-Hemos de proseguir con los planes trazados y de seguir por aquí ese entrometido fascistilla solo hará que entorpecerlos. Debes espantarlo como si de ellos dependiera tu vida Herman.
Herman lo miró, temeroso de que aquellas palabras no fuesen solo una sugerencia, sino una velada amenaza, que él sabía, aquel alemán era muy capaz de llevar a la realidad sin remordimiento alguno.
-Lo haré descuida, ese italiano marchará lejos antes de que te des cuenta. Creo que tengo, el "arma" adecuada, para ello...-dejó la frase inconclusa a propósito para enfatizar su determinación de llegar hasta el final en el asunto que les concernía.
Robert sonrió abiertamente, era por aquella personalidad marcada y confiable que le gustaba Herman, poca gente podría sospechar de su afiliación al partido nazi sin que figurase, por supuesto, en ningún sitio.
Herman se acercó al italiano que sintió no supo la razón, un escalofrío que le recorrió el espinazo. Los jardines cuidados en extremo presentaban un aspecto paradisíaco, y los setos recortados, mostraban unas aristas perfectas a la altura de la cintura de un hombre alto. Entre ellos, fueron caminando los dos varones, entretenidos en lo que aparentaba ser una conversación, que nadie hubiera pensado se salía de los cánones habituales.
-Muchacho, eres muy joven y Wallis está destinada a mayores causas que convertirse en condesa y criar hijos...espero que reconsideres tu situación actual y apoyes los intereses de la causa, por la que todos los que aquí nos hallamos luchamos hasta la muerte misma.
-Creo no comprender que tienen que ver ambas cosas...Wallis y yo estamos a gusto y no interferimos en nada que pueda resultar en un peligro para la causa, que los dos consideramos lo más relevante...
-Wallis está embarazada, Gaselazzo-utilizó su nombre para inferirle mayor importancia a sus palabras-va a tener un hijo tuyo y si eso sucede, sí que interferirá en los planes que para ella y para la causa hemos trazado con tanto cuidado...
La cara de Galeazzo fue todo un poema al quedarse parado y no saber como reaccionar ante algo que jamás se detuvo a pensar que podría sucederle. Cuando logró pensar con claridad, pasados unos instantes de stupor, bajó la cabeza moviéndola de un lado a otro, como si así pudiese deshacerse del problema que había emergido como un enemigo implacable, capaz de destruir todo lo edificado por su mano y la de su padre.
-Creo que es mejor que ella siga creyendo que lo ignoras y que te marches con una excusa que le sirva como acicate, para continuar con lo que tiene entre manos...nosotros-usó el plural para introducir en el problema a solucionar a Robert Ley al que Galeazzo sabía capaz de cualquier cosa con tal de ver cumplidos los deseos de su líder. Nos encargaremos de todo y volveremos a la normalidad.
Galeazzo asintió sumiso y Herman le pasó el brazo sobre su cuello a modo de amigo que lo intentara consolar, sonriéndole y apretándole contra sí para que dejase de pensar en ello.
-Vamos, vamos, eres todo un hombre ya...esto será una experiencia que te ayudará a caminar por la vida con mayor atención y a controlar, tus naturales impulsos de hombre casi maduro...
El gorgojeo del agua de la fuente central, que era expulsado con fuerza en un potente chorro, pareció ser el único sonido reinante en aquel preciso instante en que Galeazzo miraba los ventanales del edificio, donde acababa de aparecer Wallis que se atusaba el pelo peinándoselo sin coquetería alguna.
Robert llamaba a la puerta de la alcoba de Wallis y esta penetraba de nuevo en la estancia para abrirle la puerta a quién era ahora el dueño de su destino temporal. Una brisa fuerte sopló al crearse una corriente entre el ventanal y la puerta y Wallis cerró rauda la hoja de madera para quedar a espaldas de Robert.
-Vaya, veo que madruga usted señor Ley, de seguro tiene una poderosa razón para ello.
-Así es señora Wallis, debo comunicarle que Gaelazzo ha de partir para Italia sin demora, su padre lo reclama y los tiempos son como la fruta, a cada tiempo la suya-Wallis no comprendió en principio que quería decirle con aquellas palabras y no preguntó para no parecer una simple ignorante.
-Lamento su partida, y supongo que usted también parecen llevarse muy bien...ya, ya sé que no es asunto mío, lo sé pero es tan evidente...en fin dígame que tiene algo para mí, preciso de resultados en breve espacio de tiempo. Sé que ha trabajado para Yaroskov y que tiene un listado de industriales que colaborarán con la causa rusa pero...
-No se apure señor Ley...poseo contactos de mayor relevancia que podré a su disposición, en cuanto usted remunere mis esfuerzos adecuadamente.
-Ja ja ja ja , ya me había olvidado que usted es una mercenaria, trabaja solo por interese propios...
-Y le parece mal...
-No, no...todo lo contrario, es mejor de esta manera, así me puedo fiar de usted completamente, traigo conmigo lo que creo será un pago, en conformidad con lo que voy a solicitar de su persona.
Robert Ley abrió su americana y extrajo un papel en el que escribió una cantidad que logró que Wallis abriese los ojos desmesuradamente. Lo miró y en estos vio Robert Ley el químico del Reich en ciernes, a un agente que trabajaría para siempre para su causa, lo quisiera o no.
-Como comprenderá, no lo traigo conmigo literalmente, pero esta noche un mensajero se lo traerá dentro de una de las valijas diplomáticas que usa regularmente Herman. No habrá el menos obstáculo. Ahora por favor dígame que aun mantiene el contacto con los industriales y magnates que se dieron cita en la reunión con Sun Yat Sen...porque son esos y no otros los que me va a ofrecer ¿verdad?
Wallis por una vez se hizo de rogar, era consciente de que debía hacerse valer ante aquel hombre arrogante y autoritario, que la pretendía dominar.
-Verá señor Ley, poseo en mi...agenda, digamos que varios nombres más, además, naturalmente, de los que usted hace mención. La lista ha engordado desde la última vez, como puede ver he hecho os deberes...
Robert no supo si iba de farol o en verdad poseía tal listado, y no quiso presionarle a fin de no quebrar lo que ya consideraba una relación político-económica importante. Por esta razón colocó sus manos a la espalda para ocultar su creciente nerviosismo y bajando la cabeza le habló con voz profunda.
-No soy un hombre lo que se dice paciente, espero que la lista merezca la pena, y sé que sabe a qué me refiero. Tengo escasos días para conseguir que los que figuren en ella, viajen a Berlín y se entrevisten con un representante del partido, que tomará las decisiones pertinentes y les dotará de los medios que precisen a fin de que se lleven a cabo los planes trazados. Alemania necesita de sus servicios señora Wallis, y sabrá a su debido tiempo recompensarla como ni se imagina que lo haría.
Poco sospechaba entonces la ambiciosa señora Wallis Simpson, que llegaría a la cumbre del poder y la gloria, la rodearía como un aura mística que la envolvería para siempre, figurando en las páginas de la historia para siempre, al lado de reinas y reyes que caerían bajo su influjo.
Naturalmente Herman creía fervientemente, que Wallis no había llegado jamás a sentir el latido de un corazón dentro de sí, que no fuese el de ella misma, pero se equivocaba terriblemente, pues en verdad se hallaba encinta de Gian Galeazzo. Esa noche el color escarlata que protagonizaba la velada, no sería el de su vestido precisamente, sino el de la sangre que mancharía su ropa interior, y obligaría a Herman, a llevarle a un lugar discreto, donde las complicaciones, harían de ella una mujer estéril para todo el resto de su vida. Los dolores y el miedo, le harían sentir por vez primera, vulnerable ante los demás, y precisaría de la habilidad de un cirujano, que afortunadamente, amigo de los Rogers, conjuraría el inminente peligro. Aquel hijo que deseaba nacer de ella, no vería la luz del sol, y nunca nadie sospecharía ni de lejos que había sufrido tal infortunio.
En Alemania Hitler que acababa de salir de prisión había dictado a su compañero de celda y figura clave en el emergente nacionalsocialismo, Rudolf Hess, el libro Mein Kampf, y se disponía a captar a los colaboradores que junto a él ascenderían al pódium del poder absoluto, para destruir Europa. Aun tardaría algunos años en lograrlo, pero resultaba evidente que la nación alemana, humillada en el tratado de Versalles, estaba dispuesta a depositar en aquel hombre, con un carisma inigualable, el poder de restaurar su dignidad arrastrada por los suelos por los aliados. El estrecho y selecto grupo que conformaba la camarilla del líder nazi, iba ensanchándose y agentes durmientes eran sembrados por todas las regiones del orbe. Wallis sería una de las primeras en convertirse en tal.
La lista de magnates e industriales que eran afines al nuevo, y ya un clandestino régimen nazi, iba creciendo no solo en Alemania o en Francia y en oriente extremo, de mano de sus acólitos más recalcitrantes. Solo de esta manera podría levantar la nación germana, con una industria capaz de producir los elementos indispensables para tal fin, las armas pesadas que dotarían a las nuevas fuerzas armadas alemanas, que conquistarían el mundo para crear un nuevo orden mundial.
Wallis sintió una leve pena por el "abandono" de Galeazzo y se centró en sus funciones de agente doble, para seguir con sus tratos con la KGB y con el partido de Robert Ley, a la vez a sabiendas de estos dos. Los industriales captados por Wallis, ya estaban construyendo las naves que producirían las armas que el partido comunista deseaba poseer, para defenderse de un potencial ataque capitalista de parte de occidente. Por su parte los elegidos para crear el tejido industrial alemán, se hallaban en tratos con Rudolf Hess que creaba la infraestructura que se precisaba para una vez en el poder convertir a Alemania, en la potencia que anhelaban para poderse vengar de las vejaciones francesas y de sus aliados.
La reunión de Vladimir Yaroskov y Robert Ley con Wallis, supuso una tregua entre los dos servicios secretos, el ya afamado KGB, y el que nacía de manos de Rudolf Hess en oriente, donde nadie sospecharía de su inicio, como el encargado de filtrar la información proveniente de Rusia y así saber como actuar en el momento preciso, para dar el golpe de efecto, que el pueblo alemán necesitaba para votarle como canciller llegado el caso.
-Camarada Ley,-se dirigía por su apellido a su homólogo Yaroskov-los inestimables servicios de nuestra común amiga Wallis, han dado sus frutos, y este invierno se fabricarán ya en masa, las armas que el partido de los trabajadores necesitará para sentirse protegido de ataques de los países capitalistas.
Vladimir Yaroskov ignoraba que el dato preocupaba, más que alegraba a Robert Ley y el asco que le producía, tener que tratar con quién consideraba, que más tarde o más temprano, sería un enemigo a considerar, para su eliminación radical del mapa europeo.
Wallis continuó con su listado de hombres poderosos, que aportarían el poder y los medios, a un régimen que nacía de la desesperación y la crisis económica profunda, tras la gran guerra. Y que cambiaría el curso de la historia pasa siempre. El siguiente en el listado era un hombre de aspecto curios, alto, grueso y de ojos penetrantes e inteligentes, que disponía de toda una red de astilleros en el oeste de Norteamérica, pero que se inclinaba ante los postulados nazis, sin él mismo saberlo. Sean Caplan, era un avispado empresario con una perspicacia que asombraba a quien le escuchaba argumentar y presionar a sus interlocutores, a la hora de conseguir sus objetivos económicos. Se hallaba en Hongkong, vendiéndoles a los japoneses una potencia en ciernes, dos navíos mercantes que deberían hacerse cargo de transportar las materias primas que abastecerían a la metrópoli nipona, en caso de ser atacados por otra potencia extranjera. De ciento dos metros de eslora y treinta y uno de manga, presentaban en el papel la imponente silueta de la nación que los iba a poseer. Llevaría el primero el carbón necesario, para que el acero, saliese de las fábricas en que se construían los navíos de guerra nipones. Como una presencia maligna que advierte de que el dios Ares se aproxima para jugar con los que moran en la faz terrestre, las fábricas japonesas lanzaban al mar, acorazados y destructores, que junto al primer portaaviones, conformarían el germen de la flota naval que se enfrentaría con los Estados Unidos.
Los hados del destino empleaban sus artes, para preparar un tablero, en el que las vidas de las naciones, como una débil capa de polvo, servirían de piezas en su delirante juego de guerra.
Wallis sabría de su existencia y de su enorme capacidad industrial, cuando Robert Ley, atento siempre como un buitre a la presa que sigue, le hiciese ver la necesidad de que tuvieran una reunión ambos. Sean Caplan, conocía de oídas la fama que precedía, a la aun poco conocida Wallis, de boca de algunos colegas del sector en que se movía, y más por curiosidad que por otra cosa, accedió a las pretensiones de Robert, sabedor como era, de que quien hoy es pequeño, mañana ha crecido, y no es bueno depreciar el potencial, de aquel que posee la voluntad de llegar a la cumbre. Los hombres que han sido considerados grandes por la historia, son aquellos que con tenacidad y un proyecto en sus mentes, llegaron salidos de la nada, convirtiéndose en quienes las naciones admiran hoy día...
El viaje de Hongkong a Sanghai, supuso una pausa en sus planes de expansión en oriente extremo. Wallis en su residencia, esperaba su llegada con las palabras adecuadas en la boca, dispuesta a disparar, tras asegurarse de que la presa, la mayor hasta la fecha, estaba en el lugar preciso y en el instante en que ella podría una vez más salirse con la suya.
Sean Caplan llegó en un Rolls Royce Phantom, cosa que agradó a Wallis que ya conocía el modelo y sonrió para sí al ver descender de este, al varón de enorme envergadura, que evitó mirar hacia las plantas superiores mientras el propio Robert Ley, le invitaba a entrar en la residencia de los Rogers, como si esta le perteneciera. Wallis había elegido un sencillo vestido de color blanco, ceñido a la cintura por un ancho cinturón de piel negra y brillante, y llevaba el pelo recogido en un moño tras la nuca, preso de dos alfileres de plata, largos, que sobresalían como palillos chinos de este. Bajo su brazo derecho, una carpeta azul oscuro, de pasta de cartón, ocultaba lo que iba a proponerle a Sean Caplan.
-Sea bienvenido a mi casa señor Caplan,-extendió la mano para que el industrial norteamericano se la besara- es un honor tener entre nosotros a tan afamado empresario de nuestra común nación...
Wallis había descendido las escaleras sin coquetería ninguna, y con suma elegancia, sin hacerse esperar. Sean Caplan, apreció en lo que valía aquel gesto, que la equiparaba a los varones con los que solía comerciar, y no a las mujeres, que pretendían ser halagadas con zalamerías insulsas, y carentes de valor a sus ojos.
-A ruego de nuestro amigo Robert Ley he venido señora, y no lo lamento, me fio de mi instinto, que me dice que será provechoso para ambos este encuentro. –Evitó mencionar que era ampliamente conocida por sus amigos, como mujer de férrea voluntad y que representaba intereses poco claros.
Sean Caplan llevaba en su diestra un gran carpetón, que evidenciaba contener planos que Wallis se encargaría de saber a qué pertenecían. Wallis como perfecta anfitriona, lo condujo a un salón en el que el servicio se apresuró a servir bebidas frías y se sentó frente a él, seria y componiendo una figura, que impresionó a Sean Caplan.
-Sé que trae usted proyectos para la armada imperial japonesa y que de sus fábricas saldrán las piezas que compondrán navíos de gran porte...¿acaso son los planos de tales barcos de guerra señor Caplan, esos que trae bajo su brazo?.
-Veo que está usted bien informada, como no esperaba menos. Así es, una docena de destructores clase Mutsuki, y una veintena de la clase Futbuki, además de dos acorazados clase Nagato, componen el grueso de este negocio al que deberé aportar acero y carbón, además de algunos ingenieros provenientes de mis fábricas del oeste.
-Humm...un negocio boyante, y que le proporcionará buenos dividendos...yo deseo proponerle otro que además le otorgará poder sobre sus competidores, creo que es de suma importancia para usted y para ellos disponer de cierto tipo de privilegios, que le sitúen en cabeza y no por detrás en la carrera armamentista que se está produciendo con motivo de las enemistades ya manifiestas en Europa y Asia. Wallis anhelaba abrir aquella carpeta y ver los datos que Caplan guardaba en secreto sin separarse de ella en ningún momento.
-Espero impaciente sus propuestas concretas, y por mi parte, también creo que me hallaré en condiciones de serle útil, si el precio es el adecuado claro está.
Sean Caplan extendió sobre la mesa que les separaba, los planos de los navíos que iba a fabricar junto a la armada nipona y Wallis quedó francamente impresionada, al contemplar la enormidad del proyecto. Los dos acorazados y sus dimensiones, le dijeron a las claras, que había dado con el mejor de sus contactos a la hora de convencerle a Robert Ley, de su imprescindible presencia en tales procedimientos comerciales. El industrial norteamericano, le confirmó que dos de sus colegas japoneses eran los que llevarían a la práctica aquellos mastodónticos barcos, que eran los precursores de una clase de navíos que harían historia. Oda Masunaga, y Toshiro Obunai, controlaban los astilleros en que se desarrollarían los proyectos y botarían los dos barcos más grandes hasta la fecha.
A Wallis no le agradó aquella noticia, los nipones no eran partidarios de hacer negocios con mujeres, a pesar de que estas fuesen, como en el caso de ella, una hembra de peculiares capacidades y aptitudes. Se centró por lo tanto en Sean Caplan, como intermediario que era, en los proyectos japoneses, y como proveedor secundario de materias primas.
Robert intervino en la conversación, tras llegar atravesando como un fantasma, el dintel del salón donde charlaban de negocios Wallis y Caplan. Ni cuenta se habían dado de que este había abandonado el salón, y había regresado sin que se apercibiesen de ello. Sus ojos escrutadores recorrían cada detalle y lo grababan con su memoria fotográfica, de modo que siempre recordaría cada matiz de aquellos planos, cosa que le resultaría de suma utilidad un futuro no muy lejano.
-Veo que se entienden ustedes dos a la perfección...¿compartirán sus impresiones conmigo? ,-Robert Ley evidenciaba la satisfacción de saber que las cosas funcionan por sí mismas.
-Siéntese con nosotros señor Ley, estábamos hablando de la capacidad industrial de las naciones enemistadas en Europa.
-Sí por favor díganos qué piensa al respecto,-añadió Sean Caplan.
Robert Ley nunca se sintió tan halagado, ni tan frustrado a la vez, que en aquel instante en que tuvo ante sí la posibilidad real de comprometer al más importante industrial norteamericano para crear una potente armada alemana, con la que batir a las naciones aliadas que humillasen a Alemania en Versalles. Su patria apenas tenía un líder en ciernes, y los aliados habían prohibido que dispusiera de más de cien mil efectivos, y tan solo le permitía tener una armada que contase, con ocho acorazados, ocho cruceros ligeros, y treinta y dos destructores y torpederos...la mayoría apunto de resultar obsoletos. Aquel hombre poseía la llave del poder para Alemania y no podría usarla ahora que lo tenía comiendo de la mano de Wallis...Se sentó frente a este y observó las cantidades que figuraban al lado de cada navío que iba a construir con la armada imperial japonesa. Nunca nadie sabría que él, había dotado de las mejores armas y aceros a la armada que se convertiría en enemiga de los Estados Unidos de Norteamérica.
Se asombró de las enormes cantidades y se juró a sí mismo que la armada germana sería la siguiente en convertirse en una amenaza para los malditos aliados.
-Es algo increíble que se puedan dar estas cantidades para crear tal armada...
-No son demasiado grandes, para una fábrica que sea lo suficientemente grande, como para facilitar el acero tratado, y las piezas más sofisticadas que serán emplazadas en los navíos a su debido tiempo, cuando se precisen. –presumió de empresario capaz Sean Caplan, muy al estilo de los norteamericanos.
La carpeta permanecía abierta, mostrando un poder creador capaz de asestar un golpe duro a la nación que se atreviera a atacar a la nación del sol naciente. Le sirvió de entrenamiento a Wallis y a Robert, le mostró el camino a seguir una vez que Alemania recobrase la lucidez y la autoestima, para reclamar su dignidad, arrebatada por los aliados. Una idea estaba surgiendo en el cerebro de Robert Ley y le hizo sonreír, sin que Wallis ni Caplan lo detectasen. Porque cuando el demonio espera desnudo, la cercanía de quién lo ignora, el resultado es muerte y desolación, sin que los dioses puedan alterar el resultado, ni las parcas el destino.
La conversación derivó por otros derroteros de muy diferente aspecto y Wallis desplegó todas sus armas para captar la atención de Caplan, sin molestarlo en lo más mínimo. No se volvió a referir a los datos ni al número de barcos a fabricar, ni a nada que pudiera incomodar a Caplan. Este quedó maravillado de que una mujer se saliera de los cánones habituales de su tiempo, y pudiese estar a la altura de un varón, en temas de tanta envergadura. La voz al respecto correría como la pólvora entre los círculos más cerrados de la industria del acero y las empresas navieras de los Estados Unidos. Wallis ignoraba entonces, que aquella conversación le iba proporcionar pingües beneficios en posteriores años.