Las campanas de una iglesia abandonada tocaban su melodía vespertina, eran las seis de la tarde y podía sentir la presencia de algunos acercándose. Los espíritus son devotos después de sus partidas. Me acerqué a la entrada principal y un silencio reinó. Todas las sillas estaban destruidas por su longevidad, pero el ambón lucía completamente nuevo. Vecinos aledaños comentaban que un anciano se encargaba de darle mantenimiento y aunque muchos aplaudían su labor, otros lo criticaban, le encantaba esquivar a todos los que querían conversar con él y varios cuentos rodeaban en torno a él.
Seguí caminando hasta el sagrario cuando sentí cenizas que se mezcablan entre los dedos de mis pies. Miré hacia abajo y estos tenían la forma de un cuerpo humano, lucía igual que una escena de crimen. Miré a los alrededores y era la única visitante. Un aire pesado rodeó mi cuello.
-No estamos solos.
Me sentía confundida, ¿de dónde provenía? Me giré a ver detrás de mí y no había nadie, saqué mi celular y de un momento a otro ya eran las siete de la noche. ¿Cómo pasó tan rápido una hora? Comencé a sentir miedo y retrocedí hasta salir de la iglesia sin llamar la atención.