Cuarenta semanas
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Capítulo 4 SEMANA 4

Capítulo SEMANA 4

Catherine

Conocía a Svetlana desde hacía aproximadamente un año. En mi antiguo instituto era costumbre que los alumnos de último nivel se presentasen en la universidad de sus sueños para conocer las instalaciones, los planes de estudio y a ciertos profesores. Ya que yo me había adelantado un curso, tuve que asistir sola en cuanto a mi promoción respecta. Alexia sí estaba terminando el secundario, por lo que subió a un autobús diferente al mío.

Cuando arribé al campus de Columbia e inspiré el aire fresco y juvenil que me rodeaba, tuve el presentimiento de que era la universidad idónea. De hecho, mis expectativas se incrementaron considerablemente tras conocer a la simpática alumna de cuarto grado que se presentó voluntaria para guiarme por las facultades.

Svetlana Rogers tenía veintidós años por aquel entonces. Estudiaba una modalidad de economía en la facultad de Dimitri, lo que los había llevado a conocerse.

Ella se presentó a mí de manera formal, aunque sonriente, y respondió a cada una de mis dudas, por muy irrelevantes que fueran. Nos tomamos un café en el restaurante del campus, al cual la invité por educación, e intercambiamos números de teléfono para mi futuro traslado a la residencia. Si mal no recuerdo, gracias a ella Alexandrina y yo fuimos asignadas en la misma habitación.

Svetlana había anunciado su compromiso con Dimitri al acabar el grado. Celebró su graduación junto con sus compañeros de clase y se centró en la preparación de la boda. Puestos a ser sinceros, consideré su decisión precipitada. Apenas se conocían de hacía unos meses, ¿qué la había impulsado a aceptar un compromiso con tanta celeridad? No lo formulé en voz alta, por supuesto. Me alegré por ella y accedí a colaborar en los preparativos.

La música sonaba a dos manzanas de distancia, retumbaba entre casas abandonadas que nadie compraba porque su precio era excesivo. Los Ivanov vivían en el barrio más alejado del centro o, al menos, allí habían edificado una de sus residencias. Svetlana escogió esa casa en particular porque no habría vecino que se quejase ante el elevado volumen de la música. Supuse que, debido a la importancia de la boda, organizaría una fiesta similar a la de Dimitri. Sin embargo, y para mi sorpresa, se trataba de una modesta reunión de veinte compañeras de clase para pasar la noche en compañía mientras nos maquillábamos y veíamos películas, al estilo de las famosas series. Me alegré de que el alcohol no fuese el tema principal y de que los bailes quedasen relegados a un segundo plano.

Eso sí, no me asombró que Svetlana nos pidiese llevar ropa de repuesto: el bañador que había comprado el día anterior era un arma de doble filo, es decir, la lycra era tan ajustada que se adhería a mi cuerpo como si fuese mi piel, pero, al mismo tiempo, tenía bordados unos volantes en las caderas y sobre el vientre que no mostrarían signos de embarazo. Tampoco es que presentase alguno, no obstante, estaba paranoica con los vómitos y con mi apetito. Prefería estar atenta y cubrir mi terreno o metería la pata.

-Mis padres no querían prestarme el coche -comentó Alexia mientras nos apeábamos del vehículo-, creen que necesito más experiencia para conducirlo. ¡Venga ya! Me saqué el carnet tan pronto como cumplí los dieciocho años y no suspendí ninguno de los exámenes. No conduzco tan mal, ¿cierto?

Le di un codazo como respuesta y cargué la mochila sobre un hombro.

Lo cierto es que, muy al principio, me atemorizaba compartir coche con Alexia. Ella siempre bromeaba mientras aceleraba o pisaba el freno. Pero pronto comprobé, por fortuna, que no era una desquiciada al volante y tomé confianza.

Mientras avanzábamos por el sendero de piedra que dirigía hacia la entrada principal de la casa, miré a los alrededores y estudié los distintos coches aparcados, en la puerta del garaje y junto a la carretera. Necesitaba saber si Dimitri estaba allí o no, aunque no pude distinguir su Mercedes entre todos los vehículos presentes.

Ascendí los escalones con cuidado, pues Svetlana había decorado las macetas ubicadas a los laterales con pétalos y velas; un simple tropiezo de mis torpes andaduras me precipitaría sobre alguna llama. Golpeamos la puerta y esperamos a que alguien nos recibiera, siendo la propia anfitriona la que apareció enfundada en un vestido de tonalidades oscuras con transparencias en los costados y sobre el vientre.

-Bienvenidas. -Ensanchó la cálida sonrisa-. Os estaba esperando.

-Si pensabas que nos olvidaríamos del segundo evento más importante del año, entonces, estabas equivocada -dijo Alexia con su tono humorístico e irónico. Estrechó la figura de Svetlana con un brazo y pasó al interior.

-No te quedes en la puerta, Catherine -insistió la homenajeada.

-Estará pensando en cómo hacerte compañía en las altas esferas de la sociedad. Tanto ella como yo tenemos que aumentar nuestro rango -continuó mi amiga con malicia. Usaba las indirectas para subirme los ánimos, o eso pensé.

Quise echarme a reír, de verdad que lo intenté, pero lo único que salió de mi garganta fue un estremecedor sonido que se asemejó a mis uñas sobre una pizarra. Los nervios me habían dominado tan pronto como el rostro de Svetlana asomó en la entrada; me arrepentí de no haber abofeteado a Dimitri cuando me besó.

Mi amiga nos mostró el camino hacia el dormitorio que había asignado para las invitadas, a quienes, de momento, no había visto. Depositamos las mochilas sobre una de las camas vacías antes de que Svetlana se despidiera para darnos privacidad mientras nos alistábamos. Nos esperaría en los jardines de la piscina climatizada. El área que mencionó era la más codiciada de la casa: habían rodeado la piscina con paneles de cristal que conservaban el calor, atrapando parte del jardín en el que distribuyeron mesas y un minibar. La música procedía del exterior, por lo que las otras amigas de Svetlana de seguro estarían bañándose. Me imaginé viviendo en un lugar como este y me caí de mi sueño tan pronto como Alexia

me arrojó el bañador a la cara.

Usé el cuarto de baño primero. Ya que las náuseas aparecían ante distintos olores -desconocía qué tipo de cena habían preparado- consulté diversos blogs de embarazo sobre remedios naturales que calmasen el vómito. Encontré un zumo natural que, supuestamente, lo controlaba, y no dudé en conseguir la fruta que la receta especificaba. Había depositado mis esperanzas en experiencias que otras embarazadas comentaban en portales online; esperé que no fuese un mero truco. De todas formas, mi madre estaba consultando los precios de la clínica más cercana a su casa. Queríamos cerciorarnos de que el feto se estuviese formando bien, pues no sería el primer caso en donde se experimentan complicaciones. Con mil ideas en la mente, me puse el bañador y cargué la ropa de vuelta a la estancia en donde Alexia también se había acicalado.

-Menuda rapidez -musité.

Ella estaba frente al espejo empotrado en la pared, trataba de atarse la parte superior del bikini color rosa chicle. Aparté sus manos, hice un lazo tan perfecto como el que decoraba su coleta y aproveché la cercanía al cristal para clavar la vista en mi cuerpo. Mi gesto no pasó desapercibido para ella, quien se apresuró a sostenerme del codo y a apartarme de un reflejo que no mostraba ningún tipo de cambio.

-No te obsesiones -pidió-. Estás bien.

-No. ¡No lo estoy! -Tomé asiento sobre la cama-. Me cuesta muchísimo mantener el secreto, Alexia. De hecho, desconozco durante cuánto tiempo se lo ocultaré a Svetlana. Ella ha hecho muchas cosas por nosotras, ¡por mí! Maldita sea. No me creo que he sido capaz de hacerle esto. ¡Yo! Va a casarse con el padre de mi bebé. Si le confieso a Dimitri que estoy esperando a su hijo, destrozaré el futuro de Svetlana.

Alexia extrajo un chicle mentolado de su bolso y lo echó a su boca.

-Me da igual lo culpable que te sientas. -Me señaló a la vez que arqueaba unas cejas tan rubias que pasaban por inexistentes-. Yo no te veo de esa manera. Svetlana conoció a Dimitri en la universidad hace más o menos un año. Pero tú estuviste en contacto con él durante el campamento de hace dos. Vuestra historia comenzó hace mucho tiempo, pero... por... culpa... de... tu... testarudo... carácter... -pausa mientras masca.

-Sí. Lo sé. Gracias por recordármelo -bufé-, pero ¿qué querías que hiciese? Por ese entonces apenas tenía quince años. ¡Él era claramente mucho mayor que yo! ¡Y lo sigue siendo! Además, me irritaba su forma de ser.

Alexia transformó la expresión de acusación a una descarada. Comprobó que no hubiese nadie por el pasillo y cerró la puerta de nuevo. Se estaba haciendo tarde, las demás estarían esperándonos abajo. Svetlana podría aparecer en cualquier momento y pillarnos desprevenidas en medio de esta conversación.

-Podrás decir lo que quieras, Catherine, pero Dimitri se interesó por ti y no fue únicamente por una mera atracción sexual -emitió un pesado suspiro, como si hablar del tema fuera algo sumamente agotador-. ¿Quién sabe? El destino ha barajado las cartas y mira en qué situación os ha puesto. Quizá deberías prestarle más atención en esta ocasión. -Me aferró de las manos para arrastrarme fuera de la habitación.

Exhalé un profundo suspiro y la seguí.

Ⓧ Ⓧ Ⓧ

-Creo que nos hemos confundido de casa. -Alexia gritó en mi oído. Pese a que sus labios rozaron mi piel para que pudiera escucharla sobre la música, me costó entenderla. Svetlana había mentido de una manera bastante descarada. Más de sesenta personas se aglutinaban tanto en el interior de la piscina como sobre el césped. Los vasos de plástico apestaban a alcohol, los cristales de la mansión vibraban por la intensidad de la melodía y chicos portaban bañadores ajustados con una pajarita dorada en el cuello invadieron nuestro campo de visión.

Cargaban las bandejas mientras se restregaban contra los traseros de los invitados, cosa que me pareció de lo más asquerosa. El déjà vu me transportó a la fiesta de Dimitri y me forcé a permanecer con ambos pies en este mundo o me perdería en mis propios recuerdos. Alexia enlazó su brazo al mío y me condujo al tumulto de personas, dispuesta a que yo también disfrutase del tiempo que pasaríamos aquí.

Buscamos a la anfitriona con la mirada. O eso intentamos al principio.

-No, gracias -rechacé la quinta copa-. No debería beber.

-Tanto Elena como yo escuchamos que batiste el récord de chupitos la otra semana. -Una joven de cabello violeta apretó el vaso de plástico contra mi pecho, provocando que mis manos viajaran hasta ese punto para aferrarlo-. Si estás preocupada por tu reputación, entonces, mira a tu alrededor, Catherine.

-He dicho que no. -Vacié el vaso en el césped y lo arrojé a sus pies. Cuando al fin nos deshicimos de los primeros borrachos, Alexia encontró a Svetlana en la piscina. Había tomado asiento sobre los hombros de una de sus compañeras, la cual mantenía los dedos hincados en los muslos de nuestra amiga para que esta no se precipitase. Svetlana trataba de empujar a otra chica a la piscina a la vez que procuraba conservar el equilibrio.

Metí los pies en el agua y me despedí temporalmente de Alexia, ella iba a por algo de beber y regresaría pronto.

-¡Juega con nosotras! ¡El agua está estupenda! -gritó Svetlana unos minutos más tarde, ya dentro de la piscina, y sacó un pie del agua para salpicarme-. Atrévete a saltar por el trampolín y diviértete un poco, Catherine. No estás cometiendo ningún pecado -añadió.

Decliné educadamente la invitación. Si tan solo supiera lo que ocultaba, me arrastraría a la piscina para ahogarme.

Esperé con ansias a que anunciaran lo que servirían para la cena. Y, una vez que todos desaparecieron tras las puertas de madera reforzada, pude respirar con más sosiego. Alexia se acercó a mí antes de seguir al resto, invitándome a cenar algo, pero insistí en que disfrutase de la noche sin mí. No tenía ánimos para ese tipo de ambientes, no era mi estilo y nunca lo sería. E inevitablemente, me cuestioné mi extraña personalidad y mis gustos. Lo habitual a mi edad era adorar las borracheras, las jaquecas matutinas y buscar una pareja por noche. Pero a mí me parecía denigrante y estúpido.

Luego de un rato en soledad, mordisqueé mis labios y me puse de pie para alcanzar las mesas.

Sin el alboroto de los adolescentes lanzando pelotas de plástico, gritando y correteando de un lado para otro, el lugar se presentaba como una escena idílica: las flores humedecidas por el vapor de la piscina desprendían un aroma exquisito y la luna se reflejaba en el agua cuando las nubes lo permitían. Tomé asiento en una tumbona de tela y estiré las piernas. Poco a poco fui tendiéndome hasta que mi cabeza quedó suspendida en el aire, al igual que mis pies. El balanceo de la hamaca me recordó al de un barco cuando el oleaje estaba en calma. Y este último me hizo pensar en las diversas sensaciones que se experimentaban en pleno océano: mareo, angustia, náuseas.

Hinqué los codos en la tumbona y me levanté con celeridad.

-Creo que voy a expulsar el estómago -dije de repente en voz alta. Apreté los dientes y me oculté entre los arbustos más alejados a la casa. Mantuve mi cabello sujeto con una mano mientras me agachaba para eliminar el zumo, el cual ascendía por mi garganta y me quemaba. Usé el árbol de mi izquierda para sostenerme y tanteé la mesa para buscar una servilleta. Odié a la persona que recomendó esa receta y su eficacia, aunque, en verdad, no tenía la culpa de que no funcionase conmigo. Me abaniqué con la mano e intenté que los mareos no incitasen a mi nerviosismo. Ya estaba sudando, eso no era bueno.

Algunas embarazadas no padecían molestias hasta completar el primer trimestre. Otras las notaban en el último. Y luego estaba ese reducido grupo de chicas como yo que, ante cualquier cambio producido en su organismo, creían que fallecerían. Además de quedarme en estado con diecisiete años, pertenecía a la categoría más dolorosa. Ya más calmada, observé lo que me rodeaba y localicé un teléfono sobre una de las mesas. No supe a quién le pertenecía, el mío estaba en mi mochila, en el dormitorio, y no me apetecía que Svetlana siguiese con sus tontas invitaciones. Pero necesitaba ponerme en contacto con Alexia lo antes posible, así que marqué su número y pegué el teléfono a mi oído. Recé para que lo llevase encima o para que alguien lo escuchase sonar y lo llevara hasta su dueña.

Tras dos intentos fallidos, la voz aguda, aunque distorsionada, de Alexia apareció tras la otra línea.

-¿Quién es? -preguntó ella.

Mierda. Había llamado demasiado tarde.

-Catherine -respondí al instante. Seguí unos ejercicios de respiración y aparté el pelo de mi nuca. El vapor condensado entre las cristaleras intensificaba mi malestar en lugar de reducirlo-. No me encuentro demasiado bien. He pensado que podría llamar a un taxi, pero no he traído dinero conmigo. Préstame algún billete y te lo devolveré en cuanto mis padres me entreguen mi paga. No me considero capaz de aguantar toda la noche en este ambiente. Hay demasiado ruido y malos olores.

-¡No te entiendo! -exclamó.

-¿Recuerdas ese supuesto remedio que he tomado? -Deambulé cerca del bordillo de la piscina-. ¡No ha funcionado! Estoy peor que otros días, este lugar me mantiene en tensión y no es bueno para mí. Tendré que comentarle al doctor que este embarazo será de riesgo -bufé-. Si ves a Svetlana, dile que lo lamento, pero me marcho ahora mismo.

Alexia gritó para que pudiera escucharla; tuve que alejar el móvil de mi oído para no quedarme sorda. Los dedos de mis pies se aferraron al bordillo, la humedad se transmitió a mi piel y me ayudó a calmarme. Mientras tanto, Alexia elaboraba una lista de razones por las que debía quedarme en la fiesta. Fingí que le prestaba atención, pero no iba a hacerlo. Simplemente no podía permanecer allí por más tiempo.

-¿Has dicho embarazo?

Una tercera voz entró en escena. Reconocí el tono varonil y autoritario al instante. No necesité mirar sobre mi hombro para cerciorarme de su identidad. Dejé que el teléfono resbalase entre mis dedos. El aparato repiqueteó contra el suelo y cayó al interior del agua. No me preocupó que el dueño lo hubiese perdido. Lo primero que hice fue cubrir mis labios para ahogar la exclamación. Enderecé la espalda y noté el equilibrio de mis piernas tambalearse. La piscina estaba a muy pocos centímetros de mí.

-Catherine, ¿estás embarazada? -Dimitri insistió.

Acto seguido, escuché sus zancadas aproximándose a mí.

Él posó los dedos en el centro de mi espalda, entró en contacto con la piel desnuda que había tocado y besado con libertad unas semanas atrás. Noté sus uñas acariciar mi carne para atraer mi atención, deteniéndose en el mismo bordillo en el que descansaban mis pies. Trasladó la mano derecha hacia mi mentón, torciéndolo con tanta lentitud que me pregunté si estaba padeciendo de alucinaciones. Me obligó a contemplarlo a los ojos, distinguiendo en ellos un pavor incalculable.

-Sí -asentí con rapidez-. Lo estoy.

Hablé como si no supiese más palabras, como si mi vocabulario hubiese colapsado en el momento de mayor necesidad.

Dimitri cambió de expresión. El miedo que predominaba en sus facciones se transformó. Ya no entreví culpabilidad o remordimiento. Allí donde sus pupilas deambulaban de una parte de mi cara a otra distinguí una pequeña chispa, un destello en sus motas, de un tono similar al caramelo más que al habitual avellana. Me aferró con más brío y deslizó la vista hacia mi vientre, que quedaba prácticamente presionado contra su cuerpo.

Yo cerré la boca.

-Por eso fuiste a verme la otra mañana -prosiguió con un hilo de voz, arrugando los dedos cuando faltaba poco para tocar la inexistente hinchazón de mi vientre-, por eso me expulsaste del baño de la facultad.

-Traté de explicártelo, pero...

-Entonces no fueron imaginaciones mías, el condón se rompió

-dijo, provocando que agrandase los ojos por el asombro-. Lamento haberte ignorado durante estas semanas, pero me entró el pánico. Ni siquiera pensé en las consecuencias después de lo que pasó aquella noche.

-Lo sabías -musité-. Lo sabías y no quisiste escucharme.

-No. Catherine, no. -Volvió a sostenerme por los antebrazos. Advirtió mis ansias por salir corriendo-. No creí probable un embarazo. De hecho, es casi imposible que lo estés. Era la primera vez... -No terminó la frase, pues ambos éramos conscientes de lo que venía a continuación-. Voy a ser padre y me caso el fin de semana que viene.

-No puedes cancelar la boda. Dimitri frunció el ceño y se distanció.

-Si lo haces -continué-, tendrías que confesarle a Svetlana los motivos. Ella está desviviéndose por esta boda, ha llegado a postergar su trabajo y los cursos relacionados con sus estudios. La destrozaríamos, Dimitri. Tan solo mira a tu alrededor, lo que ha preparado a raíz de una simple despedida de soltera.

-¿Quieres que siga adelante con esto? -Se mostró sorprendido.

-Te casas porque la quieres. -Me costó horrores pronunciarlo.

-Por supuesto. Sí -aclaró su garganta-. Pero, Catherine, me niego a darte la espalda en un momento como este. No voy a apartarte de mi vida. Este bebé es tanto tuyo como mío y no puedes pasar por esto tú sola. Ya te he hecho mucho daño como para seguir comportándome como un tonto.

Exhalé el aire que retenía en los pulmones. Dimitri acababa de pronunciar lo que me había perseguido en mis pesadillas: «No puedes pasar por esto tú sola». Había visto cientos de casos de madres adolescentes, de chicas que sufrían el abandono de una relación tras descubrir el embarazo. Pero Dimitri había cumplido lo opuesto a lo esperado. Mis ojos se anegaron en lágrimas gracias al alivio. El angustioso nudo comenzó a deshacerse en mi pecho, permitiendo que mi respiración se relajase hasta casi pasar desapercibida.

Él esbozó una sonrisa ladina, una que curvó su boca hacia la comisura derecha. Y me abrazó.

Sus brazos me envolvieron como en esa particular noche, aunque no con el mismo significado o propósito. Yo no pude rodearle la espalda, mis manos habían quedado atrapadas sobre mi vientre. Me hubiera gustado llorar. Tenía la primera lágrima a punto de ser derramada, pero me contuve. Percibí su respiración contra mi cuello y la inquietud fue tal que lo empujé hasta casi precipitarlo al interior de la piscina.

Me dispuse a irme, abrumada.

-¿Adónde vas? -escuché su voz aproximándose.

-A la residencia. No me encuentro demasiado bien.

-Pero no puedes irte. -Me aferró por el codo, aunque sus dedos se deslizaron por mi repentino movimiento-. Tenemos que hablar.

-¿Acerca de qué? Estoy embarazada, sí. Y tú eres el padre. Continuarás con la boda y esto permanecerá en secreto. No hay nada de lo que hablar.

-Catherine, ¿te estás escuchando?

Lo cierto era que no. Estaba confusa y molesta.

Probablemente se había percatado de que estaba a punto de echarme a llorar y quería consolarme para paliar mi tristeza.

-Svetlana puede presentarse de un momento a otro. No quiero que nos vea juntos; no podemos permitir que nos vea así. Me marcharé a casa, descansaré y por la mañana estaré en condiciones de razonar. Además, ¿qué otra cosa te gustaría oír? No pienso abortar o dar al bebé en adopción. Seguiré adelante sea como sea, con o sin tu ayuda. -Evadí su mirada.

-Te acabo de decir que te ayudaré en todo lo que pueda -musitó.

-Bien, pues empieza por dejarme espacio. Me agobias. Por fin lo perdí de vista.

Mientras me adentraba al salón en donde la fiesta continuaba sin interrupciones, noté la tensa mirada de Dimitri clavada en mi espalda. No hizo nada para detenerme, y me sentí agradecida por ello. Ascendí las escaleras de tres en tres, aferrándome a la barandilla metálica para usarla como impulso. Sorteé a la chica de cabello de colores que me había atosigado hacía un rato y entré a la habitación que nos habían asignado. Allí, recogí la ropa que continuaba tendida sobre la cama. Al final no me había metido en la piscina, por lo que me puse los pantalones sobre el bañador. Alexia había escondido el dinero prometido bajo mi mochila, creo que la llamé justo mientras se estaba cambiando. Telefoneé a una compañía de taxis y, en menos de una hora, pude adentrarme en la residencia de la universidad.

Encendí las luces a mi paso, tanto la del techo como la de la mesilla, y me quedé frente al escritorio durante unos instantes, pensativa.

Nada volvería a ser igual después de lo acontecido.

El móvil vibró en el interior de mi bolsillo, me apresuré a examinar de quién se trataba. El número no estaba grabado en la memoria del teléfono, aunque solo necesité leer el mensaje para adivinar su autor:

He pedido cita en mi clínica privada. La doctora podrá atenderte dentro de dos miércoles. Por favor, la próxima vez que nos veamos, procura no empujarme frente a un coche en marcha. Has estado a punto de zambullirme dentro de la piscina y no con las intenciones que yo tenía en mente. Sé que estás enfadada, pero me debo a mi empresa: necesita a un hombre con mi imagen impecable para prosperar.

Dimitri.

Apretujé el aparato entre mis dedos como si quisiera destruirlo.

-Pienso estrangularte mientras duermes, Alexia -mascullé.

La única persona en la fiesta -además de la organizadora- que poseía mi número era Alexia. Aprovechando que mi amiga no era del todo consciente de sus actos, Dimitri había sonsacado una manera para ponerse en contacto conmigo.

No le contesté. Silencié el móvil y lo escondí bajo varias almohadas para no ver el brillo de la pantalla. Luego, me coloqué mi pijama. Por la ventana noté que varios vehículos continuaban circulando por la carretera hasta perderse entre las diversas calles aledañas. Con las piernas apretadas contra mi pecho y el recuerdo de los brazos de Dimitri en torno a mí, pedí un deseo cruel y egoísta, uno del cual me lamentaría en cuanto fuese de día:

«Ojalá que la boda se cancele», pensé. Pero no por el bien de Svetlana o por el de Dimitri, tampoco por el mío. Lo deseé por el futuro del bebé que llevaba dentro.

            
            

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