El miedo puro me recorre todo el cuerpo. Por no poder ver lo que pasa a mi alrededor, no sé hacia dónde correr, o a dónde ir para evitar morir aquí. Entonces sólo me quedo ahí, esperando el impacto. La bocina suena incontrolablemente hasta que unas manos grandes y fuertes se enrollan sobre mi cintura, y mis pies dejan de tocar el suelo.
«Alguien intenta salvarme».
Quien sea la persona que lo hace, se echa a correr en una dirección rápidamente, y luego siento mi cuerpo caer sobre el duro concreto del piso en un golpe sordo. La otra persona –Sea quien sea– siento igual como cae al suelo. Y a lo lejos se escuchan maldiciones por parte de alguien, posiblemente sea el conductor que me iba a atropellar hace unos instantes. Por un momento soy incapaz de moverme o decir algo.
No tengo ni la más mínima idea de quién pueda ser. Mi cuerpo duele debido al golpe cuando impacté con el concreto duro del suelo y, aun así trato de tomar todas mis fuerzas para levantarme. Incluso puedo sentir un montón de ojos puestos sobre mí, y la vergüenza quema en mi interior. Así que con mucha más razón me levanto rápidamente.
-¿Te encuentras bien? -una voz ronca me interrumpe en mi caminata a donde sea que trato de ir. Ahora sé con más certeza, que fue un hombre quien me salvó.
-Sí -respondo de inmediato, y sueno más cortante de lo que pretendo.
-¿No te hice ningún daño? -pregunta. Y noto el tono preocupado que tiñe su voz.
-N-No, estoy bien -esta vez tartamudeo un poco, por el centenar de emociones que me causa el pensar que casi fue atropellada por un auto, y siento como mis manos tiemblan ligeramente.
Me giro para irme, y sé que estoy siendo grosera. «¿En serio no piensas darle las gracias a quien te salvó la vida?»
No sé si aun siga en el mismo lugar o si ya se fue, pero eso no me detiene de decir al tiempo que me giro nuevamente-: Gracias.
Nada.
Solo silencio, y el venir de los autos en la calle. «Seguro se fue», es una probabilidad muy obvia, y ahora me siento como una completa estúpida hablándole a nadie. No tiene caso seguir hablando sola, será mejor irme de aquí a como pueda, aunque hay una gran posibilidad de que casi vuelva a cruzar la calle y ser atropellada. Entonces sigo caminando.
-¡Espera! -la misma voz ronca de la persona que me salvó suena a mis espaldas. «No se había ido»-¿Quieres que te acompañe hasta tu casa?
-No. Yo puedo sola, gracias.
«Sabes que eso no es cierto».
-Yo solo lo decía ya que...
-No puedo ver -termino la frase por él.
-Sí -dice después de unos segundos en silencio-, No me gustaría que te arriesgues otra vez en la calle.
-Ya te dije que yo puedo sola -miento.
Y es que la verdad no tengo de idea a dónde voy, o si mi casa está hacia la dirección que me dirijo y es muy probable que no. La desesperación se arremolina en mí, y quiero arrancar mis cabellos de un tirón por no saber qué hacer. Hay una parte de mí que dice que hubiera aceptado la ayuda de aquella persona, pero la otra que es más cautelosa y necia me dice que es mejor que no lo hiciera. Ni siquiera lo conozco, que tal y es alguna persona aprovechada. No puedo llevar a mi casa a alguien de quien no tengo el más mínimo conocimiento hacia su persona.
Mientras camino, unos pasos van más atrás de mí y sé que no solo son los míos. Así que me detengo y la persona atrás de mí tambien. Sigo avanzando y la persona también. Entonces hago de toda mi fuerza de voluntad para encarar a quien sea que me siga y digo-: ¿Quién está ahí?
-¿Todavía no quieres que te acompañe a tu casa? -la misma voz masculina de aquel chico habla. Y eso trae a mí oleadas de alivio e ira al mismo tiempo, ya le había dicho que no.
-Deja de seguirme, por favor -y continúo caminando, pero él no hace caso a mi comentario. Entonces me detengo en seco-, ¡Deja de seguirme!
-No puedo, siento que es mi deber tratar de asegurarme que otro auto no vaya atropellarte -su voz es cálida y dulce-, Por favor déjame llevarte a casa. Me sentiría muy culpable que en las noticias apareciera que acaban de atropellar a una joven, y esa seas tú.
Un suspiro cansado sale de mis labios.
-No dejarás de insistir, ¿Cierto?
-No -puedo presidir el tono divertido con el que lo dijo, y una sonrisa tonta trata de traicionarme. Pero la reprimo lo más que puedo.
-De todas formas, no te conozco -digo haciéndolo saber que aun no estoy segura de que me acompañe, entonces sigo caminando.
Alguien corre detrás de mí, siento como se pone a mi lado derecho y luego camina al mismo paso que yo.
-Evan -dice-. Me llamo Evan Anderson. ¿Y tú?
-¿Yo qué?
-¿Cómo te llamas?
-No tengo por qué decirle mi nombre a un extraño.
-Un extraño que acaba de salvar tu vida. -recalca esas palabras, y por un doloroso momento me siento malagradecida con él-. Y no lo tomes como un reproche, es decir, tú igual eres una extraña para mí y aun así te dije mi nombre.
Sus palabras son como una bofetada para mí y justamente me siento como el ser más estúpido del planeta. Soy una grosera y malagradecida, aunque le dije 'gracias' sé que eso no basta. Salvó mi vida y estoy completamente agradecida con él, si no me hubiera sacado de la carretera probablemente ahora estaría en un hospital o quizás hasta muerta. Incluso podría decir que, llegó como un ángel a salvarme. Y no hay palabras correctas para agradecer ese acto.
-Elizabeth -digo después de un rato de silencio-, Elizabeth O'Brien.
-Elizabeth... -Prueba mi nombre en sus labios- Es un lindo nombre.
-Gracias. Evan también es un lindo nombre -contesto regresando su halago.
-La verdad es que detesto ese nombre.
Esta vez ya no pude reprimirla, una pequeña risa se me escapa y digo-: ¿Por qué?
-Para mí suena... simple. Hubiera preferido que me llamaran Filomeno Pancracio, a Evan.
Una carcajada sale de mi garganta.
-No -hago un gesto de horror-, Filomeno Pancracio está mucho peor.
-Entonces sí concuerdas que Evan también es horrible -dice con fingida indignación.
-¡No, no, no! Por supuesto que no quise decir eso -es el turno de reír de él-. Evan es lindo.
-¿Así que yo soy lindo?
-¡El nombre! -siento mis mejillas calentarse.
-Ya lo sé, ya lo sé -dice entre risas-. Sólo bromeaba.
-¿Cuántos años tienes, Evan? -pregunto después de un rato.
-Veinticinco -contesta-, ¿Y tú? ¿Cuántos años tienes?
-Veinte años -respondo.
-¿Entonces me dejarás acompañarte a casa?
-Decirme tu nombre y tu edad no es conocerte del todo.
-Te puedo contar todo acerca de mí mientras caminamos hacia tu hogar.
-De acuerdo -acepto tras pensarlo unos minutos. Entonces le indico hacia donde es, y siento vergüenza al saber que iba en dirección contraria a mi casa -porque él dijo que esa calle no era hacia donde iba.
Entonces, pone una de sus manos en mi cintura y comenzamos a caminar hacia donde vivo mientras que me cuenta acerca de él.
[...]
Unos minutos después de decirle cual era el color del que está pintada mi casa, él se detiene y dice que estoy justo en la puerta.
-Gracias por traerme -digo- fue bueno saber más acerca de usted.
-No me trates de 'usted' me haces sentir viejo y no lo estoy -rio-, Pero yo hablé todo el tiempo, no sé nada acerca de ti, Elizabeth.
-Ya habrá tiempo para eso -respondo y trato de alcanzar el botón del timbre, entonces suena y sé que no fui yo. Entonces deduzco que Evan lo hizo -tocar el timbre- por mí.
-Espero que nos volvamos a encontrar.
-Yo también -una sonrisa se dibuja en mis labios, y quiero imaginar que él también sonríe.
-Y recuerda ir por la banqueta -Bromea. Y su voz se escucha lejana, eso quiere decir que se va. Y sin más dejo de escuchar sus pasos cerca.
Escucho la puerta de mi casa abrirse y unos brazos delgados se posan sobre mis hombros.
-¿Dónde te metiste? Nos tenías preocupados -dice mi hermana, y suena demasiada angustiada.
Entonces, entramos a la casa y le cuento todo.