Él es mi boxeador
img img Él es mi boxeador img Capítulo 3 2
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Capítulo 3 2

El sonido casi inaudible que se escucha cuando toco con mis nudillos es apenas un leve susurro, pero del otro lado al parecer se escucha perfectamente cuando un «pase» llega a mis oídos como respuesta. Reprimo los pocos nervios que me atacan en este instante y abro la puerta con lentitud.

-¿Qué horas son estas para entrar a clase, señorita? -pregunta una mujer con el ceño fruncido desde el otro lado del escritorio frente a toda la clase.

La profesora es una mujer joven de unos treinta años más o menos, con una contextura esbelta y alta, sus ojos marrones son saltones y están cubiertos por unas gafas gruesas y negras, resaltando el brillo en ellos. Su pelo de color negro azabache cae por sus hombros en hondas muy definidas, de una manera que internamente envidio. Me mira con fastidio poco disimulado por haber interrumpido su clase, sus facciones serias me dan a saber que esta profesora es sumamente estricta y seria.

-Lo siento, soy nueva y tuve que ir a la secretaría a buscar mis horarios -respondo disculpándome, un poco avergonzada ante su mirada. Los nervios que antes quise reprimir lo mejor posible, brotan aún más ante ella y llegan a recorrerme por completo el cuerpo, haciendo temblar mi interior. Ya reprimí mi actitud borde unos minutos antes de decidirme a entrar porque con ella, visiblemente, no la necesito. No quiero que por ser grosera me castiguen, eso lo aprendí hace años atrás en mi antiguo instituto.

-Bien, que sea la última vez, señorita... -con un dedo de su mano derecha, sube con lentitud sus gafas por el puente de su nariz respingona mientras sus ojos penetran los míos, llenos de interrogación.

-Natalie Lawler -contesto de inmediato.

-Bien, Natalie, soy la profesora Brown -dice ella y luego me hace presentar ante toda la clase, a la cual, al parecer, no les importa ninguna de las palabras que salen de mi boca. Cuando termino, ella se vuelve hacia mí-. Ahora siéntate y copia.

Asiento con la cabeza en modo de agradecimiento y busco con la mirada un lugar libre. Hay uno en el centro de la clase y otro al fondo de

todo. Obviamente, me dirijo al último, ya que odio los del medio y los delanteros. Toda la clase sigue mi recorrido con una mirada casi... asustada, y no la apartan hasta que estoy sentada junto a un ventanal gigantesco que abarca toda una pared del salón, del piso al techo. Puedo jurar que casi los escucho contener el aliento cuando mi trasero se posa en la silla. Mirándolos extrañada y ligeramente confundida por la actitud de todos, coloco mi mochila en el suelo con un ruido sordo y dejo salir del fondo de mi garganta un gran suspiro.

Acto seguido, saco mi cuaderno y comienzo a escribir lo que ella había anotado en el pizarrón antes de mi llegada. Contesto algunas preguntas de las que puso sin la necesidad de un libro, pero cuando veo que no podré terminar completamente el ejercicio sin uno, se lo pido prestado a la profesora, la cual no lo estaba usando y me lo cede a duras penas. Prácticamente haciéndome prometerle no arruinarlo ni algo por el estilo.

Una vez que termino, le devuelvo el libro y regreso a sentarme en mi lugar para luego mirar aburrida por la ventana hacia afuera. Puede que sea un poco fría o desagradable con algunas personas, pero soy aplicada a la hora de trabajar en clase. Siempre entrego a tiempo las tareas y hago bien los exámenes. Soy rápida en entender y no necesito estudiar mucho para las materias, por lo que no creo que en algún momento esta profesora llame mi atención por algunas notas bajas, porque sé que no las llagaré a tener. Un ejemplo es la tarea terminada en menos de diez minutos que dio justo antes de que yo interrumpiera la clase.

Creo ser una de las pocas que terminó con tanta rapidez.

Recorro con mis ojos todo el alrededor que puedo llegar a ver desde mi posición. Una vista realmente hermosa.

Las nubes grises llenan el cielo, dando a saber que la lluvia no tardará en llegar. Un viento fuerte azota las hojas de los árboles, dejándolas volar por todo el perímetro hasta desaparecer en la distancia, haciendo un ruido chillón al chocar contra la ventana. Coloco la mano sobre esta y sonrío. No me sorprendo al encontrármela congelada.

Un carraspeo me saca de mis pensamientos sobre el clima y me vuelvo a esa persona. Lo primero que mis ojos captan del chico parado junto a mí es el pelo negro y espeso, y unos intensos ojos azul verdosos que me miran fríos y sin emoción alguna. La mano derecha sostiene una mochila sobre su hombro y la otra la mantiene en el bolsillo de su pantalón. Es alto y fornido, hermoso y muy misterioso ante mis ojos. Su mandíbula cuadrada y cincelada se encuentra sin rastro de vellos e instantáneamente quiero tocarle allí para saber cuán suave está, y sus labios... Oh, sus labios. Hermosos y tentadores.

Peligrosos.

Me quedo un segundo embelesada ante tal belleza que no me doy cuenta de las miradas que todos le dan de soslayo. La profesora lo fulmina con la mirada, seguramente por haber llegado extremadamente tarde, y los alumnos lo miran expectantes, esperando que él haga algo.

¿Por qué lo miran como si le tuviesen miedo?

-¿Sí? -pregunto mirándolo confundida y con el ceño fruncido, intentando no distraerme por su hermosura. Su altura intimida y me pregunto si no se confundió de curso. Se me hace extraño que un chico que parece ser mucho más mayor que todos nosotros, con ese cuerpo de todo un hombre, esté con nosotros, pero luego lo pienso mejor y me reprocho a mí misma. Si se hubiese confundido se hubiese dado cuenta ni bien entró al aula.

-Este es mi asiento. Búscate otro -su voz ronca, cortante y fría resuena en la habitación mientras apunta el asiento que está en el centro de la clase con un dedo. La clase repentinamente muda absorbe sus palabras y si no fuese por estar viéndolo fijamente, podría haber notado que algunos se estremecieron al escucharlo. Por lo contrario, un poco aturdida por el intercambio de palabras bruscas de su parte, me río ligeramente sin poder creerlo.

-Vete tú. En vista de que tú no estabas cuando yo llegué, tengo permitido sentarme aquí. Procura llegar temprano la próxima vez y quizá lo consigas -me cruzo de brazos ante su mirada intensa y fulminante. No me encojo ni me acobardo, me prohíbo a mí misma hacerlo porque una de las cosas que me prometí a mí misma fue que no volvería a dejarme manipular. Mucho menos intimidar, por más difícil que fuera no hacerlo frente a tan esculturalmente escalofriante chico.

Sin embargo, su aura oscura casi hace que tiemble y no cumpla aquella promesa.

Casi.

-No, niña. Definitivamente, la que se irá serás tú. Es mi asiento, niña malcriada.

Aprieto la mandíbula al escuchar esas familiares palabras salir de su boca. Siempre piensan que soy una malcriada por haber crecido en una familia adinerada, pero terminan equivocándose todos. En mi antigua escuela me lo decían cada día que pasaba, hasta que una vez me cansé de reprimir mis emociones y me puse a llorar. Una hora después mis hermanos me encontraron encerrada en el baño de mujeres. Intenté con fuerza no decirles qué me sucedía. Sabía que, si se los decía, ellos habrían intentado arreglar todo como siempre lo hacían y estaba cansada de que constantemente arreglaran mis problemas. Así que, realmente intenté no contar nada. Y sin embargo, luego de insistirme tanto, ellos lograron sacarme un poco de información e hicieron un revuelo impresionante para que no me dijeran más como lo hacían todos mis compañeros. Por lo que, otra vez, ellos tuvieron que arreglar mis conflictos.

Aún con ese recuerdo en la mente, me levanto furiosa y lo encaro con todo el enojo que tengo dentro por revivirlo en mi cabeza.

-Para tu información, no me mandas, Muchachote. Por más que te pongas en forma desafiante, a mí no me das miedo. Ni siquiera te acerques -digo, tocándole con el dedo índice su duro pecho-. Y malcriada no soy, que quede claro -recalco y luego de eso me vuelvo a sentar sin darle otra mirada.

Puedo escuchar cómo su mandíbula cruje por el enojo antes de que sus pasos se alejen de mi lado mientras la profesora firmemente le recuerda no volver a llegar tarde.

Entonces, después de ese encuentro fastidioso, la clase sigue y yo me vuelvo a perder en mis pensamientos como si nada hubiese pasado. Borro cada cosa sucedida hace menos de unos segundos y dejo que mi mente quede en blanco, y así que mis emociones queden profundamente enterradas. Lo último que quiero es volverme loca y avergonzarme más de lo que ya lo estoy frente a mis compañeros.

Antes de poder darme cuenta, estoy en la última asignatura antes del almuerzo. Me paso una clase entera con una profesora que tiene una voz asquerosamente empalagosa y te hace desear querer arrancarte los oídos con una sierra, pero que a la vez es tan seria que te dan escalofríos con tan solo oírle decir cosas con ese tono. Aun así, creo que me dormí la mayor parte de la hora, procurando que la profesora no me viera y despertándome a cada ratito para ver si alguien se daba cuenta de mi acto. Me digo a mí misma que luego le tendré que pedir algunas notas a algún compañero para no retrasarme más de lo que ya estoy.

Esto es culpa de mis hermanos, pienso. Si no fuera por ellos, no tendría sueño y no tendría que ir durmiendo de clase en clase. Estoy muerta y agotada, sin mencionar que en toda la hora sentí cómo alguien quemaba mi piel con la mirada desde adelante de la clase sin remordimiento. Decidí no prestarle atención a ese escozor molesto en mi mejilla y me dispuse a seguir durmiendo. Sabía quién era el causante de aquello y no pensaba darle la satisfacción de saber que me daba cuenta de sus intensas miradas.

Me maldigo a mí misma por quedarme despierta hasta altas hora ayer. Aunque si me hubiesen dicho que al día siguiente iría al instituto, no me hubiese quedado viendo la televisión hasta las dos y media de la mañana como acostumbro a hacer siempre que no tengo nada que hacer al otro día.

La hora del almuerzo al fin llega. Busco entre los pasillos a mis hermanos para ir a la cafetería juntos y finalmente comer algo, pero no los encuentro por ningún lado a pesar de estar unos cuantos minutos buscándolos por los alrededores. De todas formas, también aprovecho ese tiempo para ver todo el instituto. Es gigantesco y, tengo que admitirlo, muy bonito. No es para nada moderno y aun así se nota que está muy bien cuidado. En Wesley Chapel High School, mi anterior escuela, ubicada en Wesley Chapel, Florida, un lugar bastante pequeño comparado con otros, en donde no hay centros comerciales cercanos y donde las casas son muy grandes; no eran tan viejos. Eran relativamente modernos, pero que a la vez no tanto. Estaban bien, a decir verdad.

Aquí en Filadelfia, por lo que sé y logré escuchar, algunas de las escuelas fueron renovadas completamente, pero que a la vez se les dejó el toque antiguo de la fachada, como por ejemplo, las paredes de ladrillos.

Mientras mi mirada sigue el recorrido, buscando a mis hermanos y escaneando todo, me entero que las noticias y los chismes viajan rápido de persona en persona. Noto cómo ahora todos saben que estoy con los chicos, quiero decir, algunos comentan o afirman que estoy con los dos al mismo tiempo, otros dicen que solo soy una vecina en su edificio y otros que soy una zorra que los sigue a todos lados en busca de un poco de atención.

Todos se equivocan.

Veo pasar por mi lado a una chica baja de estatura, usando gafas y ropa holgada. Su pelo violeta es lo primero que noto de ella. Le toco el brazo con sutileza y voltea para mirarme con los ojos muy abiertos, el susto destellando en ese mar oscuro. ¿Qué piensa que le voy a hacer como para mirarme de esa forma?

Le sonrío para tranquilizarla y hacerle saber que no muerdo, no queriendo que crea que soy un monstro cuando necesito mucho de su ayuda.

-Disculpa, ¿sabes dónde están Sam y Tyler Lawler? -pregunto con el mejor tono amigable que tengo. Ella asiente con timidez, con los ojos más abiertos que antes y luego baja la mirada hacia el suelo. No sé si soy yo la que le causa eso o es ella la que lo hace inconscientemente.

-Sí, están entrenando a esta hora -contesta. Su voz es casi un susurro que, si no fuera porque estoy cerca de ella, no lo habría oído.

-Oh... ¿sabes dónde entrenan? La verdad es que soy nueva y estoy muy perdida.

-Claro, sígueme -murmura mientras comienza a caminar por el pasillo atestado de personas que van por el lado contrario al que nosotras vamos. Sonrío agradecida y la sigo.

Esquivamos a los adolescentes eufóricos que se dirigen a la cafetería y salimos al campus. El cielo nos da a saber que va a llover en pocos minutos, más o menos, y yo respiro esa brisa fresca y fría que tanto me encanta. Amo cuando llueve y más si es en la tarde o la noche. Las hojas de los árboles vuelan a nuestro alrededor, dejándose caer con lentitud en el césped.

-Así que... ¿cómo te llamas? -le pregunto para empezar una conversación y matar el silencio. Ella aprieta más sus libros en su pecho y sonríe levemente.

-Emma, ¿y tú?

-Natalie, mucho gusto.

-Ah, igualmente. Oye... -dice un poco nerviosa mientras aparta la vista-. ¿Tú eres novia de alguno de los gemelos? -y es allí cuando comprendo cuál es la verdadera pregunta detrás de la que me hizo. Río en voz alta y me encorvo, llevando mis manos a mis rodillas para que no me duela mucho el estómago.

¡A ella le gusta uno de mis hermanos!

-Sí, hacemos un trío todos los días y ahora los estoy buscando para que lo hagamos en la conserjería -le digo al recuperarme del ataque, para luego tomar una postura seria y hacerle ver que lo que digo es verdad, aunque fuese una total mentira. Ella me mira horrorizada, confundida y... dolida como un pequeño e indefenso cachorro.

-¿En serio? -pregunta murmurando atónita, como si se lo estuviese preguntando a sí misma en vez de a mí.

-¡No! ¡Qué horror! ¡Son mis hermanos! -río.

Entonces, ella se relaja y suspira, dándome a saber que mis palabras le afectaron como si todo fuese un peso sobre sus hombros que ella quisiera eliminar, y luego sonríe con esperanza brillando en sus ojos. Retomamos nuestro camino por el campus y la veo retorcer sus dedos en los bordes de sus cuadernos. No digo nada sobre ello. Parece ser común para ella andar nerviosa y definitivamente no quiero decir nada para molestarla. Finalmente, hay alguien que no es falso conmigo, y no desperdiciaré ningún segundo solo por ser estúpida y entrometerme en cosas que no me incumben. Pero aquella idea de que sea un tic nervioso se escapa de mi cabeza cuando ella suspira y deja de mover sus dedos. Luego de eso, ya no lo vuelve a hacer.

Una vez que mi risa disminuye, le pregunto:

-¿Cuál de los dos te gusta, Emma?

-Ninguno -niega con la cabeza y esquiva mi mirada. Noto fácilmente la mentira, no solo por su voz, la cual de repente es casi inaudible, sino por el temblor que tiene al decir las palabras.

-Por favor, no mientas porque te sale mal, amiga -la codeo juguetonamente.

-¿Amiga?

-¿Qué? ¿No tienes amigas que te llamen así? -ella baja la mirada al suelo con tristeza y se encoje de hombros, como si fuese algo que la avergonzara.

-No... -susurra.

Me quedo callada al ver que lo que dice es la pura verdad. Aquella tristeza notable en sus ojos puede deberse a su soledad en esta escuela. Aunque me parece tierno verla así de tímida y notar que es sincera con lo que dice, no puedo evitar preguntarme por qué no tiene amigas. Bien, yo tampoco las tengo, pero hay una excusa buena del porqué no. ¿Y ella? No lo sé, pero se ve simpática y buena, no como todas las chicas que conocí una vez que ni bien te ven, te fulminan con la mirada y rezan porque te salga acné en toda la cara.

-Entonces... -empiezo a decir, pasando un brazo por sus hombros-. Yo lo seré a partir de ahora -una lenta sonrisa aparece en mis labios mientras veo cómo estudia mi rostro, buscando indicios de alguna mentira.

-¿Quieres ser mi amiga? -cuestiona, la ilusión brillando en todos sus rasgos delicados causando que sus ojos marrones parezcan más grandes por la felicidad.

Asiento muy decidida a no tener pena por ella.

-Claro. Nos llevaremos bien, y yo te puedo presentar a mis hermanos. Eso sí, si me dejas por uno de los dos y me entero que me usaste para llegar a ellos, te asesino -le advierto con la mirada.

-¡Gracias! -abrazándome con sus delgados brazos, me aprieta fuertemente contra su cuerpo. Me sorprende la fuerza que tiene, pensaba que apenas sentiría su tacto cuando me abrazase, pero ahora sé que no es así; casi me saca todo el aire de los pulmones.

-No hay de qué. ¿Nunca les hablaste?

-¿A tus hermanos? No, soy tímida y me pongo nerviosa cuando estoy cerca de alguien.

-Bueno, intentaré ayudarte con eso. Aunque sea un poco -ella sonríe.

-Gracias.

Caminamos unos metros más hasta que finalmente llegamos a las gradas de la cancha de fútbol americano. Puedo vislumbrar a mis hermanos sin importar que tengan esos cascos que tapan sus rostros y, al parecer también lo hace Emma, ya que mira embelesada a Sam. ¿Cómo es que los distingue si ni siquiera les habló?

-Te gusta Sam -no es una pregunta, sino una afirmación la que sale de mi boca.

-¿Cómo lo sabes? -su tono sorprendido aparece.

-Desde que llegamos aquí solo ves a Sam, por lo tanto, es obvio.

Pero ¿cómo los distingues? -ella se encoje de hombros.

-No lo sé. Mi mirada solo lo encuentra y se queda en él todo el tiempo. No siento lo mismo cuando veo a Tyler, es por eso por lo que los distingo -sonrió.

-Eso es raro -Emma afirma con un movimiento de cabeza.

-Lo sé.

-Estás enamorada, ¿no es así? -me mira y luego baja la cabeza.

-Él nunca se fijaría en mí. No soy de su tipo, Natalie.

-Dime Nat. Estamos en confianza.

-Bien, Nat. No soy del tipo de chica que le gusta. Nunca me vería como lo hace con otras chicas.

-¿Quieres decir como una zorra fácil? Tranquila, nunca te verá así porque tú no eres de ese tipo -o eso creo, agrego internamente porque a decir verdad no la conozco tanto como para decir eso. Ella ríe, ajena a mis pensamientos. ¡Qué risa tan dulce!

-No, lo digo porque soy una nerd. Soy fea, uso anteojos, no soy porrista y...

-No digas eso -le corto-. Es más, pienso que tú serías muy buena para mi hermano. Estoy segura de que le harías cambiar de parecer con respecto a lo de acostarse con todas -o eso espero-. Él es muy arrogante y muy orgulloso, quiere que todo le salga bien, pero nunca juzga a nadie. También soy nerd, a mi manera, pero lo soy -le comento para darle ánimos.

-No lo sé...

-Si quieres podemos hacerte un cambio de look para sentirte... distinta o renovada. Leí en algún lugar que eso ayuda. Aunque te advierto que no me gusta ir de compras, pero puedo hace una excepción por ti y acompañarte. Eso sí, no preguntes sobre moda porque no soy la indicada para eso.

Ella vuelve a reír.

-Gracias, me encantaría, pero quisiera algo simple y natural.

-Eso te lo puedo dar yo. Soy buena siendo natural -nos sonreímos mutuamente y miramos a la cancha-. ¿Qué te parece si vienes mañana a mi casa y te quedas a dormir?

-¿No es mejor que Sam me vea luego del cambio? Niego con la cabeza.

-No, porque así notará tu cambio repentino de look y se dará cuenta de que no eres como las otras chicas. Te verá por cómo eras antes del cambio y eso causará algún efecto en él. Créeme, conozco a mi hermano -ella asiente-. Genial, mañana te irás con nosotros a la salida.

-Claro.

Diez minutos después, luego de hablar con Emma para conocernos más y entendernos mejor, el silbato del entrenador suena y todos se detienen para tomar aire y descansar. Mis hermanos caminan hacia los vestuarios, pero antes de entrar me encuentran en las gradas y me saludan con la mano. Mi amiga baja la mirada y se ruboriza fuertemente mientras les devuelvo el saludo y sonrío.

-Cuando salgan te los presentaré -le aviso por lo bajo y viendo a los chicos perderse en el vestuario. Emma asiente y suspira, de seguro procesando todo.

Miro a mi alrededor para matar el tiempo en vista de que no tengo nada qué decirle a Emma. El campo de fútbol está completamente destrozado gracias a las pisadas fuertes de los jugadores. Me encuentro viendo a algunas personas dando vueltas al campo corriendo y ejercitando, y también a unos pocos que están sentados leyendo o haciendo tarea debajo de los árboles que se hayan cerca de la cancha.

Mis hermanos salen unos quince minutos después con sus cabellos desordenados, al tiempo en que se colocan las mochilas sobre sus hombros y se acercan a nosotras. Les sonrío.

-Hola, chicos.

-Hola -responden simultáneamente, mirando con interrogación a mi amiga.

-Eh, chicos... les presento a mi nueva amiga. Me ayudó a encontrarlos. Ella es Emma. Emma, ellos son mis hermanos: Tyler y Sam -los presento señalándolos a cada uno, ignorando el hecho de que Emma los conoce muy bien. Los mira con una sonrisa leve, casi inexistente, y le estruja primero la mano a Ty cuando este se la tiende. Cuando va a estrecharla con Sam, ella se sonroja con rapidez y baja la cabeza tímidamente.

-Mucho gusto -se coloca la mochila bien en el hombro y se acerca a mí. Mejor dicho, intenta esconderse a mis espaldas, pero yo solo sonrío y la tomo por los hombros para mantenerla en el lugar.

-Ya que las presentaciones están hechas, es hora de que vayamos a comer. Muero de hambre.

Todos asienten de acuerdo conmigo y nos vamos a paso rápido a la cafetería, con nuestros estómagos rugiendo.

Emma no se separa de mi lado ni por un segundo, y apenas le dirige la mirada a mi hermano. Eso me da la esperanza y la certeza de que ella no me usará para llegar a él y luego dejarme. Odio cuando hacen eso, pero desde que la vi y supe que le gustaba Sam, me di cuenta de que no era como las demás que solo me usan como anzuelo para atrapar a la presa. Es un poco apresurado pensar eso, lo sé, pero no puedo evitarlo.

Luego de recoger nuestros respectivos almuerzos, nos sentamos en una mesa vacía; Emma a mi lado y los chicos enfrente. Toda la cafetería se encuentra atestada de estudiantes charlatanes y gritones que llegan a ensordecer a los demás. Las risas, mejor dicho, los chillidos de algunas chicas resuenan por todo el lugar como un eco que penetra mis oídos y hacen que mis tímpanos quieran explotar.

-Bueno, ¿cómo estuvo su entrenamiento? -pregunto para que el ambiente se suavice y no concentrarme más en las voces a mi alrededor.

Por suerte, funciona.

-Bien, les pateamos el trasero, hermanita -responde Sam. Ty y él ríen, al tiempo en que chocan sus puños.

-Los felicito -digo-. Así que... espero que no les moleste, pero Emma vendrá mañana a quedarse a dormir. Servirá para conocernos mejor. ¿Qué les parece? -ellos se encojen de hombros sin prestarme mucha atención ni a mí ni a mis palabras.

-Claro, no hay problema -allí lo hacen de nuevo. Dicen todo al mismo tiempo.

-Así que, Emma, eres la chica que baila ballet, ¿no? -ella mira a Sam con los ojos abiertos cuando este habla y se ruboriza, otra vez.

-¿Cómo lo sabes? -cuestiona sumamente asombrada y con un tono suave, estupefacta.

-Cuando la práctica se alarga hasta la tarde, siempre te vemos bailar sola. Que, por cierto, lo haces muy bien -ella agacha la cabeza y susurra un casi inaudible «gracias».

-¿En serio? ¡No lo sabía! -exclamo viéndola con desaprobación y el ceño fruncido-. ¿Bailas ballet?

-Sí, nunca me preguntaste si hago algo así que... -me susurra y yo río como si me hubiese dicho el mejor chiste del mundo.

-Es cierto. ¿Haces algo más aparte de ballet? -niega con la cabeza-. Bueno, pues, si llegas a hacer otra actividad, avísame, así lo hago contigo -le sonrío.

La charla animada sigue hasta que el almuerzo termina y todos nos vemos obligados a volver a nuestras tediosas clases. Siento por el resto de la tarde cómo estas se me hacen eternas. Constantemente paso la misma vergüenza en todas ellas, ya que todas las profesoras y los profesores piden que me presente, que diga de dónde soy y por qué estoy aquí. Siempre se sorprenden al escuchar que soy la hermana de los gemelos. Estoy más que segura de que las chicas, la mayoría, antes de saber que era hermana de ellos pensaban que estaba con alguno de los dos o con los dos, para el caso. Pero no, cuando escucharon salir esas palabras de mi boca pude oír varios jadeos, suspiros de alivio y algún que otro pequeño y casi inexistente aplauso.

Las clases terminan ni bien el reloj da las cuatro de la tarde. Me despido de Emma con un abrazo, diciéndole que nos veremos mañana, y con mis hermanos nos subimos al auto y volvemos al departamento. Es bueno vivir de nuevo con ellos, ahora no me siento tan sola como antes. Y justo cuando me deslizo en el asiento trasero, la ansiedad me ataca y estoy casi brincando de alegría todo el trayecto al departamento al recordar que me faltan por abrir esos regalos que me daban durante tantos años y que nunca abría. Ambos me miran interrogantes por el espejo retrovisor al yo haber reaccionado así de la nada, y yo solo sonrío con felicidad.

Estoy segura de que aquellos regalos me encantarán, aunque sean de hace años.

            
            

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