"Ellos" han llegado, son doce en total. Sus figuras se asemejan a pequeños tornados de color blanco con una cabeza esferoide, pero están intactos y en su interior tienen un fuego de distinto color.
No tienen ojos o por lo menos así parece. Uno de ellos se coloca en frente de mí, veo entonces que su llama se aviva. Dos pequeños puntos se encienden en su cabeza y de su cuerpo nacen dos largos ¿brazos? que terminan en triángulos del mismo color del fuego: negro; y encima tienen dos círculos cortados por la mitad.
-Amo Luka, ¿está listo para decir sus últimas palabras? -junta sus brazos, haciendo que sus cuatro mitades se junten y revelando lo que pienso que son dientes iguales a esos que tienen los lagartos.
Bajo mi cabeza, sé que no tengo miedo, nada más deseo unos segundos de asimilación. En todas las veces que hablé con "ellos" nunca se manifestaron de forma física, sólo me hablaban cuando estaba a solas, que era casi siempre siendo sincero. Desde luego que no lo hacíamos todos los días, si no en ciertas fechas en específico como los 13 o 29.
-Interesante, interesante -subo mi mirada, fingiendo no haberles perdido de vista-. No es necesario que hable más, ¡quiero ser uno de ustedes ya! -le apresuro.
- ¿Uno de nosotros? ¿Está seguro de que no desea meditar su decisión? -modula una voz elegante.
Quiero sacarle el dedo del medio, quiero, pero deseo que esto sea rápido. Qué importa la tonta meditación, ¡ya me quiero ir de este lugar!
- ¡Acepto! -emito un grito, llevando la mano al pecho. Él se ríe con los brazos juntos, puedo verle los dientes.
- Mi joven amo, ¡usted será algo mucho mejor! Pero deberá pasar una última prueba que garantice que renunció a su humanidad por completo -se da la vuelta. Los otros no dicen nada de nada, supongo que el de flama negra es el líder.
Él y los demás se ponen en un círculo al redor de mí. El cuerpo se me pone tenso, siento un calambre total, acompañado de temblores no premeditados con una respiración agitada que no se queda atrás. Comienzan a dar vueltas, noto los colores que poseen: café, rosado, violeta, guindo, morado, naranja y el resto no puedo distinguir porque comenzaron a moverme más rápido.
Los temblores cesan, respiro de forma normal. Cierro los ojos porque no pienso marearme. Estoy contando números, si cuando llegue al veinte no paran, le escupiré a uno si es necesario.
Voy por el doce; se han detenido. Abro mis ojos y cerca de ellos veo un oso de peluche que igualito al que tenía... Y una foto de toda mí "familia" con mis abuelos incluidos.
-Destruya la foto y el oso para poder completar su transformación. Tiene seis minutos exactos -me pide la de flama violeta con sus brazos extendidos.
-Me lo voy a quedar, es demasiado bonito como para ser destruido -me hago hacia atrás con el oso entre mis manos.
-No puede, debe destruirlo. Cuando ascienda podrá tener todos los que quiera -dice con una voz que me recuerda a la de esa inútil a la que llamé mamá por tanto tiempo.
-Sí es así... -retrocedo hasta casi pegarme a una pared con una luz roja y lanzo al tonto juguete hacia el de llama negra. Este no tarda en encenderse y mientras se va consumiendo, tomo la estúpida foto familiar.
«Voy a disfrutar romper esta porquería»
La tiro contra el piso, un sentimiento especial provoca que coloque una sonrisa en mi rostro. La foto está siendo pisoteada; nunca más quiero volver a saber de ellos, ni en un millón de años.
Como no tengo mucho tiempo, la recojo y mis dedos ni se la piensan en quitarle pedacito por pedacito. Escupo en las caras de quienes fueron mi padre y mi madre; ineptos sin par.
El último trozo cae sobre el suelo. La sonrisa sigue en mí, ver la foto destruida me es satisfactorio.
-Amo Luka, hizo un buen trabajo. Ya es hora de que ascienda con todos nosotros -el de flama negra se pronuncia. -Por favor no cierre los ojos, será el último en subir, no quiero que se asuste. Es normal que las primeras veces su velocidad sea un tanto baja.
De nuevo los doce se ponen en un círculo, me pregunto por qué doce y no más o menos que ese número. Debe haber algo oculto.
Las vueltas no se hacen esperar, esta vez se mueven creando un viento que aviva sus llamas, que encima se concentra hacía mí.
Veo mis manos: están haciéndose polvo. Veo mis cabellos caer sin parar. Mi cuerpo entero se esfuma poco a poco, y sin embargo siento que todo es un juego, nada más que un juego.
Las llamas se avivan aún más, al igual que el viento. El que creo que es mi último cabello cae al suelo. Ya no percibo un sólo centímetro de piel en mí.
Mi nuevo cuerpo es inhumano; no hay extremidades, ropas o cabellos. Debajo de mi yo está el piso.
En ese mismo instante, los otros se detienen, ¿por qué?
-Asciende, asciende, asciende, nuevo dios de los Milnombres -el de flama negra repite unas palabras y desaparece. El resto le sigue, hasta que al final el cuarto regresa a su estado inicial de vacío.
Las luces rojas se apagan, la puerta desaparece sin más. Pero una nueva luz aparece, es de color azul y está en lo que antes era mi cuello, ¿acaso seré yo? Mi cuerpo se mueve sin que diga nada y en lo que parecía irrompible se corrompa con grietas. «No lo comprendo, no lo comprendo, ¡no lo comprendo!»
- ¡Ahh! ¡Auxilio! -me elevo mientras todo allá abajo se termina de destruir. -Contrólate, ¡tonto cuerpo!
Aunque haya dado una orden, sigo moviéndome hasta distinguir un lugar rodeado de nubes con una pila de osos de peluche.
Mi cuerpo por fin se detiene. Puedo oír que un coro de voces me recibe cantando mi nombre antiguo que quizá conserve.
Para finalizar mi llegada, me termino de elevar y me muevo al lugar que creo que es mi nuevo hogar.
A partir de ahora ya abandoné mi humanidad en su totalidad, dejé de ser el niño del piso. Ahora soy un Milnombres, no, soy mucho más que eso. Soy un ser divino que castigará a los humanos cuántas veces sea necesario, en especial a esa estúpida familia Santaia.