Pero mi padre murió cuando apenas tenía quince años, mientras el vivió se encargó de mi, ya que mi madre era una adicta. A su lado mi vida era normal; tenía amigos, iba a la escuela, todo era perfecto... hasta aquel trágico día que recibí la noticia de su muerte, la cual fue de la peor manera; hubo un incendio en el edificio en el cual laboraba y fue consumido por las llamas, dejando solo cenizas.
A mi corta edad no pensé en nada más que querer morirme, pero los deseos aumentaron el día en el que el estado volvió a entregarle mi custodia a mi madre, acompañado de una gran indemnización por parte de la empresa donde mi padre perdió la vida. No saben cuánto me arrepiento de no haber tenido el valor aquella noche de cortar mis venas, ya que mi propia madre se encargó de hacer mi vida un infierno. En menos de un año despirfarro todo el dinero y me dijo que si quería seguir viviendo bajo un techo tendría que dejar mis estudios y trabajar y es así como llegue a ser cajera del lugar.
-¡Ara!- mi compañera Abigail me saca de mis pensamientos
-¿Qué pasa?- pregunté un tanto espantada
-necesito que me ayudes con algunas órdenes- dijo apresurada
-no puedo dejar la caja sola- miré hacia todos lados
-la señora Consuelo así lo ha ordenado y órdenes son órdenes- tome un largo suspiro, le puse seguro a la caja y seguí sus pasos
-necesitaras esto- me lanzo un mandil
-no soy experta en estas cosas- reprocho mientras hago un puchero
-y, es por eso que solo llevarás esto- me extiende una bandeja con algunas hamburguesas -asi evitaremos un gran desastre- empieza a caminar luego de haber tomado una bandeja y se detiene al verme aún de pies -vamos Aracelis, no tenemos todo el día- seguí sus pasos apresurados hasta llegar a la mesa.
Ayude con varias órdenes hasta que sentí calambres en mis pies, fui por el último, pero la señora Consuelo me detuvo y me pidió que volviera a la caja y allí me encuentro un verdadero caos al ver a los padres algo molestos por la lentitud en la que eran atendidos
-¡Que bueno que llegas!- dice Alec, el compañero que se encargo de la caja mientras terminaba, le sonreí y procedí a terminar de cobrar, acto que solo duró unos segundos ya que tenía gran destreza en el puesto.
-¡Vaya!... Te admiro, si que eres buena en esto-
-ya son cuatro años en esto, así que - me encogí de hombros y ambos reímos.
Hoy tenía turno completo, así que me alegré al ver que solo faltaban unos cuantos minutos para concluir la jornada, aunque todo seguía siendo un caos en el lugar
-Ara, necesito que lleves estos refrescos a la mesa nueve- era Consuelo entregándome una bandeja -no te preocupes por la caja, yo cuidaré de ella- me sonríe amablemente mientras tomo la bandeja. Mis piernas a cada paso que daba se volvían gelatina, no era muy buena, en estas cosas del equilibrio
"vamos Ara, tú puedes, solo camina un poco más, solo son dos refrescos, nada malo puede pasar" decía mi yo interno para darme ánimos, pero de un momento a otro aparecieron unos niños correteando por el lugar, uno de ellos se agachó en mis piernas por la parte delantera mientras que el otro le buscaba por detrás de mí y en un abrí y cerrar de ojos hicieron que mi bandeja cayera sobre uno de los integrantes de la mesa a la cual se supone debía entregar los refrescos, no tirarlos
-perdón señor, no quise que esto pasara- hablé rápidamente mientras le ayudaba a limpiar torpemente el desastre, pero sus manos me detuvieron con brusquedad
-yo puedo hacerlo solo- su voz fue un poco austera y demandante y fue cuando me di tiempo de mirar al hombre que tengo en frente, tenía sus ojos azules que podrían hacer perfectamente a cualquiera quedar petrificado de miedo, su rostro enmarcado y su mandíbula estaba tensa -¿Te quedarás ahí viéndome?- dijo aún más molesto trayendome del embrujo en el que estaba ante su mirada
-lo siento mucho señor, no se preocupe por su cuenta, yo me encargaré de ella- dije con voz titubeante, pero este solo río con desgano
-niña, en esta mesa hay más dinero del que ganas en un mes- dijo con arrogancia
-no importa, igual lo pagaré- tenía que conseguir que aceptara la disculpa, la señora Consuelo no perdonaba errores y temía perder mi empleo
-Marcelo, no seas tan duro con la joven, ella solo intenta compensar el daño causado- hablo una de las mujeres que estaba en la mesa
-¿Sabes lo que quiero?- pregunto mirándome fijamente
-no señor- tragué duro, si que su mirada era fría
-que te largues en este momento, no soporto la gente inepta- intenté hablar, pero Consuelo llegó en ese momento y me pidió que por favor volviera a la caja, que ella se encargaría de solucionar todo y bien que lo solucionó, porque al terminar el día, me espero en su oficina con mi cheque de liquidación, me dijo que no dejaría que su negocio tomara mala fama por un "estupido error".
Y aquí estoy, sentada a la orilla del pavimento mientras miro el cheque, no sé qué haré con el dinero, ya que si se lo entrego a mi mamá acabará malgastandolo. Suspiré profundo y volví a guardarlo en el pequeño bolso que colgaba en mi cintura. Pegue mis rodillas en mi pecho y las abrace, necesitaba encontrar un empleo, mientras me perdía en mis pensamientos escuché un claxón y alce la vista para mirar
-¡Ara!, Creí que ya no vivías aquí- vi a mi antigua mejor amiga Matilde bajar de un lujoso Porsche Cayenne de color rosa
-¿Mati?- me sorprende verla después de tanto tiempo y sin pensarlo me apresuro a ponerme de pies, sacudo un poco mi pantalón y la abrazo tan pronto ella llega hasta mí, era lo que más necesitaba en estos momentos
-la misma- dijo una ves nos separamos -le he preguntado a media secundaria por ti, pero nadie a sabido dar razones de tu existencia y por casualidad he pasado por aquí y mira que grata sorpresa- vi como sus ojos se tornaron brillantes para luego empezar a derramar aquel líquido cristalino también conocido para mí
-no sabes cuánto te he extrañado- me abrazó nuevamente y, cómo era de esperarse no pude contener mi llanto tampoco.