que no encontrara a mi hermano. Él me entendería, él sabría que decirme.

Al volver al palacio, deteniéndome en medio del pasadizo le pedí a Adelle que me dejara sola. Ella parecía preocupada porque estuviera molesta con ella pero no se trataba de eso, sabía que ella no podía pasar sobre mi hermano.

Al entrar en mi habitación me quede de piedra al ver a Jesper de pie, en medio de la habitación, de brazos cruzados y con una ceja encarnada.

-Me parece que me debes una explicación.

-Opino igual-asentí y dejé que la capa cayera al suelo-, sobre todo por lo que haces con mi correspondencia.

Jesper tuvo la cortesía de mostrarse incomodo porque yo lo supiera, pero borró su expresión a una de preocupación cuando notó que las lágrimas caían por mis mejillas. Ya no podía contener las lágrimas, la culpa y el temor.

-Arya, ¿Qué pasa?

Fue su tono, de preocupación absoluta que me dejé ir con todo, un sollozo escapó de mis labios y me cubrí el rostro porque no quería ver la mirada de decepción que mi hermano me dedicaría cuando lo supiera.

-Arya, cariño-suplicó Jesper acercándose a mí-, hábleme, ¿Si?, dime lo que paso.

-Le hice daño, Jes-sollocé con fuerza-. Yo no quería, yo... lo herí, Jes, él estaba-

-Shh.

Jesper cruzó la distancia con rapidez y me abrazó con fuerza, sentí que sostenía mi cuerpo con fuerza contra el suyo como si no quisiera que me rompiera justo en ese instante y era así como me sentía, a punto de romperme en pedazos.

-Está todo bien, Arya-aseguró Jesper acariciando mi cabello-, no has hecho nada malo, cariño, en lo absoluto.

Se lo conté todo, absolutamente todo lo que había pasado en la caravana con esos dos hombres y el cómo me había paralizado nada más ver lo que yo había hecho. Jesper me escuchó, en silencio y con una seriedad que a veces me recordaba a papá porque no dejaba entrever lo que él sentía o pensaba.

En cuanto terminé el relato, exceptuando lo que había pasado con Demíen, Jesper se apartó de mí dejándome sola sentada en la cama. Lo vi pasarse una mano por el cabello claro con frustración.

-No puedo creerlo, Makarya-el tono serio de Jesper me hizo encogerme-, ¿En que estabas pensando?

-Yo-no sabía que decir y por ello se me quebró la voz-, no lo sé Jes, solo-

-¿Te sientes culpable de golpear a dos imbéciles que estaban por abusar de ti?-preguntó mi hermano con incredulidad-. Yo estoy furioso porque no les hayas hecho nada más que darles un par de golpes, Makarya.

Abrí la boca con sorpresa. Miré a mi hermano, que en efecto, estaba por completo tenso y furioso, casi parecía que le costaba todo su control no salir en busca de esos dos hombres para cobrarles su ofensa personalmente.

-Herí a alguien, Jesper-le recordé-, si hubiera apuntado o empleado más fuerza a lo mejor-

-Me sentiría un poco más orgulloso de ti, la verdad-me interrumpió Jesper antes de suspirar. Se acercó de nuevo a mí y me sujetó el rostro con sus manos-. No hiciste nada malo, Arya, te defendiste y fue por situaciones como esas que te pido que entrenes conmigo. Esos dos deberían darle gracias a los dioses que yo no estaba contigo o yo si los habría asesinado.

-¡Jesper!-exclamé con sorpresa-, no puedes bromear con algo así.

-No lo hago-aseguró mi hermano con seriedad, besó mi frente-. No quiero que nadie piense que solo porque eres mujer pueden aprovecharse de ti, Makarya, y me siento muy orgulloso de que hayas hecho lo que hiciste pero tienes que meterte en la cabeza que no está mal causar daños por la propia defensa, ¿Lo entiendes?

Me sentí bastante más aliviada de que él pensara aquello. Sabía que para cualquier podría parecer una bobada que yo estuviera a punto de quebrarme por haber herido a alguien, pero no podrían entenderlo, se me había educado para priorizar la vida en todos los casos, para pensar en el bienestar de los demás y ver que mis acciones lastimaban a alguien fue... demasiado.

-¿No crees que me haya equivocado?-pregunté dudosa.

-No-Jesper sonrió y negó-. Estoy tan orgulloso de ti que me está costando mantenerme aquí en lugar de ir al observatorio para gritar lo que hiciste con mucho orgullo.

Solté una carcajada y me tumbé en la cama arrastrando a Jesper conmigo. Ambos nos acomodamos en la cama y yo me recosté en el pecho de mi hermano, Jesper me acarició el cabello con suavidad mientras yo escuchaba los tranquilos latidos de su corazón.

-Tengo que ir a entrenar, Arya-me recordó Jesper divertido.

-Quédate hasta que me duerma-pedí en un susurro.

-Es media tarde-se burló Jesper-, no seas floja.

-Estoy cansada-me quejé-, déjame ser.

-No lo estarías si no hubieras salido a hurtadillas del palacio.

-Eso no importa ahora-refunfuñe mientras sonreía-, lo hablaremos después, así como después me dirás porque no me dejas llegar las invitaciones del Conde Phillips.

Jesper se tensó y yo solté una carcajada mientras me acomode mejor, cerré los ojos mientras Jesper soltaba un suspiro y suplicaba a los dioses por paciencia.

[Nota de autora]

¿Qué les ha parecido Makarya?, ella es una protagonista que tiene mucho que dar.

¿Teorías sobre la "relación" entre Jesper y Adelle?

¿Por qué creen que Jesper no tolerara la idea de su hermana saliendo con el conde Phillips?, ¿Serán solo celos de hermano?

¿Qué opinan de mi hermosísimo Demíen Crudêl?

                         

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