Su mayor preocupación era saber si en la casa en la que se quedaría encontraría gente amable.
Desde un comienzo, ella supo que su estancia en casa del granjero donde le habían mandado sus padres sería por pocos días. Le gustó mucho el lugar, podía estar tranquila y acostumbrarse por el tiempo de su estancia. El granjero, de nombre Aarón, era un buen amigo de sus padres que vivía en los Altos Mirandinos, por eso acordaron que ella se quedara allí mientras salía el avión a Mérida. Él tenía unos trillizos más o menos de la misma edad que ella, los tres varones. Esos niños jugaban siempre. Además, a Jennie le gustaba pasear por la granja, ver a los animales, leer libros en la sombra de un árbol y enseñarle a los hijos del granjero sus historias. Se sentía tranquila de estar en aquellas bellas montañas, también le agradaba mucho la esposa de Aarón, llamada Beatriz, la cual disfrutaba ver cómo Jennie vivía cada nueva experiencia al máximo sorprendiéndose y analizando todo. Todos la trataban bien y la hacían sentir reconfortada, ella, por su parte, también se comportó de una forma agradable. Y por supuesto, sus padres la llamaban 3 veces al día: en la mañana, tarde y noche, estaban muy pendientes y nerviosos por su niña, pues nunca la habían dejado salir y ahora estaba en una granja, rodeada de animales e insectos de todo tipo.
Al finalizar la semana, mientras leía un libro sentada debajo de un árbol, uno de los niños le dijo que había escuchado a sus padres decir que la llevarían a Mérida a casa de su tío Alberto García. La noticia la dejó un poco confusa, porque aunque sabía que iría a Mérida, nunca conoció al tío del que le hablaban, pero igual le alegró saber que, tenía familia allá, también se preguntaba cómo sería él.
–Mis padres dicen que vive en una enorme y desolada cabaña en las montañas –dijo el niño, llamado Felipe–. No recibe visitas y tampoco quiere ver a nadie. Es un hombre solitario, ¿qué extraño, no?
–Mm –asintió Jennie fingiendo desinterés–, supongo que con mis padres y yo hay una excepción, es más, si es solitario y amargado no me preocupa, pasaremos poco tiempo allí de todos modos, pero aún así no puedo evitar desilusionarme un poco, imaginaba a un hombre agradable...– se sentía un poco extraña ante la descripción de aquel familiar misterioso.
Todo el día se la pasó pensando en cómo sería el futuro en casa de su tío. Hasta que llegó el día de su viaje, Aarón y su familia se mostraron cariñosos y sentimentales con la niña, la llenaron de abrazos y palabras de aliento.
–¡Mucha suerte en tu viaje mi niña, que Dios te bendiga! Espero que disfrutes el paisaje, Mérida es muy hermosa– le dijo el buen granjero.
–Gracias señor, apreciaré cada escenario por usted –le respondió dulcemente Jennie.
–¡Chao Jennifer, te extrañaremos! –se despidieron los tres niños haciendo que se le mueva el corazón.
–Les agradezco a todos por haberme dado una bonita experiencia aquí en su linda granjita. Siempre los llevaré en mi corazón.
La familia se conmovió por sus palabras de gratitud. La esposa del granjero tenía una camioneta y Jennie viajaría con ella hasta el aeropuerto, cuando estaban a punto de irse Felipe corrió hacia ella para decirle algo que se le olvidó antes.
–¡Epa!, no olvides seguir escribiendo tus historias, ¡me encantaría que la próxima sea de carreras! –le aconsejó y
a ella le divirtió su propuesta.
–En realidad nunca lo había pensado, pero tienes razón, ¡podría hacer algo que se trate de bicicletas!
Él quedó extrañado, parecía que Jennie no entendió bien a que tipo de carreras se refería.
Todos se rieron y ambas emprendieron su largo viaje, al principio, Jennie admiraba todo lo que veía a través de la ventana.
–Vaya, que lindo es todo, me gusta ver la carretera en vivo.
–¿En vivo? –a Beatriz le pareció gracioso lo que Jennie dijo, ella disfrutaba la compañía y como a la pequeña le fascinaba vivir las cosas, pero al cabo de un rato se empezó a marear.
–¿Qué te parece si frenamos aquí?
–¿Qué?, ¿se termina el viaje? –preguntó Jennie asustada.
–No, no, es un momentito nadamás, me siento mareada y así no puedo manejar...
Ellas se bajaron de la camioneta y conversaron mientras caminaban hacia un café que quedaba cerca.
–Ow... Yo nunca me he mareado así...–Jennie quedó pensativa.
–¿Ah no?, ¿ni siquiera con libros?, ¿no te has mareado al ver televisión? –la esposa del granjero no podía creer que Jennie nunca se hubiera mareado.
–Claro, con todo menos con autos.
–Ahh, así sí, eso es porque nunca has viajado, vas a ver que un rato más de carretera te va a dar náuseas.
"Tiling" sonó la campanita del cafetín cuando llegaron, la pequeña miró hacia arriba para verla, le pareció muy bonita, estaba decorada con un bello listón rojo, como en las películas navideñas.
–Dos bebidas frías por favor, y unos waffles con fresas y chocolate para llevar –pidió Beatriz amablemente.
El café estaba decorado de navidad, y estaba bien, pues era enero, y se veía muy hermoso.
–Como sabrás, el frío calma el estómago revuelto y los mareos, será un viaje muy largo, por eso pedí bebidas frías, no quiero que llegues a Mérida con la cara verde –bromeó.
A Jennie le gustó el chiste, y se rió suavemente, viéndose como una muñeca.
Después de divertirse un rato, Beatriz ya no se sentía tan mal, y volvieron a la camioneta.
Después de un largo rato...
Al fin llegaron al aeropuerto.
–Bueno, hasta aquí llegó nuestro viaje, fue un gusto mami.
–¡El gusto es todo mío! –respondió dulcemente y feliz.
–Espero que nos visites pronto, ahora será la señora López la que te acompañará hacia la gran y misteriosa cabaña de tu tío.
–¡Oh!, ¿y quién es ella? –preguntó con sorpresa.
–Es la ama de llaves de tu tío –luego bajo la voz–, dicen que es muy ruda y seria.
Jennie se preocupó un poco.
–¡Pero tranquila mi niña! Tú te portas muy bien, no serás un problema para ella.
La niña tragó saliva.
–Espero que te encuentres con tus padres pronto.
–Amén, gracias por todo.