Ahkn
img img Ahkn img Capítulo 4 Cuatro
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Capítulo 4 Cuatro

Por alguna razón le recordó un poco a Carmen.

-Gracias.

Se encaminó hacía el restaurante. El lugar no dejaba de impresionarla, pues tenía un encanto exótico y sin duda majestuoso. Los colores dorados y blancos impregnan su alrededor, le parecía estar en una fiesta egipcia con música y velas. Las mesas eran de un tono marrón a juego con sillas doradas con cojines blancos.

Al llegar al restaurante lo inspeccionó con sus ojos buscando a Mark. Una sonrisa se formó en sus labios al dar con él. Hacía muchos años que no lo veía, pero jamás podría olvidar la apariencia que tenía.

-¡Mark! -el hombre levantó la mirada de su celular al escucharla gritar su nombre.

Elizabeth salto a sus brazos en cuanto se levantó, estaba muy feliz de volver a verlo. En su impulsividad casi tumba a Mark de la silla en que estaba sentado, pero al hombre no pareció importarle, al contrario, estaba visiblemente contento de volver a verla.

-Pequeña princesa, me alegra que ya estés aquí. -El cariñoso apodo hizo que por su mejilla rodara una lágrima.

Así la llamaba su padre.

-Por Dios mírate, estás muy bronceado. Y déjame decírtelo, pero te vez más viejo. -Mark soltó una carcajada a la que ella se le unió.

Era verdad lo que decía, él estaba visiblemente más cambiado. Su cabello, antes castaño, se encontraba ahora veteado por algunas mechas blancas; el rostro, siempre jovial y alegre, estaba cubierto de unas cuantas arrugas.

-Bueno, Lizzie ¿Qué tal si te dejo en tu habitación para que te instales?

-Por favor, me tocó el cuarto número 237. -inquirió. Mark se levantó de la silla y le ofreció un brazo que aceptó gustosamente. Ambos se dirigieron hacía el elevador, poniéndose al corriente de todos los pormenores de sus vidas en el último tiempo que no se habían visto.

Mark le contaba algo sobre una tumba que esperaban descubrir pronto, cuando su teléfono sonó interrumpiendo la charla. Al momento que miró la pantalla, una expresión de preocupación se ciñó sobre su rostro.

-Debo contestar. -dijo a modo de disculpa. Mark se alejó un poco de ella para poder atender la llamada. Elizabeth se entretuvo mirando algunas pinturas para darle privacidad. Pasados unos minutos comenzaba a aburrirse, pero en ese instante, Mark al fin terminó de hablar.

-Lizzie, lo lamento mucho, pero tengo que irme. Me necesitan con urgencia, ¿Te molestaría instalarte tú sola? Te prometo que mañana pasó por ti y te muestro todo. -dijo en un tono rogándole lo disculpará.

Elizabeth hizo un gesto con su mano restándole importancia.

-No importa, puedo subir y descansar. Pero eso sí, mañana vienes por mí. -afirmó sonriendo.

-No lo dudes.

Liz lo vio irse hacía la salida del hotel. Pudo seguirlo con la mirada durante unos segundos, hasta que desapareció entre el montón de gente. Se dio la vuelta y con paso firme se dirigió al elevador. Había demasiada gente y eso sumado con el calor tan intenso que impregnaba el ambiente, empezaba a sofocarla. La puerta estaba a punto de cerrase, pero un hombre la detuvo para que pasará.

-Gracias. -le dijo. El hombre respondió con un asentimiento de cabeza.

Tardó un par de segundos en llegar al piso y para la tranquilidad de su cabeza no fueron más. No entendía cómo las personas podían subir en aquel aparato; era cierto que facilitaba enormemente la vida, pero ella simplemente no podía acostumbrarse.

La música del ascensor la volvía loca.

El piso en donde se encontraba su habitación era el número cinco. Los pasillos no estaban muy concurridos, pero era la hora del almuerzo, así que no le dio importancia. De todas formas, ya había visto a todo el mundo en el recibidor.

-237...237...237 ¡Bingo! -encontró la puerta del cuarto casi al final del pasillo. Estaba a punto de meter su llave en la puerta para entrar, pero una mano se lo impidió, quizás con más fuerza de la necesaria. Elizabeth levantó la vista para ver a la persona que la detenía.

-Disculpe, esta es mi alcoba. -inquirió con educación.

El hombre, que no sería mucho mayor que ella, soltó una risita. Alzó una ceja y lo miró confundida, demasiado para reparar en que sus manos estaban unidas sobre el picaporte. ¿Acaso se estaba burlando de ella?

-Perdone señorita, pero se equivoca. Este es mi cuarto. -dijo como quien le explica algo a un niño de primaria, lo que hizo enojar a Elizabeth.

-No, no lo estoy. Usted es el equivocado. -afirmó enojada.

Ambos se miraron retándose, luego miraron la puerta. Por la expresión en su rostro, Elizabeth dedujo que había tenido la misma idea que ella. Sin esperar para confirmar si su sospecha era cierta se lanzó al picaporte, pero no fue lo suficientemente rápida. Sin saber cómo, ambos terminaron peleando con aquel desconocido para obtener el cuarto.

-Es mía...

-No, mía... ¡Quítate!

-No, tú quítate.

Habían pasado unos minutos, en los que ni Elizabeth, ni el chico habían cedido. Estaban en una total guerra por el lugar. Si, ella podía dejar las cosas hasta allí y registrarse en otro lugar, pero no quería ceder ante ese bribón, que según pensaba ella, era lo más bajo de la cadena evolutiva. Porque solo había que verlo... ¡Peleando con una dama como ella!

Siguieron así un rato, hasta que Elizabeth oyó el repiqueteo de unos tacones en el piso. Al parecer el chico también lo escuchó, pues miró por encima de su hombro para averiguar de quien se trataba. Era una trabajadora del lugar y no se veía nada contenta.

Dios me libre. Pensó Elizabeth. Era lo último que le faltaba, que la corrieran del hotel por hacer un escándalo. Esperaba que ese no fuera el caso, moriría de la vergüenza allí mismo.

-¿Ocurre algún problema? -les preguntó con una sonrisa cordial, aunque Elizabeth pensó que estaba demasiado tensa para ser auténtica.

-Si, este gorila se ha equivocado de habitación y pretenden quedarse con la mía. -dijo chasqueando la lengua, adelantándose al notar que el tipo tenía intenciones de hablar.

-Por supuesto que no. Es la señorita la que se ha confundido. -respondió señalándola. Había dicho la palabra "señorita" con los dedos en forma de comillas. La chica parpadeó sorprendida.

-Bueno, quizás el hotel cometió un error. En ese caso, les pido de favor que vengan conmigo para solucionarlo en la entrada. Algunos huéspedes se están quejando del escándalo que están montando aquí.

Elizabeth se sonrojo con fuerza, la mujer tenía razón, habían montado un espectáculo. Miró al desconocido y observó con sorpresa que él también se sonrojaba. Aspiró y soltó el aire, dejando que entrara en sus pulmones, tranquilizando su pulso.

-De acuerdo. -respondieron los dos al mismo tiempo. Se miraron con fastidió, era obvio que sin conocerse ya se detestaban.

Siguieron a la mujer hacía el ascensor para ir al primer piso y arreglar todo ese despelote lo más pronto posible. Rogaba que no la echarán del hotel, no tenía tiempo de buscar otro lugar para quedarse, ni un presupuesto más amplió para ello.

Los tres se subieron en el elevador, la tensión era palpable entre los tres. Ninguno decía nada, porque en realidad no había nada que decir. La pelinegra jugaba con sus manos, estaba muy nerviosa.

¿En qué problema se había metido ahora?

-Si, lamentamos mucho el inconveniente. Los compensaremos, tendrán un descuento en el precio de la habitación.

La recepcionista que la había atendido al llegar se disculpaba por décima vez. Al parecer, el hotel había confundido las fechas de reservación. Si les correspondía a ambos la habitación, sólo que en días diferentes. Por lo tanto, la chica le había anotado a el desconocido (cuyo nombre ahora sabía que era Julián) la misma habitación que a ella.

Miró al tipo por encima del hombro, se encontraba realizando el papeleo para cambiarse de cuarto y asegurarse de que está vez no estuviese ocupado.

-Bueno, todo listo Elizabeth. -la pelinegra le lanzó una mirada enojada.

-No lo conozco, no es mi amigo. Así que no me llame por mi nombre de pila. -le respondió mordazmente. Sabía que no estaba siendo para nada educada, pero ya había tenido suficiente de ese "caballero" por un día.

Se dio la vuelta dando la charla por terminada, quería volver a su habitación a descansar. Se montó, por segunda vez ese día en el elevador, dirigiéndose a su cuarto. En el camino se dio cuenta de una cosa.

¡No traía su equipaje!

Dios la ayudará, a ese paso moriría antes de terminar el viaje o de poder encontrar las respuestas que han desesperadamente buscaba. Estaba muy cansada y lo único que quería era acostarse en su cama y tomar una merecida siesta que durará durante horas.

Giró sobre sí misma y corriendo fue en busca de sus maletas.

«Que asco de tipo, espero no volver a verlo jamás» pensaba mientras corría.

Pronto aprendería que lo que se desea, no siempre se cumple y que debía tener cuidado con las palabras que pronunciaba, pues estas podrían volverse en su contra.

Estando ya en su habitación y habiéndose puesto una ropa más cómoda llamó a su madrina. Marcó el número en la pantalla del celular y mientras se recostaba sobre la cama, se lo llevó a la oreja. Contestó al segundo timbrazo, lo que Elizabeth agradeció en el alma; la voz maternal de Cristina tranquilizó a la pelinegra, que de por sí ya se encontraba muy nerviosa.

-¿Hola? -preguntó desde el otro lado.

Elizabeth tuvo que hacer un enorme esfuerzo para que su voz saliera sin titubeos, incluso carraspeo un poco antes de hablar para aclararse la garganta. Aun así la voz sonó algo tensa.

-¡Madrina! Soy yo, Elizabeth. -inquirió esbozando una sonrisa, aunque sabía perfectamente que ella no podía verla.

-¿Elizabeth? ¡Oh, mi pequeña niña! Estaba muy preocupada porque no había recibido noticias tuyas. -señaló. A pesar de sus palabras amables, Elizabeth pudo captar el reproche en deslizando en estas.

-Lo lamento mucho... ¡Fue todo tan repentino! -explicó la joven en un intento por disculparse.

Pudo escuchar cómo su madrina chasqueaba la lengua del otro lado. No pudo evitarlo y soltó una carcajada a la que ella se unió inmediatamente; supuso serían los nervios acumulados por las distintas emociones que había experimentado en tan poco tiempo.

-Bueno eso es lo de menos. ¡Cuéntamelo todo! Quiero saber hasta el último detalle. -ordenó.

Elizabeth no necesito que se lo repitiera dos veces y procedió a narrar todo lo sucedido desde su salida en Londres hasta la llegada a Egipto. Su madrina la escuchaba entre divertida y asombrada dejando caer comentarios ocasionales acerca del enorme parecido que guardaba con sus difuntos padres.

No llevó la cuenta del tiempo que duraron hablando, para cuando miró la hora en el reloj que colgaba en su habitación ya era más de medianoche; por lo tanto, en Londres sería incluso más tarde y no quería seguir privando a la mujer de sus precisadas horas de sueño, pues Cristina seguro estaría muy cansada. Se despidieron con palabras cariños y Elizabeth le prometió no perder el contacto y mantenerla siempre actualizada de lo que fuese pasando.

            
            

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