El profesor Halskin era un hombre bajito y regordete que rondaba entre los 30 y 40 años, de pómulos prominentes, y piel bronceada. Tenía unas piernas cortas y gordas que le dificulta van un poco el andar. Su rostro era severo, y lo único hermoso que poseía en el eran los ojos color avellana, por lo demás, tenía rasgos grotescos, nariz torcida, labios pequeños y finos, y una enorme papada que se le había formado debido a su gordura.
A pesar de no ser tan viejo se podía observar que comenzaba a quedarse calvo, aunque algunos alumnos (Elizabeth entre ellos) creían que todo ese cabello se lo pegaba en el bigote que tenía debajo de la nariz, pues este siempre estaba más grande. Quizás por eso siempre que lo veían, estaba enojado.
-Para nada señor, puede continuar. -la voz de Liz salió en un pequeño susurro, no le gustaba que los profesores la reprendieran.
-Hagan silencio, están interrumpiendo mi clase.
La pelinegra vio la sonrisa que se formó en los labios de su amiga, e inmediatamente supo que se meterían en problemas sino la detenía; sin embargo, antes de que pudiese hacerlo, ella ya estaba de píe.
-Al contrario, señor Halskin, es su clase la que interrumpe mi conversación. -le respondió con aires de suficiencia. El rostro del profesor se volvió muy rojo (si eso era ya posible), sus bigotes se crisparon, y por un segundo Elizabeth no pudo evitar compararlo con una morsa. Una risa se escapó de sus labios ante el pensamiento, fue breve, pero duro lo suficiente para enfurecer más al pequeño hombre.
-¡Fuera de mi clase! -Ver el rostro desencajado del maestro fue lo único que se necesitó para que ambas huyeran del aula.
Los pasillos se encontraban vacíos, lo cual era comprensible, todos los alumnos se encontraban en clase, justo como deberían haberlo estado ellas, sino fuese por la lengua venenosa de su amiga.
-¿Viste sus mejillas? Por Dios, sí que estaba enojado. -comentaba entre risas mientras caminaban por los pasillos.
-Pues claro, todo el tiempo lo dejas en ridículo. -dijo mirándola con reproche.
-¿Yo? ¡Estas equivocada! Jamás haría algo así. -le respondió la pelirroja con falsa indignación. Elizabeth rodó los ojos, las cosas siempre habían sido así entre las dos. Ella era el agua mansa y su amiga el tsunami con tormenta incluida. Antes de que pudiese responderle una voz las interrumpió
-¿Qué hacen mis dos chicas favoritas fuera de clases?
-Mike... Por lo general terminamos fuera del aula cuando se trata del Hámster. -afirmó Carmen utilizando el apodo que los estudiantes le habían dado al señor Halskin.
Michael Lombardo era todo lo que una chica pudiese desear. Rubio, ojos verdes, tez bronceada, y un problemático sin remedio. Solo lo conocían desde hacía seis meses, pero el chico se había vuelto parte de sus amigos más cercanos. Había llegado de Italia con una beca deportiva, y era por decirlo de alguna manera el "nuevo" de la universidad, sin embargo, había dejado muy en claro que cuando se trataba de hockey, él era el mejor, pues le habían nombrado capitán del equipo solo cuatro meses después de haber entrado.
-¿Y tú? -preguntó Liz levantando una ceja.
-¿Yo qué? -respondió haciéndose el desentendido.
-¿No deberías estar en clases?
-Tú lo has dicho, princesa de hielo. -Liz bufó ante el sobrenombre. -Debería, pero no lo estoy. -dijo con una sonrisa de inocencia mientras chocaba los cinco con Carmen. Elizabeth sonrió negando con la cabeza, siempre era lo mismo con ellos. Nunca cambiarían.
-Bueno, ¿qué tal si vamos a la cafetería? Digo, antes que se llene. -El timbre acaba de sonar. Liz sabía que si no se iban en ese momento no encontrarían una mesa. Sus amigos asintieron y los tres se dirigieron a almorzar.
El lugar se encontraba prácticamente vacío cuando llegaron, así que pudieron comprar su comida sin tener que hacer fila. Buscaron una mesa en un rincón apartado donde nadie los molestara.
-No me cansaré de decirlo, amo la pizza de aquí. -Mike hablaba con la boca llena, su barbilla se había llenado se salsa de tomate. Las chicas soltaron una carcajada ante la falta de modales de su mejor amigo.
-Eres un deportista, no deberías comer eso, es dañino para ti. -lo riño Elizabeth. Carmen solo lo ignoro. Su amiga se preocupaba demasiado.
-Relájate Liz, total él es el que tendrá que aguantarse si lo sacan del equipo por bajo rendimiento. -Mike dejo el cuarto trozo de pizza que estaba por comerse, sobre la mesa.
-¿Saben? No tengo más hambre. -dijo con una expresión asustada.
-Qué bueno. -Carmen le guiño un ojo a Liz con complicidad. Elizabeth no pudo evitar sonreír. La pelirroja era una manipuladora total, y por ende un verdadero peligro.
-Cambiando de tema. ¿Qué has decido Liz? ¿Irás?
-Ya te he dicho que no Carmen, no iré.
-¿De qué hablan? Soy su mejor amigo ¡No me ignoren! -dramatizó Mike.
-Pues, de que a Liz le ofrecieron un trabajo en Egipto. El mismísimo profesor Mark Vivanovik la llamó para decírselo. -Elizabeth miraba a su amiga con ganas de asesinarla. Sabía lo que intentaba, quería ejercer más presión sobre ella, para que terminará aceptando, pero no le iba a funcionar.
No accedería.
-¿De verdad? Eso es genial. -El rubio miraba a su amiga con una mezcla de orgullo y sorpresa. Él ya había dado por hecho que había aceptado. Genial. Simplemente fantástico. Pensó. Otra piedra de insistencia en su zapato. -Si, y lo sería. Su hubiese dicho que si a la propuesta. -la interrumpió Carmen al ver que iba a hablar.
-¿Qué? -Su amigo lucía bastante confundido. -¿Estás loca? Es la oportunidad de tu vida dijo dándole un sorbo a su bebida. Liz les lanzó una mirada agria a ambos.
-Primero, agradecería que no utilizaras ese adjetivo conmigo Michael...
-Perdón, no quise...
-Segundo. -continuo como si nada. -De verdad quiero que dejen de presionarme. -dijo mirando a su pelirroja amiga, quien sólo bajo la mirada. -Y tercero, yo soy la que tomará esa decisión, y francamente no creo que sea la oportunidad de mi vida. -se levantó de la silla enojada, tomó su bolso y se marchó de la cafetería. Escuchó los gritos de sus amigos llamándola, pero no volteó, solo aceleró el paso.
El jardín de la universidad era muy hermoso, lleno de césped y con algunos árboles enormes plantados, que proporcionaban sombra a los estudiantes los días de mucho sol. Elizabeth se sentó debajo de uno de ellos. Se sentía, más que enojada, algo triste porque sus amigos no la apoyaran. Sobre todo, Carmen, quien había sido testigo de todo lo que la pelinegra había sufrido y seguí sufriendo. Esperaba más comprensión de su parte.
Las nubes grises cubrían el cielo, en de que pronto llovería. Esos días en que todo estaba frío y mojado, eran los menos favoritos de Liz, siempre se enfermaba, como si la falta de sol mermara toda su energía. Ese clima no era para ella, y antes de que comenzaran a caer gotas de agua era mejor que volviera al edificio. Se puso de pie con cuidado y sacudió su ropa. Al llegar a la puerta del edificio, se soltó el chaparrón. Por poco y terminaba toda empapada. Decidió que solo en un lugar estaría cómoda y alejada de todos. La Biblioteca.
Con cuidado de que no la vieran los profesores se puso en camino hacia ella. Al estar en frente de la puerta, rezó internamente que estuviese abierta. La suerte estaba de su lado ese día, pues al empujarla cedió. El lugar se encontraba completamente vacío, lo cual era lógico, los demás estudiantes seguro seguían en la cafetería; además nadie se acercaba allí si podía evitarlo.
-Neandertales. -pensó con burla. No entendía como preferían estar afuera, mojándose, buscando pescar una gripe o algo peor, en vez de venir allí donde se mantendrían secos, cómodos y calientes. Sin mencionar que podrían disfrutar de un buen libro. Lo dicho, no lo comprendía.
Empezó a buscar en los estantes algo que le llamara la atención para leer. Vio muchos libros, pero ninguno le parecía interesante. Un sonido abrupto la hizo girar asustada, al parecer había dejado caer un libro por estar distraída, y este al chocar contra el suelo ocasionó un gran estruendo. Se agachó y tomó el libro con cuidado, a juzgar por el desgaste de la cubierta, Elizabeth supo que era de los más antiguos volúmenes que existían en la universidad. El título de la portada le causó curiosidad:
Simbología del antiguo Egipto
Abrió el libro, no era lo que normalmente leía, sin embargo, sentía una inexplicable curiosidad por el tema. Las páginas estaban llenas de diferentes figuras que le eran incomprensibles. Se detuvo en uno de los símbolos y leyó la inscripción que había dejado de él.
Ankh
"El anj (ˁnḫ) (☥) es un jeroglífico egipcio que significa "vida", un símbolo muy utilizado en la iconografía de esta cultura. También se la denomina cruz ansada (cruz con la parte superior en forma de óvalo, lazo, asa o ansa), crux ansata en latín, la "llave de la vida" o la "cruz egipcia".
Miró con extrañeza el jeroglífico, estaba muy segura de haberlo visto en otro lado, pero no podía recordar en dónde. Lo observó fijamente unos segundos. De pronto, algunas imágenes acudieron a su mente.
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Las imágenes llegaron tan de repente, que Elizabeth no se había dado cuenta que se apoyaba, con un brazo, en uno de los estantes. Estuvo a punto de caerse, y se encontraba algo mareada, pero ya tenía una respuesta al ofrecimiento de Mark. Cerró el libro con fuerza, y salió corriendo de la biblioteca. Llegando a la entrada del edificio miró el jardín. No le importo de que se pudiese enfermar, se internó en la lluvia con dirección a su hogar.
El viento soplaba el cabello de Elizabeth al bajar del taxi. Su mirada se posó en la construcción que tenía frente a ella. El hotel Bonjour era uno de los más elegantes y costosos en todo el Cairo. Mientras miraba embelesada la construcción ordenó a uno de los trabajadores del lugar que bajaran su equipaje y la siguieran hasta la recepción.
Había tomado la decisión de viajar a Egipto de último momento y de manera apresurada. Sus amigos estuvieron muy felices de que aceptara, se ofrecieron a ayudarla en todo lo necesario para su viaje y ella (a pesar de seguir enojada con ellos) acepto. Así que empacó, compró el boleto y se subió en el primer avión con destino al antiguo país.
Carmen y Mike habían prometido visitarla en cuanto pudieran y la hicieron jurar que los mantendría al tanto de todo lo que sucediera. Obviamente tuvo que aceptar, no sabía de qué serían capaces esos dos si no la hacía. Se despidieron entre lágrimas en el aeropuerto, ocasionando que algunos viajeros los mirarán divertidos, Elizabeth ignoró todo aquello, no sabía hasta cuándo volvería a verlos y quería guardar cada uno de esos recuerdos.
Elizabeth amaba a sus amigos, confiaba en ellos más que en nadie, sin embargo, no podía contarles la verdadera razón por la que decidió irse a trabajar en medio de la nada, cambiando tan drásticamente su opinión. No, mejor que siguiesen creyendo que lo hacía por fines académicos. Sabía que no estarían de acuerdo con la verdad y a pesar de que la apoyarían sin dudarlo, no toleraría ver su constante mirada de duda e incredulidad.
«Necesito averiguar más de ese símbolo» pensó mientras se dirigía a la recepción.
-Buenos días, me llamo Elizabeth Twoys ¿Hay algún mensaje para mí? -preguntó a la recepcionista.
-Por supuesto que sí, señorita Twoys. Un hombre la espera en el restaurante, me dijo que en cuanto llegará se lo informará. -respondió con una sonrisa que Liz correspondió. Era una muchacha joven, unos cuantos años mayor que ella; de cabello castaño, al igual que sus ojos, piel clara y de mediana estatura.