Él es mi boxeador
img img Él es mi boxeador img Capítulo 4 3
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Capítulo 4 3

-¿Por qué sonreías tanto en el auto? -pregunta Ty al llegar a nuestro piso, lanzando las llaves en un cuenco que hay sobre una mesita junto a la puerta de entrada.

-Quiero que abramos los regalos que me mandaron hace un año.

¡Vamos! -gritando enérgicamente, salgo corriendo por las escaleras hacia mi habitación.

Todo en mí se siente bien, como si nada pudiese quitarme la felicidad. Es extraño, hace bastante tiempo que no me comporto así. Desde que llegué, puedo decir que me siento más relajada y alegre con ellos, y con la vida en general. Antes la odiaba e intentaba con muchas fuerzas olvidar, no quería vivir mi día a día con pesadillas. Pero ahora quiero borrar todo de mi cabeza y llenarlo con cosas del presente. Recuerdos nuevos, experiencias nuevas. Vida nueva. Renacer y poder finalmente comenzar de cero como tanto deseo.

Noto que no me siguen cuando abro la puerta de mi cuarto, por lo que asomo mi cabeza por las escaleras y les sonrío feliz.

-Vengan, los quiero abrir con ustedes.

-Oh, si eso es lo que quieres, niña rara... -susurra alegremente Sam, recalcando y enfatizando esas dos últimas palabras, mientras él y Ty suben las escaleras con lentitud. Algo que me exaspera, pero que por suerte no logra quitarme el estado de ánimo que llevo.

-¡Te escuché, idiota! -exclamo en respuesta antes de abrir la puerta de mi cuarto para lanzarme en el suelo junto a mi cama.

-¡Ese era mi propósito!

Me río y busco la maleta que contiene los regalos. Tanteo con mi mano hacia los costados hasta que logro encontrar la manija de una de mis maletas. La saco y la coloco sobre la cama, para luego subirme yo también. Una brillante sonrisa aparece en mis labios cuando los dos entran y se encaminan hacia mi lado. Al instante, noto lo pequeña que la cama es en comparación con todos nosotros y la maleta, por lo que me hago a un lado y les dejo un poco más de espacio a los cuerpos fortachones de mis hermanos. Si no fuese tan grande y ellos hubiesen subido saltando a la cama, era imposible que yo no saliera volando. Pero por suerte esta vez, logro agarrarme del brazo de Sam y así evitar caerme.

-Bueno, ¿cuál abrirás primero? -pregunta Tyler mirándome con curiosidad, intercalando la mirada entre la maleta y yo. Me encojo de hombros y agarro un regalo cualquiera.

-Este -desenvuelvo el papel con rapidez y entusiasmo que no puedo ocultar. Siento cómo mi sonrisa es bastante grande y delatadora como para hacerles saber que estoy extremadamente contenta de finalmente hacer esto. Cuando termino por desgarrar el envoltorio, me encuentro con un conejo de peluche muy relleno y suave al tacto. Sus ojos están medio torcidos y su iris mira hacia direcciones opuestas, pero para mí eso lo hace a un perfecto-. ¡Qué lindo!

-Te hubiera gustado más si lo hubieras abierto hace más de cuatro años, cuando eras más pequeña y te seguían gustando los peluches

-comenta Sam rodando los ojos y yo no puedo ocultar mi molestia a ese comentario. Le pego en la nuca en respuesta porque realmente era innecesario decirlo. Por más que tuviese diecisiete años, aún me agradaban estas cositas rellenas y gordas con las que decorar mi cama cuando la arreglo. Aparte, no era lo mismo para mi yo de niña abrir aquellos regalos sin nadie viendo la alegría bullendo de mis poros. Si los hubiese desenvuelto hace años, no tendrían ni remotamente el mismo efecto que ahora, que por fin estoy con ellos. Definitivamente no.

-Lo adoro -les sonrío y dejo el peluche a un lado.

Entonces, agarro otro sin importarme cuál es. Tomo una taza que dice «Tyler, Sam y Nat», con una caligrafía en cursiva y en color negro junto con un corazón rojo debajo. Me río, recordando todas las tazas que teníamos de pequeños y que rompíamos cada cierto tiempo. Acto seguido, abro otro obsequio: una remera con una imagen de mí durmiendo cuando tenía siete años aparece ante mis ojos. La alzo en el aire y me la quedo observando.

-Es el primer día que llegaste a casa... -susurra Ty viendo la foto impresa. Volteo mi cara hacia ellos, quienes me sonríen reviviendo ese día-. Mamá sacó la foto. Recuerdo haberla visto llorar mientras dormías. Estaba tan feliz.

-Mamá estaría orgullosa de ti, Nat. De todos nosotros -Sam agrega suavemente, mirándome a los ojos con intensidad para que yo realmente note la verdad en sus palabras. La noto, por supuesto que lo hago.

Al instante, mis ojos se llenan de lágrimas. Me vuelvo sensible cada vez que hablamos de nosotros y de todo lo que pasamos juntos. El hecho de que ellos se hayan ido cambia mucho, pero a la vez nada. Dejo junto a mí la remera y los abrazo fuertemente, dándoles a saber sin decir ni una

palabra cuánto los quiero. Por más que sus cuerpos y voces hayan cambiado radicalmente, sus espíritus siguen estando tal cual como recuerdo. Esas almas puras y buenas que me rescataron se encuentran en el fondo de esos adolescentes frente a mí. Y a pesar de no verlas a menudo, este día puedo verlas fijamente y decir que están allí. Esos niños no desaparecieron. Solo... crecieron y maduraron, y se volvieron mejores.

-Los quiero, lo saben, ¿no? -ellos asienten-. Me salvaron de irme con alguna familia que no quería y por ustedes tengo todo lo que nunca imaginé tener. Gracias -murmuro-. Mamá está orgullosa de todos nosotros. Lo sé.

Nos damos otro apretón lleno de afecto, y luego intento contener todas mis emociones, las cuales hace bastante que están pendiendo de un hilo, siempre a la espera de que las dejase salir.

Segundos después, intentando contener las lágrimas, sigo abriendo mis regalos.

◉⦿ ⦿

Luego de media hora riéndonos, tengo muchas cosas para decorar mi habitación prácticamente vacía. Una mochila nueva con fotos de nosotros haciendo caras raras que van desde mis ocho años hasta los diez años, un álbum de fotos familiares e imágenes enmarcadas de una manera extraña para colocar en la pared; también otros dos peluches que dicen

«Te amamos mucho, pequeña», -los cuales me hicieron que dejara de contener las lágrimas de felicidad y así llorar a mares. Por otro lado, había unas zapatillas que, según mis hermanos, no fueron entregadas hace mucho tiempo como los anteriores obsequios. Algo así como un año o dos que ellos me las enviaron y, que por suerte me quedaban bien, ya que mi pie no creció casi nada en dos años; una caja de maquillajes no muy grande y llena de ellos -a pesar de que nunca use maquillaje-, collares de mis bandas favoritas en aquel tiempo, y un bolso precioso de salir.

Creo que lloré cada vez que abría cada regalo, y mis hermanos se burlaban de ello, pero me abrazaban de todas. Nos reímos de lo que recordábamos en la infancia y las cosas que hacía cuando dormía, como si el tiempo no existiese a nuestro alrededor y estuviésemos envueltos en una nube de recuerdos de la que no quería salir.

En la noche, cenamos pizza todos juntos en mi habitación. La pedimos con el celular de Sam y mientras él bajaba a recibirla, Ty y yo terminamos de ordenar mis obsequios en los lugares correspondientes de mi habitación.

En algún momento luego de comer, nos quedamos dormidos, porque cuando me despierto los tres estamos en cualquier parte de mi cama y con los peluches encima de nosotros. La espalda me duele mil infiernos por la posición incómoda en la que dormí y mi cabeza palpita de dolor por encontrarse prácticamente colgando fuera de la cama mientras mis hermanos se abrazan a mis piernas como dos koalas. Incorporándome de a poco, intento zafarme del agarre de ellos. Luego de dos intentos, ambos me sueltan a duras penas mientras maldicen algo en sus sueños. Y sí, lo hicieron los dos al mismo tiempo.

Volteo hacia el reloj y me fijo en la hora.

-¡Sam, Ty! ¡Llegaremos tarde si no se apuran! -exclamo desesperada y alarmada saliendo de la cama de un salto y corriendo a mi armario como si mi vida dependiera de ello. Mis hermanos, del susto, caen de la cama y gimen de dolor-. ¡Vamos, apresúrense!

Me lanzan una mirada adormilada, pero con mis gritos sus ojos se abren y salen de mi habitación con pasos acelerados. El baño rápido que me doy no hace nada para que mis músculos tensos se sientan más relajados. No solo porque el agua está completamente fría, sino porque no me doy casi nada de tiempo para disfrutar del baño. Al salir, me pongo lo primero que veo, dejo que mi pelo se esparza por mis hombros y me coloco mi mochila sobre mis hombros luego de cepillar mis dientes.

Bajo con rapidez las escaleras y espero en la puerta de entrada a los chicos. Ellos hacen el esfuerzo de no caerse de las escaleras, pero como son tan idiotas, se caen.

-Pero serán estúpidos -riéndome a carcajadas, los ayudo a levantarse.

Por el resto del camino hacia la planta baja de nuestro edificio se esfuerzan por no caer dormidos ni tropezar. El aire fresco que choca contra nosotros cuando salimos a la calle aleja todo rastro de sueño de nuestros sistemas. Nos adentramos en el jeep. La calefacción es rápidamente encendida cuando nuestros traseros se deslizan por los asientos, para luego salir pitando hacia el infierno llamado instituto.

El tráfico no es tanto, pero tampoco leve. Las personas se insultan unas a otras porque algo las hace llegar tarde al trabajo, unas pocas mujeres sacan a sus perros a pasear y estos ladran cuando escuchan gritar a los conductores. Tengo que taparme los oídos para que no sangren durante todo el trayecto. Por otro lado, mis hermanos mantienen una conversación sobre deportes y puntajes en la que no me logro sumar.

Llegamos veinte minutos después a causa de un imbécil al que se le ocurrió pararse en medio de la calle y fumar un cigarrillo porque estaba cansado del trabajo y se le gastó la gasolina, aparte de que no se dignó a llamar a un maldito remolque. Aquello me deja molesta por llegar nuevamente tarde y ni bien aparcamos en el estacionamiento, salgo del auto corriendo hacia mi próxima clase sin fijarme en nadie.

Me contaron mis hermanos que el Sr. Helpshit, el profesor de Historia, le da un sermón de una hora a cada estudiante que llega apenas un minuto tarde a la clase. Para mi mala suerte, llevo veinte minutos de retraso, por lo que el discurso que me dará no será simplemente de una hora.

Apresurada, corro por los pasillos hasta llegar ante la puerta de la clase. Mi respiración es agitada y mi pelo un desastre espantoso. Estoy más que segura que si me veo la ropa, voy a encontrarla toda empapada por mi sudor. Hago una mueca de asco y respiro hondo antes de incorporarme.

Toco la puerta con mis nudillos y entro cuando escucho una respuesta del otro lado.

El Sr. Helpshit me fulmina con la mirada y yo sonrío lo más inocente posible. Es un señor agrio y de mal carácter, lo cual se ve desde la distancia sin siquiera conocerlo. Al parecer, le gusta mucho usar trajes, y su calva es a la única cosa que la luz ilumina. Le saludo con la mano mientras camino hacia un asiento vacío en algún lado de la clase, aún con mi sonrisa de niña buena, y trato de pasar sin que me llame la atención ni me recrimine nada. Sin embargo, él se da cuenta de mi intento de escape.

-Señorita, venga aquí para que le hable de lo malo que es llegar tarde a la clase y de interrumpirla también.

Mierda.

Mi infierno con el profesor termina a los cuarenta minutos gracias a la hermosa y salvadora campana. Ni bien escucho esa cosa aguda que siempre odié y que en estos momentos amo con toda mi alma, tomo mi mochila del piso y salgo sin darle una mirada al estúpido y parlanchín Sr. Helpshit.

Almuerzo al igual que ayer con Emma y mis hermanos. Noto cómo visiblemente mi amiga se sienta en su asiento más suelta y menos tímida que el día anterior. Pero sigue sin darle ninguna mirada a Sam. Ni siquiera se dirige a él cuando habla. Y sé que él lo sabe porque la mira confundido, pero no dice nada. Casi me parto de la risa cuando él le pregunta si todavía va a venir a dormir a nuestro departamento y ella, mirando a Ty, le responde que sí. Sam se levanta furioso, su silla resonando contra el suelo, y se aleja por aquello. Dolida, Emma lo ve irse y baja la mirada antes de salir de la cafetería por el lado contrario. Con Ty nos miramos y nos empezamos a reír como nunca lo hicimos antes. Amamos los dramas y este definitivamente es un gran espectáculo.

Las clases de la tarde, por suerte, las tengo con Emma. No hablamos nada que se trate de mis hermanos y menos de Sam. Por primera vez, alguien se ríe de mis chistes. Son un asco. Sinceramente, no se le pueden llamar chistes. Desde que se fue de la cafetería, Emma no sonríe ni ríe por nada. Solo mantiene la mirada fija en el piso, como si estuviera pensando en algo que no puede descifrar. Pero me las empeño muy duro para que ella sonriera. Y funciona, luego de cuarenta minutos molestándola sin parar.

A la salida, Ty nos espera parado fuera del jeep y Sam dentro del auto con el semblante serio, su aura visiblemente roja por el enojo. La perplejidad y la furia se pueden notar desde la distancia que nos separa del auto.

¿Tanto le molesta que Emma no le dé ni la hora?

Sin embargo, es muy gracioso cómo se comporta Sam ante la ignorancia de mi amiga. Me da pena en parte porque es mi hermano, pero también siento que se lo merece. Sam siempre quiere toda la atención puesta en él, y si no la tiene, la intenta conseguir de cualquier manera. Aunque sé con certeza que logrará que Emma le preste atención, por más que ella esté ya a sus pies, completamente enamorada, y él no lo sepa.

Nos subimos a los asientos traseros y ponemos música de la radio. El sonido de una canción que desconozco llena el silencio del auto hasta que Ty canta la única parte que se sabe con una voz tan aguda que me hace reír a carcajadas sueltas. Cuando termina esa, todas las canciones que vienen luego me las sé; las canto a todo pulmón y gritando. De vez en cuando, en alguna estrofa, Ty se me une y reímos a la misma vez como si la tensión no rodeara la longitud del coche. Parecemos perros aullando a lo loco en vez de personas intentando cantar. Mi amiga se ríe de las caras que hacemos al movernos al ritmo de las canciones. Su risa es algo así como... angelical. No sé exactamente la palabra para describirla, pero con certeza puedo decir que es extremadamente delicada y dulce.

De reojo, puedo notar que Sam, mi querido hermano, la mira por el retrovisor cuando ella ríe. En cuanto nota que lo descubro mirándola como si fuese el dulce más rico del planeta, esquiva mi mirada y la mantiene fija sobre las calles.

Dejo que mis ojos corran de él hacia ella, y viceversa. «Voy a unir a este par de tórtolos sea como sea», pienso, y siento cómo el aire dentro del auto se calienta porque es realmente imposible no notar la química volando a nuestro alrededor.

Llegamos diez minutos después. Sam sale corriendo del auto para subir a nuestro piso y luego encerrarse en su habitación sin decirnos ni una palabra. Emma mira las escaleras que llevan al entrepiso con tristeza y luego a su alrededor.

-Es muy linda -comenta repasando con la mirada el suelo, los muebles y las paredes.

-Lo sé -sonrío y le tomo la mano con un apretón-. Vamos a hacer palomitas y luego ver una película -ofrezco y ella acepta gustosa hacer lo que dije.

Saco una bolsa de palomitas de maíz y la pongo en el microondas. Minutos después, nuestro aperitivo ya está listo, por lo que vamos hacia el sillón y nos tiramos en él con cansancio. Comenzamos a ver la película We're the Millers hasta que mi estómago ruge y pide que lo alimenten otra vez. Algo que tengo que aclarar es que nunca me canso de comer. El hambre me viene a cada rato. No puedo vivir sin comida. Creo que como mucho más que la gran mayoría de las chicas y chicos de mi edad, pero me da igual. Es lo que amo hacer aparte de otras cosas. Hay veces que como varias cosas a la vez y a la hora sigo teniendo hambre. Así soy yo.

Miro sonriente a Emma y esta me devuelve la mirada con confusión brillando en sus ojos marrones. Se sube las gafas con su dedo índice y frunce el ceño.

-¿Hacemos malteadas? -pregunto. Asiente y vamos de nuevo a la cocina. Saco el pote de helado de chocolate del refrigerador y lo dejo en la mesada. Nos empeñamos en hacer cuatro malteadas, pensando que mis hermanos también querrían, y luego, cuando ya están listas, miro a Emma-. Le llevaré esta a Ty y tú la otra a Sam.

Sin dejarle decir una palabra contradictoria, subo las escaleras casi corriendo y entro en la habitación de Ty. Se encuentra con los auriculares puestos, por lo que deduzco que no me escuchó entrar. Así que dejo la malteada en su mesa de noche y lo empujo levemente para que me preste atención. Él me mira con el ceño fruncido.

-No me quiero perder esta escena y creo que tú tampoco. Emma le llevará una malteada a Sam y quiero ver la reacción de los dos -comento ansiosa y empujándolo hacia la puerta. Cuando digo todo eso, él me mira divertido y, como mi cómplice, nos acercamos con sigilo a la puerta entreabierta del cuarto de Sam. ¡Somos ninjas encubiertos! ¡Siempre quise serlo!

Asomamos nuestras cabezas y vemos todo lo que pasa. Emma se acerca tímidamente a mi hermano, el cual lleva en sus piernas su laptop con sus auriculares puestos. Puedo sentir el nerviosismo de mi amiga a cada paso que da y cuando le toca levemente el brazo con un dedo, mi hermano se sobresalta, se quita los auriculares y la mira confuso.

-Y... yo, eh... Hicimos m... malteadas y te traje una. Nat le llevó una a T... Ty y, bueno, y... yo a ti. Espero que te guste -dice con atropello la última frase, entregándole la malteada con manos temblorosas. Sam mira con adoración del batido a Emma y viceversa. Sonríe.

-Gracias.

Emma se ruboriza y baja la mirada como si no pudiese contenerse.

-De n... nada, Sam. A... ahora me tengo que ir a ver una película. Nos vemos -hace un ademán con la mano en forma de un leve saludo de despedida y se da la vuelta aún con sus mejillas encendidas. Con Tyler salimos de nuestro escondite para meternos en su habitación y que no nos vean espiándolos antes de que Emma se dé cuenta de nuestra presencia. Una vez que cerramos la puerta, nos reímos.

-Eso fue épico. Nunca vi a una chica tan tímida y que tartamudee de esa manera -comenta Ty tocándose el estómago.

-Yo tampoco. ¿Viste la mirada que le dio Sam al batido y a Emma?

¡Era de adoración absoluta!

-¡Lo sé!

-Ahora me tengo que ir porque tengo a una invitada que me va a matar por hacerla pasar ese papelón. Por lo tanto, deséame suerte, hermanito.

-Suerte.

Salgo de la habitación y bajo las escaleras hacia el salón. Y en vez de encontrar a una Emma enojada, como bien me esperaba, encuentro a una sonriente y feliz. Hago que no noto esa sonrisa y me siento a su lado como si nada. No tengo que hacerle saber que presencié todo.

Terminamos viendo dos películas; una de miedo y otra infantil. Mientras tanto, pedimos comida a domicilio y nos la comimos con las vistas espectaculares de hombres semidesnudos que hay en algunos comerciales. Ella se ríe cuando digo cosas descaradas sobre esos tipos y los señalo con mi tenedor. Me contó que nunca antes había escuchado de cerca a una chica que dijera tantas barbaridades y descaros en menos de un minuto. Me reí ante ese halago.

Me siento cómoda al estar con ella así. Es sorprendente el hecho de que ella no empezara a hablar sobre mi hermano, sobre qué tan bueno está o qué tan grandes son sus brazos. No dice ni una palabra sobre alguno de los gemelos. Es más, evita ese tema de conversación cuando lo saco a colación. Eso me da otra esperanza más y la corazonada de que no es como todas las que juegan a ser tus amigas y luego, cuando consiguen su propósito, te dejan.

A las diez de la noche, Emma me comenta que tiene sueño y me pregunta si no es molestia que ella se vaya ya a la cama. Dice que su entrenamiento de ballet la agotó y que tiene todos los músculos entumecidos. Le digo cuál es mi habitación y de dónde podía sacar ropa.

Al estar en mi cuarto, me pongo unas calzas negras deportivas, una musculosa -también deportiva- y unas zapatillas de correr. Ato mi cabello en una cola de caballo y me encamino a la puerta de entrada, no antes de tomar mi celular, mis auriculares y apagar la luz para que Emma pudiera dormir.

Salgo a la calle y comienzo a correr.

Muchas veces salgo a correr de noche porque es cuando la gente no está para molestar, exceptuando los vagabundos y borrachos. Siempre odié tener que esquivar a todos y la mayoría de las veces ser tumbada sin querer por hombres apurados. La gente estorba mi camino y rompe mi paciencia cuando corro bajo la luz del sol, por lo que siempre elijo las noches. Trotar bajo el manto oscuro lleno de estrellas mientras la brisa hace a mis vellos erizarse. Ya hace una semana que no salgo a correr por todo lo de la mudanza con mis hermanos y el colegio. Sin embargo, cuando tengo tiempo, lo aprovecho para salir a hacer ejercicio. Nunca pude levantarme temprano en la mañana para correr porque me da pereza y termino quedándome dormida en el banco del parque más cercano.

Corro contra el frío viento y me impulso más adelante, incitándome a seguir y a aumentar mi velocidad, muy insegura de a dónde voy, pero sin importarme ese hecho en realidad.

Me tomo mi tiempo en respirar pausadamente e inhalar el viento gélido de la noche chocando contra mi cara y alborotando mi cabello. Mi piel se eriza por no llevar un abrigo y disfruto el sonido que los grillos. El cri, cri, cri me envuelve y se mezcla con la música sonando en mis oídos. Sigo unas manzanas más, dejándome llevar por las canciones que resuenan en mis auriculares mientras trato de controlar mi respiración. Mis pasos resuenan contra el pavimento.

El fuego que siento en mis piernas me relaja y no se compara a nada con mis pulmones. Necesito aire y es por eso por lo que tomo varias respiraciones más, aún sin parar ni disminuir la velocidad. Mis brazos se mueven al mismo ritmo que mis piernas, hacia atrás y adelante con la misma rapidez, en un vaivén sincronizado.

Mis músculos se tensan y es cuando me doy cuenta de que tengo que parar. Me encuentro jadeando y sudando. Agitada, me encorvo hacia adelante. Mis brazos apoyados sobre mis muslos mientras mis manos cubren mi rostro. La sangre corre con fuerza contra mis venas y puedo sentir el sudor deslizarse por mi piel, dejándome brillante a la vista.

Aparto mis manos de mi rostro y me reincorporo como puedo, el cansancio abarcando cada movimiento. Mis músculos chillan y piden piedad, pero los ignoro. Miro a mi alrededor intentando ubicarme, pero no conozco nada de lo que veo. Aun así, algo me llama completamente la atención.

Muchas personas se dirigen a un lugar grande y oscuro. Las luces del interior iluminan un poco a las afueras, al menos para ver por dónde caminas. Hay chicos y chicas empujándose para llegar a la entrada mientras gritan nombres que no logro descifrar a esta distancia, como si estuvieran apoyando a alguien. Sus cuerpos se deslizan por el césped hasta la puerta de entrada, en donde más tumulto de gente se encuentra queriendo entrar a tropezones. Confundida, me acerco más hasta ver desde la distancia a dos muchachos altos, esbeltos y muy musculosos en la entrada, pidiendo boletos a las personas. Por un momento pienso en un concierto, pero es demasiado pequeño para uno. Quizá es un pequeño show privado, pero algo dentro de mí me hace dudar de ello también.

Me alejo de ese tumulto de gente y miro hacia los lados con mucho esfuerzo. Estrecho mis ojos a más no poder. La luna hace poco por iluminar el lugar y los faroles encendidos dentro del recinto tampoco sirven de mucho. Logro ajustar mi visión justo antes de comenzar a caminar. Un callejón al costado del gigante edificio hace que mi curiosidad crezca más acerca de este lugar, por lo que me encamino hacia allí. Mirando a mi alrededor, busco una entrada oculta o algo por dónde entrar a hurtadillas, pero mis ojos no se encuentran con ninguna. Solo un enrejado muy alto, por el cual no llegaría a saltar ni aunque tuviera dos metros de alto. Del otro lado, puedo ver una especie de puerta toda oscura y sin ningún cartel. Si no fuese por los segundos que me demoré buscando, no la hubiese visto. Se camufla muy bien con las paredes a los costados.

Observo más detenidamente el enrejado, viendo si hay algún lugar por el cual pasar y... Sí, allí está.

Un pequeño, agujero se encuentra cortado en un costado que casi no se puede vislumbrar. Camino hacia allí y trato de pasar sin rasparme con el alambre ninguna parte de mi menudo cuerpo. Gracias a los ejercicios constantes que hago, supongo yo, logro pasar sin llegar a hacerme rasguños. Tomo un respiro de victoria y sin demorarme más en calmar mi corazón latiendo con fuerza contra mi pecho, corro hacia la puerta misteriosa y la abro sin hacer ruido.

Una escalera aparece frente a mí y la subo hasta que veo una puerta en la cima de esta. Entro intentando no hacer chirriar la puerta y asomo mi cabeza. Hay un pasillo con alguna que otra persona caminando. Llevan cosas oscuras y negras sobre sus cuerpos, y al verlos decido inmediatamente que yo puedo fingir ser uno de ellos si actúo con normalidad y determinación. Pongo mi mejor cara de aburrimiento y comienzo a caminar por el pasillo.

Nadie nota mi presencia.

Paso por unas puertas altas y me detengo al escuchar los gritos y aplausos de las personas detrás de estas. Son ánimos hacia alguien en particular y otros abucheos. Asomo mi cabeza un poco y veo una habitación grande y muy espaciosa, llena de personas eufóricas que gritan por los vientos con demasiada ansiedad bullendo de sus poros. La tensión se siente en el aire y corta mi respiración de una manera que no logro entender. En el centro hay un cuadrilátero y sobre él, un hombre vestido formalmente y con un micrófono en sus manos.

Está a punto de hablar, y cuando me preparo para escuchar sus palabras, un tirón en mi brazo derecho hace que dé unos pasos atrás. Me llevan hacia... Vaya a saber dónde, y lo siguiente que sé es que cierran una puerta con un golpe sordo y furioso. Levanto mi mirada, mi interior ligeramente intimidado, y me enfoco completamente en esa persona. Enojada al notar de quién se trata me cruzo de brazos. ¿El chico que me quería sacar el asiento el primer día que llegué al instituto? ¿Qué mierda hace aquí?

Me devuelve la mirada con molestia.

-¿Qué haces aquí? -gruñe enojado, su voz siendo casi un susurro en comparación con el ruido estruendoso que se alza sobre todo el lugar.

-Lo mismo me pregunto yo, Muchachote -digo. Él gruñe de nuevo, ahora con desagrado al escuchar el apodo.

-No me llames así. Vete.

-Siempre echándome -ruedo mis ojos-. Así no se trata a una dama, Muchachote -lo veo recorrerme furioso con la mirada y apretar sus manos en puños con molestia no fingida. Su gran y escultural cuerpo tiembla en sudor. Sus facciones duras les dan invitaciones a mis manos para recorrerlas y su mandíbula, cincelada y espectacularmente cuadrada se encuentra contraída a más no poder. Por un momento me permito embelesarme ante la vista. Es realmente hermoso de una manera dura y escalofriante, con esos ojos azules fríos e hipnotizantes que te hacen querer correr lo más lejos que puedas. Y, por supuesto, su cuerpo, que se alza sobre mí como una pared imperturbable y definitivamente difícil de derrumbar.

-No puedes estar aquí. ¿Viniste sola? ¿Cómo entraste? -pregunta con rapidez. Por un momento casi digo que entré como todos los demás, con simples entradas. Pero sé que él no me creerá, algo en su postura me lo afirma.

-Sí, vine sola. No te diré cómo pasé. ¿Por qué no puedo estar aquí?

Ahora soy yo la enojada. ¿Quién se cree que es? Por lo que sé, este lugar es público. Y, ya que las personas que ingresaban tenían entrada, una que es muy parecida a las de cine, los cuales, por ende, son públicos, claramente puedo estar aquí.

-No puedes estar aquí sola. Te podrían hacer algo. Tienes suerte de que fui yo el que te encontró -gruñendo, cruza sus brazos esculpidos y desnudos en su pecho, cubriéndolo por completo. Y es recién ahí cuando noto cuán desnudo y exhibicionista está.

Su pecho se encuentra sin nada cubriéndolo, al aire libre como si nada. Lleva unos pantalones de gimnasia y unas zapatillas de correr al igual que yo, y que le quedan extremadamente bien. Su pelo despeinado le da aires de rebeldía y hace que me quede completamente muda ante tal hermosura, pero una vez más me concentro en lo que dijo y en responderle.

-No me importa, me quedaré quieras o no -digo decidida y sin permitir que él gane. ¿Por qué no quiere que me quede?

Gruñe y se calla para escuchar algo. Vuelve a gruñir y no puedo evitar preguntarme por qué lo hace tanto. Creo que nunca escuché a alguien parecerse a un perro loco tanto como él. Y eso es decir mucho, ya que apenas lo conozco de... En realidad, nada, solo fueron unos segundos los que estuvimos en la presencia del otro.

-Bien, entonces sígueme. Espero que no te cause náuseas ver sangre -comenta resignado, girándose hacia la puerta y abriéndola. La poca luz que entra hace que aprecie mejor el pequeño cuarto en el que estábamos. Una pequeña oficina, al parecer.

Me encojo de hombros y lo sigo hacia donde quiera que vaya.

-No me molesta, ¿por qué?

-Ya lo verás.

Pasamos aquellas puertas altas en las que estaba antes y caminamos hacia un grupo de cuatro hombres que hablan entre sí. -Noah, necesito que la vigiles bien y no te separes de ella, ¿entiendes? -ordena con esa voz grave y sexi que tiene a un hombre de pelo castaño y ojos cafés. Este asiente en respuesta y me mira decidido, tomándose las palabras muy en serio.

-¿Qué tal?, soy Noah -sonriéndome coquetamente, toma mi mano y se la lleva a la boca. Antes de poder besarla, la mano del Muchachote aferra mi cintura y me separa de Noah con un gruñido.

-Es hora de empezar. Déjate de estupideces y llévala a los asientos, que ya tengo que entrar -espeta soltándome y viéndome a los ojos-. No te separes de ellos, hazme caso si no quieres llegar golpeada y magullada a tu casa o, en todo caso, a un hospital -lo observo con los ojos abiertos y asiento efusivamente.

-De acuerdo -él asiente y se prepara para... Ni idea.

Puedo ver cómo comienza a sacarse el pantalón de gimnasia, mi corazón deteniéndose durante unos segundos al pensar que se quedará solo en bóxer, pero no es así. Debajo del pantalón largo hay uno un poco más corto. Mi corazón comienza a funcionar de nuevo. Él desaparece de mi vista cuando Noah me lleva hacia la multitud, haciéndome sentar en las primeras butacas. Los gritos del público se intensifican ante las palabras del presentador, y todo a mi alrededor se vuelve un estallido de aullidos en busca de acción. Tiemblo intimidada, y pestañeo un par de veces. Nunca antes había estado en un sitio como este, mucho menos con personas semidesnudas gritando a todo pulmón en dirección al cuadrilátero, en donde un chico encapuchado comienza a pasearse sobre la superficie plana y ligeramente acolchonada. A decir verdad, todo esto se me hace furiosamente extraño y la mera idea de estar aquí me hace querer vomitar. Pero, sin embargo, me aguanto las ganas de devolver todo lo que hay en mi estómago. La intriga supera el miedo y las ganas de querer irme corriendo a casa.

-¡Damas y caballeros! Y en la otra esquina tenemos a... ¡Damon

«la Furia» Woodgate! -grita el presentador por el micrófono y todos se paran en el instante, antes de comenzar a vociferar palabras no aptas para menores de dieciocho años. Sus aplausos y alaridos seguramente se deben escuchar hasta en China. Me estremezco una vez más mirando a mi alrededor, mis tímpanos a punto de estallar.

Entonces, volteo hacia un costado y me encuentro viendo hacia un delgado pasillo, en donde una cortina negra es corrida hacia un lado y de donde sale... ¿Muchachote?

¿Qué mierda?

            
            

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