-Oh, linda princesa, no temas, yo; Senaku Cleaner, prometo entrenar arduamente para ser digno de cuidar sus pasos. -Levanta su puño derecho y lo pone en su pecho. No pude evitar soltar una pequeña risa.
Él se arrodilla, por lo cual yo sigo con el juego:
-Oh, valiente Escudero. -Tomo la espada, y me doy cuenta de que pesa más de lo que pensé-. Aquí y ahora, te nombro... -Levanto la gran espada, y la pongo en su hombro derecho-, escudero de la princesa. -Cambio la espada de hombro, antes de ponerla en su cabeza para así; ascender su rango.
Senaku sonríe hasta dejar presenciar los pequeños hoyuelos en sus mejillas. Ese momento era el más hermoso e inocente que logré presenciar en mi vida.
Sabía que aunque esto era un juego de niños, se volvería muy real de grandes.
Es una lástima que todo tuvo que terminar seguido al grito de aquel hombre:
-¡Abandonen el castillo! -Un caballero se asoma por el pasillo donde nos encontramos. Tiene aquel traje de escudero que prestaba el parque.
Los ojos de aquel hombre, trasmiten terror indefinido. Ese hecho me sorprende, ya que ese lugar no parecía tener problemas, hasta que escuchamos gritos y vimos el castillo agrietarse.
Sin embargo, no nos movemos, estamos inertes bajo la presión de los gritos que surgen del primer piso del castillo.
No entendí que pasaba, pero al parecer, aquel hombre angustiado sí; ya que sale corriendo hacia la salida.
Senaku me despierta de mi ensimismamiento con un jalón en mi muñeca.
Sus rápidos pasos son indecisos. Las piedras del castillo caen en nuestros costados y el piso tiembla con brutalidad. Todo parece sacudirse reciamente.
Primera vez que veía que pasara algo así. No sabía que se trataba de un terremoto.
-¡Liena! -Senaku me llama con vehemencia, mis ojos conectan con los de él, y fue entonces, que me doy cuenta de que me solté de su agarre.
Siento el impacto de algo a mi lado, que me hace temblar y perder el equilibrio.
No supe mucho de Senaku, porque cuando levanto la vista, un golpe en mi cabeza, provoca que pierda el conocimiento.
Lo último que vi ese día; fue a Senaku correr hacia mí con lágrimas en los ojos.
Ese día, él dijo que cuidaría mis pasos..., ese día, terminó de hacerlo.
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El sonido de mi celular me despierta de ese recuerdo continuo, que por más que lo repita, no me convenzo de que es solo eso; un recuerdo.
Al sentarme en mi cama noto que tengo lágrimas rodando en mis mejillas. Me aclaro la garganta y estiro mi brazo hacia la mesita de noche que está al lado de mi cama, con el fin de coger mi teléfono.
Era Sara, mi mejor amiga. Deslizo mi dedo por el teléfono.
El grito bohemio de Sara, me activa y provoca un ligero pitido en mis oídos.
-¡Universitaria, despierta! -grita entre risas escandalosas, muy propias de ella. Otras amigas se entristecen porque su compinche se marcha, mientras que la mía; se alegra.
-Tú deberías ir a la universidad, no yo -me quejo, arisca.
-Yo ya estoy en la universidad, tonta. -A pesar de estar al otro lado de la línea, me la imagino sacudiendo su cabeza divertida-. Ya llevas tres años estudiando online, ¡tienes que vivir un poco, nena!
-Sara, todavía no lo he encontrado -mi tono de voz sale más apesadumbrado de lo planeado.
-Lo sé... -afirma, en un débil susurro.
Ella sabe que tiene que cambiar de tema. Me siento estúpida por no poder hacer lo suficiente para que Senaku, apareciera. Después del accidente yo sobreviví, pero no se supo más de él, y tampoco se consiguió su cuerpo.
Aun así; yo estaba segura de que él regresaría, y por eso la idea de irme a la universidad desacredita mi emoción, por el temor de que si algún día aparecía, no me encontrara.
No obstante, la viveza en la voz de mi mejor amiga, no fue afectada:
-¡Bien!, nada de tristezas, arréglate, nos vemos en la cafetería de siempre -decreta alegre antes de colgar.
Estiro mis huesos dormitados y echo un chillido en el aire, por la molestia de tener que levantarme temprano otra vez. Miro el techo y disfruto el silencio temporal de mi hogar.
Mi padre es fotógrafo, por lo cual no se encuentra en casa por cuestiones de trabajo. Gracias a ser mayor de edad, pude ganarme su confianza para poder quedarme sola. Mi madre murió en el parto, así que no pude conocerla. Lo bueno es que mi padre se casó con una maravillosa mujer, por lo tanto; no me faltó cariño materno. Ellos dos confinaron, y me alegró mucho, porque siempre pensé en que mi padre quizás, se sentía solo.
Pongo mis manos a mis costados y me impulso con las mismas para levantarme de mi cama. Mi habitación se encuentra vacía; la mayoría de mi ropa está en la maleta, y tampoco es que tuviera muchos adornos en las paredes.
Reviso mi armario. Me esforcé mucho empacando las maletas, para tener que abrirlas de nuevo, así que veo con desagrado aquel vestido rosa en mi closet, que hace tiempo no uso por el frío.
Bueno... Un día con un vestido no me va causar la muerte, ¿cierto?
Me tomo un baño y me adentro en el corto vestido. Ya se me estaba olvidando como se sentía tenerlo, sinceramente la sobriedad de este no me agradaba, sin mencionar, que estos tres últimos meses ha hecho un frío descomunal. Me pongo las zapatillas, tomo mi teléfono y emprendo mi camino a la cafetería.
El sol se posa en mi rostro, la brisa acaricia mi piel y agita el borde de mi vestido. Todo eso que es común en una ciudad tranquila como esta.
-Bonito día -saluda mi dulce aunque mal humorada vecina con su odioso perro.
Con una sonrisa amistosa, le digo:
-Oh, más bonita está usted, señora -aun sin detenerme, le guiño un ojo y la señora ríe con modestia.
Ciertamente, no es bonita, pero si algo he aprendido es que el mundo se basa en apariencias y una apariencia aceptable hace el mundo más fácil. Además; a los vecinos hay que hacerlos amigos.
-¡Liena! -El cartero, amigo de mi padre, saluda en su scooter.
-Bonita corbata, señor Cortes -elogio orgullosa por haber ayudado a ese pobre hombre a prescindir de las pintorescas y burdas corbatas.
-La eligió la mejor -grita a mis espaldas.
Al estar en la caminata, me percato de algo: el camino a la cafetería siempre abunda en personas, pero el día de hoy, escasea de ellas.
Me siento nerviosa al no estar protegida por la multitud.
Ya cerca de la cafetería, los choques de mis zapatos contra el asfalto del suelo, se vuelven más lentos, más sutiles, más furtivos, ¿por qué?: la cafetería reside en penumbras, remplazando su estilo moderno a uno más tétrico... Sin embargo, no me altero, o eso trato de pensar porque el repentino temblor de mis piernas me dice lo contrario.
Si algo era yo, era paranoica, por lo que decido, no darle importancia.
Subo el primer peldaño de la cafetería; el silencio gobierna en ella y mi piel comienza a erizarse. Abro dubitativa la puerta, las luces están apagadas, mis nervios encendidos, y las personas nulas. La única iluminación que hay, proviene de pequeñas lámparas que son opacadas por las cortinas rasgadas del lugar.
Pero, ¿qué pasó aquí?
Aprieto mi teléfono a un costado de mí.
Un leve olor de metal se mezcla con el del café. Levanto mi teléfono, enciendo la linterna y avanzo tres pasos.
Sangre...
Personas...
Mis pasos tropiezan, y en este momento, puedo sentir la adrenalina que obtienes al hacer algo indebido.
La sangre carmesí se extiende lentamente por debajo de mis zapatos, el agarre a mi teléfono se transforma débil, y mi corazón late desbocado en mi pecho. Solo puedo ver las siluetas de las mesas que se encuentran volteadas y en algunos casos; rotas. ¿Tenía que seguir entrando? ¿Podría hacerlo?
A un costado de mí, veo las fotos de recuerdo de nuestras constantes visitas junto a nuestros compañeros en aquella pared, acto que evoca, una voz:
<>.
El simple recuerdo de la emoción de mi mejor amiga, despierta una leve chispa de valentía.
No podía dejarla aquí.
-Sara... -pronuncio su nombre con cautela.
Reviso las personas acostadas en el suelo con ayuda de la linterna de mi teléfono; ninguno se queja, todos parecen estar..., muertos.
Detengo mis pasos al instante, cuando escucho el lejano sonido de las sirenas de la policía.
Si mi corazón estaba fallando, jamás lo supe, porque apenas escucho esos sonidos intermitentes, salgo corriendo como si yo fuese la asesina de aquellas personas.
La cafetería únicamente tenía un tránsito para personas y carros. Jamás me sentí tan expuesta por eso, como me siento hoy.
A mi lado derecho tengo el bosque.
Al frente, vienen los oficiales.
A mi izquierda tengo el bosque.
Y detrás la cafetería.
¿Qué hago? ¿Por qué me oculto? Yo no he hecho nada, no tengo que temer...
Ya no pude pensar más. Mis pasos avanzaron inertes hacia el bosque, la velocidad en ellos fluye al igual que los tropiezos y las rápidas miradas para comprobar si alguien viene por mí.
Ya mi vista está borrosa, empañada por las abundantes lágrimas que mi miedo desata.
Hasta que siento que me detienen con un jalón en la espalda baja de mi vestido.
Cierro mis ojos por el miedo de ser atrapada. No ejerzo presión y tampoco me resisto, porque por un momento; me parece estar en los aires.
Cuando elijo mirar; una feroz ola golpea al acantilado en el que iba a caer.
Suelto un grito con alarmante terror a despeñarme, y comienzo a rogar a cualquier cosa que me sostuviera.
-¡Ayúdame, por favor! No me dejes caer -imploro entre sollozos desesperados, mientras mi cuerpo se mantiene rígido.
Lo que sea que me sostuviera, no tiene intenciones de subirme, porque a pesar de mis ruegos, no hace nada. Toda la quietud de mi cuerpo acaba debilitándose al ver aquella ola que arremete con vehemencia y sin contemplación a mi vida.
-¡Por favor, ayúdame! -Aquella persona hala de mi vestido y me hace caer de rodillas en el borde del acantilado; causando así; el rústico roce de mis piernas contra las rocas.
Respiro con pesadez, sosteniendo mi pecho con ambas manos.
En verdad pensé que moriría.
-Deberías ver por donde caminas, niña. -La voz de un hombre me alerta y volteo mi rostro hacia el proveniente.
A juzgar por su tono, parece estar fastidiado, su voz sale gruesa y un tanto áspera, mientras que su complexión física es delgada...
Un hombre con un vestuario bastante..., peculiar. Calza zapatos color amarillo fosforescente, camisa turquesa y pantalones verdes. Lo más discreto que usa es su gorra negra que esconde parte de su rostro. Esto es un insulto a la moda, ¿pero quién soy yo para criticar a alguien que me ha librado de la muerte?
El agresivo viento remueve el espeso cabello negro, que sobresale de su gorra.
Tiene una larga barba, que parece no estar cuidada. Se ve como aquellas personas que eran desterradas y sometidas a estar en una cueva, para esperar que murieran de hambre.
Él debió notar mi indiscreta mirada, porque gira su rostro y me mira, mientras yo agacho la cabeza nerviosa.
-Muchas gracias, señor -agradezco con vergüenza por no hacerlo antes.
Levanto la vista para repetir, pero termino sorprendida al ver el joven rostro de aquel chico. Sus ojos negros me miran con el ceño fruncido.
Bueno, quizás su aspecto era semejante al de un vagabundo, pero su rostro (a pesar de no ver mucho de él), delata que es joven. Tiene cejas gruesas del mismo color que su cabello, y labios proporcionados y rosados.
El ringtone de mi celular usurpa todo rastro del interés que me dio aquel chico. Tanteo rápidamente mis bolsillos y tomo el teléfono con mis torpes manos.
Deslizo mi dedo por la pantalla para contestar, y poder escuchar la agónica voz de la madre de mi mejor amiga:
-¡Liena! -La manera en que dijo mi nombre coincide más como una súplica-. Por favor, dime, ¿mi hija está contigo?
La angustia y el dolor que transmitió, era tan evidente y sofocante, que acoja mi corazón, para permitir respirar y darle vida al abatimiento en mí, por no tener palabras con qué responderle.
-¡Liena, contéstame! -demanda con angustia.
Al otro lado del teléfono percibo las sirenas de los policías, todo se silencia hasta que la voz de un hombre, que al parecer es un oficial, interrumpe:
-Señora Marta, vengo a informarle que hubo un incendio provocado por un oso en la cafetería central. -El hombre suspira apesadumbrado-. Murieron varias personas, y hay sospechas que entre ellas está su hija.
Me levanto rápidamente con el fin de ir a la casa de Marta, pero cuando miro a mi alrededor, en busca de ese hombre con el que hablé; ya no estaba...
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-¡No! Mi pequeña hija no...
Después de la escena en aquel sombrío acantilado y de escuchar que mi mejor amiga murió, apresuré mis pasos para poder estar con su madre. Ella es del tipo de mujer conservadora, con una familia donde no había figura paterna. Es una persona que oculta sus penas para no preocupar a sus niños, y de aquellos individuos que emitían alegría solo por el bienestar de ellos. No obstante, la persona que tengo en frente; era una abatida, que llora con desesperanza y tormento mientras jala su blanco cabello de un lado a otro.
-¡Liena! -La señora Marta, toma con sus manos empuñadas el borde inferior de mi vestido y sacude bruscamente de el-. Por favor, dime que mi hija está viva... -pide entre lágrimas...
Yo no puedo decir nada, por eso opto en darle un abrazo que aunque no serviría para quitar el dolor, podría ser útil para sentir el calor que apacigua el crujir de su materno corazón.