Todo lo que Dices Ser...
img img Todo lo que Dices Ser... img Capítulo 3 Cap. 1.
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Capítulo 3 Cap. 1.

<< ¿Suicidarte Porque Eres Pobre? ¡¿Sabes lo Costoso que es un Entierro o Cremación?! No le Hagas eso a Tu Familia... ¿No Tienes Familia? Entonces Llégale. >>:

<>

-<>, A. Nin.

<>

-<>, S. Kon.

Hudson.

Domingo 16 de Octubre:

Para ejercer la actividad diaria de la escritura con la excusa de un encargo académico la profesora Pilarf, de literatura, nos encomendó la tarea de llevar un diario de vida, supongo que tal ejercicio caligráfico tiene la intención de ejercitar el placer de la narración de los hechos cotidianos, qué manera más edificante de escribir. Siempre he creído en la fuerza de la palabra y la permeancia de ésta a través del papel y carbón. No obstante, no cuento con el tiempo suficiente como para describir cada hecho con la veracidad necesaria al momento de tales acontecimientos, así que mi narrativa será en pretérito al escribir en mis horas de sueño. No me atrevería a fingir un tiempo verbal presente cuando más se añejan los hechos con el paso de los minutos, por ello he decidido empezar con tal encargo una noche antes de mi primer día en el último año de preparatoria, así que ignoro su posdata ¡La ignoro por medio de una aclaratoria! Puede que a sus ojos parezca innecesaria; pero me veo en obligación de hacerla por su bien, mi narración en presente quizá sea tediosa, pues en pretérito tanto perfecto como imperfecto lo será en sobre manera.

Lunes 17 de Octubre:

La alarma sonó a eso de las 4:30 am. Tomé un baño y, muy a mi pesar, coloqué la vieja radio de los 80 en la estación 99.9 FM. No se encuentra entre mis gustos matutinos escuchar a un hombre de 40 y tantos años hablar sobre el informe de tránsito; pero mi abuela <>, quien en la cocina agregaba agua caliente al café ya hecho, deseaba saber a qué hora de la mañana había sido el primer atropellado, ella y mi tía abuela, la Sra. Hadcliff, tienen ese extraño juego de cuentas.

-Ese creo que fue <>, ¿Será <>?-Dudaba preguntándole a mi tía Lisie que, aparentando no saber lo que ocurría con el café ultrajado, calentaba el quemador para el pan.

- ¿El hijo de Maginia? -Preguntó ésta usando sus regordetes dedos tan morenos como el chocolate de leche para llevar su liso cabello tras las orejas.

-Se murió el año pasado.

-Ese fue el hijo de Gregoria. -Lisie se limpiaba las manos del delantal de flores rosas con holanes púrpura que llevaba puesto.

- ¿Sí? Y eso que juraría haberlo visto el otro día caminando por la plaza.

-Vio fue al hermano. -Aclaró. -Es igual de alto, de catire quemao' y de cara de coco; pero trabaja. -Las dos rieron muy fuerte a pesar de que Carl aún dormía en la pequeña pieza sobre el pasillo superior, éste se los recordó golpeando la baldosa con su bate de beisbol. Las risueñas mujeres no hicieron caso, sus rostros estaban ruborizados y les salía agüilla de los ojos. - ¿Quieres el pan solo o con más pan? -Reprimía el residuo de risa que quedaba en sus facciones.

-Solo. -Sonreí. Me di la vuelta quedando de espaldas a la cocina y al jardín trasero donde <>, el perro que mi tío había llevado a casa, saltaba intentando entrar al corral de los morrocoyes.

-Pero mira nada más cómo estás. -Me sugirió la más joven tomándome por los hombros y guiándome al empañado espejo junto a la escalera. -Tienes ese fleco como un rabo e' cotejo. -A cuatro manos intentamos bajarlo, pero éste se negaba poniéndose cada vez más en punta como árbol que se rehusaba a caer.-Déjalo. -Me dijo- Ya ve a cambiarte, se te hará tarde.

- ¿Qué problema hay con que vaya así?-Extendí los brazos a mis costados haciendo gala de mi espléndida ropa de dormir: Una camisa de algodón blanca rota y un pantalón a cuadros azules y grises muy ancho.

-Todas las mañanas es lo mismo. -Pareció fastidiada. -No puedes ir así... ¡Te envidiarían mucho!-Mientras me mirábamos en el espejo Lisie halaba del sesgo de mi franela con el dedo índice agrandando, tras un crujido, el rutilante hoyo que rondaba el borde del cuello. Noté que sus intenciones iban más allá de hacerme cumplir con el reglamento de vestimenta, se trataba de otra de sus mañas mal disimuladas para que dejara mi ahuecada franela de dormir y así ella pudiese desecharla. La brisa sopló a mis espaldas lo que hizo que recordara los agujeros de la parte de atrás haciéndome sentir como un zombi baleado por no aprender la coreografía. Casi toda mi ropa de andar por casa luce igual (sino que peor). Que Lisie estuviese empeñada con esa franela en específico desde hacía dos meses me demostraba que lo que realmente pretendía era irse deshaciendo, una a una, de mis ventiladas prendas.- Ahora ve y ponte el uniforme.

Hice caso omiso sabiendo que debería ocultar nuevamente todas mis franelas en algún lugar estratégico y subí la escalera, la cual aparenta ser la escalera al cielo, dudé un poco sabiendo que el viaje de bajada no era nada comparado con el de subida, el cual no puedo terminar sin por lo menos tres pausas para respirar de por medio. La brisa de la ventana raramente desnuda terminó de secar mi cabello sin peinar en cada una de mis paradas.

Al bajar de la percha ese uniforme de golodrobo me di cuenta de que sólo tenía dos opciones: Seguir empleando adjetivos calificativos inexistentes para referirme al uniforme o rendirme ante la analítica magnanimidad de un ser superior... El director Lance, opté por la segunda. Lo tendí sobre la cama (el uniforme, no al director), lo analicé y me di por vencido al saber que no podría tirarlo por la ventana y que <> lo hiciera su nueva cama. Me puse la camisa blanca, el pantalón negro y la corbata azul con franjas grises y delgadas líneas doradas.

- ¡Perezco un duende navideño!-Me dije con falsa emoción frente al espejo.

-Ni tanto, sólo el tamaño. -Carl pasaba detrás de mí comiendo un pan con mayonesa.

- ¿No era que sólo había pan?

-Tenía un frasco en mi cajón de medias.

Tomé mi maletín y bajé la escalera en medias para ponerme las botas al sentarme en el último escalón. Comí en la sala de mi abuela y me despedí de ella y Lisie con un rápido agite de manos.

Abrí la puerta haciendo que las frías gotas de llovizna desarreglasen mi cabello recién peinado como fleco angular, cayendo sobre él y haciéndolo lucir mucho mejor ondulándolo un poco; no me quejé pues es algo inevitable, la demacrada estructura de la casa se encuentra rodeada por una espesa arboleda, plantas ornamentales y medicinales. Los frondosos alrededores no permiten que la luz del sol penetre en el lodazal que es la tierra, provocando un constante estado de humedad a lo largo de todo el año.

Le eché un vistazo a la casa de la Sra. Hadcliff al otro lado de la calle, grandes pinos y árboles de azahar arropaban la fachada del jardín techado, dando sombra en los banquillos de hierro y la fuente de querubín, ésta se había dañado desde hacía un año, pero no les preocupó y resolvieron poner una manguera de jardín que abrían en ocasiones especiales y cómo todos los días para los Hadcliff son una celebración, digamos que su factura del agua no es nada modesta. El olor de su jardín llega hasta nuestra casa a las 06:30 pm cuando el clima es el indicado; pero desde que tuvimos que tapar las ventanas con sábanas para que no entrara la lluvia sólo es perceptible cuando se sale al techo.

Frente al débil portón de hojalata blanca estaba la hija de Hadcliff, Eli, de casi 50 años, me saludaba alegremente mientras barría la calle apenas tocando la acera con la escoba. Su vestuario de pantalones de leopardo y blusón negro hacía juego con las paredes de ladrillo de la casa de una manera extrañamente armoniosa.

-El día está hermoso ¿Cierto, muñeco?

Asentí aunque nunca me detuve a contemplar los rayos del sol ¿Para qué hacerlo? Siempre estaba ahí, sin nada en especial, sin cambio.

Caminaba por las calles de ese pequeño pueblo donde pocas cosas pasan, como único hecho resaltable había sido un lóbrego día del 82 cuando el candidato presidencial Edmundo Chirinos lanzó billetes con su rostro dibujado desde una avioneta, mi abuela Malú me regaló uno, aún lo conservo como amuleto para lanzar mal de ojo.

El escenario urbano es acogedor y colorido aunque no ha dejado de llover casi todos los días desde que tengo uso de razón. Andaba entre charcos y saludaba a aquellos que conozco desde hace tanto, sólo que ellos no lo saben. Uno que otro se aventuraba a responder mis <> como lo harían con un desconocido: Subiendo la barbilla y con un <>, otros sólo me ignoraban... Algunos no recibirían un saludo al día siguiente. Levanté mi mano al ver a Russell, el simpático hombre de piel oscura que vive a unas cuantas casas del lugar donde me estoy quedando, en tiempos de antaño (la semana pasada) si lo que se quería era una limpia o hablar con un familiar algo indispuesto él era el indicado, él y la Sra. Hadcliff cuando se encuentra de ánimo.

De repente, mientras indagaba en mi propio conocimiento en busca de la mejor manera de evitar que la viejecilla Bartolina me gritase por haber tropezado con las plantas de auyama que tiene sembradas casi en medio de la acera, oí un <> al otro lado de la calle, era <>(amigo de la familia). Aquello que Carl y yo normalmente interpretamos como un <> es en realidad un <> dicho con rapidez. Le respondí de la misma manera. Es un alegre señor de 58 años que con su espeso bigote blanco y gorra de beisbol de hace 20 años y que aún trabaja como un joven de 18. Al parecer iba camino a la construcción cuando se detuvo a hablar conmigo:

- ¿Cómo le va, <>?-Revolvió mi cabello acomodando su mochila roja sobre el hombro. - ¿Adaptado?

-Bien, <>. Eso intento, voy camino al instituto ahora, así que cuando vuelva le tendré una respuesta certera.

...

Luego de una corta caminata que prolongué lo más que pude llegué al parque donde, aun con la lluvia, la brisa fría y los gritos de personas atrasadas para llegar al trabajo, Alonso Quijano dormía plácidamente en el banquillo cercano a la parada del autobús; su barba de tarde se notaba verdosa como musgo y la tela de la camisa a cuadros marrones que llevaba desde hace tanto estaba tiesa y sin gracia. Cada gota de rocío en su frente me recordaba cada vez más la vida de un hombre pobre que se salvó de ser un pobre hombre. El anciano de más o menos 65 años, en la calle, acomodó los brazos bajo su transpirada nuca con la intensión de usarlos como almohada, la desgastada tela de poliéster de su gorra roja y lo que antes fue blanco ya no le servía de mucho. Saqué una bolsa que me había dado Carl antes de salir y dejé la manta sobre él, su radio de bolsillo estaba sintonizada en la 99.9 FM, escuchaba los últimos informes de atropellados.

-De seguro fue <>. -Sin abrir los ojos se acurrucó bajo la manta, dejando sólo sus viejos <> amarillos salirse de ésta.

Me di la vuelta y vi, sí... El autobús se iba junto con mi dignidad. Vi como Holiday, compañera de clase del año pasado, me hacía señas desde el cristal que se alejaba como barco en alta mar, gritó mi apellido con esplendido desafino al verse lejos: << ¡Hudsoooon...!>>, no volví a saber de ella... Hasta que llegué al salón.

Esperé el siguiente autobús, pues no me agradaba para nada la idea de caminar hasta la estación. Al final subí a un pequeño transporte color ocre con asientos verde menta. -Qué ecléctico. -Me senté junto la ventana para poder observar el paisaje suburbano del cual debía formar parte cada día, aunque fuese en contra de mi voluntad, aquel donde se reniega el nombre que tu madre pensó y te dan un nuevo apodo a juego con tus atributos físicos.

- ¿Eres el nieto de Agnes?... ¿Verdad?-Interrogó el chofer momentos antes de arrancar, se dio la vuelta sobre su asiento de piel para desviar mi atención de la escuela primaria que estaba cruzando la calle.

- Uno de tantos.

Éste apretó los labios encimando su espeso bigote.

-Mmm... Me pareces conocido ¿Eres el hijo de Lisie?

- ¿Eh...? No, no... Usted está hablando de Carl, Carl Silvester... Él es mi primo. Quizá se confundió por la altura. -Sugerí. - Es que él se parece más a su padre que a mi tía.

- ¿Estás seguro?... Porque me parece haberte visto antes ¡Ah...! Eres el hijo de Margaret.

Negué.

-Los tres ya están graduados.

El hombre parecía confundido, se peinó el vello facial y tomó algo de tiempo para pensar.

- ¿De Lucy?

Negué nuevamente.

-No, señor. Vengo de otro estado y prácticamente la relación que tengo con esas personas que menciona está casi diluida manteniéndose únicamente por la caridad... Así que no. No soy hijo ni de mi tía Lucy, o Lisie mucho menos de Margaret... Soy hijo de un bastardo. -Sonreí.

...

Bajé del autobús. Luego de que el encantador caballero de mediana edad supiera mi proveniencia no preguntó más sobre ese tema, pero sí quiso saber acerca de los parches en el estuche de mi guitarra, desde hace cuánto tocaba y porqué llevaba botas de seguridad al instituto, a toda pregunta respondí con elocuencia. -Porque me da la gana. -Más no con tacto. Me despedí del Sr. Paibel, pues ese es su nombre, y éste me pidió que le diera sus saludos a la tía Lucy, al parecer un amor de la adolescencia, con gusto lo haría... Para molestarla.

Crucé el pequeño puente de concreto que separaba mis pies de la insalubre agua de canal. Había llegado a la calle de servicio luego de que al intentar atravesar la carretera y que una rolliza mujer me gritase poniendo, a base de improperios, en duda mi preferencia sexual, sólo por cruzar algo rápido y pensar que ella doblaría a la izquierda en intersección, pues no... Cruzó a la derecha, y al parecer debido a eso ahora soy un insecto rojo con manchas negras.

La maleza crecía a los alrededores del camino de manera despreocupada, las ranas toro daban sus cantos llamando a sus amadas entre el fango... ¡Qué romántico! <>, aunque el ver esas seductoras ranas era una propuesta más atrayente que entrar a la clase de Sociales del Sr. Louvat, no pude quedarme a contemplar sus quereres; un leve aliento (de alivio, no de persona) vino a mí al recordar que ese día tocaba matemáticas ¡Benditas sean, secretarias incompetentes que cambiaron mi horario 5 veces en una semana al confundir mi sección! (Me lo habían enviado por correo desde el domingo pasado) Era preferible el ver a Profesor Manson merodear como tiburón en medio del aula, observándonos en nuestras islas de formica individuales que ver al Prof. Louvat contemplarse en ese mínimo espejo de mano, no era ningún secreto que ese hombre se arreglaba para ir a ver al <>... Quien quiera que ese tipo fuera; así que ni siquiera el verlo llegar en su <> vino tinto me llegó a desanimar.

- ¡Un día le desapareceré ese espejo! -No fue muy precavido de mi parte gritar eso cuando el profesor se bajó de su auto.

-Buen día.

Eran la 7:15 am. Cuando, a través de una ventana de reja verde, vi a todos en el salón, observando silentes y aglomerados unos con otros como ladrillos en un muro. No me apresuré a entrar, de todas formas ya era tarde y de seguro el vigilante de lentes oscuros y muchos años encima no me dejaría pasar hasta el segundo período. Desde el patio y entre los matorrales vi que el octogenario se había retirado a tomar un café con la secretaria de administración. -Sabía que esa gordita de cabello rojo y mascada púrpura se las traía. -Podía pasar, sólo tenía que cruzar la cancha de futbol, no... Mi experiencia con el deporte es como una relación enfermiza con una madre alcohólica, siendo infante sólo quería jugar, pero luego de que llegase todos los días tambaleándose, violenta y esférica, a golpearme en la cara comencé a odiarla, pero aprendí a perdonar, ahora me tenía sin cuidado; pero no caería de nuevo en sus redes de promesas vacías, viajes al zoológico y nada de golpes en la nariz, así que hice lo que todo ser humano con cualidades motrices suficientes haría en un momento así: Corrí.

A medias recuperé mi dignidad y auto respeto al caminar tranquilamente unos cuantos pasos tras haber cruzado el portón. Revisé mi sección en la cartelera informativa del pasillo principal, pues pese a conocer el horario quise saber quiénes me acompañarían ese día y el resto del año, esto, si no me ahorcaba primero colgándome de una mata de sábila.

-Qué grupo más interesante.

... Por su puesto.

Respiré con miedo a que hubiese un fuerte olor a flatulencia en el aire y tomé la manija de la puerta del aula 72-A... ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué no aprender de manera auto didacta y tirar a la basura todo aquello que de nada me sirve? (El trato social por ejemplo). Me resigné por tercera vez en el día y con fuerza empujé la puerta con la intensión de tomar asiento y no dar explicaciones. No sirvió de nada que cautelosamente azotara la puerta contra el muro, el profesor Manson ya había olido mi miedo como un tiburón acabado de inhalar sangre de un pez cirujano lastimado, parece que después de todo sí había recibido un golpe en la nariz sin darme cuenta. Luego de una breve explicación pude sentarme en el puesto libre más cercano, éste se encontraba tras Holiday, debido a ello fue bastante fácil acoplarme como una pieza de lego en un pie descalzo. Muy cómodamente me dispuse a enriquecer mi cerebro logarítmico e inteligencia matemática hasta que escuché esa pérfida voz de ultratumba.

-Oh... No sabía que <> nos acompañaría este año...-Sí lo sabía. - ¿<> te ha causado problemas?-Comenté tras escuchar cierto refunfuño. Esa clase de discusiones no es propia de mí... Bueno sí, pero un sujeto como Evan Carther no merece ni mis <>. Si redundar tenía nefastas consecuencias divinas él recibiría gran parte ellas, yo igual... Por su culpa.

Estuve desde el principio del día 100% dispuesto a dejar el mundo terrenal, pero no tuve oportunidad, el suicidio académico no es una opción factible cuando tienes a una socarrona con lentes sin cristal interrumpiendo tus labores iluminativas haciéndote responder cada vez que tratas de contener la respiración. Sólo respondí porque de alguna manera tenía que lograr que los ladridos de Fisher se drenaran de mi vejiga de ideas (así le digo a mi cabeza). Esa mujer logra que la poca decencia que me queda salga disparada de mi ser como corcho de limonada. A mediados del año pasado me había ganado su predilección a la hora de dar comentarios lambiscones, no es mi culpa que a su edad (17) aún tenga piojos, sólo se lo comenté porque había un excelente champú para perros en la tienda de mascotas. Si no quería tener un pelaje tan sedoso como un schnauzer de concurso, o al menos eso era lo que la botella prometía, era su problema. En ese momento me percaté de que mi experiencia de vida con Ross Fisher había involucionado tanto que, paulatinamente, llegó al punto de ser irrelevante, no... No me despertaba pensando qué sucedería en el trascurso del día, ella no lo valía; que ahora fuera la sombra defensora de Carther sólo era un elemento más que contribuía a la ecuación nula de cero valores que ella representaba y aún representa. Si se hiciera una adaptación cinematográfica de la novela de mi vida ella podría ser fácilmente reemplazada por una molesta voz de fondo.

Me alejé de aquel grupo tan extraño de <>. A pesar de que Carther fuese un prototipo de <>, pero sin aparente miedo a la salmonella, no puedo decir lo mismo de Darwin, su amigo de hace unos dos años... O al menos eso escuché, entre otras cosas. El joven de piel morena y grandes ojos ambarinos es perfectamente pasable, siendo sólo es unos centímetros más bajo que el otro le es fácil confrontarlo con la mirada, no como yo, que para satisfacer tal deseo debería pedir restadas las plataformas de Celia Cruz. Darwin parecía gozar de mucha energía en las vacaciones, siempre que salía temprano con mis primos en el carro lo veía trotar por la vereda de la laguna o haciendo alguna clase de ejercicio. Que Dios o Satán, quien quiera que fuera el responsable, le bendiga tal vitalidad.

El primer período de clases fue tan atareado como un día en la vida de una abeja obrera... Esto si tal abeja se encontraba bajo el mandato de Hosni Mubarak, por ello, cuando al fin pude salir ni si quiera noté la presencia de alguien que me seguía. Entré al auditorio y me senté al borde del escenario tras pasar detrás del telón negro del fondo. La escena era opaca y elíptica, los rincones negros entre las rojas butacas era con lo único que había soñado todo ese trimestre de ociosas vacaciones. Respiré y me encorvé sobre mi par de piernas preferido meciendo los pies al no tocar la baldosa del piso con la punta de las botas. -Un largo camino para llegar al suelo. - Al parecer era un imán para las Onnas ya que una dama de otoño tomó asiento junto a mí, de seguro habían revisado mi expediente, evadir al fisco tanto tiempo tenía sus consecuencias.

-Hudson... ¿Co...? ¿Cómo estás?

Era Holiday, esa chiquilla me había estado siguiendo no sólo desde el aula, sino desde los primeros de octubre del año pasado. Pensándolo un poco era gracioso que unas líneas atrás la llamara <> cuando su estatura es de al menos 1,72 y la mía 1,55. En el pasado me causaba mucha curiosidad que esa joven de piel caramelo y ojos gatunos me siguiera con tanto afán de atención siendo yo un pálido delgaducho de ojos de mapache. Es muy agraciada, ese cabello rizado caneloso no es mi preferido, pero le queda bien, puede conseguir a quien quiera, pero no lo hace. Me encogí de hombros y no hice más imaginaciones de sus motivos.

-Hola, querida. Siempre se puede estar mejor.

-Lo que pasó con Ross...

- ¿Qué? ¿La herí con mis comentarios?-Llevándome las manos en al pecho sentí que la mandíbula se me destrababa por la sorpresa. -Sé que es difícil de aceptar, pero no todas pueden ser mi <>.

Ella rió un poco con nerviosismo y arruchó el moño de su camisa entre sus delgados dedos.

-No sabía que tocaras.

-Claro que sí, todos pueden...-Me miró sorprendida. -Préstame tu mano. -La tomé sin su permiso y la puse sobre el estuche. - ¿Ves? La estás tocando.

...

Salí del auditorio minutos después, Annie Holiday me había invitado a una de esas reuniones de jóvenes en las que poco o nada se hace, por lo menos nada que me importara, así que decliné de su oferta. Aunque hubiera querido ir (el cual no era el caso) no habría sido posible incluso dentro del país de lo posible... Tenía cosas qué hacer. El llevarme la guitarra al instituto no era una actividad de calistenia, ni mucho menos es que la hubiera llevado a pasear a falta de un compañero canino... ¡Tenía mis motivos! Y tal motivación motora iba mucho más allá del engorroso pretexto de aparentar una vida ocupada e interesante, lo cual nunca fue mi intención. Así que luego de una exposición de motivos formidable. -Estaré ocupado esta tarde en el Imbolc, se atrasó la celebración y hay que agradecer a La Diosa. Será en otra oportunidad, querida. -Bueno no tanto, pero me había salvado, salvado y ganado una mirada dubitativa por parte de Holiday ¡Es obvio que el Imbolc es en febrero!; pero como lo que a ella concierne mi existencia antes del año pasado es tan clara como el final de una serie de Hideaki Anno, no pudo contradecirme. Su conocimiento acerca de mis actividades recreativas es muy escaso así que no se esforzó en detenerme.

Me fui por donde vine, esperando hallar a <> en el cruce de trenes o el puente para que me ofreciera novedosas baratijas incauta ingenuos.

            
            

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