Papá me miró, respirando con dificultad. Se secó las manos con una toalla que le entregó su soldado Alfonso. Quizás esta fue la última prueba para demostrar mi valía. Tal vez finalmente me convierta en parte oficial del Equipo. Un hombre hecho.
- ¿Me haré un tatuaje? - murmuré.
El labio de padre se torció. - ¿Tu tatuaje? No serás parte del Outfit.
- Pero... - Me pateó de nuevo y caí de costado. Insistí, sin importarme las consecuencias. -Pero seré Consigliere cuando usted se jubile. - Cuando mueras.
Me agarró del cuello y me levantó. Me dolían las piernas cuando intentaba ponerme de pie. - Eres un maldito desperdicio de mi sangre. Tú y tus hermanas compartéis los genes contaminados de vuestra madre. Una decepción tras otra. Todos ustedes. Tus hermanas son putas y tú eres débil. Cansado de usted. Tu hermano será Consigliere.
- Pero es un bebé. Soy tu hijo mayor. - Desde que papá se casó con su segunda esposa, me trató como basura. Pensé que era para fortalecerme para mis tareas futuras. Hice todo lo posible para demostrarle mi valía.
- Eres una decepción como tus hermanas. No permitiré que me avergüences. - Me soltó y mis piernas cedieron.
Más dolor.
"Pero papá", susurré. -Es una tradición.
Su rostro se contrajo de ira. -Entonces tendremos que asegurarnos de que tu hermano sea mi hijo mayor. - Saludó a Alfonso, quien se arremangó. El primer puñetazo me dio en el estómago y luego en las costillas. Mantuve mis ojos en mi padre mientras golpe tras golpe sacudía mi cuerpo hasta que mi visión finalmente se volvió negra. Él me mataría.
- Asegúrate de que no lo encuentren, Alfonso.
Dolor.
Profundo.
Gruñí. Las vibraciones enviaron una punzada a través de mis costillas. Intenté abrir los ojos y sentarme, pero tenía los párpados pegados. Gemí de nuevo.
No estaba muerto.
¿Por qué no morí?
La esperanza se reavivó.
- ¿Padre? - refunfuñé.
-Cállate y duerme, muchacho. Llegaremos pronto.
Esa era la voz de Alfonso.
Luché por sentarme y abrí los ojos. Mi visión estaba borrosa. Estaba sentado en el asiento trasero de un auto. Alfonso se volvió hacia mí. - Eres más fuerte de lo que pensabas. Bueno para usted.
- ¿Dónde? - Tosí y luego me estremecí. - ¿Donde estamos?
-Ciudad de Kansas. - Alfonso condujo el coche hasta un aparcamiento vacío. - Última parada.
Salió, abrió la puerta trasera y me sacó. Jadeé de dolor, sujetándome las costillas y luego me tambaleé contra el coche. Alfonso abrió su billetera y me entregó un billete de veinte dólares. Lo cogí, confundido.
- Quizás sobrevivas. Tal vez no. Supongo que ahora es el destino. Pero no voy a matar a un chico de catorce años. - Me agarró la garganta, obligándome a mirarlo a los ojos. - Tu padre cree que estás muerto, muchacho, así que asegúrate de mantenerte alejado de nuestro territorio.
¿Tu territorio? Era mi territorio. El Equipo era mi destino. No tenía nada más.
"Por favor", susurré. Sacudió la cabeza, rodeó el coche y entró. Di un paso atrás cuando él se fue y luego caí de rodillas. Mi ropa estaba cubierta de sangre. Apreté el billete de un dólar en las palmas de mis manos. Eso era todo lo que tenía. Me estiré lentamente sobre el frío asfalto. La presión contra mi pantorrilla me recordó mi cuchillo favorito atado en una funda. Veinte dólares y un cuchillo. Me dolía el cuerpo y no quería volver a levantarme nunca más. No tenía sentido hacer nada. Yo no era nada. Deseé que Alfonso hubiera hecho lo que mi padre ordenó y me hubiera matado.
Tosí y probé la sangre. Tal vez moriría de todos modos. Mis ojos volaron alrededor. Había un enorme graffiti en la pared del edificio a mi derecha. Un lobo gruñendo delante de espadas.
El signo de la Bratva.
Alfonso no pudo matarme.
Este lugar podría hacerlo. Kansas City pertenecía a los rusos.
El miedo me impulsó a levantarme e irme. No estaba seguro de adónde ir ni qué hacer. Estaba todo herido. Al menos no hacía frío. Empecé a caminar para buscar un lugar donde pasar la noche. Finalmente me instalé en la entrada de una cafetería. Nunca he estado solo, nunca he tenido que vivir en la calle. Puse mis piernas contra mi pecho y reprimí un gemido. Mis costillas. Duelen ferozmente. No podía volver al Outfit. Papá me mataría. Quizás podrías intentar contactar con Dante Cavallaro. Pero él y papá trabajaron juntos durante mucho tiempo. Parezco una maldita rata, cobarde y débil.
Aria ayudaría. Mi estómago se apretó. Que ella ayudara a Lily y Gianna fue la razón por la que mi padre me odiaba en primer lugar. Y correr a Nueva York con el rabo entre las piernas para rogarle a Luca que fuera parte de la Famiglia no iba a suceder. Todo el mundo sabría que me habían aceptado por lástima, no porque fuera un recurso digno.
Inútil.
Era eso. Estaba solo.
***
Cuatro días después. Sólo cuatro días. Me quedé sin dinero y sin esperanza. Todas las noches regresaba al estacionamiento, esperando que Alfonso regresara, que su padre hubiera cambiado de opinión, que su última mirada despiadada y llena de odio hacia mí hubiera sido mi imaginación. Fui un maldito idiota. Y hambriento.
Sin comida en dos días. El primer día desperdicié todo mi dinero en hamburguesas, patatas fritas y refrescos.
Me sujeté las costillas. El dolor había empeorado. Hoy intenté conseguir dinero robando carteras. Elegí al tipo equivocado y me dieron una paliza. No sabía cómo sobrevivir en la calle. No estaba segura de querer seguir intentándolo.
¿Qué iba a hacer? Quítate la ropa. Sin futuro. Ningún honor.
Me dejé caer al suelo en el estacionamiento a la vista de los graffitis de Bratva. Me acosté boca arriba. La puerta se abrió, los hombres bajaron y se fueron. Territorio de Bratva.
Estaba tan cansado.
No sería lento. El dolor en mis extremidades y la desesperanza me mantuvieron en el lugar. Miré hacia el cielo nocturno y comencé a recitar el juramento que memoricé hace meses en preparación para el día de mi juramentación. Las palabras italianas salieron de mi boca, llenándome de pérdida y desesperación. Repetí el juramento innumerables veces. Mi destino había sido convertirme en un hombre adulto.
Había voces a mi derecha. Voces masculinas en una lengua extranjera.
De repente, un pelinegro me miró. Estaba herido, no tan mal como yo, y vestía pantalones cortos de lucha libre. -Dijeron que hay un italiano loco afuera de Omertá. Creo que se referían a ti.
Yo estaba en silencio. Dijo 'Omertá' como yo diría, como si significara algo. Estaba cubierto de cicatrices. Sólo unos años mayor. Dieciocho tal vez.
- Hablar de ese tipo de mierda en esta área significa que tienes ganas de morir o que eres un puto loco. Probablemente ambas cosas.
"Ese juramento fue mi vida", dije.
Se encogió de hombros, luego miró por encima del hombro antes de darse la vuelta con una sonrisa torcida. - Ahora será tu muerte.
Me senté. Tres hombres con pantalones cortos de combate, cuerpos cubiertos de tatuajes de lobos y Kalashnikovs y cabezas rapadas emergieron de una puerta junto a los graffitis de Bratva.
Consideré acostarme y dejar que terminaran lo que Alfonso no podía.
- ¿Qué familia? - Preguntó el pelinegro.
"Traje", respondí, incluso cuando la palabra abrió un agujero en mi corazón.
El asintió. - Supongo que se deshicieron de ti. ¿No tuviste las agallas para hacer lo necesario para ser un Made Man?
¿Quien era él? "Tengo lo que hace falta", siseé. -Pero mi padre me quiere muerta.
-Entonces, pruébalo. Y ahora levántate del suelo y lucha. - Entrecerró los ojos cuando no me moví. - Permanecer. De pié. Semen.
Y me levanté, aunque mi mundo daba vueltas y tenía que sujetarme las costillas. Sus ojos negros observaron mis heridas. - Supongo que tendré que luchar prácticamente solo. ¿Tienes armas?
Saqué mi cuchillo Karambit de la funda que tenía alrededor de mi pantorrilla.
- Espero que sepas cómo manejar esto.
Entonces los rusos se nos echaron encima. El tipo empezó algo de artes marciales que mantuvo ocupados a dos de los rusos. El tercero vino hacia mí. Lo ataqué con mi cuchillo y fallé. Me dio unos cuantos golpes que hicieron que mi pecho silbara de agonía y caí de rodillas. Mi cuerpo magullado no tenía ninguna posibilidad contra un luchador entrenado como él. Sus puños cayeron sobre mí, duro, rápido, despiadado. Dolor.
El pelinegro atacó a mi atacante y le clavó la rodilla en el estómago. El ruso cayó hacia adelante y yo levanté mi cuchillo, que se hundió en su abdomen. La sangre corrió entre mis dedos y solté la empuñadura como si me quemara mientras el ruso caía de costado, muerto.
Miré mi cuchillo que sobresalía de su vientre. El pelinegro lo sacó, limpió la hoja en los pantalones cortos del muerto y luego me la entregó. - ¿Primer asesinato? - Mis dedos temblaron cuando lo cogí, así que asentí.
- Habra mas.
Los otros dos rusos también estaban muertos. Les habían roto el cuello. Extendió su mano, la cual tomé, y me puso de pie. - Deberíamos salir de aquí. Pronto llegarán más hijos de puta rusos. Vamos.
Me llevó a un camión abollado. "Te vi escabulléndote por el estacionamiento las últimas dos noches cuando estuve aquí para pelear.
- ¿Por qué me ayudaste?
Había otra vez esa sonrisa torcida. - Porque me gusta pelear y matar. Porque odio a la Bratva. Porque mi familia también me quiere muerta. Pero lo más importante es que necesito soldados leales que me ayuden a recuperar lo que es mío.
- ¿Quién eres tú?
-Remo Falcone. Y pronto seré el Capo de la Camorra. - Abrió la puerta de la camioneta y ya iba por la mitad cuando añadió. - Puedes ayudar o puedes esperar a que Bratva te atrape.
Yo entre. No por la Bratva.
Porque Remus me mostró un nuevo propósito, un nuevo destino.
Una nueva familia