Capítulo 3 La Mansión de la Calle Arenal

En la tranquila Calle Arenal, donde los árboles antiguos susurraban secretos al viento, se alzaba una mansión envuelta en un manto de misterio. Las ventanas rotas y las enredaderas que se aferraban a sus paredes como garras fantasmagóricas la convertían en un monumento al olvido.

Los lugareños evitaban el lugar como si las sombras que lo rodeaban pudieran arrastrarlos a la oscuridad eterna. Se decía que la mansión estaba encantada por los ecos de un pasado oscuro, que resonaban en cada rincón como un susurro inquietante.

Una noche, Carla, una investigadora del paranormal, decidió desafiar la reputación siniestra de la mansión. Armada con su linterna y su coraje, cruzó la puerta crujiente. La mansión parecía inhóspita y llena de silencio, un silencio que pesaba en el aire como un secreto olvidado.

A medida que exploraba las habitaciones desiertas, Carla notó que el susurro del viento se mezclaba con voces apagadas que apenas alcanzaban a ser escuchadas. La luz de su linterna parpadeaba, proyectando sombras que parecían moverse de manera independiente.

En una sala polvorienta, Carla encontró un antiguo espejo que parecía atrapar la esencia misma de la melancolía. Al mirarlo, vio reflejos distorsionados de una familia que alguna vez rió y amó entre esas paredes. Pero detrás de esas imágenes felices, los rostros se retorcían en expresiones de desesperación.

De repente, las puertas crujieron cerrándose con fuerza, encerrando a Carla en la oscuridad. Las voces se intensificaron, gritos lejanos resonaban en las paredes. El espejo vibraba como si las almas atrapadas estuvieran tratando de romper las barreras entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Aterrada, Carla intentó abrir las puertas, pero estaban selladas como si fueran parte de una trampa diabólica. Las sombras cobraron forma, moviéndose en la periferia de su visión. Las voces se volvieron un coro angustiante, llenando la mansión con lamentos incesantes.

Finalmente, con un estallido de frío intenso, las puertas se abrieron de par en par. Carla salió temblando, con el eco de las voces aún retumbando en sus oídos. La mansión, silenciosa nuevamente, esperaba su próxima víctima.

La Calle Arenal siguió siendo un lugar de misterio, donde la mansión, como una sombra acechante, guardaba los secretos de aquellos que osaron desafiar los límites entre lo terrenal y lo sobrenatural.

            
            

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