Aquella joven era Amanda, la hermana menor de Antony.
-¿Ya tienes con quién hacer el trabajo de matemáticas? -preguntó Amanda-, podemos hacerlo juntas, de paso me explicas, porque no entendí nada y no sé cómo haré con la evaluación.
Amanda se levantó del pupitre y se dirigió hasta donde se encontraba un bolso rosado, lo abrió y sacó una caja de marcadores nuevos. Rápidamente llegó hasta donde se encontraba Emilia y volvió a sentarse en el mismo asiento.
-Imagínate que ayer Antony llegó borracho a la casa -comenzó a contar Amanda-. Terminó discutiendo con mi papá y él lo echó de la casa, imagínate. ¿Y sabes lo que hizo Antony?
-¿Qué hizo? -preguntó Emilia.
-Dijo que sí se iba a ir. Que ya no aguantaba vivir más con nosotros. Pero mi mamá le dijo que, si se iba, debía pagar los dos meses que estuvo con nosotros, y es que es justo ¿no crees? Después de llegar de arrimado, hacernos la vida un infierno, es lo más conveniente. A él le sobra el dinero y es dueño de varios hoteles, qué envidia. El muy tacaño no nos ha dado nada, lo único que me dio en estos dos meses fue la cartulina y los marcadores; menos mal los trajo, porque yo ni me acordaba que debía traerlos hoy.
-¿Antony fue quien te los dio?
-Sí, los trajo junto con una botella de cerveza -Amanda desplegó una sonrisa-, hablaste con él ayer, ¿verdad?
-Lo encontré en la tienda -respondió Emilia.
-Eso me dijo, que necesitabas una cartulina, pero que no la había en la tienda y que para esa hora ya era tarde. Él fue quien me dijo que lo compartiera contigo.
Las mejillas de Emilia se ruborizaron y una gran vergüenza la consumió.
-Bueno, imagino que Antony no es tan malo como creo que es -soltó Amanda-. Oye, Emilia, si lo encuentras otra vez por ahí, no seas boba, sácale algo.
-¿Cómo se te ocurre decir eso?
-Ay, por favor, ¿me vas a decir que no te gusta la idea?, sabes que a él le sobra el dinero.
-Pero recién lo conozco -Emilia hizo un puchero-, además, no se ve tan malo como lo muestras.
-Claro, si se nota que le gustas.
-¿Eh?
-Sí, ¿por qué crees que me dio esto?, él nunca se ha preocupado por si debo llevar algo a clases. Se me hizo tan raro que me lo diera. -Amanda se emocionó-. Por eso te digo que podrías sacarle algo bueno. Ven hoy a mi casa a hacer el trabajo de matemáticas, él estará ahí empacando sus cosas, hablas con él y le dices que te invite a cine, ¡y me llevas, debes llevarme!, le sacaremos todo lo que podamos a ese idiota.
-¡Claro que no, no voy a hacer eso! -se negó Emilia.
-¡Tú si eres boba!, ¿cómo vas a perder una oportunidad como esta? -Bufó Amanda-, ¿no quieres conocer el cine?, me dijiste que nunca has ido.
-Me vería muy regalada si le pido a tu hermano que me lleve.
-No se lo vas a pedir, se lo vas a insinuar, por favor. ¿Recuerdas cuando le quitamos al chico de la panadería los pasteles?, ¡así!
Emilia hizo un gesto de fastidio y después comenzó a dibujar en la cartulina.
La casa de Amanda quedaba en el barrio vecino, a unas diez cuadras de la casa de Emilia, así que debía caminar bastante, lo bueno era que esa tarde estaba nublada y la joven podía caminar sin problema alguno.
El vecindario donde quedaba la casa de Amanda era bastante tranquilo, con viviendas grandes, terrazas amplias y enrejadas, fachadas impecables con carros de marcas de lujo parqueados frente a ellas. Algunos perros de raza se asomaban por las rejas, moviendo las colas al ver pasar a Emilia para comenzar a ladrar.
La joven llegó a una esquina, había una casa pintada de un azul cielo con las columnas blancas y un jardín un poco descuidado. Había una Toyota Prado último modelo de color negro parqueada frente a la vivienda, en el interior de ésta un joven estaba subiendo unas cajas marrones.
Emilia observó curiosa, se acercó un poco más y notó que se trataba de Antony. Tenía un semblante algo furioso. El joven cerró la puerta del vehículo y posó su mirada en la chica, su semblante poco a poco se suavizó.
-Emilia -saludó.
-Hola -respondió ella con una voz un tanto tímida.
Los ojos de Antony la barrieron de pies a cabeza y sonrió seductoramente.
-Qué hermosa estás hoy -dijo él y se acercó a ella, acariciando un mechón de su cabello que caía sobre su hombro derecho.
Emilia dio un paso atrás, sintiendo su corazón latir desbocadamente de la emoción por tener a aquel joven tan cerca, al punto en que pudo sentir la respiración de Antony golpear sobre su mejilla derecha.
-Amanda está adentro, ¿la llamo? -informó Antony, alejándose de la chica para no intimidarla más; era evidente que le divertía despertar en ella la timidez.
-Ah... yo entro, no te preocupes -dijo Emilia-, ¿te estás mudando?
-Sí, imagino que Amanda ya te lo habrá dicho.
-Sí, me lo contó en la mañana -confesó la chica un poco apenada.
-Realmente Amanda es una chismosa -soltó Antony-, todo lo cuenta. ¿Qué más te dijo?
-Nada relevante, no te preocupes.
-¿Sirvió la cartulina?
Emilia se ruborizó por completo, algo que hizo sonreír al joven.
-No debiste hacer eso -soltó ella con timidez.
-La compré por mi hermana, debía llevarla.
-¿Una cartulina completa?
-Así podría compartirla con su amiga -soltó Antony sonriente.
Amanda se asomó por una ventana y vio a Antony conversando con Emilia, corrió hasta la puerta.
-Por fin llegas -dijo Amanda caminando hasta donde se encontraba su amiga.
Emilia volteó a verla, le sonrió amablemente y después se saludaron con un beso en la mejilla.
-Antony -Amanda volteó a ver a su hermano-, Emilia cumple el domingo -informó Amanda-, dieciséis años.
-Amanda -pidió Emilia.
-¿Qué? -preguntó la joven-, lo bueno de los cumpleaños es que uno puede recibir regalos, es obligatorio, si no, ¿qué gracia tienen?
La mirada de Antony viajaba de Amanda hasta Emilia, parecía que las analizaba y Emilia odiaba eso. Emilia le sonrió con amabilidad al joven y después hizo que su Amanda entrara a la casa, tomando lugar en la sala.
Amanda se dirigió a la cocina, según ella, para traer una limonada que estuvo preparando.
Antony bajó unos minutos después las escaleras que comunicaban el segundo piso con una maleta de color negro, se detuvo al ver a Emilia bastante concentrada en la libreta, escribiendo en ellas formulas numéricas con un lápiz.
-¿En verdad cumples el domingo? -preguntó él, acercándose a la joven.
-Sí -contestó.
-¿Qué es lo que siempre has querido para tu cumpleaños?
Emilia comenzó a negar con la cabeza, sintiéndose bastante apenada.
-No te preocupes por eso, ignora lo que dijo Amanda -soltó, sintiendo como la sangre subía a sus mejillas.
-No lo pregunto por lo que dijo Amanda -replicó Antony y se sentó a su lado en el mueble-. Quiero hacerlo.
Emilia volvió su mirada a la libreta que sostenía sobre sus piernas, se sentía muy incómoda.
-No me conoces, Antony -dijo-, no debes darme nada en mi cumpleaños.
-Claro que te conozco, ¿no estoy hablando contigo ahora?
La joven volteó a verlo y soltó una pequeña carcajada.
-Dices unas cosas... -Emilia comenzó a negar con la cabeza.
-Me agradas, Emilia -Antony la contempló fijamente-, eres una buena chica.
Emilia tragó en seco, aquellas últimas palabras de Antony sonaron con mucho significado, algo que ella trataba de no aceptar.
-Entonces, ¿qué es lo que quieres para tu cumpleaños? -volvió a preguntar el muchacho.
Ella volvió a negar y llevó su mirada hasta el pasillo, allí venía Amanda con dos vasos de vidrio llenos de limonada.
-Piénsalo y después me dices, apunta mi número -puso una mano encima de las de Emilia- trescientos ocho cincuenta catorce diez.
Emilia inspiró profundo y retuvo la respiración.
-Una chica tan inteligente como tú de seguro recordará ese número, ¿verdad, Emilia? -le susurró cerca al oído.
Antony se levantó y se marchó fuera de la sala, dejando a las dos chicas solas.
-Bueno... -soltó Amanda- hice lo que pude con esta limonada.
Emilia se acomodó en el mueble y tragó en seco, rápidamente tomó el vaso de limonada para después comenzar a beberlo con rapidez. El sabor del limón se sentía bastante fuerte y maltrató su garganta, pero no le importó, sus nervios se habían disparado gracias a la conversación que tuvo con Antony.
-¿Tan rica me quedó? -preguntó Amanda con una sonrisa en su rostro.
La joven bajó el vaso de vidrio a medio tomar hasta sus piernas y respiró hondo. Decidió anotar el número antes que se le esfumara de la mente. Ella no era tonta, sabía que para algún momento le serviría tener el número de Antony.
Y sí, muy pronto aquel número telefónico le cambiaría la vida para siempre.
La calle se veía calurosa y polvorienta, Emilia dio un paso doloroso al sentir las vejigas en las plantas de sus pies implorarles que se detuviera. Fue una mala idea decirle a su madre que llevaría a su hermana con el dinero que había ahorrado, cuando sólo le alcanzaba para un pasaje de bus. El caminar hasta su casa era un infierno encarnado, estaba muy lejos. Pero a la vez se sentía aliviada al saber que dejó a su hermanita donde su tía, un lugar donde dormiría sin calor y comería todos los días. Lastimosamente, esa no iba a ser la suerte de Emilia, porque no tenía dinero para volver, ya que, al llegar a la casa de su tía, la mujer no estaba allí y solamente se encontraba su prima con la cual no se llevaba bien, quien no quiso darle dinero para poder regresar, así que llevaba más de una hora caminando bajo el inclemente sol.
Tenía un gran dolor de cabeza ocasionado por la desnutrición y con el sol caliente se convirtió en una migraña y su boca estaba seca por la deshidratación. Pero para su mala suerte, no llevaba ni la mitad del trayecto completado y en el cielo no había rastro de alguna nube que cubriera el sol.
Sintió que una de sus sandalias negras se desprendió. Bajó la mirada a sus pies al detenerse en seco, sintiendo el nudo en su garganta crecer. Sentía que aquella terrible situación no la podría soportar más, la estaba volviendo loca.
Caminó hasta un poste de luz y se recostó a él; estaba sudada, cansada. Observaba la carretera principal botando aquel terrible resplandor y a su mente llegó lo que ella nunca pensó que haría. Pediría un aventón. No podría seguir caminando con las sandalias dañadas.
Quería llorar. Para una persona tan tímida y a la vez orgullosa como ella, el mostrarse tan vulnerable ante una persona desconocida, que conociera su problemática, no era cosa fácil.
Tragó en seco, sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Qué haría en su casa? Habían cortado la luz, sólo en la nevera se encontraban potes llenos de agua, no tenía nada para comer. Tuvo que dejar a su hermana en casa de su tía para que no pasara hambre hasta que su madre pudiera arreglar la situación, bueno; si era que podía, con tantas deudas, eso era casi imposible. Lo peor es que debía pasar por aquella tienda donde ese viejo vigilaba a todo momento si ella entraba o salía para acosarla. Se sentía desesperada, no soportaba más esa vida.
Decidió cruzar la carretera para llegar a una casa y pedir ayuda para poder llamar a quien creía que sería la única persona que podría ayudarla.
-Buenas tardes -dijo al tocar la puerta de la vivienda y ver a una mujer de cuarenta años abrir.
-¿A la orden? -preguntó la señora.
La mujer la observaba con curiosidad, se notaba que había visto que Emilia no se encontraba bien, aunque intentó ser discreta.
-Disculpe, es que quería pedirle un pequeño favor -suplicó Emilia con la voz rota.
-¿Necesitas ayuda, niña? -inquirió con curiosidad.
-Es para ver si me podría prestar su teléfono para llamar a alguien. En serio, es sólo un minuto -explicó-. Es que me he quedado varada y necesito volver a mi casa, es para que me vengan a recoger.
El rostro de la mujer se suavizó al ver que no era una emergencia tan grave. Aceptó con un movimiento de cabeza y buscó en la sala un teléfono para después ofrecérselo.
Emilia marcó con rapidez el número, su corazón latió con fuerza cuando escuchó el celular sonar, fueron dos timbradas y después se escuchó la voz joven y varonil.
-¿Hola?
-¿Antony? -preguntó Emilia.
-Sí, con él, ¿con quién hablo?
-Soy Emilia, la amiga de Amanda.
-Ah... Emy, hola -su voz se suavizó al instante y se volvió más alegre-. ¿Ya pensaste en el regalo que quieres de cumpleaños?
-Sí, ¿podrías dármelo ahora?