sentado debajo de la sombrilla de lona blanca junto a la piscina, degustando un frappé de naranja, como ya era costumbre, recordaba las historias que había vivido en su ya dilatada existencia y con cierta satisfacción, hacía a Consuelo depositaria de esos múltiples recuerdos. Esta vez, la historia trataba sobre las vivencias que había vivido en un pueblo a ciento setenta y cinco kilómetros al sur de Riohacha, la Capital de la Guajira, llamado Urumita y cuyos recuerdos, aún le erizaban los vellos.
Allí en ese pueblo, en teoría, en un terreno bien ubicado, construiría una casa quinta para su compadre Lisímaco Iguarán Moscote, si los sucesos acontecidos aquella noche, un dieciséis de julio, día de la Virgen del Carmen, no hubiese cambiado de manera drástica, el curso de la historia.
Su compadre, Lisímaco, había iniciado su leyenda como un joven humilde jornalero, recolector de las siembras de algodón que se daban en la región, hasta que con los primeros ahorros que logró reunir, pudo comprar a crédito, un destartalado y pequeño camión, con el cual comenzó llevando encomiendas de un pueblo a otro y muchas veces, hasta el mismo puerto de Santa Marta.
Para esa época, alguien maduraba una idea que llegaría a convertirse en realidad. Dada las bondades de la tierra y la brisa fresca que descendía de las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta, a esa persona en un país del norte del continente, se le ocurrió que, debido a la calidad del suelo, con un pH entre seis y siete, a lo benevolente del clima y a estar algo retirado de los centros poblados, reunía las condiciones ideales y era apropiado para el desarrollo de unos cultivos ilícitos, lejos del alcance del largo brazo de la ley de su país. El producto, una vez iniciada las pruebas, resultó ser de una excelente calidad para sus propósitos y se inició entonces a gran escala, el cultivo de lo que sería reconocido en esa época, como "La Bonanza".
Lisímaco comenzó llevando carga de sus clientes de los cultivos obtenidos, hasta el puerto, evolucionó adquiriendo poco a poco una flota y ya con el tiempo, inició sus propios cultivos, aumentando los volúmenes de producción y obteniendo como ganancia, fuertes sumas de dinero, hasta convertirse en poco tiempo, en un rico y "acaudalado comerciante", como era reconocido a lo largo y ancho de toda la extensa región.
Cada exitoso flete de mercancía entregado, era celebrado ruidosamente y en una de esas prolongadas fiestas propias de esos tiempos, cuya duración duraba muchas veces hasta una semana, en casa de un cliente, en medio de una parranda con música de acordeones entre los juglares de la época, sentados en la misma mesa con José Miguel Mares, este conoció a Lisímaco Iguarán Moscote y este al calor de los tragos y al nacer una corriente de mutua simpatía, lo comprometió a ser el padrino del hijo que le acababa de nacer, llamándose desde entonces el uno al otro, "compadre" y empezando lo que se presagiaba sería una larga amistad.
Lisímaco, al año siguiente, otro 16 de Julio precisamente, se dispuso a celebrar en grande el día de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros y en su fervor religioso, le estaba encomendando "coronar" el copioso envío por barco, de varias toneladas de Golden Santa Marta.
Para celebrar el acontecimiento, se contrató el conjunto nacido en un caserío llamado La Jagua y que estaba sonando con fuerza en toda la región y cuyos ecos llegaron incluso a muchos kilómetros, hasta la capital, en el mismo centro del país. La invitación formal sería convertida años después en unos celebres versos y cantada en la potente voz de Poncho Zuleta, en otro éxito de la música vallenata, cambiando los nombres y el sitio donde se llevó a cabo, esa legendaria celebración.
Ese día, en horas de la noche, de ese mes de julio, a falta de luz eléctrica por uno de los frecuentes apagones que tenían azotada la región, se colocaron unos mechones en diferentes lugares del patio, para iluminar el amplio espacio, mientras la concurrencia celebraba ruidosamente cada éxito interpretado por el grupo musical, del último trabajo discográfico del nuevo conjunto que amenizaba la celebración y que estaba sonando con fuerza a nivel nacional.
Antes de la media noche, los ánimos caldeados por la ingesta de bebidas alcohólicas y matizados por los recuerdos de viejas rencillas de algunos parientes cercanos, hizo aflorar los rencores insensatos y no se supo de donde provino el primer disparo, pero en esa región donde era costumbre llevar un arma al cinto, una lluvia estentórea iluminó la noche de chispazos provenientes de todos lados.
Los músicos huyeron saltando por encima de las paredes, la concurrencia despavorida abandonó el local en todas direcciones. Los que no pudieron huir se lanzaron debajo de las mesas y después de varios minutos que parecieron eternos, varios cuerpos quedaron tendidos en el piso sin moverse.
En el centro del recinto, yacía la inmensa figura de Lisímaco Iguarán Moscote, quien recibió media docena de impactos, quedando tendido de espaldas, como si mirara el cielo estrellado de aquella noche fatal. De las causas se dijo muchas cosas. Algunos decían que fueron los hermanos Guerra quienes iniciaron todo. Según afirmaban los más osados, siendo el motivo unos amores secretos que mantenía Lisímaco con la esposa de uno de ellos.
Otros afirmaban que fue producto de un mal reparto de un negocio y otros más, juraban que la orden había venido de Medellín, donde una organización que crecía a pasos agigantados, quería eliminar del camino, a cualquier competencia.
Lo cierto era que el arquitecto José Miguel Mares, quien había logrado salir ileso protegido por uno de los sobrinos de Lisímaco Iguarán Moscote, quien lo tomó por un brazo y blandiendo un fusil de asalto Kalashnicov 47, se abrió paso por entre la muchedumbre, en medio del tableteo de la ametralladora, poniéndolo a salvo al anciano, en la casa de una vecina.
Con nostalgia, lo recordaba como si fuera ayer. Otras imágenes imborrables surcaban como una vieja película en blanco y negro, el día del concurrido funeral. Media docena de jóvenes viudas lloraban inconsolables, la prematura partida de su compadre. Años después, cada vez que escuchaba el tema musical, pensaba con melancolía, que Lisímaco Iguarán Moscote en realidad, a pesar de siempre amenazar con hacerlo, no se mudó de la casa de su esposa, ni llegó nunca a cambiar de comedero.