Mi padre ama su trabajo, aunque en muchas ocasiones este le trae muchos dolores de cabeza, ser un fiscal no es trabajo fácil, pero para él, vale la pena. Cada que encierra a un asesino, violador o vendedor de droga, siente una gran satisfacción, uno menos de ellos en la calle significa que su ciudad es un poco más segura para las dos mujeres de su vida. Eso hace que el estrés que sufre en el largo y duro proceso valga la pena, aunque él jamás trae el trabajo a casa. No importa qué tan cansado esté, ni qué tan profunda sea su preocupación, para su familia siempre tiene las más deslumbrantes sonrisas.
Y yo amo eso más que nada en el mundo.
– Está bien, no te preocupes –. Dejo que mi padre me envuelva en sus protectores brazos, y una parte de mi lucha por aferrarme a ellos, algo grita que extrañaré sentir su calor –. La verdad, no llevo mucho esperando.
– No me gusta que estés sola a estas horas princesa –. Me aparta apresurándose a abrir la puerta del auto para mí, luego pasa a acomodarse él en el asiento del conductor y todo cuanto anhelo es poder continuar sintiendo su olor, uno que he extrañado tanto.
– ¿Qué tal tu día papá? – le pregunto cuando el auto ya está recorriendo las tranquilas carreteras, le doy una mirada de soslayo logrando captar el momento en que frunce sus labios en una mueca de preocupación –. Todo está pasando tan rápido, demasiado rápido aproximándose el adiós.
– He tenido días mejores –. Me da una rápida mirada antes de volver la vista a la carretera –. Pero mañana será todo mejor –. Me regala una gran sonrisa que queda opacada por la refulgente luz que se nos aproxima a gran velocidad y entonces lo sé, con certeza segura, que estos instantes son los últimos y quiero despedirme mientras su mirada busca la mía, quiero gritar que lo amo, pero no puedo cuando el desgarrador chirrido del metal cediendo ante la fuerza ejercida al impactar nos arrastra hacia el mismo final que siempre tiene mi sueño.
– ¡Maldita sea! – . Mi garganta está seca y cada fibra de mi piel tiembla, las gotas de sudor corren por mi frente y a lo largo de la espalda.
Otra de esas pesadillas, si es que cabe llamarlas así, más bien son los retardos de lo que fue la peor noche de mi vida. Odio que eso pase, son demasiado vividas, demasiado reales, como si mi mente se encaprichara en regresarme a ese momento una y otra vez, cuando yo solo quiero olvidar esa maldita noche.
Me retuerzo tanto como puedo entre la almohada, aferrándome a la corcha como bote salvavidas, e intento recobrar la calma.
– No hay modo en que consiga quedarme aquí –. Me quito la corcha del cuerpo a patadas, y en medio de la oscuridad de la noche que me envuelve, la poca luz que entra desde la ventana es mi guía hasta llegar al baño. Rocío agua fría haciendo desaparecer las muestras de sudor que me inunda la frente y las lágrimas que me cubren las mejillas, pero los temblores de mis manos no se contienen.
Le doy una larga mirada a esa chica aterrada que está en el espejo mirándome con ojos llorosos –. ¡Vamos Lis, es solo una pesadilla! – me digo a mí misma –. Puedes hacerlo, puedes seguir adelante, a pesar de que él ya no está.
Observo el reloj que marca las 5:07 am, volver a dormir no es una opción viable. Me pongo la ropa de entrenamiento y bajo a hacer el desayuno que me tomará el tiempo justo para que sea la hora en la que mi madre se levante.
Me encanta consentirla de vez en cuando y verla feliz es algo que mejora exponencialmente mi opaco humor al instante. Dejo el desayuno cubierto para que mantenga el calor y tomo mis cosas acercándome a la puerta.
Salir de la casa antes ha sido una buena idea, la neblina de la mañana me refresca ayudándome a alejar los malos recuerdos. Las calles aún están tranquilas, los pequeños negocios se preparan para abrir en las mismas calles que me vieron crecer mientras camino por ellas.
Llegar al gimnasio no me toma demasiado tiempo, he venido tantas veces a este lugar que podría recorrer la trayectoria con los ojos vendados.
Sergio me sonríe al verme entrar. A estas horas son muy pocos los que entrenan, así que mi mentor puede dedicarse a mí sin afectar a los otros chicos que pasan de un equipo a otro haciendo sus ejercicios como calentamiento.
Saludo a mi entrenador colocándome en mi posición con una gran sonrisa mientras él me mira de vuelta con arrogancia divertida y lanzo el primer golpe que evade con facilidad, pero no me detengo arremetiendo con todo en un segundo intento en el que no fallo.
– Hoy sí no te has dejado nada en casa –. Sergio se frota el lado del rostro donde hace apenas unos segundos le golpee.
– Vamos, no llores ya estás grade para eso –. Disfrutar de mi pequeña victoria es como los placeres de la vida ... imposible de rechazar.
– En poco tiempo has recuperado todo el entrenamiento que has perdido. Te has vuelto muy buena en esto Lis, solo tenías que concentrarte.
– Increíble. ¿acaso acabo de escuchar un cumplido? Debo haberte pegado más fuerte de lo que pretendía – bromeo bajando la guardia.
Sergio se aprovecha de mi distracción y me derriba con un giro de su pierna en sentido contrario del reloj, envistiendo la parte posterior de mis rodillas haciéndome caer dolorosamente, a pesar de que el colchón mitiga gran parte del golpe al caer, duele.
– ¡Auch! – protesto. Cierro los puños y me levanto tan rápido como puedo, lista para desquitarme el ataque con otro que no puede evitar.
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– Al fin, que bueno que llegas, llevo esperándote un buen rato –. Meret suelta todo el aire de un golpe entornando los ojos. Es mi mejor amiga desde la infancia y la adoro, pero si hay algo de lo que carece es de paciencia.
– ¿Cómo te fue hoy cariño?, tienes buena cara – observa mi madre dándome una sonrisa radiante y al parecer no soy la única en tener un buen día.
– Nos hemos pateado el trasero – declaro triunfante.
Ellas se ríen y al ver mi pose de súper héroe, puños es mis caderas y la barbilla erguida fingiendo observar el horizonte, estallan en carcajadas contagiándome también.
– De acuerdo súper héroe, dúchate y alístate para un largo día de compras –. La voz demandante de mi amiga no deja espacio para replicas, así que me ahorro el royo haciendo lo que me pide.
– Estoy lista en 20 – declaro tomando las escaleras mientras alcanzo mi habitación en la segunda planta.
Me apresuro a entrar a la ducha zafándome la coleta para lavar mi cabello, tanto entrenamiento lo deja hecho un asco, y no puedo ir de compras con el cabello hecho un nido de pájaros.
Hago una abundante espuma y lo lavo dando pequeños masajes mientras me apresuro antes de que los gritos comiencen a escucharse quejándose por la demora, continúo con mi cuerpo retirando la enjabonadura.
Salgo de la ducha y me aliso el cabello un poco. Tomo del armario unos pantalones de mezclilla azul ripiado, de esos que las madres odian porque creen que es malgastar dinero en ropa rota. Lo convino con un top blanco sencillo, me coloco el reloj, unos aretes y la cadena de la cual cuelga un dije de la Flor de Lis y a su final una perla blanca, única posesión de mis verdaderos padres. Casi nunca lo uso, no me arriesgo a perder la única cosa que tengo de ellos, pero estos son días especiales. Mi cumpleaños marca el día en que ellos me dejaron y Helen me encontró.
Una pequeña opresión se me instala en el pecho al tomar entre mis manos el colgante, pero no, no más sufrimientos por hoy.
Con determinación lo dejo reposar sobre mi pecho para colocarme algo de maquillaje. Termino y bajo aprisa los escalones llegando a donde mi amiga que ya tiene cara de desesperada –. Te demoraste mucho.
– Solo fueron unos minutos – me quejo.
– Horas que podríamos estar aprovechando – exagera y me limito a ignorarla, contradecirla solo prolongará la discusión.
– Nos vamos – le aviso a mi madre y lanzándole un beso al aire me encamino rumbo a la calle.
El flamante auto está posicionado frente a mi casa, y como ya es costumbre, tomo el lugar del copiloto. Meret confiará para muchas cosas en mí, pero no lo suficiente para dejarme conducirlo, y no la culpo, soy demasiado descuidada y de seguro termino chocando en cuanto lo encienda, ya de paso mato a alguien y culmino pasando el resto de mi vida en la cárcel.
Es algo muy probable realmente, suena como algo que haría.
El Centro Comercial se encuentra en el centro de la ciudad, solo lleva unos meses abierto y las ofertas son realmente buenas, al contrario de Meret yo no tengo unos padres millonarios que mantengan mis tarjetas ilimitadas.
Mi madre trabaja demasiado duro, incluso turnos dobles para pagar mi educación, por lo que he conseguido trabajos de medios tiempo para ayudar con mis prestamos estudiantiles, el choque no solo se llevó a mi padre, sino que también todos nuestros ahorros, y aun así, el culpable aún sigue libre.
– ¿En qué piensas? – la chica a mi lado me saca de mis cavilaciones y lo agradezco.
– Nada, solo que mañana seré otro año más vieja –. Su carcajada llena el espacio mientras se acerca al parqueo del centro comercial buscando un sitio en dónde estacionar, pero casi todos están ocupados.
– No creí que te preocuparan esas cosas – se burla, ya que siempre es ella la que gasta buena parte de su dinero en cremas y tratamientos para la piel.
– El que no me obsesione la edad como a ti no significa que quiera ver canas en mi cabello –. Su broma con las canas aún me tiene traumatizada, todas las mañanas me reviso rogando porque no aparezca ninguna.
– Ya tienes que superarlo –. Rueda los ojos colándose en frente de un auto tomando su puesto y este hace sonar el clacson con justificada molestia, pero ella ni le presta atención al chico –. Solo fue una broma inocente.
– Inocente mis nalgas – me quejo bajándome mientras encuentro al conductor molesto que nos mira mal, pero mi amiga solo lo ignora tomando mi brazo y empujándome hacia el interior del gran complejo.
Las tiendas no están abarrotadas de consumidores, pero tampoco desiertas, como siempre hay alguna que otra pelea de amas de casa civilizadas que deciden decorar sus casas y coinciden en gustos con otras compradoras.
Nos apresuramos a la sección de vestidos y tomando una gran pila de ellos, nos metemos a los vestidores. No pienso usar típicos pantalones para la celebración de mi cumpleaños, esta vez quiero disfrutar lo que el abundante ejercicio me ha proporcionado, sin duda alguna los quilos que he perdido me han favorecido, el estrés de las pruebas me hizo comer demás en varias ocasiones.
Pasamos a la siguiente tienda convirtiéndose en una cadena, entramos, nos probamos una docena de ropa, pagamos varias y luego a la siguiente.
Meret tiene un excelente gusto para la moda, así que las elecciones las dejo casi por completo en sus manos, digo casi porque el tema del largo de los vestidos no se le da muy bien. En donde yo veo que faltan centímetros de telas, para ella sobran metros de la misma.
El calor comienza a cobrar factura y el antojo por algo que controle la temperatura de mi cuerpo aparece gracias al letrero que anuncia la heladería, y el antojo gana definitivamente haciendo que nos apresuremos hacia el lugar.
– ¡Por Dios!, estoy agotada –. Meret hace un puchero dramático casi arrastrando las bolsas.
– Sí, yo también – alego exhausta de tanto caminar.
– Amo cuando hacemos esto Lis – comenta y le regalo una sonrisa maliciosa.
– ¿El qué? ¿Gastarnos nuestros ahorros casi hasta el último centavo como chicas fresas, o que alguien traiga nuestras malteadas en lugar de servirlas nosotras? – Arqueo una ceja para ratificar mi interrogante.
– Amiga, en serio odiabas ese trabajo –. Meret se burla con una estruendosa risa que atrae más de una mirada haciéndome sentir incomoda.
Ella es así, despampanante, alegre y nada reservada con sus emociones, es una chica libre y actúa como tal.
Me limito a mirarla mal, porque claro, ¿a quién no le agrada que su amiga se burle de ella? –. Ja, ja, ja – rio con todo el sarcasmo que puedo –. Claro que lo hacía ¿qué esperabas? o ¿acaso eras tú la que terminaba llena de crema después de tropezar o resbalar? – recalco sintiendo un estremecimiento al recordar aquellos no muy distantes días.
– Como aquel día que Yorsh Suarez entró a la heladería y se sentó en una de tus mesas – dramatiza y ya veo por dónde va la cosa. Mis ojos se abren aterrado rogando porque se calle.
– Por favor, no me lo recuerdes – suplico sintiendo venir lo que mi amiga pretende.
– Estabas tan nerviosa que no miraste por donde caminabas y pisaste un pequeño charco de helado – comienza a contar ida entre los pensamientos para nada gratos por mi parte –. Perdiste el equilibrio derramando una orden de 3 malteadas y 4 helados encima de él.
– Cielo santo, ¿tienes que recordármelo? – casi que le grito ganándome la atención de los más próximos a nosotras –. Por si no lo sabes, yo estaba ahí –. Me cubro el rostro con las manos sacudiendo la cabeza intentando sacar el recuerdo de mi mente.
Lo más penoso de la situación fue que Yorsh Suarez no era cualquier chico, él era el chico. No solo era el más popular de toda la Universidad y como si el mundo no pareciera odiarme lo suficiente, él me gustaba. Pero como todo en mi vida, no podía esperarse que saliera bien.
Cosas negativas: alguien como él no sabía que chicas como yo existían, un gato trepando un árbol a 2 millas de él era más interesante que mi persona para Yorsh Suarez.
Cosas positivas: Después de eso, vaya que se enteró de mi existencia, aunque no fue de la forma en que deseaba.
Pero ya saben lo que dicen: la vida trabaja de formas misteriosas.
Misteriosas mis nalgas, la vida me odia y no se toma la molestia de disimularlo, hace mucho que me resigné a que sin importar lo que haga, las cosas no me van a salir bien nunca. Por tanto, ¡a la mierda la vida!
– Después de eso, cada que me cruzaba en su camino me fruncía el ceño y me lanzaba una mirada de odio que puedo jurar, que, si fuera un insecto, lo más piadoso que me haría sería exterminarme – admito demasiado avergonzada.
Meret no logra articular palabra y su boca se cierra y abre como un pescado, dejando escapar estrepitosas carcajadas a mi costa y a mí la sangre no me para de hervir.
– Vaya amiga, contigo no necesito enemigos –. Mi queja parece hacerle cosquillas y ya estoy al ponerme roja y explotar soltando todos los improperios habidos y por haber –. Vamos, no es que a nadie en el mundo le pudiera hacer gracia haber hecho esa clase de desastre, es vergonzoso.
– Lo siento Lis, pero después de haberte visto meter la pata durante tantos años, uno juraría que la vergüenza es algo de lo que ya no queda ni rastro en ti – se burla abiertamente haciendo reír a cuantos están cerca nuestro y han podido escucharnos todo este tiempo.
Así terminamos de pasar la tarde, Meret entre risas y yo con ganas de darme un tiro por el horror y la vergüenza que me precede por mis desastres. Si existiera un imperio del desastre, sería su emperatriz.
Levanto la mano pidiendo la cuenta y las palabras del dueño del local son el único lado bueno de que todos se enteraran de mis andanzas por la vida. Nuestras anécdotas terminaron por entretener a medio salón del local, y ellos algo avergonzados por burlarse de mí, nos pagaron la cuenta.
Uno pensaría que lo peor ya pasó, pero que el hombre nos pida amablemente que regresemos de vez en cuando a entretener a sus clientes me demuestra que no.
Con mis mejillas ardiendo recopilamos las bolsas de compras que estaban esparcidas por el mueble y nos machamos. El camino de vuelta a casa se hace ameno para mi amiga que aún está demasiado divertida a causa de mis vergüenzas. El auto se detiene aparcando frente a mi casa y Meret se despide atrayéndome hacia ella en un abrazo que demuestra sus disculpas por avergonzarme –. Eres la reina del patocidio, pero te adoro y mañana será un gran día de principio a fin, lo prometo – susurra dejando un beso en mi mejilla.
– Si no estuviera mi persona de por medio, le creería, pero a juzgar por mi suerte, ni de chiste alcanzo a tener un día normal por una vez en la vida –. Sonrío barriendo el aire con mi mano desocupada restándole importancia al asunto, tomo mis bolsas descendiendo del coche mientras el motor ruje y se pone en marcha alejándose, vuelvo a decirle adiós antes de voltearme tomando a como puedo las llaves para enterar ansiosa por darme otra ducha.