Pero al abrir, se encontró con Ariel.
- ¿Pero qué haces aquí? - dijo Manuel, sorprendido y asustado - ¿Cómo supiste dónde vivo?
- Creo que esto te pertenece - le dijo Ariel, mostrándole la libreta de estudiantes - figuraba tu dirección y, después de preguntar por ahí, averigüé dónde vivías.
Manuel sintió que respiraba aliviado. De seguro, en aquel forcejeo, se le había caído la libreta y el muchacho la encontró. Sintió que debía hacer algo por él por tomarse las molestias, después de haberlo tratado mal en la mañana.
- Esteee... no tengo mucho que ofrecer, pero pasa. Voy a preparar té.
- ¿Seguro? ¿No será molestia? - dijo Ariel, sorprendido por la invitación.
- No, para nada - dijo Manuel, mostrando un leve sonrojo que a Ariel le pareció tierno - Te veo muy agotado y algo me dice que tienes otro trabajo aparte de la florería.
- Gracias. Disculpe la intromisión - dijo Ariel, entrando al departamento.
Mientras Manuel preparaba el té, miles de pensamientos se le pasaron por la mente: "¿Por qué lo dejé pasar? Debí tomar la libreta y dejar que se fuera. Me pone tan ansioso, y aún no sé qué quiere él conmigo. ¿Qué debería hacer?"
Ariel, por su parte, se fijó en el estante donde había varios libros. En uno de los estantes encontró libros de un mismo autor, todos colocados con mucho cuidado. Ariel no era de leer, pero ya había escuchado de Sebastián Botelli, el escritor novel más exitoso del país. Y en ese mismo estante vio que, en un portarretrato, estaba la foto de Manuel junto a Sebastián. Manuel se veía con una sonrisa, cosa que le llamó la atención a Ariel porque nunca vio sonreír a Manuel.
- Aquí está el té - dijo Manuel, llamando la atención de Ariel - ¿Lo quieres con leche?
- Así está bien, gracias - dijo Ariel, aceptando el té.
- Por cierto, me dijiste que querías que fuera tu profesor particular. ¿Por qué quieres que sea yo?
- ¿De veras quieres saberlo?
- ¡Sí! ¡Por eso te pregunto!
- -Mmmmh... adivina - murmuró Ariel, tomando su té.
"¿Acaso está jugando conmigo?" pensó Manuel, sintiendo que la rabia estaba a punto de estallar. Definitivamente ese chico lo enojaba. De seguro lo hacía a propósito. Y le angustiaba el no saber por qué.
Cuando terminaron el té, Ariel se ofreció a lavar las tazas. Al principio Manuel se negó, pero Ariel le dijo que quería pagarle de alguna forma su amabilidad.
Y mientras Ariel lavaba las tazas, Manuel lamentó que Milo no estuviese ahí para que lo aconseja qué hacer en esa situación. De seguro, si fuera Milo, se le insinuaría y lo invitaría a una noche de placer. Pero eso a Manuel solo le salía cuando se embriagaba. Y lo malo era que siempre terminaba arrepentido al día siguiente.
A modo de distraerse, quiso sacar un libro de la biblioteca que estaban en un rincón. Pero tuvo la desgracia de tropezarse y casi chocar contra los estantes. Lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y tratar de amortiguar el impacto con los brazos.
Sin embargo, sintió que el muchacho consiguió alcanzarlo a tiempo y sostenerlo de la cintura, evitando así sufrir un fuerte golpe en la cabeza por culpa de su descuido.
Ariel se acercó al oído de Manuel y, con una voz pícara, le dijo:
- Ahora me debes una.
Manuel lo empujó y se apartó de él. Al final suspiró y exclamó:
- ¡Está bien! ¡Seré tu profesor particular! Pero te advierto que soy muy exigente. Seguirás mis reglas y mis horarios. ¡Más te vale que estés mentalmente preparado!
- ¡Sí, señor! - gritó Ariel, mostrando una gran sonrisa de felicidad inmensa.
Manuel esquivó la mirada. Ariel era demasiado espontáneo, tanto que no sabía cómo reaccionar.
Al final, Ariel, le explicó un poco de su vida y de sus sueños.
- Nunca conocí a mis verdaderos padres. Fui adoptado por un matrimonio sin hijos, los Gómez. Aunque ellos no eran adinerados, igual se esmeraron en que no me faltara nada. Muchas personas sienten lástima por mí, pero yo me siento afortunado. Considero que mi infancia fue feliz. Ahora comparto un departamento con un viejo amigo del colegio, por lo tanto, he tomado varios trabajos para solventar los gastos de alquiler.
- ¿Entonces el trabajo de la despensa no es el único?
- No. También suelo realizar un trabajo de mesero entre semana. En total voy en tres trabajos, debido a que no me alcanzará pagar los gastos con uno. Aún así, me gustaría ingresar a la universidad. De veras estoy muy agradecido de que me ayudes. Significa mucho para mí.
- No... no es nada - dijo Manuel, esquivando de nuevo la mirada. La verdad no estaba acostumbrado a ayudar a otro chico aparte de Milo. Y tampoco estaba acostumbrado a que lo agradecieran. Definitivamente no era el mismo cuando estaba junto a Ariel.
Luego de ordenar, Ariel se marchó. Manuel le dijo para que viniera mañana a la tarde, si podía.
- ¿Tienes teléfono? Así podríamos comunicarnos - dijo Manuel.
- Lo siento. No tengo dinero para comprarme uno - dijo Ariel.
- Bueno, qué se va a hacer. De todas formas, te daré el mío - dijo Manuel, anotando su celular en un papelito.
- Gracias, Manu.
Era la primera vez que Ariel lo llamaba así. De todas formas, no le importó, dado que en el fondo se encariñó con el chico.
Minutos después de que Ariel se fuera, Manuel escuchó que tocaba el timbre. Creyendo de nuevo que era el muchacho, fue a abrirle la puerta.
Sin embargo, quien estaba al otro lado de la puerta era Darío.