La letra de Demons, de Avenged Sevenfold, se mezcló con mis sueños. De repente, ya no estaba haciéndole el amor a mi mujer, sino llorando por ella. Extraño, ¿verdad? A ciegas, moví el brazo hacia la cómoda y busqué hasta dar con mi teléfono. Quité la alarma y me encogí sobre mí mismo, como un feto, abrazándome las rodillas. «Cinco minutos», creo haber pensado. Y me dormí de nuevo.
Pero ese día yo no tenía ni un jodido minuto extra, solo una importante entrevista de trabajo a la que no podía faltar.
Desperté luego de media hora, sobresaltado y sudoroso. Aterrado como la mierda. Lo había olvidado. Oh, mi maravillosa entrevista, llegaría tarde. Salí de la cama tan rápido como pude y me lavé los dientes. Olvida la ducha, tendría que esperar. Me puse mi mejor traje: una camisa de botones y mangas largas y unos pantalones de satén... o algo parecido. Sí, no sé nada sobre telas. Mi error. Todo negro. Como tenía que ser. Me recogí el cabello en una cola baja y me quité los piercings. Todos. Incluso el de la lengua.
Tenía que dar una buena impresión.
Tan rápido como pude corrí hacia la estación de autobuses. No tenía para el taxi, ¿qué puedo decirte? Estar desempleado apesta, incluso más cuando no hay qué comer y están a punto de cortarte los servicios. Un minuto de silencio por mí. Tráiganme los violines, voy a tocar música deprimente. Soy bueno con eso.
Para mi fortuna, logré llegar al McDonald's a tiempo. Considerando el tráfico y el retraso en el Metro, yo había tenido suerte. Fui hacia la entrada y me reuní con el pequeño grupo de personas que esperaban la apertura de las gloriosas puertas. Nop, yo no iba a comer. Lo que había en mis bolsillos no alcanzaba para eso. Esta era mi entrevista de trabajo. Glamuroso, ¿verdad? Y tenía que ser agradecido, vaya que lo intentaba, porque era lo único que me separaba de la delincuencia y la prostitución. Es decir, lo siento. Si no funcionaba, me iría a robar un banco, donar mi esperma o cualquier cosa. Lo que fuera, yo lo haría.
Una hermosa y alta mujer nos guió por las estrechas escaleras, hacia arriba. Las oficinas. La función daría inicio. Después de media hora, llegó mi turno. Lo usual. Responde estas preguntas, dibuja una casa y un hombre, ¿qué ves aquí?... Todo estaba bien. Perfectamente.
Lo estaba logrando.
Sí.
Sí...
La entrevistadora entrecerró los ojos sobre mi cuello. Oh, mierda, no. Nervioso, traté de cubrirme los tatuajes. No funcionó; por el contrario, ella hizo un sonidito de disgusto. Algo como «Hmp», aunque probablemente pudo haber sido más bien un «Ew», con una cuota elevada de asco. Y supe que todo se había ido al infierno para mí. Mi millonésima entrevista, arruinada por mi piel. ¿Qué puedo decirte? Debí pensar en esto antes de cubrirme casi por completo. No lo hice. Otro error. Aunque siendo justos, si fueras un ídolo del rock, ¿lo habrías hecho? Piensa en Dani Filth por un segundo. Sí, bueno, yo era algo muy parecido, pero en Latinoamérica. Él no lo haría. Yo tampoco. ¿Entiendes mi punto ahora? Al parecer ella no, porque se aclaró la garganta y me señaló con su delgado dedo de bruja. ¿Dónde estaba la pechugona de hace rato? Quería hablar con ella. Estaba seguro de que me había visto con ojos locos por el deseo. Quizá si me la llevaba a la cama...
-Está tatuado.
«Muy observadora. Coño, ¿te pagan por eso?», pensé. Fingí mi mejor sonrisa. Encantador como un niño de anuncio publicitario. Un ángel Dios.
-Sí, ¿le molesta?
Alzó un hombro.
-La barba y el cabello pueden irse, no son problema. Los tatuajes..., son otro asunto.
Suspiré. Por supuesto, ¿cómo no?
-Estaré en la cocina, ¿quién me puede ver ahí?
-No importa. Tenemos... reglas.
Yo era experto rompiéndolas. Pero ahora no podía hacerlo. Tenía que ser bueno, un adulto responsable y demostrar que no solo era la mierda que todos decían. Lo acepto, quizá un poquito; sin embargo, trataba de cambiar.
-Entiendo. -Suspiré-. Pero son tatuajes, no se quitan.
Ella apretó sus operados labios de puta. Eran horribles. Una larga línea recta, que estaba llena de bultos. Como tumores. Jamás le habría besado. Aunque dada las circunstancias, creo que hubiera hecho mucho más.
-¿No puede hacer algo al respecto?
«Oh, dulce Jesús, dame paciencia». ¿Qué esperaba de mí? No tenía bufandas ni suéteres de cuello alto, esto era lo mejor y más decente en mi armario.
-¿Sugiere que me arranque la piel? Eso es ridículo.
Alzó una ceja. ¿Lo dije en voz alta? Oops. Mi gran bocota. No tanto como la suya, pero me metía en problemas. Esto se pondría feo, sangriento, terrorífico. Olvida Asesino Ninja y esa mierda. Esto sería gore puro: sangre a borbotones, sesos e intestinos volando.
Lindo.
-Nosotros lo llamaremos.
Uh-oh... Las horribles palabras habían sido pronunciadas. Mi sentencia de muerte.
-No, discúlpeme. -Suspiré-. Necesito el trabajo, por favor. Se lo pido. Me compro una bufanda o una vaina de esas, pero...
Negó.
-Nosotros lo llamamos, que tenga un buen día.
Me habría puesto de rodillas para implorarle, de no ser por su sonrisa hipócrita. Cabizbajo, asentí y me eché a correr por las escaleras. Ahí estaba mi nueva oportunidad, enterrada entre montones de papales, prejuicios y mierda.
Llegué a la calle y me di la libertad de respirar. Mala idea. El delicioso aroma de la comida caliente hizo doler mi estómago. Oh, genial. Simplemente maravilloso. Ignorándolo, fui hacia una de los banquillos de concreto de la plaza y me senté frente a un par de niños horribles que jugaban. No niños de verdad, esculturas horrorosas que seguro causaban pesadillas.
Gemí.
«No llores... No llores... No llores...». No lo hice.
Qué hombre tan fuerte era.
Sí, ya sé. ¿Cómo se convirtió el Dani Filth de Latinoamérica en un casi-indigente? Buena pregunta. He aquí la respuesta: drogas. Y una buena cuota de alcohol. Eso, además de mi exmujer, que me dejó en la ruina. En todos los sentidos.
Todo empezó tres años atrás más o menos, cuando los chicos Asesino Nocturno, la banda de black metal sinfónico que inicié en la adolescencia, me echaron sin explicaciones. Oh, está bien, miento, sí la tenían: estaba arruinándolos con mis constantes recaídas y escándalos. Así que, tan simple como eso, buscaron un nuevo baterista y se olvidaron de mí. Meses después, la banda se desintegró y cada uno tomó su propio camino. Les estaba yendo bien a todos, excepto a mí.
Nadie quería tener que lidiar conmigo. Yo era la mierda indeseable que les asqueaba pisar. Por lo que estaba solo, buscando una salida. Fallando vez tras vez, justo como hoy.
Ah, dulce tormento. Me hacia feliz.
No podía desanimarme. Hallaría algo, cualquier cosa. Lo-que-fuera. Volví a considerar prostituirme. Aún estaba en forma. Gracias a Dios por eso, no me había puesto delgado como un alfiler. Aunque de seguir así, lo estaría en un par de meses. Y realmente necesitaba comer. También drogarme. Y café. Y beber alcohol... Ah, bien, lo admito, necesitaba un montón de cosas. No todas esenciales como el alimento, sin embargo.
Pero ahora, solo quería desahogarme. Usualmente lo hacía con mi mujer; pero la muy perra me abandonó por un niño millonario cara-de-mujercita-voz-de-pito. Por lo que estaba solo. Olvida a mi familia. Mi madre era una bruja incluso peor que la Madrastra Malvada, mi hermanita era un caso perdido -como yo- y mi hermano... Ni hablar. Éramos enemigos.
Con un suspiro, me levanté y comencé a caminar sin rumbo. No tenía que volver temprano a mi miserable apartamento, así que era libre. Llegué a un basurero, detrás de un edificio comercial. No sé qué era, realmente, no me fijé, pasé de hacerlo. Y tampoco se trataba de un basurero en realidad; habían convertido la pobre esquina en uno. Síp, yo la entendía. De haber sido una persona, habríamos llorado juntos, reído, compartido nuestras penurias y etcétera.
Hermoso.
Un gato le maullaba a un perro que estaba ladrándole. Lo ignoré. ¿Has visto esas peleas? Sangrientas. No quería meterme en eso. No obstante, el gato continuó maullando-gimiendo-suplicando. Una cosa horrible. Y mi buen corazón sintió pena, me habría gustado que alguien se compadeciera de mí en lugar de darme una patada en el culo. No se trataba tanto de mi corazón amable, la verdad es que fue mi estómago. «En algunos países comen gatos», pensé. Y dado que la mayoría de las personas daban por sentado que eso era lo que yo hacía (ya sabes: adorador de Satán, que se baña con la sangre de recién nacidos, desflora vírgenes y, ¿cómo no?, come gatos negros a la luz de la luna), creí que sería una maravillosa idea intentarlo.
Coño, el hambre hace unas cosas terribles con tu cabeza.
Sin saber muy bien qué haría, me devolví hasta el cúmulo de basura. Encontré al perro acurrucado frente a una caja de cartón húmeda y unas ratas muertas. «¿Y el gato?». No iba a comérmelo, solo a darle una mordidita inocente. ¡Bah! Claro que no. La verdad es que pensé en adoptarlo para tener compañía. Yo estaba muy solo, al igual que él. Me acerqué al perro, que me gruñó. Golpeé el suelo con el zapato, espantándolo. El gatito volvió a hacer ese ruido estrangulado. Miré dentro de la caja. «Ay, coño». No había ningún gato. Permíteme repetirlo con el debido énfasis: noo-habíía-ningúún-gaato.
No-había-ningún-puto-gato.
No-había-ningún-maldito-malparido-gato.
Y sentí náuseas. La bilis me subió por la garganta, con su sabor de mierda y horriblemente agrio. Tragué frotándome el rostro con la mano. ¿Quién en su sano juicio haría algo como esto? Alguien sin corazón, como mi exmujer, quizá. Lamiéndome los labios, que se me secaron de repente, respiré hondo.
Un nuevo gemido, porque ahora sabía lo que era.
Me incliné para sacarle de la basura y le sostuve en brazos. Envuelto en una delgadísima manta rosa, se encontraba un bebé. Una niña bellísima de piel morena, que me miró con esos enormes -de verdad enormes- ojos marrón oscuro, casi negros, y sollozó.
Estaba fría.
«Coño, pobrecita». Atrayéndola hacia mi pecho, la abracé para que entrara en calor. «¿Qué haré contigo?». No tenía una miserable idea, sin embargo, sabía lo que no iba a hacer: dejarla morir en ese lugar sucio y fétido. Entonces, con mis desordenados pensamientos aún más fuera de control, me dirigí a casa. Quizá sería fácil.
¿Qué tanto trabajo me podría dar un bebé?