- Cuando desperté, ya no estabas. Te eché de menos - continuó Darío, recorriendo el departamento - En realidad ya te había visto antes. Siempre estabas ahí, esperando a tu amigo cerca del lugar donde trabajo. Una noche te seguí hasta aquí. No fue difícil, dado que vives cerca de mi trabajo. Además, usas la misma ruta que yo. Y cuando te encontré en el bar, borracho, decidí acercarme y conocerte mejor. La verdad me gustas mucho. Y desearía que volviéramos a salir de nuevo.
Darío se sentó en el sofá, sin despegar la vista de Manuel. Él se recompuso del shock y le respondió:
- Disculpa, pero no estoy interesado. La verdad eres un enfermo. ¿Invadir así mi casa sin mi consentimiento? ¡Le pido por favor que se largue! Pronto vendrá mi amigo y no quiero meterme en problemas.
Darío suspiró y meneó con la cabeza. Se levantó y se acercó a Manuel, para luego tomarlo del mentón y mirarlo directamente a los ojos diciéndole:
- Mientras más te resistes más me provocas. Algún día serás mío. Y olvidarás por completo a tu querido Sebastián.
- ¿Cómo supiste...? - Preguntó Manuel, apartándose de Darío y temblando de rabia e impotencia.
- Murmuraste su nombre, en sueños - le respondió Darío, esta vez acorralándolo contra la pared - es una lástima que te aferres a un amor no correspondido, pero te comprendo. Me pasó lo mismo hace años. Definitivamente pienso que deberíamos salir, tenemos mucho en común.
- ¿Qué está pasando aquí? - dijo Milo, quien acababa de regresar del supermercado y vio a su amigo en problemas.
Darío resopló con fastidio y liberó a Manuel. Luego miró a Milo y, mostrándole una sonrisa falsa, le dijo:
- No pasa nada. Solo charlábamos. De todas formas, ya me iba - luego miró a Manuel y le dijo: - Nos volveremos a ver, Manuel.
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Tanto Milo como Manuel tuvieron que imponerse nuevas reglas de seguridad y convivencia luego del desafortunado encuentro con sus pretendientes obsesivos. En los días en que debían asistir a la facultad, uno esperaba al otro si salía temprano de clases. Por el momento también optaron por dejar de frecuentar los bares nocturnos y siempre debían transitar en lugares con mucha concurrencia. Nada de atajos a callejones oscuros. Y si alguno se olvidaba su llave al salir, debía hacer una llamada perdida anunciando su llegada. Por suerte, Ariel siempre frecuentaba el departamento de Manuel por las tardecitas, así Manuel sabía que a cierta hora debía abrir la puerta para recibirlo.
Había veces en que Milo se encontraba en la casa, por lo que cada vez que aparecía Ariel, inventaba cualquier excusa para irse y dejarlos a solas.
- Cuídate, Milo - le dijo Manuel, antes de que Milo se marchara.
- No pasará nada - dijo Milo, sin dejar de sonreír - solo voy a comprar un poco de arroz para la cena.
- Recuerda: si aparece ese bastardo...
- ... me pierdo entre la multitud en vez de intentar golpearlo - continuó Milo, logrando que Manuel frunciera el ceño - ¡Vamos! ¡Sé cuidarme solo! Además, soy mayor que tú. Se supone que soy yo quien debería decirte eso.
- Ya. Está bien. No seas pesado- reclamó Manuel, dándole un golpe en la cabeza - al menos yo sí he podido noquear a alguien unas cuantas veces. Bueno, iré a revisar la tarea de Ariel.
- ¡Luego me cuentas cómo te fue!
Y antes de que Manuel le aventara con algún objeto al alcance, Milo cerró la puerta y salió corriendo.
Durante el camino, Milo recordó ese día en que vio a Manuel siendo acorralado por Darío. Era la primera vez que lo vio tan indefenso. De seguro Darío descubrió el secreto de Manuel, un secreto que solo le reveló en una noche de borrachera. En el fondo, Milo se sintió culpable por tener miedo de defender a su amigo.
Milo siempre había sido pequeño y débil. Y tampoco poseía el carácter suficiente para defenderse de una pelea. Manuel, a pesar de su apariencia frágil, poseía un carácter fuerte que lo ayudó en más de una ocasión, sobre todo si debía enfrentarse a sujetos más altos y más fuertes que él. Durante el tiempo en que convivieron juntos, Milo se escudó en Manuel cada vez que se metía en problemas. Y esa noche, por primera vez, tuvo deseos de ser él quien protegiera a Manuel.
- Si le dijera que lo apoyaría... seguro creería que me volví loco - pensó Milo, resignado - Ay, Manuel. ¿Por qué no solo me pides ayuda? Hasta una bestia como tú lo necesitará algún día.
Cuando salió del supermercado con las compras, tuvo la desgracia de toparse con Federico.
- ¡Vaya! ¡Qué sorpresa! ¡No esperaba verte por aquí, Milo!
- ¿Qué haces aquí? - dijo Milo, retrocediendo un paso y mirándolo con enojo - ¿No me estarás siguiendo? ¿O sí?
- ¡No te creas tanto! - le dijo Federico, en tono burlón - Éste es el camino que tomo del trabajo a la estación. Por cierto, ¿No quieres ayuda? Tu bolsa parece pesada.
- Estoy bien. No necesito ayuda - Dijo Milo, quien tomó su compra y se dirigió al departamento de Manuel.
Federico lo siguió y empezó a hablar. Milo fingió ignorarle, mientras tomaba el camino más largo para regresar a su casa.
- ¿Sabes? He estado pensando que podríamos tener una cita este fin de semana. ¿Qué dices? Me caes bien, además de ser lindo y tierno. Bueno, entenderé si tienes deberes. Sé que a los estudiantes de preparatoria siempre se les dan muchas tareas. Aún así, desearía que saliéramos. Puede ser donde quieras. ¿Qué dices?
Milo no respondió. En el fondo, sintió lástima por mentir a Federico diciéndole que tenía dieciocho y estaba en el último de preparatoria. Mientras caminaba, se percató de que las calles se iban vaciando, dado que ya era de noche. Así que continuó, con esperanzas de que su acosador se cansara y le dejara en paz.
- ¡Oye! ¡Te estoy hablando! - dijo Federico, perdiendo la paciencia - ¡Si sigues así te secuestraré y te haré mío a la fuerza!
Tomó con brusquedad el brazo de Milo y éste, por inercia, se dio la vuelta y lo golpeó con la bolsa de las compras. El golpe provocó que Federico cayera al suelo de espaldas.
- ¡Ya déjame en paz, bastardo! - le gritó un alterado Milo - ¡Entre los dos nunca hubo ni habrá nada! ¡Nunca seré de tu propiedad! ¿Entendiste?
Y antes de que Federico se levantara, Milo corrió a toda velocidad hasta el departamento.
Al llegar, vio que Ariel ya se había marchado y Manuel se encontraba en el sofá, leyendo un libro.
- Ya llegué - murmuró Milo, cabizbajo.
- Bienvenido - saludó Manuel, bajando su libro y fijándose en el comportamiento de su compañero de departamento - ¿Qué pasó, Milo? ¡Te ves exhausto!
Milo dejó su bolsa a un lado y se sentó en el sofá, junto a Manuel. Le contó todo lo sucedido y Manuel lo escuchó, sin interrumpirle en ningún momento.
Cuando terminó, Manuel reflexionó las palabras de Milo. Luego, con un suspiro, dijo:
- Bueno, al menos Federico no te siguió hasta aquí. Y Darío no volvió a aparecer. Así que, si las cosas se agravan, no nos queda otra opción que denunciarlos por acoso.
- No lo sé, Manuel. Ambos se ven peligrosos. Incluso tú no pudiste defenderte de Darío aquella vez.
Manuel sintió que Milo daba en el clavo. Al final, con la cabeza baja, le dijo:
- Darío sabe que me gustaba Sebastián. Y siento que intuye lo que pasó entre él y yo. Mi gran temor es que, por venganza, le cuente a Ariel que forcé a mi amigo a tener relaciones sexuales cuando terminamos la preparatoria. Bueno, no creo que sepa de la existencia del muchacho, pero si se la pasa vigilando mis movimientos... no sé, no quiero que Ariel me odie.
- ¿Y por qué te importa tanto que Ariel descubra tu pasado? ¿Acaso... te gusta?
- ¡No es eso! - gritó Manuel, poniéndose rojo como un tomate. Milo mostró su sonrisa pícara. Para él, Manuel era una persona muy transparente y fácil de molestar - Bueno, lo admito. Me agrada ese muchacho. Pero no pienso salir con él. ¡Estaría cometiendo un crimen!
- Cierto. Me dijiste que solo tenía dieciocho años. Bueno, Luis también tiene esa edad, pero físicamente ambos se ven mayores de lo que son.
- Sí. Serán altos, pero aún son muy inocentes. ¡Recién terminaron la preparatoria! Además, si supieran de nuestros antecedentes, se escandalizarían.
Esta vez fue Milo quien sintió que Manuel daba en el clavo. Era cierto, Ariel y Luis se merecían personas más puras, más amorosas. Por lo tanto, decidieron ser sus amigos y disfrutar de sus compañías.
- Hoy haré la cena - dijo Manuel, cambiando de tema - Has trabajado mucho hoy.
- Sí. Estoy agotado - dijo Milo, acomodándose en el sofá - no te olvides que mañana tenemos ese almuerzo con Luis y su amigo.
- Solo a ti se te ocurre salir en época de evaluaciones.
- Necesitamos relajarnos un poco. En especial tú, Manuel, que siempre andas alterado por todo. ¡Un día de estos te dará un ataque!
- Supongo que tienes razón - murmuró Manuel, mientras preparaba la cena.
La noche transcurrió con total normalidad. Durante la cena, Manuel le enseñó a Milo los lugares estratégicos del cuerpo que debía golpear en caso de que lo acorralaran contra la pared o contra el suelo. Casi todos los ataques hacían referencia a las zonas bajas, cosa que a Milo le causó gracia y espanto a la vez.
Luego de la cena fueron a sus respectivos cuartos a dormir, ansiosos por la salida de mañana. Algo les decía que sería un día especial.