Escribo estas que quizá sean mis últimas letras. Ahora que todo es silencio, ahora que la oscuridad me acecha, ahora que el miedo me abraza y que mi final se aproxima. En esta, mi hora más oscura, escribo mis últimas letras. Él está aquí, no lo veo pero lo puedo sentir. Su oscura aura me rodea, su nefasta energía me asfixia. Ha venido a por mí, ha venido a reclamar lo que es suyo. Nada lo detendrá, nada en este mundo es lo suficientemente fuerte para enfrentársele, ya nada puede salvarme.
Las lágrimas inundan mis ojos, son lágrimas de tristeza, por lo que dejo atrás, mi familia, mi amado hijo; también son lágrimas de resignación y de impotencia. Mi destino está claro, ya nada lo puede detener. Él está aquí mismo, está al otro lado de la puerta, su hedor apesta.
Escribo estas mis últimas letras como advertencia para todos ustedes. Hay cosas que no podemos ver pero que están allí, ojos malvados que nos asechan desde la oscuridad, oscuras voluntades que nos odian, espíritus malignos que nos manipulan. ¡Cuidado! Ellos están esperando que nosotros le abramos una puerta, puerta que después de abierta nada la cerrará y será nuestra perdición. Les digo a todos ustedes: El infierno es real, lo he visto. He visto a las almas ser castigadas por demonios horrorosos y ser carcomidas por el fuego mientras que con gritos desesperantes piden piedad y clemencia. Aquel horrible sitio es mi destino, ya nada puede salvarme. Él está aquí, ha venido por mí, ha venido a reclamar lo que es suyo, mi alma.
Ahora les cuento algo sobre mí. El dinero siempre fue un problema en mi familia, durante mi infancia pasé muchas necesidades. Si desayunábamos no había para el almuerzo y si almorzábamos no había para la cena. Mi padre era un humilde albañil, ayudante de obra, por lo cual ganaba muy poco dinero. Siempre lo recuerdo como un hombre violento, misógino y alcohólico. Mi madre era ama de casa, una mujer callada y muy devota. Siempre desde pequeño me llevó junto a mis dos hermanas a la iglesia, según ella le debíamos dar gracias a su Dios por todo lo que nos daba. Siempre me pregunté ¿Por qué mi madre era tan devota y por qué seguía teniendo tanta fe a pesar de la vida que le daba mi padre? El cual, en sus frecuentes borracheras muchas veces llegaba a casa y la emprendía contra mi madre. Yo, junto a mis dos pequeñas hermanas me refugiaba en un viejo armario esperando a que la golpiza acabara y que ese monstruo al que yo llamaba papá se durmiera. Cuando ya el alboroto acababa, salía de aquel viejo armario junto con mis dos pequeñas hermanas y veía como mi madre, con la cara aun ensangrentada le prendía veladoras a una imagen religiosa, se arrodillaba y oraba. Después, al otro día, mi madre aun con las marcas de la golpiza se levantaba temprano y le preparaba el desayuno a mi padre, como si nada hubiera pasado. Aquella actitud de mi madre nunca la entendí. Nunca entendí porque a pesar de la vida tan espantosa y miserable que nos daba mi padre, ella seguía creyendo en un Dios que según ella nos amaba a todos por igual. A medida que fui creciendo mi desamor hacia mi padre y hacia la religión creció a la par conmigo. Sin saber cómo, en mi interior se desarrolló un resentimiento por las cosas religiosas. Si bien seguía yendo a la iglesia acompañando a mi madre y a mis dos hermanas, lo hacía para darle gusto a ella y nada más, en realidad no creía en la existencia de un Dios y si existía creía que aquel ser supremos nos odiaba, a mi madre, a mis hermanas y por supuesto a mí.
Ahora que mi final se aproxima me pregunto ¿Cómo pude ser tan estúpido? La respuesta es fácil, era un chico incrédulo y ambicioso.
Todo comenzó hace exactamente siete años. Yo era un joven de 17 años, apenas había salido del colegio. Mi familia como lo dije antes era muy humilde así que mi padre no contaba con el dinero suficiente para enviarme a la universidad. Por esos días Salí a la calle para buscar un empleo, mi meta era que con el poco dinero que me pagaran, por fin salir de aquel infierno llamado hogar. Pero todos los esfuerzos que hice para conseguir un trabajo fueron un fracaso. En ningún sitio se arriesgaban a darle empleo a un joven sin experiencia como yo. Así que la única opción que me quedaba era aceptar la oferta que me hizo mi padre. Días atrás, aquel monstruo me había dicho que fuera a trabajar a las obras con él, que su jefe estaba necesitando gente para trabajar como albañiles, también me dijo que no iba a tolerar y a mantener a vagos en su casa, que todo era simple y se resumía en una sola cosa, o trabajaba con él o me iba de su casa. La sola idea de trabajar con él me producía un escalofrío en todo el cuerpo, pero dada la situación y al ver que había fracasado en mi intento de conseguir empleo, la idea estaba rondando mi mente y pese a no querer hacerlo, tarde que temprano tendría que aceptar la oferta de mi padre.
Uno de aquellos días, estando en la casa, mi madre me pidió que la acompañara a la casa del abuelo. A pesar que la idea de visitar a aquel hombre no era muy alentadora, accedí a acompañarla. Así que junto a mi madre y también mis dos hermanas partimos a visitar a ese hombre que se decía llamar mi abuelo. El padre de mi madre, después de la muerte de la abuela había dejado su casa de la ciudad y se había trasteado a una pequeña casa finca en las afueras de la misma. Desde que era pequeño, nunca me gustó visitar al abuelo. Siempre me pareció un hombre raro y extraño, no sé por qué pero siempre me inspiró desconfianza. El abuelo era un hombre mayor, con algunas canas en su pelo y que se le notaba la edad por supuesto pero siempre estaba bien vestido y era muy pulcro. La curiosidad era que siempre vestía de negro, aquello era muy raro pues jamás recuerdo a ese hombre vestido de un color diferente al negro. Este hombre nunca estuvo involucrado en la vida de mi familia. Jamás estuvo presente en cumpleaños, primeras comuniones y tampoco en mi graduación, de hecho nunca recuerdo que nos visitara en nuestra casa, las pocas veces que lo veía era porque mi madre nos llevaba a su casa a verlo. Cuando llegábamos a su casa siempre lo encontrábamos de la misma manera, sentado en la sala leyendo un libro. Era un hombre frio y lo reflejaba tanto en su saludo como en su forma de mirarnos. Aquella mirada siempre me produjo algún tipo de miedo pues cada vez que me miraba con esos grandes y escrutadores ojos negros, a través de mi cuerpo se reproducían escalofríos que no podía controlar ni tampoco explicar. Esta casa en donde vivía mi abuelo era una casa sencilla, pero siempre limpia y bien arreglada. Era pequeña, contaba con una sala que estaba decorada con muebles viejos y antiguas lámparas, de las paredes colgaban extrañas pinturas, lo que me parecía raro era que en aquella casa no hubiera ninguna imagen religiosa, dado que mi madre era tan creyente supuse que el abuelo lo fuera también. En aquella casa había una sola habitación, la cocina el baño y por supuesto la biblioteca que valga decir era el único sitio de la casa finca que era vedado para todos. Aquella habitación donde se encontraba la biblioteca se encontraba cerrada con llave y el único que podía entrar era el propio abuelo, jamás nos permitió entrar a su biblioteca. Una vez aun pequeño le pregunté porque no podía entrar a su biblioteca y el me respondió de forma parca como siempre, que allí en esa habitación se encontraba su mayor tesoro. Si bien no entendí a lo que se refería, jamás volví a tocar el tema, aunque siempre me produjo curiosidad entrar a esa habitación.
Aquella tarde como siempre encontramos al viejo sentado en su sala leyendo uno de sus libros, como era usual estaba vestido con un pantalón negro bien planchado, sus zapatos también eran negros por supuesto, bien embetunados y tenía un suéter del mismo color del pantalón, negro. Aquella tarde mi madre insistió en prepararle algo al abuelo en su cocina, a lo que el viejo después de mucho insistirle accedió no sin antes advertirle a mi madre que no habían muchos alimentos disponibles en la casa, mi madre finalmente convenció al abuelo a salir a comprar lo que faltaba para preparar la cena. Así de este modo el abuelo y mi madre salieron dejándonos solos en la casa a mis dos hermanas y a mí.
En aquella casa no había mucho que hacer así que me senté en el sofá de la sala a ver televisión junto a mis dos hermanas, pero por alguna extraña razón que aún no puedo explicar no podía dejar de dirigir la mirada hacia la puerta de la biblioteca del abuelo. Un magnetismo extraño hacia que cada cinco segundos mi mirada se dirigiese hacia la puerta de aquella habitación que hacía las veces de biblioteca. Estando sentado en ese sillón viendo la televisión una lucha interior surgió en mí. Una oleada de curiosidad me invadió, fue como si alguien o algo me hablara al oído diciéndome que me parara de aquel sillón y fuera a aquella biblioteca, aquella sensación de ansiedad aun en estos días no la puedo explicar. Por otro lado algo en mi interior me prevenía diciéndome que me quedara sentado, que si mi abuelo no me dejaba entrar a su biblioteca era por algo. Después de mucho pensarlo decidí que lo más correcto era seguir sentado en aquel viejo sillón viendo la tele en aquel televisor también viejo. Pasaron alrededor de quince minutos cuando lo juro por mi vida que escuché clarito que alguien llamaba a mi nombre en un susurro <> aquel susurro no provenía de ningún lugar si no de la biblioteca. Sorprendido y a la vez excitado me paré de mi sillón, miré a mis hermanas y al parecer ellas no escucharon lo que yo, porque seguían viendo la tele. Con precaución dirigí mis pasos hacia la biblioteca y cuando estuve en la puerta misma sentí una extraña sensación, un escalofrío de miedo recorrió cada centímetro de mi cuerpo. Seguido mandé la mano a la manilla de la puerta cuando otra vez aquella voz que me decía que aquello no estaba bien retumbó de nuevo en mi mente, me di media vuelta y caminé de nuevo hacia la sala, cuando de nuevo escuché <>. Esta vez aquel susurro fue más claro que el anterior y me di cuenta que con seguridad había venido del otro lado de la puerta de la biblioteca. Con el pulso acelerado de nuevo me paré cerca a aquella puerta de madera y esta vez pegué el oído a la misma para escuchar. <>. Esta vez el sonido fue nítido y contundente, definitivamente había algo del otro lado de la puerta y me estaba llamando. No sé cómo pude controlar el miedo, traté de tranquilizarme, tomé un respiro profundo y jalé el manillar de la puerta y para sorpresa mía esta cedió al primer intento, lo cual me sorprendió mucho pues yo tenía la seguridad que mi abuelo siempre cerraba aquella puerta bajo llave. Con cuidado di un pequeño empujón a la puerta y esta se abrió lentamente dando un pequeño chirrido. <> me pareció escuchar en aquel chirrido de la puerta, pero desestimé esta advertencia pues era más grande mi curiosidad