Capítulo 2 Una Noche de Verano

Era una noche de verano en Montevideo, y la ciudad estaba sumida en un calor sofocante. Ana, una joven estudiante universitaria, decidió dar un paseo nocturno por la rambla para refrescarse. Sin embargo, no sabía que ese simple paseo se convertiría en una experiencia aterradora.

Mientras caminaba, Ana notó un grupo de personas reunidas en un rincón oscuro de la rambla. Su curiosidad la llevó hasta ellos, pero al acercarse, se dio cuenta de que algo no iba bien. El grupo parecía estar involucrado en una especie de ritual macabro.

Intrigada y aterrada al mismo tiempo, Ana se escondió detrás de un árbol para observar lo que ocurría. Las sombras se movían de manera frenética, y podía escuchar murmullos incomprensibles. De pronto, un hombre vestido de negro se acercó al centro del grupo y sacó un cuchillo reluciente.

El corazón de Ana se aceleró y el miedo la paralizó por un momento. Escuchó gritos que parecían provenir de la víctima del ritual. Sin pensarlo dos veces, Ana sacó su celular y llamó a la policía.

Pasaron unos minutos interminables hasta que las sirenas de la patrulla se hicieron escuchar. Los agentes irrumpieron en el lugar y detuvieron a los participantes del ritual. Ana se sintió aliviada, pero aún así algo no encajaba. ¿Qué tipo de ritual macabro estaban llevando a cabo en plena rambla?

Los agentes le informaron a Ana que habían arrestado a un grupo de adoradores de lo oculto. Estaban intentando realizar un sacrificio humano para obtener poder y riquezas. Agradecida por haber llegado a tiempo para salvar a la víctima, Ana regresó a su casa con una mezcla de alivio y miedo.

Sin embargo, la noche no había terminado. Mientras Ana intentaba conciliar el sueño, escuchó un ruido extraño proveniente del balcón. Se levantó y se acercó sigilosamente, pero lo que vio la dejó sin aliento.

Una figura siniestra y enmascarada se encontraba en el balcón, mirándola fijamente. Ana gritó y corrió hacia la puerta, pero al abrirla, la oscuridad y la niebla se extendían hasta donde alcanzaba la vista.

Ana, presa del pánico, retrocedió y cerró rápidamente la puerta. El miedo la invadió por completo, sintiendo cómo el corazón le latía desbocado. Mientras intentaba recuperar el aliento, se preguntaba quién podría ser esa figura enmascarada y qué quería de ella.

Decidida a descubrir la verdad y asegurarse de que esa presencia aterradora desapareciera, Ana tomó coraje y agarró una linterna. Salió de su departamento y se adentró en la noche, con cautela, pero decidida a enfrentar sus miedos.

Caminando por las calles desiertas, se dio cuenta de que la neblina se había vuelto más densa, envolviéndola y haciéndole sentir una sensación inquietante de opresión. Cada paso parecía más pesado, pero Ana estaba decidida a llegar al fondo del asunto.

Siguiendo las pistas que la propia figura enmascarada había dejado, Ana llegó a un antiguo edificio abandonado en los límites de la rambla. El lugar se encontraba en ruinas y parecía estar envuelto en un aura de oscuridad y malevolencia.

Armada con valor, Ana se adentró en el edificio. Cada crujido y sombra la hacían estremecer, pero no se detuvo. Llegó a un sótano oscuro donde un escalofriante silencio llenaba el aire. De repente, escuchó un susurro proveniente de las profundidades.

El sonido siniestro parecía susurrar su nombre, llamándola hacia el abismo. Ana luchó contra el impulso de huir y continuó avanzando cautelosamente. Entre la penumbra, pudo distinguir una puerta entreabierta, de donde parecían provenir los susurros.

Con el corazón en la garganta, Ana se aproximó lentamente y empujó la puerta. Lo que vio allí la dejó sin palabras. Era una habitación iluminada por velas, con inscripciones extrañas en las paredes y símbolos misteriosos en el suelo. En el centro de la sala, estaba la figura enmascarada.

El miedo y la confusión se mezclaron en el rostro de Ana, pero antes de que pudiera reaccionar, la figura levantó la mirada hacia ella. Los ojos que asomaban por la máscara la observaron con una expresión fría y despiadada. Ana comprendió con horror que no era una simple víctima, sino el objetivo principal de aquel ser maligno.

Sin tiempo para pensar, Ana corrió por su vida, ignorando las risas macabras que resonaban detrás de ella. Escapó del edificio en un frenesí de pavor y se alejó corriendo por la rambla, buscando desesperadamente ayuda.

Desde esa noche, Ana nunca más volvió a la rambla. Aunque nunca más se encontró con aquella figura enmascarada, siempre sintió su presencia acechando en la oscuridad.

            
            

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