Después de meditarlo por tres segundos, decido escuchar lo que sea que desee decirme, ya se me ha hecho tedioso jugar toda la noche al gato y al ratón con un ente o lo que fuese este ser, puede que acabe esta pesadilla si le otorgo la atención que requiere y aunque admito morirme de miedo es mejor salir de este impase de una buena vez para que al fin me deje seguir trabajando en paz.
Noto un aura diferente en su fisonomía, destacan ahora sus rasgos humanos, su vida. Esboza una sonrisa gentil, se podría decir que emite ternura, se acerca y cabe destacar que por alguna razón el temor que albergaba en mi estómago ha desaparecido, está cerca y coloca su mano derecha sobre mi hombro, mis ojos se cierran y empiezo a oír una voz dulce y femenina, imagino que la suya.
-¿Habrá existido un amor tan puro como el suyo y mío? -pregunta. -Tan grande, incluso más grande que la muerte. -me mira fijamente mientras prosigue, aunque mantengo los ojos cerrados lo puedo percibir. - Éramos inseparables a pesar de pertenecer a mundos distintos y estar comprometidos con personas diferentes. El hado nos juntó a destiempo y aunque suena extremadamente empalagoso, no cambiaría una milésima del tiempo a su lado por una bocanada de aire fresco que se me negaría a temprana edad. Vivimos el amor, pero como toda historia que involucra a más de dos personas en una relación resultó en tragedia; su esposa se enteró y procuro disipar su dolor dando aviso a mi esposo Guillermo. Como era de suponer, mi para entonces marido dejó que los celos se apoderaran de su raciocinio y sin importarle que tres años atrás en el altar prometió cuidarme hasta la eternidad, procuró que la ira accediera de forma inconsciente como una ráfaga, aprovechando mi siesta vespertina, hizo uso de la pistola que guardaba la caja fuerte dentro del cuarto oscuro donde revelaba las fotografías de su trabajo, y la descargó en la parte posterior de mi cabeza. Mi amado al enterarse de mi prematura e intencionada muerte, acudió a las entrañas más recónditas del ocultismo (o eso creí), pactando al igual que Orfeo a Perséfone la resurrección de su venerada, pero ni Marcos era Orfeo, y yo llamándome Erika tampoco podría ser Eurídice y aquel ser distaba mucho de ser la Proserpina de los romanos. Una curiosa entidad se apiadó del dolor de Marcos, se trataba de un ser quien se hizo llamar Geniol, su cara oculta por una gabardina solo dejaba ver un inusual destello en el fondo de la oscuridad que le recubría el rostro. Antes de cumplir un día de muerta regresó aquella criatura acompañada de otro hombre, un muchacho de menos de treinta años, quien me tocó el lado izquierdo del pecho con su mano diestra, hecho esto volví a la vida, pero nada que traspase el umbral de la muerte regresará completamente vivo. Luego de aquel episodio, se me inculcó el compromiso de jamás permanecer más de diez mil ochenta minutos en un lugar y nunca más podría regresar a sitio alguno antes pisado, esa era la parte de no mirar atrás; el síndrome de Eurídice. Lo hacíamos bien, los primeros años nos mudábamos cada semana, estábamos felices, "vivíamos" a plenitud nuestro sentimiento compartido. Habían transcurrido alrededor de seis años cuando el dinero empezó a escasear y la abundancia venia en el recipiente de problemas, no podíamos permitirnos un trabajo completo debido a la ya conocida situación de nómadas, los ahorros en conjunto hacia rato que nos abandonaron, a pesar que yo no ingería alimentos ni necesitaba saciar mi sed con agua, él sí, estaba famélico y no existe peor consejero que el hambre, además yo desprendía un olor a descomposición el cual intentaba disimular con fragancias de azucenas, me estaba pudriendo por dentro. Cierta ocasión el sol amenazaba con dar sus primeros rayos, ya habían sucedido siete días, debíamos irnos, y fue justo llegando al límite de aquella ciudad cuando Marcos decidió no cruzar el lindero, se quejó de estar cansado de huir por la culpa de una muerta viva, que él no había pedido eso y que regresaría con aquella familia que jamás debió abandonar. Yo lo amaba tanto que, pese a su falta de compromiso intenté erróneamente burlar a esa potestad del averno, me quedé allí inmóvil y desobediente como la mujer de Lot cuando decidió dar un ligero vistazo a sus espaldas, la consecuencia de aquel acto de insubordinación no se hizo esperar, no pasó mucho tiempo cuando apenas el sol apareció trayendo consigo a la criatura, quien a su vez me dijo: ¿quieres quedarte aquí? Ahora estarás destinada a hacerlo por siempre, se fue al igual que Marcos y yo quedé allí sola con esa bestia, a expensas de su dictamen, eligiendo ella para mí no enviarme a los feroces y afilados colmillos de la muerte por segunda vez, sino mantenerme perenne andando en este infierno terrenal del que nunca me escaparé y en el que siempre lo buscaré a él, al hombre que me hizo esto.
Las lágrimas rehenes en mis ojos finalmente salieron a flote para rodar a diestra y siniestra por mis mejillas. Siento pena por ella, pero no existe nada que pueda hacer para remediar su sufrimiento.
Abrí mis ojos y Erika volvió a tener ese macabro aspecto, sus ojos sumergidos en una heterocromía siniestra, el derecho relleno de un blanco absoluto, mientras el izquierdo se encuentra totalmente ennegrecido. El miedo resurgió. Pero, ¿Qué hace? Se abalanza sobre mí, ahora solo veo oscuridad, ¡oh por Dios! ¡Erika, para! Yo no soy él, no soy el tal Marcos ¡detente! ¡No por favor! ¡Nooooooooo...!