Capítulo 3 Síndrome de Eurídice

Tuve un sueño rarísimo, era un magnate perdido dentro de un inmenso bosque cuya lobreguez insaciable amenazaba con devorar cualquier indicio de luz, apabullado me vi obligado a reposar en medio de la nada, dormí en aquel espacio fantasioso para poder despertar. Algunas veces los conceptos de realidad matizan misterios tan grandes que parecen sacados de los colores mágicos de la imaginación, y en dicha paleta cromática hay espacio para todo tipo de sombreado, incluso el más oscuro resalta entre los demás cuando lo llaman ausencia de ello.

La penumbra se torna densa en las profundidades más recónditas, abarrotándose en su propia área, añorando prevalecer por encima de cualquier coloración va absorbiendo luz como una roca echada al río termina abrazada por las fauces implacables de hidrógeno para finalmente ahogarse en sus entrañas. En el abrazo de la vida no es diferente, abre sus brazos con tanta amplitud creando una aparente protección dentro de su comodidad para luego relevarse en las tenazas afiladas de la muerte, sin maullar el más mínimo ruido, simplemente nos deja caer dentro de ella, tan inevitable como el sol escondiéndose después del ocaso para reverenciar con su partida al satélite noctámbulo.

Ya ha llegado la noche de nueva vuelta, sin nada en particular para ser honesto, horas antes había optado por tomar el turno nocturno, llevo encomiendas y siempre me apetece trabajar abrigado por los plateados rayos de la luna, que por las abrasadoras llamas del inalcanzable astro, aún más en este año en que el verano azota con tanta furia.

La carretera casi desolada es transitada por apenas una que otra tractomula, bestias de acero navegando las curvas del asfalto en su horario laboral. El recorrido requiere una parada de tanqueo a la gasolinera, el sitio también yace desértico, salvo por los abastecedores de combustible y un perro longevo cuyo pelaje cenizo dejaba entrever algunos mechones azabaches que delatan el color original de su juventud, aunque reposa echado en forma de ovillo a un lado de las máquinas expendedoras, he notado que le falta la pata posterior izquierda, pero no parece estar triste ni inquietarse por todo el movimiento vehicular, claro está, que en esos momentos no es muy constante la actividad, no prestaré mucha atención, caninos hay en todos lados. Ya terminé de llenar el tanque, así que procedo a pagarle al muchacho, para poder introducir la llave en el puerto de entrada. Es tiempo de reiniciar mi travesía.

Las planicies de cemento reaparecen solitarias, las luces de mi carro descubren una carretera cada vez más larga, la serenidad del trayecto se ve interrumpida, un animal acaba de cruzar despavorido, me obliga a frenar en seco para percatar de que se trata, dándome cuenta que es el mismo perro que minutos antes había topado en la estación de gasolina, pero, ¿Cómo podría ser posible?, quizá es uno parecido, aunque exactamente como aquel carece de una de las patas de atrás y está cubierto por el mismo pelaje gris, sus ojos se han tornado rojizos al encontrarse con la claridad de los reflectores frontales del vehículo, lógicamente me he asustado, pero acabo de recordar aquel artículo de revista que citaba que los globos oculares de los perros y los gatos poseen cierta estructura entre la retina y nervio óptico llamada tapetum lucidum, y que gracias a ésta sus fotorreceptores aumentan la luz, tomando esa característica luminosidad en las tinieblas al reflejar cualquier ápice de irradiación. Como era de esperarse el can ha salido corriendo, no sin antes lanzar un chillido espeluznante. Enciendo nuevamente el motor, apresurándome para salir de aquí, volteo y creo ver un abeto, literalmente me siento alucinando, giro la cabeza para ver adonde se ha ido el asustado animal, pero al parecer desapareció, volteo hacia adelante cuando de la nada una mujer está parada de frente, es muy bonita, un inusual color de piel la pigmenta, su rostro luce exageradamente pálido, sus cabellos lacios despeinados y hasta grasientos le recubren los ojos, va recubierta por vestimentas sucias, sin duda alguna una joven agraciada pero desprolija, y aunque aquel semblante viste ausencia de pulcritud, ella emana un olor a azucenas. Estará perdida o tal vez sea una víctima de secuestro escapando de sus captores, como se encuentran las cosas en el país no es una posibilidad descabellada. Abro la puerta para salir del auto y preguntarle que le sucede, al cerrarla detrás de mí, se esfuma aquella figura femenina sin dejar rastro, cuando reingreso a la nave escucho un murmullo diciendo: "escúchame", echo un vistazo por el espejo para otear hacia atrás, juro ver a la mujer sentada en el asiento trasero, me sobresalto y paro nuevamente para revisar, pero no hay nada.

            
            

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