Capítulo 2 El lado siniestro del amor

Decidí embarcarme dentro del tramo izquierdo, el surco no cambia en nada a lo antes recorrido, repleto de abetos rodeando la senda interminable, mirándome con su ápice escotado y el mismo viento silbando sobre su hojarasca, rugiendo con la voracidad de un león hambriento ante su presa mientras realiza piruetas con ese tonito burlesco y espectral ya característico de la velada, me pregunto que podrían esconder en el envés de su imponente figura, ordenados tan herméticamente que emulan a los guardias de Coldstream custodiando el palacio de Buckingham.

Sigo caminando, la ruta ha resultado ser un universo en vertical sin un final aparente, el agotamiento insiste en descanso, quizá debería recostarme en el tronco de uno de estos majestuosos árboles, en la vera por si acaso carro alguno transite por aquí, aunque el sitio posee una atípica aura fantasmal, uno nunca sabe y es menester la precaución en cualquier lugar, también pienso que no sería la idea más brillante, podría dormirme quedando expuesto a posibles peligros. Estoy dubitativo, casi que no siento las plantas de los pies, tal vez si me "planto" un ratito se me quite el adormecimiento y consiga la fuerza necesaria para salir de aquí con más prontitud, pero si no avanzo el sendero quedará pausado y obviamente me costará más tiempo llegar a la meta. Es aquí cuando pienso: ¿Qué debería hacer?

Delirio de persecución

A pesar de la dolencia que sugieren mis pies, he decidido no echarme a descansar en la base de alguno de estos abetos, no sé por qué, pero desde el inicio no me han dado buena espina, prefiero seguir caminando a ver si por fin salgo de este insidioso laberinto recto. De repente a mi mente llega la reminiscencia de un extraño sueño que tuve alguna vez; soñé con el mar, irónicamente no lo conocía en persona, recuerdo caminar bordeando el agua salada, mis pasos iban marcando la arena, mientras el sol reinaba radiante sobre el claro domo azulado, acompañado por un sospechoso arcoíris parpadeante; sus colores transcurrían en una particular dinámica que iba del claro hacia el oscuro y viceversa, hasta ensombrecerse por completo y casi que, al instante, el astro a su lado se apagaría también. A lo lejos, en medio de la infinita marea dos figuras se paseaban por encima del agua, como si su peso no fuera lo suficiente fuerte como para hundirlos, la lejanía en la que se encontraban no me impidió discernir que se trataba de una pareja; el tipo andaba tranquilo, inadvirtiendo sus pies mojados, por la índole de sus gestos deduje que parloteaba, mientras la mujer se le notaba temerosa, circulando cautelosa para no sumergirse en las salinas profundidades de aquel océano. Mientras tanto cada pisada mía era más pesada que la anterior, mis pies dejaban pliegues de piel como huella, aquella peregrinación consumía partes de ellos, primero mis talones dejaron al descubierto el hueso que cubrían, hasta llegar a roer por completo el calcáneo, poco a poco me iba desvaneciendo en la medida que avanzaba, y cuando ya solo quedaba la parte superior de mi cabeza, llegaría el punto donde no distinguía entre las actuales tinieblas, no obstante, no dejaba de marchar, hasta que no vi nada más, no volví a sentir.

Este evento me hace acordarlo, y es que esta travesía inextinguible y el panorama incambiable me mantienen inmerso en una caminata perenne, todo igual conforme lo dejo, así lo empiezo, si esto es el infierno ya descubrí la razón porque le llaman de tal forma; es absolutamente enloquecedor.

Me encuentro sumergido dentro de mis propios pensamientos, intentando encontrar una solución o al menos algo de lógica a esta situación, cuando de pronto un punto nuevo aparece dentro del paisaje acostumbrado, a los lejos una silueta se dibuja en un trazo del camino, la sinuosa sombra postrada en el piso describe a un animal, a medida que voy a llegando hacia ella se va revelando la figura de un asno. Solitario y vestido con una silla de montar, listo para ser dominado por un amo circunstancial, y yo estando sometido toda la velada al agobio, vi aquella oportunidad como un milagro. Sentándome en el lomo del burro reinicio itinerante, su pelaje conforme a la suavidad del algodón da gusto al tacto de mis manos, radicalmente el trayecto se ha hecho más llevadero sobre su dorso, los pies los siento palpitantes ahora que están suspendidos en el aire, debido a la agotadora tarea a la que antes fueron sometidos. El animal se desliza sobre las piedras con trote lento y contenido de firmeza, se mueve de forma apacible como si no notase que me lleva anclado a su espaldar en un vivo ejemplo de relación parasita. El viento resopla con mucha más fuerza, un Eolo embravecido descongestiona su furia sobre los sauces, esa brisa gélida no pasa desapercibida, me recuerda algo, aunque no sé exactamente qué, las grietas de la memoria han expandido su tamaño dejando salir lagunas mediante miles de cataratas. Los árboles imperiosos se pavonean sin dejar su inacabable vigilia, miran mientras ejercen aquellos efervescentes movimientos a los que ya me he acostumbrado, el viento sobre sus hojas emite una cantarina carcajada cuyo tono espeluznante me enchina la piel, hasta me atrevo a decir que el estremecer del asno ha sido ocasionado por la sonata espectral.

El huracanado murmullo ha mermado, durante toda la velada lo fuera de lo común ha prevalecido, así que me mantengo erguido sobre el animal, haciendo caso omiso a cualquier nueva rareza por muy bulliciosa que sea. El silencio se hace insoportable y a lo lejos se disemina nuevamente una sombra, a medida que avanzamos se acorta la distancia y aquella estampa va tomando especial forma, estamos muy cerca y un llanto incesante ha roto estrepitosamente la silente jornada. Es un niño.

- ¿Qué haces aquí, en medio de la nada, muchachito? ¿dónde están tus padres? -le pregunto. Me recuerda a un niño que seguramente conocí.

- Estoy solo señor. - arrancó a llorar con más fuerza.

- ¿Por qué estás en este lugar y solo? -cuestiono.

- Me dejaron tirado aquí, señor. -sus ojos se abren como platos y se ve un brillo típico de inmensa tristeza. - No sé qué hacer.

- ¡Vamos, móntate! Juntos encontraremos el camino correcto. -sugiero.

El chico no titubeó y acepta montarse detrás, me bajo del animal para poder cargarlo y ponerlo encima de él, es un niño pequeño de algunos seis años de edad, casi la misma edad de un niño que conocí pero que ahora no recuerdo. Mientras vuelvo a mi asiento en la parte de adelante pienso en que padres son tan despiadados como para dejar a su hijo a merced de un destino inhóspito como este, se debe tener el corazón demasiado árido y las venas vaciadas de cualquier gota de sangre para cometer tal infamia con un ser inocente.

- Hola papá. - lo escucho decir.

- ¿Estás cómodo? -le pregunto.

- Si papito lindo, gracias por recogerme. -escucho murmullos y risitas.

- Me avisa si necesita algo muchacho. -le recalco.

- Así será. -sentencia.

La brisa eufórica vuelve a sus andadas, las ramas cercas destellan barnizadas por rocío, pero siendo aún densa noche es poco usual, aunque nada en aquí goza de singularidad, todo este peculiar ambiente no deja de sorprender por más acostumbrado que insista en sentirme.

- Papito mira mis dientes. -musita el infante.

- Ahora no puedo muchacho, debemos avanzar hacia lo claro para que me muestres. -inquiero.

- Esté bien papá, espero no sea demasiado tarde. -expone, mientras vuelven esos murmullos retocados con carcajadas.

Sus palabras me dejan perplejo, pero a sabiendas que es un menor no les prestaré más atención de la necesaria, esa edad se torna un poco caprichosa y más intensa que los años venideros.

- Quisiera que vieras como me han crecido los colmillos, papito. -interrumpe de nuevo mis pensamientos.

- Ya calma, ahorita llegamos. - le he dicho intentado relajarlo.

- ¡Ah! -suelta su inconformidad.

El curso de las movidas arbóreas está opuesto, como si agujas del reloj danzaran hacia atrás, la brisa atiborra con más fuerza de forma contraria, un Eolo ambidiestro ha cambiado de posición al parecer, emanando con potencia su divino oxigeno sobre todos nosotros; arboles, asno, niño, yo y cualquier cosa que aparezca como por arte de magia en la inmensidad del sendero.

El burro aminora su paso que ya de por sí era dotado de lentitud, su lengua afuera delata su pesadez, prácticamente está arrastrando sus cascos, lo conveniente será parar un momento y que tome oreo, pero se escucha un arrastre diferente al del animal, ¿Qué será lo que viene a rastras? Miro al suelo y alcanzo a cerciorarme que se trata de algo más, y si allí están las piernas del niño reptando por los peñones, como si de un par de serpientes nacientes de las extremidades posteriores se tratara. El frío del viento se trepó a mi corazón, estoy helado.

- He crecido mucho, ¿verdad, papi? -su voz recientemente trastocada agita aún más mi corazón.

- Lo normal. - me he aventurado a contestarle, pretendo demostrar algo de entereza cuando el miedo va carcomiendo hasta los recovecos más profundos de mi ser.

- Date la vuelta, quiero hacerte participe de la anchura de mis músculos y la afilada punta de mis colmillos. -su voz ahora más grave contiene una tonalidad burlesca.

- Más adelante. -le respondo. - cuando alcancemos luminiscencia, en estos momentos la miopía impediría cualquier intento de enfoque.

- ¡Ay papá! La luz es tan aburrida, donde provengo no existe tal desventura, todo lo cobijan las tinieblas con su eterno manto de placidez, sin olor, sin sabor, sin visibilidad, la oscuridad reina siendo dueña absoluta de todo, consume mínima señal clara, la absorbe para alimentarse y seguir empavesada en su estrado subterráneo.

Preferiblemente marcaré indiferencia y no porque carezca de importancia lo que sugiere, sino porque sospecho a que se refiere, inevitablemente el temor se evidencia en temblores y sudores que se destierran con presura de mi piel, lo escucho reír con desfachatez, suponiendo que lo ha admitido. Las grietas otra vez desplegando los canales, la represa mental colapsando, no es momento para esto, ¡Dios, necesito saber que hacer, apiádate! Y justo ahora como si mi alarido hubiera llegado a oídos divinos, rememoro las oraciones ancestrales que de generaciones han traspasado a la modernidad, aquellos mantras inculcados por abuelos, referidos en iglesias, tiene que servir, las monjas del orfanato siempre advertían que ante amenazas malignas el mejor conjuro era el rezo. Las grietas han cedido por un instante y logro recordar las estrofas componentes de cantares divinos, empiezo a murmurar de manera casi insonora su entonación:

- Padre nuestro qué estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad...

- Así en la tierra como en el cielo. - me interrumpe. - Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas... etc., etc., etc. También me sé esa canción papi, todas las que piensas yo las conozco, si quieres las recitamos juntos.

Trago en seco, sintiendo como baja la poca saliva en el abismo cilíndrico del gaznate que duele, que quema, el corazón ha pasado de un estado glacial a uno fogoso, incinerándome el pecho llevándose consigo la calma, reduciéndola a cenizas, así como el orfanato. ¡Cierto! Acabo de recordar preces puntuales que recitaba la abadesa, un mantra trascendido por generaciones para resonar su lumínico eco en profundidades inescrutables; una oración en latín destronaba a los auto proclamados dioses:

Credo in unum Deum,

Patrem omnipoténtem,

factórem caeli et terrae,

visibílium óminum et invisíbilium.

Et in unum Dóminum Iesum Chrustum

Filium Dei unigénitum.

Et ex Patre natum ante ómnia saécula...

Ni siquiera termino la plegaria cuando escucho como desciende hacia el suelo aquella bestia apocalíptica, el sonido que emana es como si mil truenos cayeran al unísono en el mismo lugar, lanza un quejido escalofriante, no me atrevo a mirar, no quisiera contar con la suerte de la mujer de Lot o los condenados a ver a medusa a los ojos. El asno visiblemente más recompuesto avanza con mayor rapidez, y no es para menos, al fin dejamos al abultado polizón detrás, ¡bum! Suena la caída del maldito, iluminándonos el camino con los restos de luz al explotar su oscuridad.

            
            

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