La hora de la cena llegó, y estaba acomodando mi vestido mientras esperaba a mi esposo en la puerta de nuestro cuarto, me había prometido que iba ser una velada magnífica si usaba el vestido rojo que tanto le gustaba. Debo admitir que también era mi favorito.
-¿Estás lista cariño?
-Sí, pero me dirás cuál es la sorpresa de esta velada magnífica como la llamas.
-Es una sorpresa.
Me sonrió y me llevó hasta la terraza de la casa, todo estaba decorado perfectamente que no podía contener las lágrimas, era la primera vez que se esforzaba.
-Dime cuál es la sorpresa -le insistí.
-Siéntate que te traeré el plato fuerte -acomodó la silla para que pudiera sentarme. Regresó a los cinco segundos-. Ahora cierra los ojos.
-Está bien -asentí y el olor que emanaba era delicioso. Abrí los ojos y quedé estupefacta.
-¿Te gustó? -me preguntó como si dudara de lo que fuera a decir.
-¡Se ve delicioso! -exclamé-. Gracias.
-Le pedí la receta a tu mamá, solo ella sabe cómo prepararlo.
-¿Mi mamá? Entonces los ojos de estas arañas... -acerqué la mirada al plato-, son de color verde.
-Sí, no fue fácil retirarles a ese pobre muchacho.
-¿Lo conocías?
-No, era un niño indigente, no necesitaba sus ojos para seguir sufriendo de la pobreza que lo mataba.
-Y sus patas son de...
-La carne del trasero del vecino gordo que nos caía mal.
-Es la mejor cena que me has dado, cariño.
-Me alegro que te haya gustado -besó mis manos.