Wallis Simpson, jaque a la corona
img img Wallis Simpson, jaque a la corona img Capítulo 9 La dama oscura
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Capítulo 10 Un heredero real en la red img
Capítulo 11 Nace un líder img
Capítulo 12 DOLORES DE PARTO img
Capítulo 13 Un lugar en Belvedere para Wallis Simpson img
Capítulo 14 La muerte se viste de negro img
Capítulo 15 EL REY NAZI img
Capítulo 16 LA REINA IGNORADA img
Capítulo 17 EL DUEÑO DE EUROPA img
Capítulo 18 HUIDA HACIA NINGUNA PARTE img
Capítulo 19 EL LETARGO DE LAS PARCAS img
Capítulo 20 LA DOBLE PAREJA img
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Capítulo 9 La dama oscura

CAPITULO IX

LA DAMA OSCURA

Palacio de Buckhingham Londres

Han pasado tres años de la muerte de la ex princesa de Gales lady Diana Spencer y los problemas acosan a sus parientes, que son considerados un problema junto al mediático padre de "Dodi", Mohammed Al-Fayed. Una especie de altar, ha sido alzado en sus grandes almacenes de Harrods. Las fotografías de los dos amantes que estuvieron a punto de casarse, son considerados los verdaderos Romeo y Julieta del siglo XX, pero ¿lo son?. Antes que ellos otros dos amantes tuvieron que demostrar su pasión por estar juntos y retaron a la más rancia monarquía del mundo, la inglesa. Lady Diana, muestra en la fotografía elegida una sonrisa que en nada denota la tristeza que a menudo la invadía y el dolor que la guerra contra su ex suegra le producía. La reina se siente un poco más liberada de aquella pesadilla que fuera su nuera, y se apoya en su interesado hijo, que ha rehecho su vida junto a Camila Parker Boules. No será reina, pero reinará junto a su regio esposo, algo que no consiguieron ni la todopoderosa Wallis Simpson, ni la malograda lady Diana. Elizabeth II conversa con este, del asunto que más le preocupa a la soberana, y es que en la prensa se ha hecho demasiado hincapié en que sea su nieto William y no Charles, quien reine. Será difícil conseguir que la opinión pública cambie de tercio y apoye al actual príncipe de Gales. La corona de Gran Bretaña se tambalea en las sienes del heredero directo de la reina y esta misma duda en apoyarle.

-Es preciso que se ordene la sucesión y que quede clarificado que serás tu y no tu hijo, quién herede la corona tras mi suerte Charles...pero no será sencillo que la prensa apoye tal decisión ni que remuevan hechos desagradables-hacía mención velada la reina de los sucesos aun sangrantes por la muerte de lady Diana-tu boda con "ella" –evitaba Elizabeth II nombrar a Camila, su rival ante los súbditos de la corona,-no ayudará mucho desde luego. Deberás aparecer más con tus dos hijos y controlar a Harry, que no deja de dar problemas. Sus juergas y borracheras no son lo que más ayuda a nuestra familia a mantenerse en el trono.

Charles escuchaba a su madre con la cabeza baja y las miras puestas en una corona, que de no dejar este mundo pronto su madre, obtendría con demasiada edad como para disfrutar de sus privilegios. La economía comenzaba a preocupar más que la monarquía a los ingleses, y esto le daba un balón de oxígeno a la reina, que aprovechaba cada momento con sus nietos para mostrarse en público para captar el cariño de los más recalcitrantes detractores de la corona.

-Creo que de seguir intentando investigar, el padre de Dodi dará con datos que si bien no serían definitivos, podría situarnos en la cresta del huracán mediático de nuevo y es preciso evitarlo a toda costa. No s ele concederá la ciudadanía británica desde luego, de eso ya me he ocupado, es necesario que abandone voluntariamente el suelo inglés. Ya he dado las órdenes pertinentes a fin de que esto siga su camino correcto-aseveró con voz firme y gesto hosco, molesta por la extraordinaria resistencia que el árabe mostraba ante sus pretensiones.

En los almacenes Harrods, Mohammed Al-Fayed paseaba como un león enjaulado por delante del altar en honor a su hijo y su amada lady Diana. No daba con nada que le situase en el camino a seguir para desenmascarar a la reina y se daba perfecta cuanta de que no accedería a la ciudadanía inglesa ya jamás. La flema británica acompañada de su bien conocida xenofobia, le impedían penetrar en los entramados políticos y económicos como él querría. Junto a este el encargado de la seguridad de los grandes almacenes esperaba instrucciones a seguir y calmaba como mejor podía a su jefe, que furioso despotricaba a voz en cuello, cada vez que rodeaba el altar, ahora vacío por estar cerrado al público aun el edificio.

-Tendré que reconocer mi derrota ante esa mujer que reina en lugar de un hombre y se siente capacitada para ordenar la muerte de un hombre como mi hijo...y de esa mujer excepcional que el mundo da cada muchos años, pero Alá le castigará con otra mujer peor de lo que ella cree. Esa Camila Parker Boules, le dará los problemas que no espera. Mi hijo-se emocionaba Al-Fayed, ya no lo verá, creo que terminaré vendiendo estos grandes almacenes que creí me darían la oportunidad de obtener la ciudadanía inglesa, y retornaré a mi patria para gozar de un amargo retiro sin mi hijo...

El jefe de seguridad a punto de llorar, al contemplar como su jefe, un hombre capaz y fuerte en vida de su hijo, se hundía, optó por darle la espalda y marcharse para controlar la apertura de los almacenes un día más. Mohamed entró en el ascensor y este le condujo hasta la parte alta en la zona donde reinaba la cúpula del edificio y allí en su palacio particular, se dejó caer abandonándose a oscuros pensamientos. Una bola de cristal que contenía una casita con su tejado a dos aguas cubierta de falsa nieve, comenzó a sonar sola, al sentir su delicado mecanismo la vibración que produjo el poderoso corpachón de Mohammed Al Fayed, al dejarlo este caer en el largo y blando sofá. Sus notas se le antojaron una canción triste y ahondaron en su soledad.

Ernest Aldrige Simpson, esperaba impaciente a Wallis su enamorada dama en el puerto, acompañado de su colaborador inmediato, que veía como sus manos sudaban y se entrelazaban una y otra vez, de una manera nerviosa que nunca había observado en este. A lo lejos una línea de humo negro, indicaba que un nuevo navío hacía entrada en aguas del puerto de Londres, en la conocida como "Isla de los Perros". El paisaje industrial del puerto por el que penetraba la riqueza del reino Unido era sobrecogedor, y a Wallis le pareció triste y desagradable.

Wallis desembarcó por la pasarela y una vez en tierra firme, Ernest estuvo a punto de abrazarle, conteniéndose tan solo por esa educación inglesa, que le obliga a quien la recibe a contener sus sentimientos en público.

-Es un placer recibirte Darling, ahora podremos hablar de nuestros proyectos-la incluyó en ellos sin pensárselo dos veces-y te mostraré la que será nuestra casa en Londres.

-Estoy impaciente Ernest, es una ciudad que creo me agradará mucho. Guíame.

El automóvil se deslizó por las calles aledañas, saliendo del área industrial y llegó al centro de Londres. La ciudad le conquistó nada más penetrar en ella. Pasaron frente a los almacenes Fortnum and Mason, en Picadilly, y continuaron por el centro hasta llegar a Regent Street. Ernest tenía en propiedad un apartamento de cierto tamaño y pretensiones de oficina de lujo, donde recibía a sus clientes de mayor rango. Creyó que le gustaría a su dama pernoctar en el aquella noche y seguir al día siguiente al condado de Kent, donde se ubicaba su casa de campo. A Wallis le pareció que estaba bien instalado y que aun se podría mejorar con los contactos adecuados la influencia que ejercía, su ya casi esposo, en los negocios de la City. La decoración por supuesto dejaba mucho que desear, pero de eso ya se encargaría ella en el momento en que se hiciese cargo de llevar la casa. Le preguntó por el servicio, el número de sirvientes de que disponía y la calidad de los mismos. Ernest comprendió en el acto que aquella mujer tenía las ideas claras y un poder omnímodo, que desarrollaría a su favor, de manera que nadie podría evitar su ascenso en los estratos de mayor importancia de Londres.

Wallis se paseó como tomando posesión de la casa y se alegró de haber decidió venir a Inglaterra. Iba a ascender en el escalafón social y a llevar la vida que siempre había deseado para ella. El alma áspera que Wallis cultivaba, creaba en torno a ella una atmósfera carente de sentimientos infructuosos que pudiesen retener de su mano las aspiraciones a que alentaba como si suyas fueran, a Ernest. La casa era una base de operaciones bastante aceptable, y estaba dispuesta a darle su toque de distinción, que la convirtiese en la discreta mansión, que le serviría de trampolín par a introducirse, en la alta sociedad londinense y subir en el escalafón hasta la cumbre misma. Los sólidos argumentos de la dama americana como se le conocería en un principio en Londres, se asentarían como el rocío de la mañana, cubriendo la entera superficie de la ciudad que reinaba en el mundo en aquello días como capital de un imperio en decadencia.

Ernest disponía de una flotilla de barcos de relativa importancia, con los que realizaba sus importaciones y exportaciones de manera regular. Las rutas protegidas por la Royal Navy ,le servían de carreteras en los mares, a fin de adquirir la riqueza y el poder político y económico capaz de catapultarle a la cima de los negocios en que se situaban los grandes magnates de la ciudad. Con la imagen que proyectaba de sí misma Wallis estaba a punto de introducirse como el zorro en el corral en tan escasos tiempo, que el mundo entero se sorprendería. En las semanas siguientes la casa adquiriría un aspecto completamente diferente y resplandecería como si en realidad fuese una mansión ocupada por personas de calidad. Pero Wallis se preparaba para una prueba mayor, la primera fiesta de gala en la ciudad dada por el embajador francés en honor del rey Jorge V. Wallis con aquel brillo especial que tan solo parecía cuando se sentía en su ambiente preferido, dispuso su ritual preparatorio, como solo ella era capaz de realizarlo. Un vestido blanco al más puro estilo francés de los veinte, con plumas del mismo color, como tocado en la perfectamente peinada cabeza, con discretos bucles y un diminuto pasador de diamantes sujetándolos, y largos guantes negros a juego de un bolsito de lentejuelas negras, que brillaban como estrellas, completaban su vestuario. Al penetrar en el edificio que ocupaba la embajada francesa Wallis sintió que entraba en un templo profanando su santidad para siempre.

La música sonaba como saliendo de ningún lugar y de todos a un tiempo, y los invitados ataviados con prietos smokings negros o blancos, se paseaban con copas de cristal de largos tallos en las manos. Ernest entraba con Wallis de su brazo y esta sonreía con agrado a quienes se cruzaban ante ellos. Las columnas que sujetaban los capiteles antropomorfos, que reinaban en el Olimpo de las alturas servían para encuadrar la cúpula, por la que la luz penetraba a raudales de día y servía de noche como marco de una enorme lámpara de estilo imperio. Una mujer que le pareció desentonaba en aquel ambiente s eles acercó y Ernest -le susurró al oído:

-Se trata de Thelma Furness, es una dama muy relacionada con los grandes magnates del acero y el carbón su marido tiene los mejores contactos en el gobierno y "La Corona."

Wallis decidió entonces conquistar la voluntad de aquella mujer, de manera que le informase de los cotilleos más recientes, entre risas y palabras susurradas al oído. Se separó unos instantes del brazo de Ernest, y Thelma y Wallis quedaron una frente a la otra, serían rivales en un futuro no muy lejano, y para siempre, pero los días eran alegres ahora y en el aire flotaba un adormecedor olor fragante y embriagador, que impedía pensar en nada que no fuera lúdico. Juntas recorrieron el gran salón y Thelma le fue presentando a los barones del reino, que quedarían prendados de la dama americana, como los insectos quedan presos en la tela de la araña. Ernest veía con ojos atónitos como la elección de Wallis, como esposa, había sido algo ya previsto en las alturas de los cielos mismos, que deciden el futuro de los hombres, y traman los sucesos a seguir. El embajador se acercó y le maravilló aquella mujer atractiva y dueña de sí misma, elegante y con aquella afabilidad propia de las damas americanas, que carecían de los prejuicios clásicos de los londinenses. Le mostró las salas de la planta superior, con el permiso de su esposo, que agradado por el halago del francés, caballero hasta la médula, la condujo por los meandros de la embajada para impresionarla y así lograr su atención en un futuro.

Ante la consola dorada que servía de pedestal a un alto espejo versallesco, abrió la tapa de una caja dorada recargada de tallas rodo en derredor y sacó de ella un broche de diamantes que colocó en el tirante del hombro derecho de Wallis.

-Le queda perfecto señora Simpson, será un honor que lo luzca durante la recepción. ¿Me hará el honor de llevarlo?. Perteneció a la duquesa de Montpelier una dama de alta alcurnia que dominó los ambientes parisinos en los tiempos previos a la revolución que llevó a la guillotina a la reina María Antonieta...

-Es demasiado, no puedo aceptarlo...-intentó escabullirse Wallis a sabiendas que debería hacerlo que el embajador le solicitase por ser el anfitrión de la fiesta.

-Dicen que quién lo ostenta, se convierte en la mujer más atractiva y fascinadora. Que reina en las fiestas y conquista la voluntad de los hombres. -Las palabras del embajador dejaron pensativa a Wallis, que aceptó el broche sin resistencia, y bajaron al gran salón donde el baile y la música proseguían sin ellos, para brillar ante los varones que allí se daban cita, como una hechicera que engatusaba a quien se le acerca sin remisión. Los camareros servían las bandejas, con canapés y las copas de champán dejaban que sus burbujas hicieran hervir el líquido amarillento, criado en la tierra de los Luises.

La velada se alargó hasta altas horas de la noche y los automóviles salieron como aves camufladas y resplandecientes como huyendo de la fiesta que se apagaba por instantes. Ernest llevaba consigo la palabra de varios hombres de negocios franceses y de dos ingleses, concretamente galeses, que le proporcionarían pingües beneficios en un futuro inmediato. Iba a precisar de ellos pues los gustos de Wallis iban aumentando en calidad más que en cantidad y solo las mejores joyas le satisfarían. En casa Wallis se desprendió de su vestido y dejó que cayese al suelo como algo ya inservible y se acomodó en un sillón orejero tapizado en azul, con dibujos en rojo oscuro de fondo, para suspirar llena de proyectos en los que trabajar.

-Creo que hemos dado comienzo a unas relaciones interesantes Ernst...

-¿Interesantes dices Darling?. Tengo que firmar tres contratos y dos están a medio concretar, ha sido la cena más rentable que he disfrutado en los últimos meses. Y te lo debo a ti Darling-repitió el apelativo, para enfatizar sus sentimientos sin resultar patéticamente efusivo.

-Agradezco tus elogios Darling, ha sido reconfortante estar en compañía de tantos eminentes hombres de negocios y que nos pueden introducir de manera permanente en la alta sociedad.-los intereses de Wallis eran compatibles con los de su reciente esposo, a pesar de no anhelar los mismos objetivos.

En el palacio de Buckingham, las preocupaciones eran muy otras y las noticias que llegaban del continente no eran las más tranquilizadoras. La república de Weimar entraba en crisis y las revueltas creaban una situación de inestabilidad que mantenían alerta a los gobernantes de las naciones que se hallaron implicadas en la Gran Guerra. Las fiestas palaciegas eran escasas y discretas, en comparación con las que se daban en el corazón de la ciudad para atraer a los ricos magnates americanos y los pocos que quedaban en el continente europeo. El rey Jorge V, observaba atentamente los sucesos y junto a sus ministros preparaba las líneas maestras de su política exterior.

Wallis ajena a todo lo que no fuese atender los intereses de su flamante esposo Ernest, tejía la red que procuraría los peores problemas a la hora de reinar y gobernar en tiempos tan críticos, a La Corona inglesa. Nadie la conocía aun en los círculos de mayor relevancia de la corte inglesa, ni podían de lejos sospechar de su actitud peleona ante las más estrictas normas instaladas a sangre y fuego en la etiqueta de la monarquía. Thelma Furness, se convertía en inseparable amiga de Wallis y en su Cicerone particular por los salones de los lores y los sires, de más rancio abolengo. En la casa de campo de esta afortunada mujer en Borrough Court, cerca de Melton Mowbray que conocía personalmente al heredero de la Corona de Inglaterra, crecería su ambición de manera desmesurada. Las maneras afables y alegres de Wallis se perfeccionaban en compañía de los asiduos visitantes del matrimonio, donde las cacerías y los caballos eran protagonistas cada fin de semana. A Wallis no le entusiasmaban tales actos sociales y a menudo se quedaba paseando por las arboledas circundantes, en compañía de algún despistado varón que compartía con ella su disgusto por tal deporte. En mundos paralelos La Corona y Wallis avanzaban a un punto crítico común en que ambas se encontrarían, para enfrentar la era más turbulenta de todos los tiempos.

Wallis encontraba en el primer secretario de la embajada de Norteamérica, Benjamín Thaw Jr., La fuente de conocimientos más importante, y su parentesco, le confería al hallarse casado con Consuelo, la hermana mayor de lady Furness, y que había hecho de intermediario para el conocimiento de Thelma, por parte de Wallis, un aura de respetabilidad que le acercaba a la alta sociedad, saltándose los estratos medios. A menudo Wallis le hablaba de los escasos medios económicos que poseían, muy lejos de los deseados, para ascender en el escalafón social. Habían contraído matrimonio en el juzgado de Chelsea el 21 de Julio de 1928, y desde entonces se habían convertido en la pareja más deseada por su carácter y sus maneras exquisitas.

En el día en que la embajada Norteamericana festejaba el día de acción de gracias, Wallis Simpson fue invitada sugiriéndole el primer secretario que acudiese sola a la invitación hecha por el embajador. Ernest Simpson se encontraría oficialmente en viaje de negocios y no podría acudir disculpándose cortésmente. Wallis ya ducha en las lides de la inteligencia militar, enseguida supuso que de nuevo su lado más escondido iba a aflorar para hacerse cargo de algún asunto oficioso. La vida blanda a la que se estaba acostumbrando, le resultaba un tanto tediosa y se preguntaba cuando aparecería en su vida aquel desagradable químico que contactase con ella en China...ahora su país le reclamaba para algo similar estaba segura de ello. Un coche de la embajada llegó puntual para recogerla y llevarla a la fiesta que daba el embajador. Wallis enteramente vestida de escarlata, con un cinturón ancho de charol brillante y unos zapatos de tacón muy altos, se acomodaba en el asiento trasero erguida y segura, con el corazón palpitándole y los ojos dilatados por la tensión que la dominaba.

La fiesta era la más tranquila y discreta que Wallis pudiese haber imaginado, y le dio la impresión de que había sido preparada con cierto grado de displicencia y sin una sola gota de entusiasmo. La mesa adornada con demasiados adornos de plata y banderitas americanas en las copas, le resultó un tanto prosaica. El embajador le presentó a su esposa, una mujer gruesa y de escaso gusto en el vestir, y sus dos hijas de excesiva semejanza con su madre. Era una fiesta familiar como en las que había estado Wallis docenas de ocasiones, por lo que conocía perfectamente el protocolo a seguir. Una vez sentados en la enorme mesa repleta de platos banderitas y botellas de cristal, el embajador procedió a trinchar un gran pavo y a servir su esposa partes del mismo. Wallis pensó que precisamente por aquellos detalles prefería Inglaterra y no su país de origen, entre otras cosas. Cuando hubo concluido la cena, el embajador y el primer secretario abandonaron acompañando a Wallis el salón comedor y se sentaron en sendos sillones en la biblioteca donde los tres quedaron a solas.

El embajador vomitó sus pensamientos en una vorágine de frase inconexas, ayudado por su primer secretario, que fue su fuente de apoyo en los momentos en que su mente no conseguía transmitir lo que deseaba.

-Hemos sabido hace algún tiempo de sus contactos en China con el KGB y con los servicios de inteligencia china...en estos instantes en que el mundo se convulsiona, precisamos de mujeres valerosas como usted señora Simpson. Sus servicios serían de una inestimable ayuda para su país señora y queremos proponerle que trabaje para nosotros.

-¿Me está proponiendo señor embajador que espíe para los estados Unidos?, carezco de experiencia en tal sentido y no sabría como...-trató de zafarse Wallis sin demasiado éxito.

-No le pediremos que se interne en el palacio de la reina desde luego, pero sí que esté atenta a las conversaciones que mantengan entre sí en las afamadas fiestas londinenses y nos tenga informados, como ve no es pedir demasiado, si accede tendrá a su disposición los medios precisos, entendiendo por ello los medios económicos que desee para poder mantener una apariencia adecuada a tal efecto. Le dotaremos de cuanto considere que es necesario...

El embajador no sabía como convencer a una mujer de las características de Wallis y esta que estaba calculando las ganancias cerebralmente, comenzó a esbozar una media sonrisa y cuando el embajador vio aquel asomo de asentimiento, se detuvo en sus argumentaciones, para dejar en sus manos el destino de los negocios de la embajada y conocer los asuntos que más le preocupaban a fin de obtener una ventaja en las negociaciones con el reino Unido y sus aliados occidentales en el continente.

                         

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