Lucia Garcia estaba sentada en una de las mesas cuando un camarero le llevó la carta de vino. Tras echarle un rápido vistazo, ella pidió un Long Island Iced Tea, la bebida que siempre tomaba.
La chica estaba sola en la mesa, por lo que muchos hombres la miraban, aunque no solo querían beber con ella. Sin embargo, ella les sonrió antes de dar un sorbo a su bebida y apartarse de ellos.
"Señorita, esto es de parte del caballero de aquella mesa", le dijo el camarero con una sonrisa y luego colocó una nueva copa de vino tinto ruby delante de ella y se alejó.
Mirando hacia la mesa que este acababa de señalar, ella vio a un hombre sentado junto a la ventana, al lado del río, como si estuviera solo.
El hombre iba vestido con un sencillo pantalón negro y una camisa azul lisa. Los dos primeros botones de su camisa estaban desabrochados, lo que dejaba al descubierto su esculpido pecho. Su cabello estaba desordenado, pero se veía muy sexi. Al ver sus largas piernas, ella pensó que debía medir al menos un metro ochenta.
Bajo las coloridas pero sutiles luces de neón, se veían sus rasgos faciales. Y era guapo. Tenía una nariz puntiaguda, labios finos ligeramente separados y un leve hoyuelo en una mejilla que aparecía cuando sonreía. Sus cejas estaban ocultas bajo su desordenado flequillo, pero sus ojos eran muy agudos y observadores.
Cuando la luz le dio en la cara, ella pudo ver que sus pestañas eran largas y gruesas, lo que ponía celosa a cualquier mujer.
Al notar que esta lo observaba, el hombre la miró y levantó su copa de vino hacia ella, quien respondió con una sonrisa halagadora y luego agarró la copa de vino que el camarero había dejado en su mesa, y la levantó hacia él antes de dar un sorbo.
Un hombre de mediana edad, ligeramente borracho, se acercó a ella y colocó su mano grasienta en su regazo, acariciándola. "¿Le gustaría acompañarnos a tomar una copa, señorita?".
"Quítame la mano de encima", respondió ella con voz fría.
Él llevaba una pesada cadena de oro y su vientre se agitaba ante sus ojos, y el olor a alcohol de su aliento era tan fuerte que podía hacer que cualquiera quisiera vomitar.
Los camareros estaban apartados, lo que hacía evidente que no querían interferir en la situación.
"¡Ray, parece que esta mujer no quiere nada contigo!".
Ray estaba rodeado de varios hombres lascivos, que eructaban y reían mientras miraban de cerca a Lucia.
"¡Eso es mentira! Verás, las mujeres como ella pueden parecer duras por fuera, pero en realidad son bastante sumisas por dentro. Mientras les dé un poco de dinero, me dejarán jugar con ellas en la cama y me rogarán que me las coja". El tono de este era asquerosamente petulante mientras miraba a la chica con un deseo ardiente en los ojos y se disponía a poner la mano en su pecho.
Como Lucia no podía soportar quedarse allí un momento más, se levantó rápidamente y se dispuso a marcharse.
"¿Acaso piensas irte? ¡De ninguna forma! Soy muy dotado, y puedo tener sexo hasta siete veces en una sola noche. Te vas a sentir muy feliz y satisfecha. Dime, ¿cuál es tu precio por una noche?", le preguntó Ray en un tono vulgar.
Los hombres que habían venido con él también empezaron a frotarle los muslos y a manosearla. Algunos incluso hasta trataron de besarla. La chica se sentía como un cordero a punto de ser sacrificado, y cuanto más se resistía a sus avances, más duros eran ellos con ella.
Los demás comensales del bar también se apartaron de su mesa, y el camarero no pareció para nada sorprendido. Ninguno de ellos se acercó a ayudarla ni a detenerlos.
Lucia luchó con fuerza, pero como era mucho más débil que aquellos hombres, no consiguió deshacerse de ellos. Es más, aunque pudiera apartarlos, le sería difícil huir del bar.
Ella entonces se puso nerviosa y empezó a respirar profundamente, tratando de calmarse para poder pensar en una forma segura de escapar.
"¿Cómo se atreven a poner sus sucias manos en mi mujer?", la voz sexi y magnética de un hombre se pudo oír detrás de la chica. Había una fuerte sensación de indiferencia y desprecio en su tono.
El hombre observó la farsa que tenía delante mientras se apoyaba despreocupadamente en el borde de la mesa, sorbiendo vino de su copa.
Después, dejó su copa y caminó hacia los hombres.
"¡Maldición! No es de tu incumbencia, ¡así que aléjate! ¿Cómo te atreves a reclamar a la mujer que he estado esperando para acostarme?".
Ray se tambaleó, pero sus hombres se pusieron alerta, como si estuvieran listos para pelear.
El hombre sonrió despreocupadamente, ignorando por completo al grupo, y golpeaba rítmicamente la mesa con sus largos y pálidos dedos.
"¿No eres tú un juguete sexual? Bueno, me gustan tanto hombres como mujeres, ¿qué tal si nos divertimos todos juntos?". La sonrisa de Ray era aún más vulgar.
"¡Ahhh! ¿Quién diablos eres tú?". La sonrisa de Ray desapareció y su voz empezó a temblar de repente. De hecho, todo su cuerpo temblaba también. Al momento siguiente, una gota de sudor resbaló de su frente y cayó sobre la mesa. Parecía un payaso.
Lucia finalmente se liberó de su agarre. Sin embargo, el hombre que había acudido a rescatarla seguía un poco alejado del grupo.
Con una mirada llena de curiosidad, ella se acercó a él.
Al mismo tiempo, un hombre vestido de negro se situó detrás de Ray y le apretó un objeto duro contra la cintura, lo que le hizo sentirse aterrorizado.
'¿Qué es eso?', se preguntó Lucia, y le lanzó una mirada al apuesto hombre que estaba a su lado, buscando una respuesta.
"¿No has escuchado que la curiosidad mató al gato?". El hombre parecía haber entendido lo que ella quería preguntar, por lo que la miró y le sonrió, revelando sus encantadores hoyuelos.
La chica se encogió de hombros y permaneció en silencio.
"Te gustan tanto hombres como mujeres, ¿eh? Bueno, ¿por qué no meterte en eso entonces?", le preguntó el apuesto hombre a Ray con voz suave mientras sonreía alegremente.
Él no dijo mucho después de eso, sino que siguió sonriendo. No obstante, había una frialdad en su mirada que asustó a los hombres de Ray.
El hombre de negro, que estaba de pie detrás de este, mantuvo su postura y no se movió ni un centímetro.
Hasta el guardaespaldas de Ray estaba asustado. Durante todo el tiempo, el hombre de negro permaneció inexpresivo y tranquilo.
"Yo... Yo...". Temblando de miedo, Ray no podía pronunciar palabra alguna. Había sido muy arrogante hacía un momento, y ahora, se orinaba de miedo.
Su cabeza latía con fuerza mientras caía débilmente al suelo, arrodillado ante el apuesto hombre.
"Lo siento... Lo lamento. ¡Saldré de aquí enseguida!". Antes de que el hombre pudiera decir nada, Ray salió corriendo del bar, dejando a Lucia estupefacta.