Cuando termine de recoger todos los pedazos,
tal vez siga adelante; cuando termine de ahogarme en mis propias lágrimas,
tal vez me olvide de ti.
Tus llamas quemaron la mitad de mi corazón la otra mitad ya te la había regalado.
Aunque llueva, tú nunca te mojas y no puedo echártelo en cara.
Me gustaban los misterios hasta que te convertiste en uno.
Dicha sea la verdad, no sé si alguna vez fui feliz contigo.
Con la punta de la navaja y los besos que se esfumaron me amaste, y a la vez, me mataste.
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Narrado por R.
Un futuro todavía distante.
Fue entonces que la vi.
Recibí su presencia como el sol que renace en el horizonte después de una noche fría y sin luna. De esa forma en que te llena de energía y te sientes parte de este mundo, porque hacía mucho tiempo que yo no me sentía parte de él. Las personas eran un trámite más que formaban parte de la vida, llegaban, convivían y se marchaban para ser reemplazadas por otras.
Ella no era así, lo supe desde el instante en que nuestras miradas se cruzaron y temí ser el único flechado por ese ángel que rara vez acertaba en el blanco. Temí por lo que vi en sus ojos, una tristeza tan encarnada que hablaba de una vida demasiado larga para la edad que aparentaban sus facciones.
Puede que ese día descubriera lo que era tener miedo por primera vez, porque ella era como una flor expuesta a los rayos del astro en plena sequía. Presumiendo sus pétalos, con su tallo alzado y orgulloso, sin percatarse de que bajo toda aquella presentación de belleza se escondía una terrible amargura. Sí..., tuve miedo por mí, porque supe sin preguntarme sobre ello, que quería ser aquel que regresara la lluvia a su vida y la ayudara a retoñar sus pétalos caídos.
Lo supe al instante, ojalá hubiera sabido también el motivo de ese dolor en sus ojos, ojalá, tal vez habría podido ayudarla.