El reloj marcaba las 8:45 a.m., pero Sofía ya estaba en su oficina, organizada como siempre. A través de la ventana de su cubículo, veía cómo la ciudad despertaba: el tráfico ya era denso, las calles se llenaban de empleados que iban y venían con prisa, como hormigas en un complicado ciclo. Pero para Sofía, ese bullicio no significaba nada. Ella ya estaba aquí, en su lugar de trabajo, con los papeles perfectamente alineados sobre su escritorio, lista para lo que fuera que su jefe necesitara.
Alejandro Ríos, el CEO de Ríos Corporations, había sido su jefe durante los últimos tres años, pero su relación profesional siempre había sido algo fría, distanciada. La mayoría de las veces, Sofía no era más que una sombra, trabajando diligentemente y en silencio, sin que él se tomara el tiempo para hablarle más de lo necesario. Aún así, Sofía nunca se quejó. Estaba acostumbrada al orden, a la rutina, a la distancia. Era su zona de confort, y no le importaba que su jefe, un hombre de impresionante presencia, con una mirada intensa y ojos oscuros como la noche, no la viera realmente.
Era un hombre atractivo, sin duda, pero para Sofía, él era solo una figura distante. Alejandro Ríos era el tipo de hombre que todos admiraban, pero nadie se atrevía a acercarse. Al menos, no los empleados, y mucho menos ella, quien siempre se había centrado en ser invisible. Sin embargo, a pesar de su reserva, no podía evitar notar las pequeñas cosas sobre él. La forma en que sus ojos se oscurecían cuando pensaba profundamente, la rigidez de su postura cuando algo no iba como él esperaba, el cansancio en sus facciones a pesar de su juventud. Había algo en él, un dolor sutil, que siempre la intrigaba. Pero Sofía no era el tipo de persona que se metiera en la vida de los demás. Así que se conformaba con observarlo desde la distancia, sabiendo que no tenía nada que hacer con esos pensamientos.
Hoy, sin embargo, la mañana prometía ser diferente. A pesar de su rutina casi impecable, había algo en el aire que la hacía sentir como si estuviera al borde de algo. Quizás era la reunión programada con Carmen, la esposa de Alejandro, quien asistiría a la junta de esta mañana. Desde que había empezado a trabajar allí, Sofía había notado las señales de tensión entre ellos. No era algo que se pudiera ver a simple vista, pero la atmósfera se cargaba de algo incomodamente denso cuando Alejandro y Carmen se encontraban. Era como si una barrera invisible los separara, algo más allá de la profesionalidad. Un distanciamiento que no podía ser ignorado.
Sofía terminó de organizar algunos documentos cuando vio la figura de Alejandro cruzar el pasillo hacia su oficina. Estaba vestido impecablemente, como siempre, con un traje oscuro que resaltaba su figura esbelta. Su rostro no mostraba emociones, pero su mirada, al pasar junto al escritorio de Sofía, se detuvo brevemente. No era una mirada de interés, sino una mirada rápida, casi vacía, como si de alguna manera se diera cuenta de que ella estaba allí, pero no quisiera involucrarse más. Y eso estaba bien. Sofía nunca había buscado su atención.
La puerta de su oficina se cerró detrás de él con suavidad, y Sofía suspiró en silencio. Sabía lo que venía. La reunión sería tensa, y la presencia de Carmen solo la haría más incómoda. A lo largo de los años, Sofía había aprendido a leer las dinámicas familiares de las personas, aunque nunca se atrevió a mencionarlas. Lo que veía en la relación entre Alejandro y Carmen no era una mera falta de química; era algo más profundo, más doloroso. El desdén de Carmen hacia él no podía pasarse por alto. Era evidente que, en algún lugar de su matrimonio, algo se había roto. Sofía no sabía si era culpa de él, de ella o de ambos, pero siempre se había preguntado cómo seguían juntos.
De repente, la puerta de su oficina se abrió, y una voz familiar la sacó de sus pensamientos.
- Sofía, ¿puedes venir a mi oficina? - La voz de Alejandro era firme, controlada, pero algo en su tono la hizo saber que no era solo una rutina diaria. Había algo más.
Sofía se levantó rápidamente, dejando los papeles que había estado organizando y caminó hacia su oficina. Su corazón comenzó a latir un poco más rápido de lo habitual. No podía entender por qué sentía esa chispa de incertidumbre. Después de todo, había trabajado con él durante años, nunca había habido algo que pudiera hacerla dudar de sí misma. Pero hoy parecía diferente.
- Pasa, Sofía. - Alejandro la saludó con un gesto corto y una mirada que no dejaba ver nada detrás.
Al entrar, Sofía notó algo en su expresión que no había visto antes: cansancio, pero también una leve incomodidad. Alejandro estaba de pie junto a su escritorio, mirando por la ventana, como si estuviera sopesando algo importante. El aire en la oficina era denso, cargado de algo que no podía identificar.
- ¿Cómo estás? - preguntó ella, sin saber si su saludo era apropiado.
- Bien. - Alejandro se giró, ya no tan distante. - Necesito que organices todo para la reunión con Carmen. Es esta mañana. Quiero que todo esté perfecto.
Sofía asintió, sabiendo que no necesitaba decir mucho más. Sabía cómo eran las reuniones con Carmen. Siempre tensas, siempre frías. Era como si estuviera en una guerra silenciosa contra su propio esposo. Aunque nunca se había metido en los detalles, Sofía no podía evitar percatarse de las pequeñas tensiones entre ellos, las miradas furtivas que se cruzaban, los gestos ausentes que hablaban de un matrimonio que se desmoronaba lentamente.
- Claro, Alejandro. ¿Hay algo en particular que deba saber antes de la reunión? - preguntó Sofía, su tono profesional y calmado.
Alejandro la miró por un momento, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado.
- Solo... cuida los detalles. - Dijo, su voz más baja de lo habitual. - No quiero que nada salga mal.
Sofía asintió, pero una leve preocupación comenzó a asentarse en su pecho. Carmen. Algo en la forma en que Alejandro dijo su nombre le hizo pensar que las tensiones de su matrimonio eran más graves de lo que ella había imaginado. Había algo en la atmósfera de la oficina, un peso sutil pero palpable, que no podía ignorar.
El silencio se hizo pesado entre los dos. Sofía trató de despejar sus pensamientos, concentrándose en su tarea, pero había algo en la tensión entre ellos que la inquietaba.
- Lo tendré listo. - Sofía respondió, sin más palabras. Y con un leve asentimiento, salió de la oficina de Alejandro, dejando atrás la incomodidad que ella misma había creado al preguntarse más de la cuenta.
Al regresar a su escritorio, sus pensamientos eran confusos. La relación entre Alejandro y Carmen siempre había sido un misterio para ella, pero ahora sentía que esa misteriosa tensión tenía más profundidad de lo que había percibido. Había algo en Alejandro que la inquietaba, algo que no podía definir, pero que la hacía querer saber más. ¿Por qué había tanto silencio en su relación con Carmen? ¿Qué le pasaba a él?
Sofía miró su reloj y vio que ya era casi hora de la reunión. Con un suspiro, se centró en lo que podía controlar: organizar los papeles, asegurarse de que todo estuviera en su lugar para la reunión que estaba por comenzar. Pero, por un instante, una duda silenciosa se instaló en su mente. ¿Qué sucedería si algo en esa reunión cambiaba las reglas del juego entre ella y Alejandro?