-No sé que hacer, quiero comprarme un regalo a mi mismo -dijo Benny con la boca llena de fresas.
-Puedes comprar un PlayStation -Moni era una señora, pero amaba los videojuegos.
-Un switch así puedes prestármelo -aconsejó Eliza.
-Lo que quiero decir es que cumpliré dieciocho años y quiero que ustedes me den un buen regalo.
Benny, entró dos años antes a trabajar en la cafetería, aunque Moni es su madre lo trataba como a un empleado más, él le enseñó a Eliza a usar las máquinas de café, además de hornear los pasteles y postres del lugar junto a su madre.
El cabello de Benny era rosa, aunque a veces se lo teñía color verde, cambiaba de novia cada dos meses y era muy bueno ahorrando, sorprendió a todos cuando llegó con una motocicleta nueva pagada con sus ahorros.
-Te haremos una fiesta.
-¡Quiero que sea sorpresa, Eli! -lloriqueó a modo de reclamo.
-Ya, ya. Tú encárgate de cumplir años y nosotras nos encargamos del regalo -Moni le guiñó el ojo a Eliza y ella le sonrió con complicidad.
Terminando el desayuno se fue cada quien a su puesto; Benny a preparar pasteles, Moni a su oficina y Eliza a la caja para esperar clientes.
Como de costumbre el lugar se llenó y Benny tuvo que ir a auxiliar a Eliza para entregar las ordenes más rápido. Ella anotaba los pedidos, los preparaba en la charola y él los entregaba. Luego de varios minutos los clientes ya estaban con sus pedidos y al fin Benny pudo marcharse para seguir horneando pasteles.
Minutos después la puerta de la cafetería se abrió y un chico alto, piel blanca, de cabello negro, ojos celestes, manos temblorosas y con cara de preocupación entró a la cafetería buscando algo. Cuando miró a Eliza caminó directo al mostrador, tragó saliva y antes de que pudiera decir algo ella lo sorprendió con sus líneas laborales.
-Hola, buen día. ¿Cuál es su orden?
Preguntó mirando las manos temblorosas del chico, él tragó saliva, Eliza no pudo evitar notar sus labios secos y una herida en su frente. ¿Había peleado tan temprano? ¿Estaba ebrio? Ninguna de sus preguntas en ese entonces lograrían darle las respuestas que necesitaba.
-Un vaso de agua con hielos, por favor -sonrió recostándose en el mostrador.
El corazón de Eliza dio un pequeño salto cuando habló provocando que se estremeciera, su voz era agradable a su oído, era como si estuviesen destinados para estar juntos. Era guapo, no podía negarlo, aún así parecía un joven rebelde, además de parecer que su vida era un completo caos como para permitirse conocer a alguien como él.
-Agua... -susurró nerviosa-, el agua es gratis -añadió.
-Eso me parece una maravilla.
-P... puedes seguirme -Eliza notó como su mirada se tornaba curiosa-, tengo un pequeño problema con el expositor de agua y necesito tu ayuda.
Lo guio al interior de la cocina notando su mirada clavada en su nuca, Benny estaba decorando un pastel cuando entraron, él los miró de arriba abajo para fijar su mirada a aquel muchacho, ella le señaló el expositor del agua y entendió que el cliente quería agua y que ella no podía dársela, por lo tanto tendría que tomarla el mismo.
-Aquí tienes el vaso, voy por los hielos -Eliza se alejó rápidamente para no ver caer el agua cuándo llenara el vaso.
-Gracias.
Ella regresó con los hielos y él los colocó en el agua. Volvieron al mostrador de la cafetería, él se recargó frente a ella bebiendo su agua, Eliza desvío la mirada, no podía evitar pensar que en cualquier momento entraría en un ataque de pánico.
-¿Por qué?
-¿Por qué, qué? -contestó mirándose las uñas.
-¿Por qué evitas mirarme? -dejó el vaso vacío en la barra.
-¿Yo?
-No, como crees, el chico de cabello rosa -habló sarcásticamente-. ¿Te pongo nerviosa?
-No pienso seguir tu juego de coqueteo si eso es lo que pretendes -soltó un gruñido bajo, tratando de no llamar la atención de los demás clientes.
-Parece que estás mal entendiendo las cosas. Nos vemos pronto -le hizo un guiño, dándose la media vuelta para salir de la cafetería.
«¿Qué rayos quiso decir con eso?», se preguntó. En ese momento Eliza no entendió la visita de aquel sujeto y le hubiese gustado que no regresara, aunque no podía negar que algo en su interior deseaba volver a verlo.
Eliza estaba acostada en la sala de su casa, a Dara y a ella les gustaba ver un programa de televisión que trataba de crímenes sin resolver, crímenes fallidos y crímenes perfectos. De pronto comenzó a llover, el sonido de la lluvia era tan palpable al igual que la sangre entre sus manos, pudo ver nuevamente a toda esas personas morir por esa lluvia bestial. Su respiración se volvió agitada, el miedo le recorría la columna vertebral
«No, no, no» , se repetía mentalmente, imaginó a Zara salir de la tienda con las compras, se transportó a su vehículo y comenzó a gritar haciendo señas, pero su hermana no entendía ... Todo se repitió en su mente, de nuevo no logró salvarla.
-¡Zara, no! -un grito desgarrador salió de su garganta, Dara la abrazó fuerte para tratar de calmarla.
Comenzó a contar mentalmente tratando de relajarse, miró el techo de la sala que brillaba con pequeñas estrellas falsas que habían puesto Zara y ella. Se acurrucó para llorar y maldecir por todo lo que estaba pasando, Dara se quedó dormida en la sala sosteniéndole la mano, observó la hora en su celular, cinco treinta de la mañana, otra vez sin lograr conciliar el sueño, tomó sus audífonos y se puso a ver videos de YouTube sobre como superar pérdidas, también intentó distraerse mirando videos de bromas, pero nada de eso lograba parar el llanto. Sus entrañas dolían de tanto llorar, su estómago rugió provocándole una arqueada, corrió apresuradamente hacia el váter soltando lo poco que tenía dentro...
¿Alguna vez han vomitado después de tanto llorar?
Dicen que cuando estamos realmente tristes vomitamos porque nuestro cuerpo siente un dolor tan profundo junto a nuestra alma y también quiere expresarlo.
Con un trapo seco limpió sus labios mientras moqueaba. Necesitaba salir de casa, era como si estuviera en un bucle interminable en el cual despertaba asustada durante la madrugada, se marchaba al trabajo para olvidar su casa y todos los recuerdos junto a Zara.
Eliza salió apresuradamente para irse a la cafetería, su turno empezaba hasta las siete de la mañana, pero llegar media hora antes no molestará a nadie. Además Moni ya le había dado permiso de estar en la cafetería el tiempo que quisiera para ayudar con la terapia.
El cielo estaba nublado al igual que su corazón y las calles estaban solas, al igual que su alma. Vasgach era una ciudad segura donde todos se conocían, era por eso que no le daba miedo ir sola en la calle.
Cuando entró a la cafetería hizo la misma rutina de siempre, se preparó un expreso bien cargado en su vasito entrenador color lila.
Mientras tomaba café salió a dejar las bolsas de basura al contenedor de afuera y fue ahí cuando se arrepintió de haber ido a trabajar aquel día.
Comenzó a llover.