Falso Reflejo
img img Falso Reflejo img Capítulo 3 3
3
Capítulo 6 6 img
Capítulo 7 7 img
Capítulo 8 8 img
Capítulo 9 9 img
Capítulo 10 10 img
Capítulo 11 11 img
Capítulo 12 12 img
Capítulo 13 13 img
Capítulo 14 14 img
Capítulo 15 15 img
Capítulo 16 16 img
Capítulo 17 17 img
Capítulo 18 18 img
Capítulo 19 19 img
Capítulo 20 20 img
img
  /  1
img

Capítulo 3 3

El tráfico a aquella hora de la mañana no daba tregua a los impacientes; decenas de coches pasaban a duras penas entre el cruce que dividía las dos direcciones de la carretera en cuatro salidas más.

La rotonda en el centro, un enorme círculo de flores, cuyo destino más seguro sería acabar aplastadas por las ruedas del primer despistado que pasara por allí, ofrecía un esquema de color rojizo y amarillo. Salir del frío gris de la ciudad, y mirar aquellas flores, solía ser un placer para Lucas, aunque en ese momento apenas les prestaba atención.

Comprobaba mentalmente todos los sitios donde Karen pudiera estar; paradas de autobús, el metro, buscando un taxi, incluso el aeropuerto era una opción.

Al desconocer por completo dónde vivían los padres de Karen, no podía adivinar en qué lugar la encontraría. Sabía que no vivían en la ciudad, pero tal vez siquiera vivan en el país. El riesgo a buscarla y perderla era demasiado grande, por lo que tenía que delimitar su búsqueda al menor rango de espacio posible. Pensarlo era más fácil que hacerlo, al no tener una clara idea, solo daba vueltas con el vehículo entre las calles, esperando tener la suerte de su parte y encontrarla caminando.

Detuvo el coche en una pequeña calle rodeada de bellas casas con preciosos jardines bien cuidados. Aquella zona era una parte adinerada de la ciudad, por lo que dudaba que Karen hubiera pasado por aquel punto, pues no la llevaría hacía ningún lugar donde pudiera huir, acaso que ese no fuera su objetivo real.

El reloj del salpicadero marcaba las once en punto cuando Lucas llegó al aparcamiento del centro comercial situado a escasos cinco minutos a pie desde las oficinas. Aquella idea le hizo pensar; Si todo fue una trampa de Karen, era posible que estuviera con James y, si se quedaba a comprobarlo tal vez acabaría detenido.

El teléfono que tenía guardado en el bolsillo interno de la americana azul marino comenzó a sonar. Asustado miró el remitente; De nuevo, el número que aquella noche había llamado, Karen.

Sintiéndose estúpido por no recordar que podría localizarla fácilmente si tan solo llamaba una y otra vez hasta que respondiese, contestó a la llamada.

-Karen, ¿Dónde estás? Te has llevado algo peligroso y mío -recalcó esa palabra-. Por favor, devuélveme el pen.

-Gabi, estoy en la oficina. Recojo unas cosas y me voy -hablaba en voz baja, como si temiera ser oída-. Mira, olvidemos el pen por ahora, cuando he llegado me enteré que habías intentado piratear los servidores o no sé qué cosa de informáticos. El caso es que James te citó para que confieses. Aún no llamaron a la policía, pero ya que me has ayudado esta noche, y aunque sigo enojada contigo, te digo que si te quedas ahí hasta que el jefe llegue tendrás problemas.

La sangre de Lucas se helaba por momentos. Estaba siendo totalmente consciente de que sus esfuerzos habían sido en vano. Todo lo que había logrado en cinco años, lo tiró por tierra un desconocido con solo un día trabajando allí.

No quería acabar en la cárcel y mucho menos que todo el mundo sepa que el chico prodigio había fallado en algo así.

-Gracias por la información, pero necesito recuperar el pen.

-Te daré una dirección, es la casa de mis padres. Apúntalo en algún lugar y cuando consigas esconderte, ven a por él.

No estaba seguro de ir, sabía que tendría que sufrir de otro intento de Karen por tener alguna relación sexual, pero no podía olvidar el pendrive. Dentro estaba el programa destructor, y si era capaz de analizarlo hasta su base más profunda, sería capaz de completar su objetivo aunque ahora fuera un fugado de la ley.

Sin hablar nada más, arrancó el coche y salió sin destino fijo, solo quería estar lo más lejos posible de aquel lugar.

La antigua casa de sus padres, que compraron cuando emigraron de México en busca de un mejor futuro cuando el joven solo tenía dos años, estaba situada en un barrio conflictivo, pero tenía esperanza en que nadie lo buscaría allí mientras pensaba su siguiente paso. Debía salir de la ciudad, incluso del país.

La vivienda, cerrada por cuatro años, mostraba un aspecto de dejadez y olvido total. Sus paredes, grafiteadas y el pequeño jardín, del tamaño justo para aparcar un coche de tamaño mediano, estaba lleno de botellines de cerveza y jeringas que usarían los drogadictos de la zona para coger su colocón de sustancias no solo ilegales, sino destructoras para el cuerpo. No entendía como las personas se destruían a sí mismas bebiendo alcohol, fumando, o tomando drogas. Todo el mundo piensa que su hora jamás llegará, y hasta cierto punto, se sienten inmortales. Imaginan esos casos en las noticias y piensan, «a mí no me pasará».

Nadie está fuera del alcance de la fugaz y mortífera mano de la parca.

Aparcó el vehículo entre dos estrechas calles, un poco alejadas de la vivienda, de ese modo se aseguraba que no encontrasen el vehículo y dedujeran su paradero.

Una vez en la puerta principal, con notable esfuerzo, consiguió que la oxidada cerradura cediera con la presión de la llave y entró.

Aquella casa, hacía cuatro años, fue cerrada cuando sus padres murieron allí dentro. Unos vulgares ladrones en busca de dinero para su dosis diaria de estupefacientes fueron sorprendidos por ellos, y el miedo a que llamaran a la policía fue mayor que el sentido común; dispararon un total de siete veces cada uno, sellando el destino de sus padres, e invitando a la muerte a llevarse sus almas.

Sentía escalofríos allí dentro, pero no tenía otro sitio donde esconderse. Se aseguró que todos los accesos a la vivienda estuvieran cerrados, ya fueran las dos puertas que permitían entrar; una siendo la entrada principal, y la otra la puerta trasera, que daba a la cocina, y las ventanas de la planta baja y la superior.

Estaba nervioso, pasaban de las doce del mediodía por lo que James sabría que no se presentó, solo tendría que llamar a la policía y la ciudad entera se convertiría en un campo de supervivencia. Debía pensar rápido, James era un tipo poderoso con mucha influencia en las más altas cortes de la ciudad, y si quería, se terminaría pudriendo en la cárcel hasta el día de su muerte. No podía darle el placer de derrotarle en esta ocasión, aunque falló en su ataque, aún seguía libre, y acabaría escapando y completando su objetivo de venganza.

El primer paso que tomó fue apagar el teléfono y sacar la batería para evitar ser localizado por ese medio. Luego, cogió un amarillento papel y un bolígrafo y comenzó a escribir todo lo que debería llevar consigo, sin saber el destino que le esperaba hasta salir del país, no podía dejar nada a la suerte.

Varias horas más tarde, mientras escribía y corregía una y otra vez sus apuntes, maldiciendo la enorme cantidad de polvo que allí había, y reprimiendo sus deseos de limpiar a fondo cada rincón de la vivienda, se percató del sonido de un par de coches que habían parado en la pequeña carretera de la parte trasera. Rápidamente recogió el papel de la mesa y subió al piso superior, metiéndose en una de las habitaciones que daba a aquel lugar, para mirar por entre la espesa cortina, en busca de aquellos que allí pararon.

Dos hombres vestidos de negro bajaron de cada vehículo; su constitución física era muestra de estar preparados para partirle cualquier hueso del cuerpo antes de poder siquiera preguntar el motivo. Intuyó que, o eran peligrosos criminales al que debía dinero, «cosa que no era cierta», o federales.

Uno de ellos, de aspecto serio, miró directamente hacia el lugar donde se escondía, rápidamente se quitó de la ventana con el corazón en un puño, esperando que no le hubieran visto.

Los oía hablar, pero no era capaz de entender que estaban diciendo. Se acercó de nuevo a la ventana, pegando el odio todo lo que pudo para poder comprender quienes eran esas cuatro personas, y que querían de él.

Durante varios minutos, se mantuvo inmóvil, pero seguía sin oír nada, hasta que uno de ellos habló a través de un megáfono:

-Gabriel Lucas Mendoza, sabemos que te escondes en esta casa. Tenemos permiso para entrar y sacarte a la fuerza, pero te damos la oportunidad de salir por tu propio pie -Tras segundos de pausa añadió-. Soy el agente Erick Forbes, del FBI. Tienes un minuto para salir si no quieres que entremos por la fuerza, y eso no te gustará.

El tono de aquel hombre sonaba amenazante. El mismísimo FBI se había presentado en su casa, no tenía cómo escapar y, si no salía, podría acabar herido o incluso muerto.

No entendía como le habían localizado tan rápido, acaso que le hubieran estado siguiendo, no entendía como dieron tan rápido con aquel lugar, y aún más importante, que supieran que estaba allí sin ningún tipo de duda.

Su mente empezó a trabajar a una velocidad endiablada, tenía dos opciones; intentar huir y arriesgarse a acabar aún peor, o entregarse y contar con la suerte de poder librarse de algún modo... Cosa que sabía perfectamente no sería posible.

-Señor Gabriel Lucas, este es mi último aviso -Volvió a hablar aquel hombre-. Sal de una vez o nos veremos obligados a entrar a la fuerza y reducirle.

La gente empezaba a agolparse alrededor de la zona. Los vecinos cercanos miraban la escena sin entender que hacían en una casa vacía durante cuatro años. Las personas que iban de paso, giraban la cara para no cruzar mirada con ellos, pues tenían encima cosas por las que podrían ser detenidos durante años.

Sintiéndose derrotado, a sabiendas que huir sería imposible, descorrió la cortina y abrió de par en par la polvorienta ventana.

-No sé que quieren de mí -hablaba con la esperanza de que no albergaran pruebas suficientes para culparle-. Pero no opondré resistencia.

Con las manos en alto en señal de rendición, esperó a que dos de los agentes entraran en la casa. Ya no podía correr ni esconderse, pero no estaba todo terminado. Debía confiar en que su programa hiciera un buen trabajo y evitara que lo localizaran.

Esposado y dentro de uno de los dos coches negros que rápidamente salieron de la calle donde los curiosos hablaban y algunos reconocían a Lucas, seguía pensando en cada posible paso qué debería tomar; Si no tienen pruebas concluyentes, de nada les servirá intentar que confiese. Era su única baza, y no iba a dejarla escapar.

La pequeña sala de interrogatorio donde le habían sentado una hora antes, comenzaba a sentirse pesada y agobiante. Sabía perfectamente qué dejándolo solo allí durante tanto tiempo, esperaban que se derrumbara e hiciera más fácil el posterior proceso de interrogación.

En las películas, esas salas tienen un enorme cristal, donde desde el otro lado observaban todo lo que los sospechosos hablaban o hacían, sin embargo esa habitación era un único cubo con una puerta, una pequeña mesa de aluminio, y una silla del mismo material. Ni siquiera había una cámara de seguridad para observar el interior, cosa que le preocupó, pues podrían obligarle a confesar de formas claramente ilegales y muy dolorosas.

Treinta minutos más habían pasado, y aún nadie entraba en aquella habitación. Se encontraba dominado por el estrés y el efecto de claustrofobia se hacía más evidente a cada segundo. Sin poder mantenerse sentado, comenzó a dar vueltas por la habitación. Sabía que querían romper toda su capacidad de razonamiento, y debilitarlo mentalmente para conseguir su total colaboración. No pensaba rendirse por mucho tiempo que estuviera allí solo, sería capaz de refutar las pocas pruebas que tuvieran, o al menos eso esperaba.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por una persona que entró a paso calmado; era una mujer de unos veinticinco años, de un cabello rubio platino y duros ojos verdes que escaneaban al joven como si fuera una máquina de rayos X.

-Siéntate -ordenó con una fuerza en la voz que le hizo obedecer sin apenas darse cuenta.

-¿Por qué estoy aquí? -preguntó con la mayor inocencia en la voz de la que fue capaz debido a su estado físico y mental actual-. Llevo casi dos horas aquí encerrado y no sé la razón.

La chica, de pie al otro lado de la mesa, sostenía una carpeta marrón en una mano y la otra apoyada firmemente en la fría superficie de aluminio.

-No tengo ganas de escuchar escusas, ni falsos cuentos chinos. Anoche lanzaste un ataque cibernético a la empresa en la que trabajabas hasta ése mismo día -decía mientras soltaba sobre la mesa la carpeta-. Aquí dentro están todos los datos obtenidos por el programa de defensa al cuál no pudiste evitar. Admito que fue una hazaña increíble, pero puesto que tú mismo la habías creado, no sería difícil. Sin embargo, una última actualización llegó cuando tú sustituto dedujo que la fragilidad de dicho cortafuegos podría ser enorme, dado que si el creador fue despedido, podría hacer cosas terribles como venganza.

Lucas escuchaba en silencio. Se sentía un idiota cuya ira consiguió darle la razón a aquella persona que ahora, estaría recibiendo vítores y alabanzas de sus antiguos compañeros de trabajo.

Sin siquiera pedir permiso, abrió la carpeta esperando encontrar alguna laguna donde poder escapar, pero lo que vió le dejó sin palabras; aquél nuevo programa que había conseguido pararle, había obtenido todo de Lucas, desde una copia exacta del programa utilizado hasta toda la información de su disco duro. Absolutamente todo lo que escondía en su portátil, su dirección, y la dirección IP entre muchos más datos, se encontraban ante él. Si Lucas hasta ese momento pensaba que era un prodigio en el campo de la informática, esa persona desconocida le hizo ver que no era más que una mosca atacando a un fiero león.

-¿Qué me va a pasar? -preguntó sereno, sabía que no tenía salvación, pero no quería darle a aquella mujer el lujo de sentirse superior.

-El señor Norris tiene muchos contactos, entre ellos jueces. Quiso darte la oportunidad de explicarte pero no apareciste a la cita, y eso le enojó mucho. Así que... Yo calculo como mínimo unos veinte años de cárcel.

-¿¡Veinte años¡? -No podía dar crédito a lo que el joven estaba oyendo-. ¿¡Qué clase de justicia corrupta es ésta!?

La chica sonrió maliciosamente, y se marchó sin esperar una confesión oficial. No le hacía falta, tenían el poder para hacer lo que quisieran. Sabía que a partir de ese momento su vida se convertiría en un infierno, y no estaba preparado para ello.

Los dos días siguientes, estuvo recluido en una celda de las oficinas del FBI a la espera de su traslado a prisión hasta el día del juicio. Una simple cama cuyo colchón, apenas visible por el mínimo grosor que tenía y un inodoro donde no quería acercarse aunque le estallara la vejiga.

El lugar olía a polvo y humedad, y todas sus manías compulsivas y sus rutinas que a rajatabla debía seguir, gritaban en su mente por la necesidad de seguir con su vida cotidiana. Sabiendo que ya no podría ser el mismo, solo le esperaba ser capaz de cambiar, o acabaría muy mal.

Al tercer día, el cambio de guardia en los calabozos le hizo saber que ya había amanecido. Sin ventanas ni ningún tipo de contacto con el exterior o algún reloj, la única forma de no volverse completamente loco era observar a los guardias para tener una conciencia del tiempo.

El guardia, un hombre regordete y con poblado bigote, se acercó a la celda de Lucas, y apenas sin ganas, habló:

-Quieren hablar contigo para algo importante, levántate.

Abrió la puerta, le esposó, y le guío por los pasillos hacia la misma sala donde tres días atrás había sido interrogado.

-¿Por qué estoy aquí otra vez? -preguntó nervioso. No quería pasar otras dos horas solo. Era peor castigo que la celda.

El guardia no respondió, le metió dentro y sin quitarle las esposas, salió del cuarto cerrando de un portazo. No sabía que querían de él, si una declaración o confesión, o simplemente torturarlo mentalmente hasta que no pudiera mantener la cordura. Sin saber que le iba a deparar las horas venideras, se centró en esperar cerrando los ojos, entrando a un mundo donde no pudiera sentirse encerrado y prisionero.

Lejos de todo pronóstico, no necesitó ni cinco minutos luchando contra aquél confinamiento. La mujer que días antes había conocido en esa misma sala, a entrar con la misma mirada arrogante y gesto serio.

-¿Por qué estoy aquí de nuevo? -preguntó intentando conseguir el dominio de la conversación-. Llevo tres días encerrado en ese maldito habitáculo, sin poder asearme ni lavarme los dientes, y sobre todo, comiendo comida de calidad dudosa.

-Cierra la boca o te la cierro yo -Hablaba despacio, apretando los dientes a cada palabra. Estaba muy furiosa, y fue suficiente para que Lucas sintiera que había sido derrotado de nuevo.

Tomó otra pequeña silla apoyada en un rincón de la habitación de la que no se había percatado antes, Y puso frente a Lucas al otro lado de la mesa, mirándole fijamente, era posible que intentara buscar algún motivo para golpearlo, o que no sabía cómo abordar el tema de la conversación.

-Vas a estar en la sombra muchos años -Comenzó a hablar sin apartar la vista del joven-. No va a ser agradable. Seguramente acaben violándote, y usando tu maldito culo como recolector de semen. Desearás morir antes del primer año de condena... Eso es, claro, si les interesaras como putita. Tal vez solo quieran hacerte la vida imposible, te torturarán, te harán sentir un maldito infierno cada día que pases allí, hasta que llegue el día que algún preso burle la seguridad de los guardas y te clave un puto cepillo de dientes en la garganta. Será una muerte lenta y dolorosa, ya lo creo.

Los ojos se le iluminaban con una irá propia de una asesina hablando de sus trabajos. Lucas estaba al borde de un ataque de ansiedad. La vida en la cárcel no pintaba precisamente placentera, pero había cometido un error y ahora debería pagarlo.

-No sé qué quieres de mí, ¿Acaso me acusan de algo tan grave como para desearme una muerte así?. Me da igual lo amigo que sean de ese maldito viejo de James, que lo único que sabe hacer es gastarse dinero en la bruja de su mujer para intentar mantener el cuento de qué son un matrimonio feliz.

-Me da igual si lo que hiciste fue grave o no... Pero no soporto a la gentuza que no respeta la ley, y si es necesario pagarles con su misma moneda no tengo el menor problema -Tras una pausa siguió hablando-. Sin embargo, aún hay una forma de que te libres de la cárcel.

El odio en su voz expresaba el poco interés de aquella mujer en que pudiera salvarse, pero si tenía una oportunidad no iba a dejarla pasar.

-¿Qué forma es esa?

Tras su pregunta, otra persona entró en la habitación, y con un gesto de cabeza hizo que la chica se marchara sin ninguna pregunta. Si ella tenía una fuerza de intimidación enorme, aquel hombre la superaba con creces.

De cabello negro, algo largo que le caía hacia atrás, menos un par de mechones que caían sobre su rostro, y mirada impenetrable y amenazante, ese hombre debería ser un alto cargo.

Se sentó en la silla que ahora quedaba vacía, y rascando su barba bien perfilada y cuidada, dirigió su mirada grisácea al joven. Aquella conversación decidiría el destino de Lucas de evitar la cárcel, pero cada vez estaba más seguro de que la alternativa no iba a ser agradable.

-Mi nombre es Jake Arrow -Se presentó con una inesperada sonrisa en su rostro, que parecía más amable que segundos antes-. Disculpa el comportamiento de Úrsula, tuvo ciertos problemas y la convirtieron en una desquiciada.

-No es razón para que me trate peor que a aún terrorista, señor -Más calmado, volvió a su tono de voz habitual.

-Lo sé, lo sé -Se disculpó-. Pero sí está claro que ese viejo amargado tiene mucho poder dentro de la organización. Quiere hacerte pagar por lo que hiciste, pues se cree el dueño de todo lo que le rodea.

A medida que aquel hombre hablaba, Lucas no podía dar crédito a lo que decía; pareciese que se burlaba del señor Norris o que no le tuviera el más mínimo aprecio.

-Si tanto poder tiene aquí, ¿No sería imposible llegar a un trato?

-No tiene poder, tiene amigos... Más que amigos simplemente se hacen favores mutuamente. En esta sociedad en la que vivimos, aquellos que están en las más altas cumbres, políticos, embajadores, reyes... Todos tienen secretos. Muchos de ellos, serian suficientes para acabar en la cárcel, pero vivimos en un mundo corrupto dominado por el dinero donde el que tiene, siempre acabará librándose de todo. James le brinda protección especial a esos datos, a cambio de favores y una buena cantidad de dinero.

-Y sin embargo, ¿Me estás queriendo decir que la razón por la que estás aquí ahora, es por qué hay algo aún más importante? Lo suficiente al menos para ignorar las peticiones de James.

-Eres muy listo chico, tenían razón al llamarte genio -Sonreía amablemente-. Entre tú y yo, no veo tan grave tu intento de venganza, pero necesitamos hacerte está proposición por qué librarnos de este problema es más importante que estar aquí acusándote de todo lo que se le ocurra al viejo.

-Señor Arrow, disculpe mi prisa, pero quiero salir de aquí ya. ¿Podría decirme qué me proponen?

-¿Conoces a Baltazar Ivanov? -preguntó sin perder la seriedad en su mirada.

-Claro que le conozco -respondió tras un estremecimiento repentino al pensar en él-. Es hijo producto de una violación. Su madre era mexicana, su padre ruso. Según sé, cuando cumplió los quince años abandonó México y llegó a Rusia, donde mató al hombre que violó a su madre. Y a día de hoy es un criminal con cientos de acusaciones que luego no se pueden demostrar; asesinatos, extorsión, venta de drogas, trata de blancas...

-Así es. Es el líder de una banda criminal, y el más buscado en medio mundo. Siempre se está moviendo, y toda prueba que podemos conseguir acaba desapareciendo. Por eso te necesitamos a ti.

-¿Y qué se supone que debo hacer yo? -indagó, preocupándose por la idea que le venía a la mente.

-Es evidente que eres mexicano, y eres casi idéntico a su hijo al que hace cinco años que no ve. Hace tres días encontraron su cadáver. Estaba dispuesto a colaborar pues no le gustaba la vida que su padre llevaba. Sé qué está muerto, pero no hay indicios de que haya sido obra de Baltazar o sus hombres -Añadió al ver la cara del chico-. Tú misión será infiltrarte haciéndote pasar por él, y desde dentro conseguir todas las pruebas necesarias para arrestarlos. Al ser un experto en informática, te resultará mucho más fácil.

-¿¡Estáis locos!?. No pienso meterme en casa de un criminal como él. Su hijo iba a confesar y lo asesinan, ¿Enserio piensas que fue coincidencia?

-Al parecer fue un simple accidente. Iba borracho en el coche y se salió de la vía. No puedo obligarte, pero si consigues que sea detenido, miles de mujeres quedarán en libertad de nuevo. Muchas personas que viven bajo el yugo de su poder, podrán descansar al fin... No es sólo a ti mismo a quien ayudarás al evitar la cárcel, sino a muchas más personas inocentes cuyo destino les puso bajo las manos del hombre equivocado.

-Hace unos días, mataron a un hombre en un callejón... -habló Lucas al recordar el incidente con Karen-. ¿Apareció en estos días el cadáver de alguna mujer pelirroja, de pelo rizado y unos treinta años?

La imagen de Karen llorando por teléfono al pensar que su vida corría peligro, y la confesión de ésta al decir sobre los intrusos en su casa, le vino a la mente cómo un aviso de que algo iría mal.

-Si hubo un asesinato, es más, perpetrado por los hombres de Baltazar, no sabemos dónde se esconden, pero no hemos hallado a nadie con esa descripción en los días siguientes ¿Por qué? -respondió intrigado el agente.

-Por nada... Necesito pensar. No puedo tomar una decisión tan absurda en unos segundos.

-Te damos tres días. Puedes volver a tu casa ese tiempo, pero si intentas huir no solo romperán el trato, sino que te encerrarán de por vida. Y yo no puedo hacer nada para ayudarte en eso -advirtió el agente.

-Está bien, gracias.

-Otra cosa, no hables a nadie de esta conversación. Sabemos que en la cartera de Baltazar hay policías, y gente importante. Cualquier error te costará la vida, y el finalizar la misión -ordenó Jake con su mirada clavada en el chico.

-Está bien... Por ahora solo necesito volver a casa -respondió Lucas incómodo por la mirada del agente.

Finalizada la conversación, el agente Jake se ofreció a llevar al joven a casa. Este aceptó pues no quería caminar oliendo tán mal como olía. El cielo se había vuelto grisáceo. Aquella mañana de abril amenazaba de nuevo con una fuerte lluvia, pero ya no le importaba eso; lo único que deseaba en ese momento era dormir durante horas, sin pensar siquiera en sus hábitos de rutinas diarios.

Mirando aquel cielo, los ojos le iban pesando más y más, hasta que el sueño se apoderó de su cuerpo.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022