Cuarenta semanas
img img Cuarenta semanas img Capítulo 5 SEMANA 5
5
Capítulo 6 SEMANA 6 img
Capítulo 7 SEMANA 7 img
Capítulo 8 SEMANA 8 img
Capítulo 9 SEMANA 9 img
Capítulo 10 10 img
Capítulo 11 11 img
Capítulo 12 12 img
Capítulo 13 13 img
Capítulo 14 14 img
Capítulo 15 15 img
Capítulo 16 16 img
Capítulo 17 17 img
Capítulo 18 18 img
Capítulo 19 19 img
Capítulo 20 20 img
Capítulo 21 21 img
Capítulo 22 22 img
Capítulo 23 23 img
Capítulo 24 24 img
Capítulo 25 25 img
Capítulo 26 26 img
Capítulo 27 27 img
Capítulo 28 28 img
Capítulo 29 29 img
Capítulo 30 30 img
Capítulo 31 31 img
Capítulo 32 32 img
Capítulo 33 33 img
Capítulo 34 34 img
Capítulo 35 35 img
Capítulo 36 36 img
Capítulo 37 37 img
Capítulo 38 38 img
Capítulo 39 39 img
Capítulo 40 40 img
Capítulo 41 41 img
Capítulo 42 42 img
Capítulo 43 43 img
Capítulo 44 44 img
img
  /  1
img

Capítulo 5 SEMANA 5

Capítulo SEMANA 5

Catherine

Envolví mi cuerpo con la toalla y saqué los pies fuera de la ducha. Caminé de puntillas, sorteando algunos charcos de agua, y limpié el vapor del espejo con la palma de mi mano. Hice un nudo con los extremos de la toalla en torno a mi pecho para que no cayera al suelo y sostuve el cepillo para desenredar mi cabello. Desde que había despertado, tenía los nervios a flor de piel. El motivo no era otro que el acontecimiento que tendría lugar en apenas unas horas. Una vez sin nidos de pájaros -nudos- en mi pelo, abandoné el cuarto de baño y me dispuse a deshacerme de la toalla.

-¡Dios mío! -exclamé y me detuve.

Aplasté las manos contra mis senos para no quedar expuesta. Alexia había abandonado la habitación tan temprano que ni siquiera me había deleitado con la lista de quejas matutinas. Tan solo dejó una nota informándome de que nos veríamos al mediodía. Estábamos a domingo, no supe qué la mantendría tan ocupada: las tiendas estaban cerradas y muchos de nuestros restaurantes favoritos también.

-¿Qué demonios haces aquí? ¿Quieres matarme de un susto? -grité.

Dimitri arqueó una ceja y entrelazó las manos sobre su regazo.

-No seas tan quejica. Has pasado más de treinta minutos en la ducha y, por unos instantes, he estado a esto de sacarte yo del baño.

-Hizo un gesto con la mano; su dedo pulgar casi se unió al índice; tenía la vista clavada en la zona donde mantenía mis manos.

-¿Esperas mi agradecimiento?

Dimitri esbozó una pícara sonrisa y tomó el único peluche que decoraba mi cama, el que recibí como regalo por parte de mi abuela materna hace ya casi doce años. Movió las diminutas extremidades del oso, lo examinó desde cada ángulo posible y lo sentó sobre su regazo como si fuese una persona. Me vi en la obligación de apretar el puente de mi nariz y de tomar una bocanada de aire para evitar gritarle, pues eso alertaría a mis compañeros de que no estaba sola en mi dormitorio -si es que no lo habían visto ya cuando él entró-. Cuando por fin se cansó de juguetear con el oso, Dimitri señaló la toalla que mostraba más piel de la que debería, sus ojos seguían posados en el escote ubicado justo a la mitad de mis senos. Y, con más atrevimiento del esperado, tomó el pico izquierdo y tiró para que yo me aproximara.

-¿Qué te parece? -preguntó él, con los dedos en la nuca del peluche para izar su cabeza hacia mí-. Sí, a mí también me parece que está irresistible -se respondió a sí mismo, ocultándose tras el oso para simular que era animal quien decía lo último-. Lo cierto es que no me había percatado de ese detalle, amigo. -Dimitri habló al objeto-. La gota que acaba de resbalar por su cabello se está perdiendo por el escote, justo en medio de ese valle de...

-Aléjate de mí, pervertido -interrumpí su extraña conversación.

-Pero tenemos que hablar -sentenció él. Mantuvo la mirada inmóvil en el escote, aunque la desplazó sutilmente unos centímetros más abajo-. De hecho, ayudaría que te cubrieras. No solo porque yo no podré concentrarme, sino porque enfermarás y perjudicarás al bebé.

-¡Oh! ¡Estás preocupado por el bienestar del niño! Te advierto que te encuentras en la residencia de la universidad, en mis dominios. Olvídate de ese rollo sobreprotector o te expulsaré. - Señalé a la puerta-. Y los ojos están en mi cara, profesor Ivanov, no en mi pecho. Enseñar tantos números le ha trastocado los conocimientos sobre anatomía.

-Lo sé. Me he dado cuenta -contestó, como si mis bromas no le afectasen. Soltó la esquina de la toalla que todavía sostenía y añadió-: Sin embargo, soy un hombre afortunado que tiene la oportunidad de admirar a una dama tan bonita en, bueno... -Aclaró su garganta para sofocar las carcajadas que procuraba contener-. En tan poca ropa, en realidad.

-Fantástico -resoplé.

Dimitri se olvidó por completo del peluche y se incorporó. Cuando se deslizó por mi lado, rozó mi brazo desnudo a propósito. Fingió entretenerse con los libros y revistas amontonadas sobre mi escritorio. Mientras tanto, yo regresé al cuarto de baño con las prendas que me pondría para la boda. Aproveché los minutos de calma para pensar y para intentar ralentizar las aceleradas pulsaciones de mi corazón. Desconocía cómo entró, cuándo o por qué. Pero ahí estaba, volviéndome loca, como de costumbre. Aunque nunca lo admitiría en voz alta, su presencia me agradaba mucho más de lo que deseaba o debería. Presioné una mano contra mi acalorado rostro y, posteriormente, la hundí en el agua para refrescarme.

Observé las prendas que me colocaría. Me había decantado por un vestido en color crema con escote de barco. Las mangas eran de encaje y se ajustaban a mi piel al igual que una segunda capa. El corte del vestido se ubicaba por encima de mis caderas, de forma que mi vientre quedase en la misma zona donde la tela se hacía más densa. Puede que fuesen imaginaciones mías, o puede que realmente tuviese una diminuta hinchazón creciendo en la parte más baja de mi vientre, la más próxima a mi entrepierna. Como no deseaba destacar más que la novia, no me maquillé en exceso. De todos modos, estaría en la celebración solo por un par de horas. Cuando terminé, ordené los utensilios que había desperdigado por el cuarto de baño y eché la ropa sucia al cesto para la lavandería.

Cuando regresé al dormitorio, Dimitri estaba tumbado sobre mi cama, acompañado de un anticuado álbum de fotografías que yo había tomado prestado de la estantería de mis padres. Mi curiosidad despertó de inmediato, también el pavor de que estuviese viendo las imágenes familiares, pero lo dejé pasar y busqué mi calzado.

-¿Por qué te arreglas tanto? -quiso saber él.

-Porque estamos a domingo, Svetlana, tú... ¿la boda? -contesté. Miré en todas direcciones en busca de la caja de zapatos, pero no la hallé. Como no quise perder más tiempo, abandoné la tarea y me detuve frente al espejo para colocarme los pendientes de perlas

-falsas, claro; ojalá pudiera permitirme las auténticas-. También tomé ventaja de mi postura para recoger mi cabello en una semitrenza que quedaría enrollada en mi cabeza mientras el resto de pelo caería por la espalda. Al terminar, me emocioné del resultado que mis torpes manos habían conseguido y apliqué un poquito más de pintalabios para impedir que se desvaneciera muy rápido. No tenía uno de los permanentes.

Finalmente, divisé la maldita caja de zapatos, sepultada por culpa de las prendas que Alexia no había doblado en su armario. Nos repartíamos las tareas de aseo, pero ella casi nunca cumplía. Coloqué el calzado frente a mí, alcé el pie izquierdo tras introducirlo en el tacón e hice equilibrio con el otro para abrochar la diminuta hebilla.

Mientras intentaba anudarlo, Dimitri dijo:

-No hay boda, Catherine. -Se levantó-. De eso quería hablarte.

-¡¿Que no hay qué?!

Mi tobillo derecho se tambaleó y me precipité hacia el suelo. La visión de mi cráneo golpeándose con la puntiaguda esquina del escritorio se deslizó por mi mente en segundos. Por fortuna, Dimitri actuó con celeridad y consiguió sostenerme a instantes de crearme una brecha en la frente. Deslizó un brazo por mi cintura y, con la mano libre, me sostuvo del codo.

-¿Podrías dejar de ser tan torpe, por favor? -musitó.

-No me des esa clase de noticia cuando no tengo ambos pies en el suelo -ironicé.

Me retorcí en el fuerte apretón de su abrazo y busqué el contacto visual. Necesitaba cerciorarme de que no era una broma pesada, de que aquel pensamiento que me había repetido en los últimos días no se había hecho realidad.

Dimitri mantuvo sus cálidas manos sobre mis caderas. Me apretó contra la camisa morada que tenía puesta, los primeros botones estaban desabrochados y dejaban a la vista la musculatura de su pecho. Puestos a ser sinceros, no me incomodó demasiado esa cercanía. Después de lo que habíamos hecho, que él tocara mi cuerpo sobre la tela del vestido no significaba nada.

Noté que en sus ojos no había atisbo de diversión. No mentía.

-¿Cómo que no hay boda? -continué-, dime que no has hecho...

-No, así que hazme el favor de calmarte. -Sus ojos se desplazaron por mi rostro, escudriñándolo-. Los padres de Svetlana no han podido tomar el avión a causa del mal tiempo y ella se ha negado a celebrar la boda sin su presencia. Por lo tanto, se ha pospuesto, no cancelado. El secreto se mantiene entre nosotros, por el momento.

-Pareces feliz al respecto -fruncí el ceño. Dimitri apartó la mirada.

-Bueno, dispongo de semanas o incluso de meses hasta que preparen de nuevo la zona que habíamos alquilado. Tampoco estoy listo para renunciar al joven que vive en mi interior. Tan pronto como firme el contrato de matrimonio, mis escasas horas libres desparecerán puesto que me convertiré en el nuevo propietario de las Industrias Ivanov. Sabes que lo considero demasiada responsabilidad para mí.

Me depositó en el suelo después de unos minutos. Quedamos cara a cara y él apartó un mechón que había quedado adherido a mi frente. Lo deslizó tras mi oreja y plasmó una mano en la parte baja de mi espalda. Al comprobar que me negaba a tomar asiento, me empujó hasta que mi trasero chocó con el colchón. Me obligó a permanecer sentada mientras él recogía el tacón que continuaba dentro de la caja. Se arrodilló frente a mí y descansó mi pie descalzo sobre su muslo, mirándome en todo momento.

Me colocó el calzado y lo abrochó alrededor de mi tobillo. Esos pequeños pero dulces gestos ablandaban mi corazón y, a juzgar por el brillo de sus ojos, él lo hacía a propósito; consciente de que despertaría en mí sentimientos censurados.

-No me lo puedo creer. He madrugado más de lo habitual, he desayunado mientras me duchaba, ¡y todo mi esfuerzo ha sido en vano! Llevas en este dormitorio más de treinta minutos. ¡Media hora! ¡Y no has sido capaz de detenerme! -acusé y puse el pie en el suelo otra vez.

-Lo he intentado, Cath...

-Alexia se ha ido temprano porque Svetlana habrá contactado con ella -ignoré, otra vez, sus intentos por informarme-, eso explica su misteriosa nota y la prisa con la que ha abandonado la residencia. Adiós a un domingo que habría podido ser aprovechado para adelantar las prácticas que debo entregar esta semana -me lamenté.

-No estoy aquí solo para transmitirte las noticias, Catherine.

-Dimitri me tendió las manos-. Escúchame: vamos a tener un bebé, y conozco demasiados amigos que han pasado por situaciones parecidas y han terminado en juzgados para establecer un horario de custodia compartida. Yo no quiero eso para nosotros ni para nuestro pequeño. Fuimos amigos en su tiempo y podemos continuar siéndolo a pesar de los hechos.

-Oh.

Su breve discurso me dejó sin palabras.

Había dado por supuesto que la palabra «amistad» estaría vetada entre nosotros, sin embargo, nunca me habría imaginado una relación desde ese punto de vista. Tenía razón. A mí también me desagradaba la idea de un futuro repleto de abogados, de las características preguntas realizadas a los niños como: "¿A quién quieres más?". Dimitri formaría parte de mi vida. Lo hacía desde el momento en el que nos encerramos en la habitación.

Esperó a que dijese algo, pero guardé silencio por algunos minutos más.

-De acuerdo -accedí-. Lo siento mucho, Dimitri.

-No tienes por qué disculparte.

Acarició mis hombros desnudos y dejó caer las manos.

-Entiendo el motivo por el que siempre has procurado evadirme.

Quise reprochar, y me preparé para hacerlo, hasta que su silbido me silenció para poder continuar.

-No lo niegues. Te conozco, aunque no lo creas. Y, ya que ambos hemos postergado nuestros planes para hoy, y a modo de disculpa, te invito a comer -me ofreció él. Más bien, lo dio por sentado.

-Podrían vernos. Y las preguntas nos atosigarían tanto en la uni...

-No todos conocen los lugares que frecuento. -Introdujo las manos en los bolsillos del pantalón y ensanchó la sonrisa.

-De acuerdo. Sorpréndame, profesor Ivanov. -Coloqué mi móvil y la cartera con algo de dinero en mi bolso. Él no lo pagaría por todo-. Pero ten en cuenta que no necesito más problemas en mi vida -agregué, imitando la traviesa mueca de sus labios.

Ⓧ Ⓧ Ⓧ

Pensé que, después de la noticia de la cancelación, no podría sacar de mi cabeza ese asunto, que no habría nada capaz de distraerme. Estaba equivocada.

Creyendo que Dimitri me llevaría a un restaurante privado de ventanas opacas y luces oscuras, decidí aprovechar el vestido para lucirlo ante los ojos de unos cuantos desconocidos. Pero, una vez más, él logró dejarme sin palabras.

Nos encontrábamos en un parque ubicado a las afueras de Brooklyn y, cuando digo las afueras, me refiero a las zonas más alejadas de los bullicios generados por el tráfico y los inmensos edificios. Conforme nos alejábamos, pensé que nos adentrábamos en otro mundo. Los colores verdes eran tan intensos y el aire que respiraba tan puro, que me costaba creer que seguía en Nueva York.

Lo primero que hice al bajarme del coche fue descalzarme y cargar con los tacones en una mano mientras avanzaba por el parque en busca de un sitio en el que sentarnos para montar el pícnic. Si pisaba el césped con esos zapatos era probable que en lugar de comer en ese idílico escenario lo hiciéramos en un hospital.

Luego de haber escogido el espacio y ya con el mantel sobre el suelo, me arrodillé para alcanzar una cereza de la cesta que Dimitri había llevado. Mordí la suave superficie hasta que solo quedaron el fino palo marrón y el centro. Lancé los restos sobre una de las varias servilletas que teníamos y cambié de posición. Me senté contra el árbol más próximo y extendí las piernas hasta rozar los pantalones de Dimitri, que se encontraba frente a mí.

Comimos el resto en silencio, parecía que ambos teníamos hambre.

-Si no lo hubiera visto, jamás lo habrías creído -se burló Dimitri cuando ya habíamos terminado-. Has devorado dos muslos de pollo pequeños, dos sándwiches, todas las cerezas, un trozo de tarta de chocolate e incluso bebiste muchos vasos de zumo. ¡Y eso en menos de media hora! Explícame hacia dónde se dirige esa comida, porque estoy seguro de que a tu estómago no va.

-El bebé -comenté mientras ingería otra cereza-, tengo que alimentarme por dos. Una mitad de la ración está destinada para él o ella, la otra me la quedo yo. Además, estaba muy hambrienta si tengo en cuenta lo poco que como últimamente.

Dimitri estalló en carcajadas, demostrando que no se tragaba mi penosa excusa.

Limpió lo que habíamos ensuciado. Introdujo las servilletas arrugadas, los platos cubiertos con un film de plástico transparente y los envoltorios en el interior de una cesta cercana. No me había dado explicaciones sobre cómo preparó la comida con esta rapidez.

Presentía que lo había tenido todo listo desde antes de visitarme en la residencia.

Al regresar a mi lado, Dimitri se recostó contra el árbol más cercano, empleando los brazos como una almohada. Continuaba siendo el mismo chico al que había conocido dos años atrás. Sonreí por los recuerdos y aparté un mechón de mi frente.

El pícnic había sido una agradable sorpresa. Lo único que no terminó de convencerme fue la presencia de un guardaespaldas, quien permaneció en el coche, a varios metros de nuestra posición. Supuse que estaba aquí por la seguridad de Dimitri, aunque era obvio que yo no habría sido capaz de estrangularlo incluso si me sacaba de quicio.

-Cuéntame algo sobre ti que no sepa -me pidió.

En el parque estábamos nosotros y unas pocas parejas más. Pasaron desapercibidas para mí hasta que caí en la cuenta de la imagen que podríamos dar. Una molesta oleada de incomodidad ascendió para asentarse en las partes visibles de mi rostro. Después, me repetí las intenciones de Dimitri y me tranquilicé: los periodistas lo seguirían a todas partes tras la cancelación de la boda. Nuevos rumores surgirían pronto y los entrevistadores se morirían por conseguir las palabras de Dimitri en exclusiva. Por fortuna, la noticia era todavía muy reciente y aquel lugar era poco frecuentado por gente de su clase, nos camuflaríamos con facilidad.

No volvió a ponerme una mano encima -a tocarme como había hecho esta mañana para evitar mi caída- durante todo el día. Cuando me dijo que quería amistad, iba en serio. No se lo agradecí con palabras, pero sí con actos: no lo expulsaría de mi vida, tal y como había decidido hacía unos días. Su participación, tanto en mi futuro como en el del bebé, estaba asegurada. De todas formas, e incluso si no lo deseaba, pronto la verdad saldría a la luz y, a partir de ese momento, no volveríamos a estar a salvo.

-Estos dos últimos años han sido amenos. Tranquilos -recalqué. Encogí los hombros y aferré el bordillo de mi vestido, estrujándolo con nerviosismo-, terminé un curso adelantado en el instituto porque siempre conseguía las notas máximas; no solo de mi clase, sino de la promoción. Me trasladaron a la universidad tras realizar un examen de acceso y allí conocí a Svetlana. Desde ese entonces, lo único que ha tenido lugar ha sido lo que nosotros hicimos hace exactamente unas...

No me interrumpió con palabras, pero su móvil comenzó a vibrar y, después de echar un vistazo al nombre que aparecía en la pantalla, se levantó tan pronto como le fue posible. Yo no había logrado ver el nombre en la pantalla.

La melodía se cortó cuando él estuvo lo suficientemente alejado como para que yo no pudiera oírlo. Me hubiera gustado que atendiera la llamada con mayor libertad, cerca de mí, pues habría demostrado un poco de confianza en nuestra amistad.

Entonces, un mensaje hizo que mi teléfono también vibrase dentro de mi bolso.

¿Dónde demonios te has metido? ¡PROBLEMAS!

Fruncí el ceño por el enigmático texto de Alexia y me incorporé para sacudir mi vestido. Me deshice de los pequeños trozos de hierba adheridos a la tela y busqué mis zapatos con la mirada. Juraría que los había colocado en la parte más alejada del mantel, para que no se ensuciasen con la comida, y para que las hormigas no se subieran.

-Tengo que marcharme -anunció Dimitri, siendo prudente, aunque autoritario. Mantuvo el móvil entre los dedos, sus nudillos blanquecinos me alertaron del ímpetu con el que lo sostenía-. Mi padre se pregunta dónde diantres estoy. He pedido un taxi para que te recoja. Los gastos van a mi cuenta. Y no me lleves la contraria, por favor.

¿Por qué hablaba como un robot?

-Está bien -coincidí, restándole importancia-. Aprovecharé ese viaje para hacer una visita a mis padres. Lo cierto es que no se tomaron bien cuando les hablé de mi embarazo. Albergo las esperanzas de que se adaptarán a la idea con el tiempo. Lo único que me han pedido, por el momento, es que los mantenga informados de cada novedad. Supongo que debo incluir nuestra pequeña quedada de hoy.

-¿Se lo has contado? -agrandó los ojos-, dime que no es cierto.

-Lo es. ¡Fue la misma mañana en la que me repudiaste, en la universidad! ¡Me sentía bastante agobiada! Además, son mis padres. Nunca les he escondido secretos, ¡mucho menos un embarazo! Es algo que, simplemente, no se oculta durante mucho tiempo.

Apretó el puente de su nariz y resopló.

-Sí, tienes razón. Hablamos luego, ¿de acuerdo?

-Te he dicho que sí.

-El miércoles ingenia una buena excusa -me dijo-. Pasaré cerca de las nueve de la mañana por tu residencia. Estacionaré en los aparcamientos ubicados detrás de mi facultad, los que están reservados para el profesorado. Será más seguro para ambos. Espero que no te hayas olvidado de la cita médica en mi clínica.

-No. Me acuerdo perfectamente. -Lo insté a que se fuera-. Bobo.

Logré sonsacarle una atrevida mueca. Sus pies se torcieron en dirección al sendero de piedra, así como su tronco, pero mantuvo la cabeza ladeada hacia mí.

De repente, atrapó mi cabeza entre sus toscas pero cálidas manos y plasmó la suavidad de su boca contra mi frente. Paré de respirar por unos instantes; me congelé hasta que se alejó, en esta ocasión, sin mirar atrás. El guardaespaldas lo esperaba con el motor encendido. En apenas unos segundos, el Mercedes se alejaba por la solitaria carretera. La eficacia de la llamada de Dimitri -o de su dinero

- causó que el taxi apareciese antes de que tuviera la oportunidad de abrocharme los tacones. El vehículo amarillo aparcó frente a mí y tomé asiento en la parte trasera, indicándole hacia dónde dirigirse. Durante el trayecto, entrelacé las manos sobre mi regazo e hice una pequeña recapitulación de lo ocurrido. Al terminar, sonreí.

Quizá no todo estaba tan perdido como había imaginado.

Maldita sea, Catherine. Te necesito en la residencia. Ya.

Ese nuevo mensaje provocó que mi estómago se encogiera. Alexia nunca me molestaba a través de mensajería o de llamadas. Para nosotras era más fácil comunicarnos mediante notas en el escritorio, ya que pasábamos la mayor parte del día encerradas en el cuarto. Esto indicaba que había ocurrido algo cuya gravedad superaba a nuestras costumbres.

Indiqué al conductor que cambiase de rumbo y fuese hacia la universidad. Me disculpé luego por mi repentina indecisión. Él asintió y dobló en una de las esquinas siguientes.

En el incómodo silencio, fruncí el ceño y clavé la vista en la tarjeta de identificación que acreditaba al hombre para cerciorarme de que realmente trabajaba en la compañía de taxis. Como me había sentado en los asientos traseros, no me había percatado de su juventud hasta ver la foto de su identificación. Anoté su nombre, Nathaniel Dickens, en mi cabeza. Se me ocurrió que podría volver a llamarlo cuando necesitase un taxi. Y no, no había ningún motivo oculto en mis pretensiones.

-Lamento la pérdida de tiempo. -Volví a disculparme cuando aparcamos frente a la residencia.

Habíamos recorrido casi dieciséis minutos en la primera dirección y media hora en la segunda, lo cual suponía un mayor costo para el bolsillo de Dimitri.

-Las disculpas no son necesarias. Creo que no me he roto nada de vital importancia al virar el volante -bromeó mientras apoyaba el codo en el asiento del copiloto-. Dicen que el trayecto ya ha sido pagado. Es libre para continuar con su camino, señorita.

Se quitó la gorra azulada e hizo una divertida reverencia. Me eché a reír y también me despedí.

Una vez fuera del taxi, apresuré mis pasos. Me quité los tacones y empleé las escaleras, porque había distinguido una inmensa cola para el ascensor, y me adentré en el dormitorio con rapidez. Los tacones cayeron a mis pies cuando me encontré a Svetlana sollozando en el regazo de Alexia. Mi amiga clavó su intensa mirada azul en mí y negó con suavidad para que Svetlana no se percatase del movimiento.

-¿Catherine? -llamó con voz gangosa.

Tomó asiento en la cama y restregó las manchas de máscara de pestañas adheridas a sus mejillas y labios. Las lágrimas también empapaban la falda plisada de Alexia, aunque ella no parecía notarlo. Svetlana intentó sosegar su llanto mediante gestos -resoplar, mirar al techo y abanicarse la cara- hasta que terminó por extender las manos hacia mí; suplicándome a través de ese movimiento que me aproximase a ella.

-No sé si debería preguntar -admití en susurros.

-He pospuesto la boda a propósito, Catherine -confesó tras considerar que su tono de voz no temblaría ni tartamudearía-. Esta mañana he recibido correos del periódico más importante de Estados Unidos. Me han mandado una copia del artículo que se publicará mañana en todo el país. -Arrojó el folio impreso a mis manos, lo atrapé por las esquinas superiores-. Dimitri me está siendo infiel. Uno de los fotógrafos lo vio abandonar el club en compañía de una furcia desconocida. Y tomó la fotografía aquí mismo, ¡en esta universidad!

Me vi en la obligación de buscar la silla del escritorio. Necesitaba hallar un lugar que me brindase apoyo. Desplegué los diversos folios, repletos de letras en negrita que resaltaban la noticia, y noté que el mundo se precipitaba sobre mis hombros al distinguir con claridad la fotografía que había mencionado mi amiga. En ella, Dimitri estaba aprisionándome contra la pared, con su boca sobre la mía. Gracias a que él tenía su brazo apoyado al lado de mi cabeza, mi rostro quedaba oculto al flash de la cámara. Sin embargo, era evidente que se trataba de la residencia, pues el logo aparecía impreso las cristaleras.

«Esto no puede ser real», pensé.

-¿Qué piensas hacer? -Aclaré mi garganta para ocultar el temblor.

-El padre de Dimitri me ha dicho que su hijo está de viaje de negocios hasta la semana que viene. Ese cabrón se ha marchado de la ciudad para evitarme. Pero si piensa que se librará de mí, las lleva claras. En cuanto lo hablemos, pienso encontrar a la maldita zorra y la estrangularé con mis propias manos -sentenció.

Mi vida pasaba, oficialmente, al estatus de «destrozada».

                         

COPYRIGHT(©) 2022