Félix, que siempre había sido un hombre tranquilo, trató de calmarla. –Sí, conocemos a Aarón y a su familia desde que Jennie nació. Estará en confianza, son buena gente –le respondió, esbozando una sonrisa reconfortante.
Ambos habían estado juntos desde los 14 años, cuando se conocieron en el liceo. Fueron años hermosos, llenos de momentos divertidos, que ahora recordaban con nostalgia mientras enfrentaban la incertidumbre de la pandemia.
–Sé que son buena gente, mi amor, pero en la granja hay animales. ¿Y si le transmiten alguna enfermedad? –Valentina frunció el ceño, preocupada.
Félix le apretó suavemente las manos. –Eso no va a pasar. Son seguros allá, no van a dejar que se acerque demasiado. Saben lo cuidadosos que somos con ella –dijo con calma–. Aunque me gustaría que aprendiera cosas de la granja.
Valentina lo miró sorprendida. –¿Te refieres a ordeñar vacas, cortarle la lana a las ovejas, recolectar huevos y...?
–Sí, a eso me refiero –respondió Félix, con una sonrisa cálida. –Jennie está a punto de cumplir nueve años. Es tiempo de que conozca el mundo, aunque sea un poco.
Valentina suspiró, sintiendo el peso de la responsabilidad. –¿Estás seguro de que ya es hora? –preguntó en tono suave, con una expresión triste.
Félix asintió con ternura. –Sí, mi amor. Sé que es difícil, pero es necesario.
Valentina se sintió atrapada entre el deseo de proteger a su hija y la necesidad de dejarla crecer. Finalmente, volvió a suspirar y asintió. –Está bien, confío en ti.
La pareja se abrazó, encontrando consuelo en el amor que compartían y en la esperanza de que su hija estaría a salvo.
Y pudieron respirar...
–No podemos hacer que el mundo obre a nuestro favor –dijo Félix con impotencia–. Si fuera así, esa extraña y repentina enfermedad nunca nos hubiera separado...
Al recordar todo lo sucedido en su casa el día anterior, ambos se aferraron el uno con el otro, y decidieron, una vez más, ver el lado bueno de la situación en la que se encontraban envueltos.
–En la granja se divertirá, como nunca antes lo había hecho –susurró Valentina sonriendo para sí misma, pensando en lo maravilloso que sería para Jennie vivir el mundo y conocer amigos de su edad.
Su esposo logró oírla, y no podía evitar sentirse orgulloso de ella, sabía que, éste era el comienzo de un gran cambio en sus vidas, y se aseguraría de que ambas lo disfrutaran más que nunca.
–Así es, y recuerda que no va a ser por mucho tiempo. En los demás momentos estaremos con ella y formaremos parte de los cambios en su vida –delicadamente volvió a tomar las manos de su amada, y mirándola con comprensión y ternura terminó de decirle–. Porque siempre seremos sus padres y estaremos allí para ella, con o sin pandemia.
Ella respondió sonriendo cálidamente, con un alivio y calma que sólo su sereno esposo le daba.
Después de sentarse en los muebles acolchados y tomar un poco de jugo para aclarar sus pensamientos, continuaron con el plan:
–Irá a Mérida en avión, pero, ¿crees que sea seguro? No quiero que haya mucha gente en ese vuelo...
Mientras Félix seguía pensando, a Valentina se le ocurrió una rara, pero brillante idea.
–¿Qué te parece si le pagamos al piloto para que haga un vuelo exclusivo? –propuso.
–¿Qué?
–Sí, y si no depende del piloto, le pagamos a quien sea –siguió explicando activamente mientras Félix la escuchaba, admirándola. Todas las veces que ella se mostraba tan alegre y contaba sus ocurrencias, a él le encantaba. Fue esa personalidad lo que conquistó su corazón, pues siempre había sido un chico tranquilo y ella era una chispa. El equilibrio perfecto.
–Eres un fosforito, amor –le dijo dulcemente entre risas mientras le acomodaba el cabello detrás de la oreja–, y eso me hace amarte aún más –depositó un tierno y pequeño beso en su frente–. ¡Dale!
Así, acordaron el viaje exclusivo de Jennie, de una forma bastante particular. Aunque tenían razón, no había remedio.