Capítulo 4 Recuerdos dolorosos

El aroma a perfume varonil inundan mis fosas nasales por completo, y luego, no sé cómo pero no me había dado cuenta que mis temblorosas manos estaban aferradas al material de su camiseta en puños. Pero Evan solo se limitó a mantener sus manos sobre mis hombros, y podía sentir su mirada observándome.

Luego de soltarlo poco a poco siento que más abajo del material de su camisa está húmedo, como pegajoso...

«¡Le embarraste tu helado encima!»

Este día no puede salir peor que nunca, y de pronto me siento avergonzada por mi acto, aunque sé que solo fue un accidente por culpa de Alanis que me empujó.

-L-Lo siento mucho -digo después que deje de examinar el material de su camisa-, Lo siento, lo siento tanto...

-Descuida, fue solo un accidente -tranquiliza, con su voz cálida y ronca.

-¿Te manché mucho? -pregunto avergonzada, y alzo mi mirada en la dirección donde escuché su voz.

-No es nada -una risa corta sale de su garganta, pero yo no puedo dejar de sentirme avergonzada. «Tonta, tonta, tonta.»

Y luego de unos instantes, caigo en la cuenta de que seguramente Carol aún sigue peleando con Alanis, porque el bullicio de la gente y los murmullos llegan a mis oídos.

Y sin pensarlo dos veces me alejo del cuerpo de Evan para ir inútilmente caminando a donde creo que está mi hermana. No sé donde cayó mi bastón, no sé hacia donde voy, y de seguro me veo estúpida haciendo esto en mi condición, y se siente horrible que suene -se vea- como si no me pudiera valerme por mí misma. Me siento inútil...

Sé que sigo abrumandome con esto, pero es tan inevitable no hacerlo, entonces los tortuosos recuerdos vienen a mí, y por más que trato de alejarlos muy lejos de mis pensamientos, no puedo. Y uno a uno se arremolinan con velocidad.

Salir de la operación es saber que todo acabó. Estoy aquí, a salvo y no puedo estar más agradecida con eso, ya todo pasó y estoy completamente feliz, porque los tumores en mi cabeza por fin se han ido.

Mi cabeza duele levemente porque hace tan solo unas horas que salí de la cirugía y hasta ahora me estoy recuperando. Pero eso es lo menos que me importa ahora, lo que me preocupa es lo que escuché decir al doctor. Dijo algo sobre una complicación, pero espero no sea nada grave, espero que solo sea algo pequeño fácil de arreglar, para que por fin pueda vivir en tranquilidad.

Aún sigo "durmiendo" según yo. Pero lo cierto es que ya estoy despierta, y no quiero abrir los ojos.

Pero la necesidad de ir al baño me hará abrirlos o reventaré aquí si no hago mis necesidades. Entonces abro mis párpados con pesadez y cansancio.

Negro.

Todo es negro. E inmediatamente de eso, mi respiración comienza a ser dificultosa y el miedo y las ganas de llorar me embargan, por lo que parece obvio. Entonces a ciegas me levanto de la cama donde estoy, para salir de esta habitación, porque siento que me asfixio, y con la sola acción mi cabeza comienza a palpitar con fuerza y a doler horriblemente, pero trato de hacer de todo mi valor y fuerza para ignorarlo.

De repente, quiero echarme a llorar y gritar.

«Yo no puedo estar ciega. Esto no puede estar pasándome...»

Tallo mis ojos con mis palmas, con desesperación. Aunque sé que eso no hará ninguna diferencia.

Escucho muchas voces fuera de la habitación, y cuando encuentro la puerta salgo de allí y me dirijo al pasillo, todo sigue igual, el pánico comienza a recorrerme con una velocidad increíble.

Mi respiración comienza a ser irregular, y la desesperación me carcome, mi cuerpo comienza a temblar de miedo, y siento un horrible nudo en mi garganta mientras las lágrimas comienzan a picar en mis ojos.

-Mamá -la llamo casi en un sollozo ahogado-. ¡Mamá!

-Elizabeth -escuchar su voz es casi como un alivio, y puedo sentir la sorpresa en su voz y preocupación al mismo tiempo-, ¿Por qué saliste de la cama? -toma mi brazo.

-Todo se ve oscuro, no puedo ver... -sé que me escucho como una niñita de cinco años, hablando con inocencia.

El silencio que le siguen a mis palabras es horrible, tenso y tirante. Me obligo a tragar el nudo que se formó en mi garganta, y de un momento a otro ya que me quiero echar a llorar.

Sé que algo no está bien y, de antemano sé que es, pero me niego a creerlo, puedo percibir que incluso le duele decir lo que vaya a decir, si incluso va a hacerlo.

-Mamá -vuelvo a llamarla, esta vez con más miedo del anterior.

-Hija -dice por fin después de unos momentos que me parecieron eternos-, tienes que ser fuerte.

Esas ultimas palabras me llenaron de más pánico del que ya tenía. Puedo sentir su mano acariciar mi cabeza con delicadeza. «Algo malo pasó, algo que te va a desgarrar y a destruir», estoy segura de eso, es posible. Es obvio...

-¿Qué está pasando? ¿Pasó algo? -pregunto, con mi labio inferior temblando.

Un sollozo débil sale de su boca, mientras no deja de acariciar mi cabello con ternura.

-Debido a los tumores -dice-, no puedes ver.

-¿Qué? ¿Aún los tengo? -de nuevo siento que voy a echarme a llorar y no lo resistiré más.

-No -se nota que le cuesta hablar-, por supuesto que no lo tienes ya, has sido librada de eso.

-¿Entonces qué paso? -y solo otro sollozo es su respuesta, de pronto su mano deja de acariciar mi cabello, y su cuerpo se aleja de mí. Quiero que me lo diga, quiero que lo haga, porque aunque ya lo sé, necesito escucharlo salir de su boca.

-Quedaste ciega, Elizabeth -reconozco enseguida la voz del doctor, y sus palabras son como un golpe. Es como si mi corazón se hubiera detenido por un instante para luego retomar su marcha a una anormal.

Todo mi mundo se viene abajo, y me niego a creerlo. «No es cierto».

Entonces no lo contengo más, y lloro con fuerza, y grito hasta que siento que mi garganta se desgarra al hacerlo, pero no paro. No podré ver más, no podre ir en el auto o caminado e ir disfrutando del paisaje, ya no podre apreciar el tono violeta que tanto me gustaba usar sobre mis blusas o uñas cuando las decoraba, ya no podré ver el rostro de mis padres...

Unas manos grandes se posan sobre mis caderas haciéndome dar un brinco en mi lugar, y salir de mis tortuosos pensamientos. El calor que estas emanan es familiar, pero no estoy segura que sea él.

-Tranquila, soy yo -su voz ronca me hace saber que es Evan. Él ha detenido mi marcha a donde sea que iba.

-Mi hermana -digo de repente y trato de soltarme de su agarre para ir por ella, pero él no me suelta.

-Tranquila -dice-, ella está...

Unos brazos delgados se enredan de golpe sobre mis hombros, apretandome con fuerza, y me toma unos momentos para casi saber quien es.

-Aquí -Evan termina la frase que se quedó en el aire.

Los brazos de Carol dejan de apretarme y dirigir sus pequeñas manos hacia mi rostro y ponerlas sobre mis mejillas, que no había notado que estaban húmedas.

-¿Estuviste llorando? -pregunta mi hermana con preocupación. Sin embargo yo no asiento ni niego, sólo bajo la mirada porque no quiero recordar el porqué lloré.

Las manos de Evan abandonan su lugar de mi cintura.

-¿Estás bien? -ahora es él, el que pregunta con preocupación, y yo solo me limito a asentir.

Estuvimos así en ese silencio casi incómodo, hasta que me atreví a levantar la mirada viendo hacia la nada, donde creo está mi hermana, pero sé que no estoy dirigida hacia su mirada. Entonces me atrevo a susurrarle:

-¿Estás bien, Carol? ¿Se pelearon?

Una risita corta sale de la garganta de mi hermana, y yo frunzo el ceño, no le veo la gracia.

-No te preocupes, Eli -tranquiliza-, la bruja no me hizo nada, fui yo la que le dio su merecido. -se escucha como si de un premio hablase, pero sé que estuvo mal-, me llamo Carol -ahora sé dirige a Evan, que creo aún sigue aquí.

-Mucho gusto, soy Evan -dice él.

-¡Oh! -Exclama mi hermana, como si ahora entendiera algo-. Así que tú eres Evan.

Él solo ríe un poco, pero no contesta, y me lo puedo imaginar asintiendo, pero claramente solo es mi imaginación.

-Me alegra conocer por fin al chico que salvó a mi hermana, te lo agradezco demasiado -dice ella.

-No fue nada, me alegra haberlo hecho. Fue una suerte que yo fuese pasando por ahí, y darme tiempo de sacarla de la carretera.

-La verdad te lo agradezco eternamente, no se qué hubiera pasado si algo le ocurriese -mi hermana se acerca más a mí-, la tonta se nos escapó.

Arrugo mis cejas casi con enojo, y quiero replicarle, pero prefiero quedarme callada. Entonces el calor del cuerpo de Carol se acerca más al mío y susurra a mi oído:

-Es muy guapo.

-Cálmate -digo, de repente.

-Y te mira mucho.

-¡Carol! -la reprendo entre dientes, y dirijo mis ojos sin vida a mi lado donde creo que está.

«Oh no, ya va a empezar».

Evan se aclara la garganta incómodo.

-Bueno, ya que se encuentran bien, será mejor que me vaya -dice, y lo noto un tanto... incómodo.

Estoy a punto de despedirme cuando mi hermana me interrumpe.

-Oye -le dice en su dirección-, ¿No quieres acompañarnos por un helado? -¿Qué fue lo que dijo?-. Es que mi hermana, al aparecer embarró el suyo en tu camisa.

-No es nada, sólo... una manchita. -dice él restándole importancia.

-Manchota diría yo. -responde mi hermana sin discreción alguna, y las ganas de fulminarla con la mirada no me faltan, pero me vería muy tonta haciéndolo ya que no estoy segura si de verdad estaría mi mirada en su dirección.

-No puedo ir con esta mancha, tengo que lavarla.

«¡Bien hecho, Elizabeth! En tu agradecimiento por salvarte, le regalas una mancha de chocolate».

-Eso no importa -insiste Carol-, ¿sí? -dice cantarina.

-¡Por Dios, Carol! -intervengo-. Deja al pobre chico, mucho le hice embarrando mi helado sobre él.

-Iré. -dice finalmente.

-¡¿Qué?! -decimos mi hermana y yo con sorpresa. Por un momento creí que se iría a lavar su ropa, aunque claramente le diría que podría lavarla, o al menos intentarlo, pero no creo que quiera desvestirse en pleno parque central e irse sin camiseta.

-Iré con ustedes a la heladería.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022