La mujer se dio cuenta de que estaba parada frente a un club dónde se oía música a todo volumen. De la puerta principal salía un hombre borracho persiguiendo a una mujer en minifalda y tacones.
- Señora, este no es lugar para una mujer.
- ¡Para un hombre tampoco! ¿Cómo diablos he llegado hasta aquí?
Saoirse se volteó y no vio a su hija. Se puso a gritar.
- ANYA, ¡ANYAAAAAAA!
- SEÑORA DURAN, POR FAVOR CÁLMESE.
Pero Saoirse no paraba de llorar y gritar.
En la comisaría el oficial llevó a Saoirse. Un compañero se reía.
- ¡Oficial Peters! ¡Viene con una novia!
Saoirse lloraba.
- No estamos para bromas, Alan, debo hablar con el jefe.
El oficial Peters hablaba con su superior.
- George Peters, ¿dice que la encontró en ese club?
- Así es, señor. No sabe cómo llegó allí.
- ¿Y usted qué hacía rondando por esos lugares tan vulgares?
- Mire, eso no es asunto suyo. El punto es que ella tiene una hija y ha desaparecido.
Era el turno de la entrevista a la señora Duran.
- ¿Toma usted drogas?
- No...bueno. Tomo medicación...
- ¿De qué está enferma?
- De la mente.
- ¿Es esquizofrénica?
- Tengo depresión.
- ¿Entonces, está loca?
Saoirse se quedó callada y comenzó a llorar.
- Describa a su hija.
- Muy blanca, cabello castaño, ojos cafés...
- ¿Cómo iba vestida?
- Un vestido azul con flores verdes...o unas hojas verdes... unos zapatitos negros, medias blancas...
La señora Saoirse sacó una foto de su bolsillo. Estaban Anya y su padre.
La niña fue buscada por todos lados, cinco años después de desaparecida, se le dio por muerta. Legalmente, Anya Ramírez ya no existía.
Saoirse estaba atormentada. No podía perdonarse el haber perdido a una hija. Se sentía estúpida, la peor madre del mundo. Le había fallado a su marido, quién no soportaba su mal temperamento.
Josué Ramírez, estaba de duelo por la pérdida de su hija. Sentía que le había fallado a su esposa por dejarse llevar por su falta de paciencia. Vivía solo en un pequeño apartamento. Conservaba una foto de su día de boda. Apenas se habían conocido antes de casarse. Después de convivir como su marido, se dio cuenta de que su mujer tenía serios problemas emocionales, o quizá de actitud o carácter. Pensaba que sencillamente ella no quería hacer las cosas bien, que no se entregaba lo suficiente. Que lo odiaba y por eso a veces estaba de buenas y a veces se comportaba cómo una loca histérica que empezaba a insultar sin razón. El señor Ramírez había perdido el juicio y no quedó bajo la tutela de la niña. Cinco años después, cuándo dieron a su primogénita por muerta, quiso volver a saber de su ex.
Pero resultó ser que durante esos cinco años, Saoirse se volvió loca. Dejó los medicamentos por completo. Era adicta al alcohol. Vestía cómo un mamarracho. Y ahora vivía con el oficial George Peters.
Pasados los diez años de la desaparición de Anya... Se supo de la campeona de ajedrez que causaba sensación en los campeonatos de Europa. Habían grabado segmentos de un campeonato. Era noticia. Georgie, el hijo del señor Peters y Saoirse, veía la televisión. Aquél instante, Saoirse, borracha y molesta le dijo a su pequeño hijo:
- Apaga ya esa basura.
Saoirse vio borrosamente el perfil de su hija, pero no la reconoció.
Ahora Elizabeth Hamilton dormía en el suelo de un sub sótano. Ya había amanecido. Se levantó del cartón gritando asustada. Daniel ya estaba despierto. Elizabeth tenía los nervios de punta. De seguro el señor Hamilton la había escuchado y se dirigía a darle una paliza. Elizabeth lloró. Daniel no supo qué hacer. Llegó el raptor, y le dió una bofetada tan grande a Lizzie, que se cayó al suelo.
- ¡Levántate, idiota!
Elizabeth apenas podía ponerse en pie. Daniel veía la escena con tanta indignación, se mordía los labios tan fuertemente que le sangraban. Sus ojos se llenaban de agua, soltó un gemido.
- ¿¡Qué te pasa a ti, llorica?! A ti no te estoy pegando. Sé un hombre. Madura y deja de gemir por tu hermana. Escoria llorica.
Elizabeth sentía mucha ira. Su mirada lo reflejaba. De pronto su agresor se volvió tierno y se dirigió con dulzura a Lizzie.
- Hoy tienes entrevista, mi niña. Vas a ser maquillada.
- Si me maquillan descubrirán que tengo moretones en la cara, que tengo el labio roto, que me falta un diente...
- Ya entendimos, cariño.
- A menos que me maquilles tú, que por cierto, maquillas horrible, padre.
- Ya pensé en eso. Mi novia se va a encargar de ti.
Elizabeth estaba dudosa. ¿Una novia, el señor Hamilton?
Vanessa Lake, era una maquillista profesional. Tenía su propio salón de belleza. Lizzie fue llena de base de maquillaje y corrector, y al estar frente al espejo veía su cara, la cuál no reconocía, pocas veces se había visto al espejo en su vida. Lake la trataba con ternura.
- Vas a quedar radiante, mi amor.
Lizzie se preguntaba, ¿Vanessa sabía lo que el señor Hamilton estaba haciendo?
Vanessa la desmaquilló y se sorprendió al ver su rostro, morado, rojo y negro. Ella estaba perpleja. Se llevaba las manos a la boca. Lizzie se miró.
- Soy horrible.
No dijo que estaba horrible, dijo que era horrible. Pues se sentía cómo la mayor basura del mundo. Estaba segura de que era un horrible monstruo. Sus ojos lloraban tristes. Una chispa se prendió en ella, miró a Vanessa y esperanzada le preguntó:
- ¿Usted sabe lo que me están haciendo? ¿A mí y a Daniel?
- No cariño, ¿de qué hablas?
- Entonces, no lo sabe...- dijo llorando con más esperanza de que ella pudiera ayudarla.
- Querida, cálmate, con maquillaje te verás mejor.
- Usted no entiende.
Lizzie susurraba.
- El señor Hamilton no es mi padre. Fui raptada. Mi hermano en realidad es otro chico raptado. Dormimos bajo un sótano, no tenemos cama, estamos obligados a jugar ajedrez.
Lake solo asentía, y le seguía la corriente a Lizzie.
- ¿Usted va a ayudarnos?
- Querida, si es necesario, llamaré a la policía.
- ¿Cuántos golpes más necesito recibir para que sea un asunto policial?
- Em...no lo sé.
- Mire, seguro tengo más en la espalda. Y si no son suficientes, puedo hacer enojar a papá. No es muy difícil. Pero por favor, necesito ayuda...- pensó un poco más- necesitamos.
- ¿Cómo te llevas con tu hermano?
- Bien. Él es muy bueno conmigo. Lo quiero cómo a un hermano...
- ¿Y no pelean?
- De niños peleábamos. Por el pan, por ganar, por el cariño de papá...luego nos dimos cuenta de que todo era más llevadero cuándo nos tratábamos bien, apoyándonos. Pero aún así sabemos que somos rivales...es complicado.
- Vale. Tengo contacto con una psicóloga. Es una experta en el tema de las autolesiones, el amor propio, y las peleas familiares.
Vanessa terminó de rizar el cabello de Lizzie. Se miraba al espejo.
- Luces hermosa.
Lizzie lloró. Ya lo comprendía. No contaba con la ayuda de nadie.
Recordó años atrás, cuándo jugaba en los campeonatos. Miraba fijamente al jugador que tenía frente a ella. Movía sus labios. HELP- ME. El jugador apartaba la mirada. La ignoraba. Llegado el momento de la desesperación, ella susurraba.
- Estoy obligada a estar aquí. No quiero ganar. Me raptaron. Por favor, llama a la policía.
El jugador temblaba. Se asustaba y finalmente perdía el juego. Pero no llamaba a nadie. Por si fuera poco, el señor Hamilton la observaba fijamente y al percatarse que pedía ayuda, le daba unos buenos golpes.
- ¡REGLA NÚMERO UNO! NO INTENTAR ESCAPAR. SI PIDES AYUDA, DEBERÁS SER CASTIGADA SEVERAMENTE.
Lizzie sería entrevistada. La verían en la tv. Y no podría pedir ayuda. Eso no serviría de nada.
Lizzie llega a la sala de un estudio de televisión. Cuándo todo está preparado, el presentador habla:
- Y aquí tenemos a Elizabeth Hamilton. Una estrella del ajedrez. Solo tiene quince años, y ya ha ganado numerosos premios. Tiene un hermano ajedrecista que también se desempeña muy bien. Y su padre es ex-jugador. ¡Notablemente, estos chicos lo llevan en la sangre!
El entrevistador sentado al lado de Lizzie la mira con una sonrisa.
- Todos sabemos que eres una campeona, Elizabeth, o Lizzie, que es cómo tu público te apoda. Algunos te llaman Queen Lizzie. Pero realmente, queremos saber quién es Elizabeth Hamilton.
Elizabeth buscaba con la mirada a su raptor. No estaba presente. Pero le angustiaba, sentía que podía leer su pensamiento, sentía que estaba siendo vigilada.
- Pues...yo... Me gusta mucho el ajedrez. Recuerdo que solía jugarlo con mi padre. Tenía cuatro años.
- ¡Wow! Interesante. Pocas personas pueden recordar su vida a los cuatro años de edad. Y dinos, ¿qué más recuerdas de tu infancia?
- Recuerdo...que era muy feliz. Mi padre me amaba demasiado. Cuándo mi mamá se alteraba, tomábamos distancia, y jugábamos una partida de ajedrez. Él me enseñó las reglas. Solo era un aficionado, pero... le apasionaba el juego.
- Pero Lizzie, tu padre no era un aficionado. Jugaba en los campeonatos de ajedrez.
- Claro, claro. Cierto.
- ¿Y qué nos cuentas sobre tu madre?
- Pues...ella me quería mucho. Pocos recuerdos tengo de ella. Si sé que era muy triste. Pero la extraño.
- ¿Y qué pasó con la señora Hamilton?- preguntaba el entrevistador maravillado.
Nadie sabía nada sobre si el señor Hamilton tuvo mujer o no. Lizzie se dio cuenta de que estaba en un aprieto. No sabía qué decir.
- ¿Estaba tu padre, el señor Hamilton, casado con una mujer? ¿Qué sucedió con ella?
- Yo...yo...no lo sé...
Lizzie temblaba. Sus labios palpitaban. Sudaba frío.
- Bueno, cuéntanos de tu hermano.
- Lo amo. Y aunque está perdiendo, a veces deseo que sea él quién gane este juego. Es un hombre muy bueno.
- Perdona, ¿cuál juego?
Lizzie se privó en llanto.
- Oh, Lizzie. ¿Qué sucede? Bueno. Creo que eso es todo por hoy. Gracias por esta emotiva entrevista.
Elizabeth estaba petrificada del miedo. Sintió frío de muerte en su corazón. Pedía, rogaba, imploraba a Dios que se llevara su alma, que la Tierra se la tragara...
Elizabeth tenía miedo. Mucho miedo.