Su presencia me distrajo momentáneamente, sacándome de mi ensoñación. Por fortuna, quizás, yo también era una mujer, de lo contrario podría haber sido confundida con un mujeriego.
"Sí, otro café, gracias", respondí, con un tono cortés y una sonrisa que correspondía a su calidez.
Con una gracia ágil, me sirvió otra taza. Luego se detuvo un momento y me advirtió:
"Ya ha tomado dos tazas, señora. Puede que el café le dé energía, pero en exceso no es aconsejable. ¿Por qué no guarda el antojo para la próxima vez?".
Sus palabras flotaron en el aire, melodiosas como el tintineo de las campanas. Entonces le eché un vistazo al café que tenía al frente y me levanté, recogiendo mi bolso.
"Está bien, ya voy a pagar la cuenta".
Al ver que yo había seguido su consejo, me dijo el valor de la cuenta.
"Serían quince dólares, señora. ¿Va a pagar en efectivo o con su celular?".
Después de pagar en silencio, salí del establecimiento sin pretensiones.
"Señora".
Lanny Mills, mi chófer, me saludó al salir, asintiendo con respeto mientras abría la puerta del auto.
"A casa, Lanny", le indiqué en voz baja, con una ligera sonrisa.
Mientras el vehículo se ponía en marcha, me recosté con los ojos cerrados. Sin embargo, mis pensamientos volvían una y otra vez a la joven camarera, con el semblante impregnado del rubor de la juventud. Así que ella era la mujer que, dentro de un año, obligaría a Mathias Murray a separarse de mí, incluso si eso significaba romper los lazos con su familia.
Nunca pensé que lo primero que haría tras renacer sería buscarla, observándola a escondidas en su lugar de trabajo. Lo que más me intrigaba era descifrar qué poseía ella para poder robarme al hombre que había amado durante casi una década.
En mi vida anterior, nunca tuve la oportunidad de conocerla, solo tropecé con un nombre y unas fotografías. Mathias la protegió como si fuera una joya de valor incalculable. Por eso, a pesar de todo lo que perdí, nunca vi la cara de mi competidora.
Era joven, guapa, inocente, amable y llena de vida, atributos que encajaban perfectamente con ella. Su único defecto era la falta de un pasado familiar prominente, en agudo contraste con la alta reputación de Mathias.
La voz de Lanny irrumpió en mis pensamientos.
"Señora, hoy es su aniversario de bodas con el señor Murray".
Lentamente, abrí los ojos, sintiéndome momentáneamente desorientada. Este año sería nuestro quinto aniversario. Cada año, en nuestro aniversario de boda, me pasaba todo el día ocupada preparando una cena a la luz de las velas y los regalos de boda, aunque antes de casarme con él no tenía ni idea de cocina. Ahora yo tenía veintisiete años y él veintinueve.
"Ya sé", respondí, masajeándome las sienes, con un nudo de inquietud formándose en mi interior. "No hace falta que me lo recuerdes".
Tal vez Lanny percibió que eso ya no me emocionaba como en el pasado, lo que le impulsó a mencionarlo. Pero eso me hizo preguntarme: ¿por qué siempre era yo la que daba? ¿Por qué tenía que ser yo la enamorada? Estas preguntas me atormentaron en mi vida anterior antes de morir. Por Mathias, acabé sacrificándolo todo, acabando en un trágico final.
Sumida en mis pensamientos, el auto se detuvo frente a nuestra casa, una lujosa propiedad, la cual nos regalaron nuestros padres como regalo de bodas. Inesperadamente, el vehículo de Mathias estaba estacionado ahí, eso quería decir que él estaba en casa. Mi corazón era una maraña de emociones en ese momento. Después de haber experimentado la muerte una vez, ¿qué expresión debía adoptar al enfrentarme con la fuente de mis penas anteriores?
Yo pensé que iba a odiar a Mathias, ya que este me había llevado al borde del abismo. Y él no solo me hizo daño a mí, sino que también lastimó a mis inocentes padres, dejando a mi familia destrozada. Pero, al verlo de nuevo, mi odio había disminuido. En vez de eso, sentía una especie de alivio.
En mi vida anterior, Mathias me propuso un divorcio civilizado, y me aseguró que me daría acciones del Grupo Murray suficientes para mantener una vida lujosa de por vida. Pero yo me negué. Durante nueve años, busqué su amor en vano, solo para que otra mujer me lo arrebatara en menos de nada. Así que recurrí a todos los medios para reconquistarlo, pero siempre terminábamos enfrentándonos.
Pero eso todavía no había pasado. Y yo, en lugar de quedarme en la amargura, preferí reescribir ese doloroso capítulo de mi vida.
"¿Por qué te quedas en la puerta?".
Mathias, sentado en la sala, apenas levantó la vista del cigarrillo que se consumía entre sus dedos. Luego echó la ceniza en el cenicero y me miró con su habitual indiferencia. El día de nuestra boda, él puso las condiciones: lo nuestro era una unión de conveniencia, desprovisto de cualquier vínculo emocional.
"No esperaba que estuvieras en casa", le contesté, agachándome para poner las zapatillas grises de Hermes, las cuales eran bastante cómodas, aunque el diseño era aburrido además de esto.
Mis pensamientos volvieron a la camarera con su delantal azul, adornado con una pequeña y alegre flor roja. Un marcado contraste con mi atuendo, el cual era costoso pero monótono. Repentinamente aborrecí las zapatillas, por lo que las tiré a un lado y entré descalza a la sala, Mathias arqueó una ceja al verme caminar así y preguntó:
"¿Vas a andar descalza?".
"Sí, no quiero ponerme nada", dije, sentándome frente a él.
"Estás actuando muy raro. ¿Qué planeas?", dijo él, medio alegre.
'Si supieras que estás sentado frente al pasado, mientras tu futuro espera en otra parte', pensé para mis adentros.
Mi mirada se posó en mis pies, demacrados y secos, lo mismo que pasaba con mi cuerpo. En cambio, Olivia Singh era esbelta, pero mostraba cierta robustez, una encantadora curva de la que yo carecía por completo.
Cinco años de matrimonio en soledad habían hecho mella en mi salud, provocándome diversos problemas físicos. Perdí el interés por la comida, adelgacé y cada vez me parecía más a un esqueleto.
"Mathias".
Él respondió con un gruñido, demasiado absorto en su celular como para levantar la vista. Iba vestido con una camisa negra y unos pantalones muy elegantes. Su figura alta y bien proporcionada, combinada con un rostro apuesto y unos ojos refinados y profundos, desprendía una belleza sorprendente, tanto que se robaba todos los corazones.
Entonces levanté los ojos de mis esqueléticos pies para mirar al hombre que estaba sentado al frente de mí. Mi voz salió ligeramente ronca.
"Quiero el divorcio".
La habitación se enfrió en el instante en que mis palabras flotaron en el aire, solo para ser destrozadas por la burla de Mathias. Este dejó el celular a un lado y me miró con ojos fríos.
"Rylie Fletcher, ¿qué pretendes esta vez?".