Un nuevo día había llegado, el sol se filtraba a través de la ventana y ella no quería levantarse de la cama. Decidió quedarse un poco más tiempo acostada, ya que no se sentía descansada a pesar de haber dormido varias horas. La razón era que no había podido conciliar el sueño debido a que su mente estaba preocupada por la discusión de sus padres. Se quedó sentada en la cama, pensando en todo lo sucedido, y recordó la discusión que había escuchado la noche anterior.
Estaba convencida de que su madre seguía encerrada en su habitación, sin intenciones de salir ni de comer, pero antes de verificarlo, decidió ducharse. Rápidamente se duchó, buscó ropa cómoda en su armario y se dirigió hacia la habitación de su madre, notando el creciente silencio que reinaba en la casa. Antes de entrar, tocó la puerta, pero no recibió respuesta. Abrió la puerta y se encontró con su madre tendida en el suelo junto a un frasco de pastillas. La escena era aterradora, y la dejó paralizada.
La desesperación se apoderó de ella al darse cuenta de que su madre ya no tenía pulso. Llorando, abrazó a su madre y le suplicaba que despertara, aunque en el fondo sabía que ya no regresaría. Se negaba a aceptar la trágica realidad. Gritaba pidiendo a su madre que abriera los ojos, pero todo era en vano.
- Mamá, por favor, despierta, ¡por favor! - gritaba desconsoladamente, aferrada a su madre.
Incansablemente buscaba alguna señal de vida en su madre, pero sabía que ya no la encontraría. La angustia la invadía y no podía comprender por qué su madre había tomado una decisión tan drástica. Aunque las cosas no estaban bien entre ella y su padre, no esperaba que todo terminara de esa manera.
A pesar de su negación, sabía que debía informar a las autoridades y marcar al número de emergencias. Con voz temblorosa logró explicar lo sucedido y pedir ayuda. El shock la mantenía en un estado de confusión.
- ¿Por qué, mamá? No debiste hacerlo, no es justo - murmuraba entre sollozos.
Con el corazón destrozado, se acercó al frasco y leyó el nombre de las pastillas que su madre había tomado en exceso. El dolor y la rabia se apoderaron de ella.
- ¿Lograste lo que querías? ¡¿Por qué?! - gritó, arrojando objetos al suelo en un intento de liberar su ira y tristeza.
Finalmente, buscó el número de teléfono de su padre y marcó, sintiéndose incapaz de darle la terrible noticia. La llamada se tornó en un torbellino de emociones, incapaz de aceptar la cruel realidad que tenía ante sí.
***
Miraba el cielo y notaba que estaba envuelto en tristeza, la misma que asustaba su alma y la atrapaba en un sufrimiento eterno, mientras su cabello era mecido por la brisa y las hojas caídas volaban a su alrededor. Aferrada al brazo de su padre, veía cómo la despedida se acercaba y un futuro sin su madre se perfilaba ante ella; su corazón estaba destrozado, y la idea de que su madre la hubiera dejado la paralizaba.
Aún estaba luchando por aceptar la pérdida, sabiendo que las cosas nunca serían iguales. Con su padre a su lado, se enfrentaba a pensamientos negativos que la atormentaban. La vida se volvía más difícil de lo que ya era; lamentablemente, no podía hacer nada para recuperar el tiempo perdido, y eso la atormentaba. Tuvo que decir adiós cuando no era su deseo hacerlo.
La injusticia de la vida la golpeaba sin piedad. No merecía estar pasando por aquello.
Los sucesos inesperados se precipitaban sobre ella, sumiéndola en el dolor. Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas, sin indicios de detenerse. La muerte de su madre la dejaba desolada, reflexionando sobre lo que sería su vida sin ella, una vida marcada por la ausencia. La pena era abrumadora, y la sensación de vacío era insoportable.
-Vamos a casa, cariño -le dijo su padre con voz afligida, pero Valeria quería quedarse un poco más en ese lugar. Sabía que el regreso a casa sería doloroso, reavivando recuerdos que la harían llorar sin cesar, prolongando su duelo.
-Papá, déjame quedarme un poco más. Prometo que luego iré a casa. No es necesario que me esperes, ve y descansa. Lo necesitas -aseguró Valeria a su padre.
Él asintió y dejó un beso en su frente antes de alejarse, consciente de que su hija necesitaba estar a solas un poco más. Aunque él también sufría por la pérdida de su esposa, anhelaba que todo el dolor recayera solo sobre él, deseando proteger a su hija de esa carga. Pero las circunstancias eran implacables, y todos compartían el sufrimiento por la partida de un ser querido.
Suspiró hondo antes de subirse al auto y alejarse. No estaba seguro, pero sabía que su hija necesitaba ese espacio. La imagen de Valeria destrozada quedaba grabada en su mente, recordándole que el dolor no distinguía entre edades ni roles familiares.
Valeria se dio cuenta de que su padre se había alejado, quedando completamente sola en ese lugar, y se dejó caer de rodillas al suelo. Sentía como si le estuvieran arrancando el corazón desde su propio hogar, y no era suficiente con llorar una noche o incluso toda la vida. Todo parecía haber perdido sentido para ella, aunque sabía que era normal sentirse así en una situación tan dolorosa. Sin embargo, se sentía culpable por creer que todo estaba perdido cuando su padre la necesitaba tanto, y se culpaba aún más por eso.
-Vine tan pronto lo supe, lo lamento mucho... -dijo Amanda, apareciendo y captando la atención de Valeria, quien se levantó del suelo rápidamente para abrazarla, recibiendo un abrazo aún más fuerte por parte de Amanda, quien sabía cuánto lo necesitaba en ese momento.
-Dios, duele tanto, no puedo creer que mi mamá se haya ido. Hay tantas cosas que no alcanzamos a vivir juntas. Me siento mal, muy mal... -lloró Valeria.
Amanda, con los ojos también llenos de lágrimas, podía sentir el dolor palpitante de Valeria y se unió a su llanto, conmovida por el sufrimiento de su amiga.
***
Su madre le había dejado una carta doblada que solo entonces descubrió. Lo primero que quiso hacer es tirarla a la basura sin siquiera echar un vistazo. Aunque ya había hecho una bola de papel con la hoja y tenía la intención de tirarla al tacho de basura, no lo hizo. La carta estaba ubicada en el filo de la cama y decidió leerla, una decisión que la llevaría a un profundo dolor.
La madre había abierto su corazón en la carta, exponiendo su razón, que para la joven parecía absurda. No tenía justificación y cada línea estaba rodeada por las lágrimas de la joven.
La carta decía lo siguiente: "Hija, empezaré diciendo lo mucho que te amo y pidiéndote disculpas. Sé que en este momento te sientes enojada, frustrada y triste, y piensas que no tiene sentido vivir. Pero quiero que sepas que todo eso está lejos de la realidad, no debes sentirte así. He fallado como madre y esposa, me siento una persona miserable y sucia por haber hecho algo tan horrible como apuñalar por la espalda a la persona con la que formé una familia y construí hermosos recuerdos. Por favor, sigue adelante, avanza y no mires atrás. Te harás daño si te volteas, eres fuerte y eres lo más hermoso que tuve. Te llevo en mi corazón y me quedaré en el tuyo."
Después de leer la carta, la joven salió casi a rastras por el pasillo y al abrir la puerta de la habitación, vio a su papá con un papel en la mano. Su madre también le había dejado una carta de despedida.