―Sarah es hora de levantarse, ―le dice su mamá mientras abre las cortinas ―¿Cómo dormiste mi pequeña? ―pregunta al ver que la niña se estira un poco y abre los ojos.
Enseguida, recuerda las imágenes de los destellos de la luz de la luna, pero pensando que fue solo un sueño, no le dio mucha importancia y no le cuenta a su mamá.
―Bien mamita, pero tengo mucha hambre.
―Bueno ve a asearte y bajas a desayunar, que en un rato partimos a casa, ¿de acuerdo?
―Está bien mami.
La niña se levanta de la cama, se dirige al baño, recordando el susto de la noche anterior y aquellos ojos azules que la miraban desde la ventana, tratando de entender aquellas imágenes y las voces que escuchaba retumbar en su cabeza.
Un par de horas después...
―Ian, ¿qué haces todavía ahí? súbete al auto, ¡Es hora de irnos! ―dijo la madre al niño, que buscaba conchitas de almejas por la orilla de la playa.
De lejos, el niño le responde a su madre, quien se encontraba junto a la pequeña Sarah.
-Mamá, solo busco material para hacerle un presente a la maestra al volver a la escuela, no quisiera llegar con las manos vacías luego de las vacaciones.
―Está bien, mi amor, pero tuviste toda la semana para hacerlo, además es hora ya de volver, el camino es largo y se nos hace tarde, por favor, sube al auto, da el ejemplo a Sarah, ―le responde con mucho amor, acercándose a besar su frente.
―Ok, mamá, lo haré. ―contesta el niño, abrazando a su madre con mucho cariño y agradecimiento, luego cuando va a buscar a su hermana para tomarla de la mano y dirigirse al asiento trasero del auto, se da cuenta que no está.
―Mami, ¿dónde está Sarah?
―Aquí, eh.. ¡Sarah! Estaba aquí hacía un momento, ¡Sarah, ¿dónde te has metido? ¡Oh, por Dios! ¡Sarah! ―la llama con un ápice de desesperación en su voz, mientras mira hacia los lados, buscándola con la mirada.
Ian comienza a buscar a la niña en compañía de su madre por todos lados. Se acercan al auto, donde se encuentra el papá quien chequeaba que todo estuviera bien, los cauchos, los frenos, la gasolina, entre otras cositas de rutina, ya que el viaje era largo y aunque hacía buen clima, debía ser precavido sobre todo en el cuidado de su amada familia.
―Amor, ¿has visto a Sarah? No la veo por ninguna parte.
―No, ¿no estaba contigo?
―Sí, pero me acerqué a la orilla a buscar a Ian y, se me desapareció en un santiamén, ayúdame a buscarla. ¡Dios mío, que no le haya pasado nada!
―Tranquila mujer, ha de estar cerca, ella no acostumbra a alejarse.
Cada uno comienza a buscar a la niña, Ian de la mano con su mamá y el papá, se aleja un poco hacia el mar, llamándola fuertemente. Sin embargo, Sarah no se encontraba en el perímetro. La desesperación los agobiaba al no hallarla.
―¡Sarah! ¡Mi niña! ¿Dónde estás? ―gritaba la madre mientras corría por la playa en busca de ella.
Pasaron al menos unos treinta minutos en la búsqueda, le preguntaban a las pocas personas que aún estaban vacacionando, pero nadie les daba razón del paradero de la niña. Buscaron a los salvavidas y los pusieron al tanto de la situación, así como a las autoridades que pasaban revista en el lugar.
Las lágrimas corrían por las mejillas de los padres, mientras que Ian, se culpaba por la desaparición de su hermanita.
―¡Es mi culpa! mamá, ¡Es mi culpa! ―decía Ian, llorando, si yo no me hubiera alejado, ella tampoco lo habría hecho, ella estaría aquí.
―No hijo, no es tu culpa, no digas eso, ella va a aparecer, yo lo sé, mi corazón de madre me lo dice, ella está bien, ya la vamos a encontrar, ¿sí? pero no te culpes por esto.
El niño seguía sollozando, culpándose hacia sus adentros por la desaparición repentina de su hermana, mientras que la mamá lo abrazaba con fuerza y el papá, continuaba la búsqueda.
Por otra parte, la afinidad de Sarah con los perros que se encontraba a su paso, la hizo alejarse del lugar donde estaba con su familia. Un cachorro blanco apareció de repente, junto a ella, mientras su madre abrazaba a su hermano.
Sintió una conexión particular, como si el cachorro le hablara con una vocecita en su cabeza, que de hecho le pareció conocida, lo que la hizo alejarse.
«Sarah, ¡Ven! Vamos a jugar»
La niña volteó, mirando fijamente al cachorro tan blanco como la nieve, que de alguna manera la llamaba, recordó que se parecía a los que solía ver en las películas pero mucho más a los lobos de aquel sueño que la envolvió la noche anterior. No parecía un perrito de los que acostumbraba a ver, sino un pequeño lobo y, como hipnotizada, se fue acercando a él, hasta que ambos se encaminaron hacia las afueras de la playa.
Las horas iban pasando rápidamente.
El sol se fue escondiendo, una tormenta se avecinaba, las pocas personas que seguían en la playa se iban marchando mientras que ellos seguían en la búsqueda de la pequeña, aún sin obtener buenos resultados. Las gotas de lluvia comenzaron a caer y el cielo se ponía cada vez más oscuro.
Al cabo de una hora, cuando las esperanzas estaban a punto de desfallecer, el padre divisó a lo lejos a una mujer de avanzada edad con una niña en brazos. Él corrió en su dirección y, acercándose a ella, se da cuenta que trae a la pequeña Sarah, dormida.
―¡Oh, por Dios!, mi pequeña. ¿Quién es usted? ¿Por qué tiene a mi hija? ―le preguntaba, mientras se la arrancaba de los brazos con desesperación y emoción, ya que al verla, le volvió el alma al cuerpo.
―Disculpe señor, yo vivo en una casita hacia la carretera, pero hasta hace un momento me di cuenta que la niña estaba dormida junto a la entrada, cerca de la casucha del perro, como no es una de las niñas de la zona, me imaginé que podría estar vacacionando por aquí y me dispuse a traerla. Si me hubiese dado cuenta antes, la habría traído, pero yo no me encontraba en casa, hasta ahora. ―contestó la doña con toda calma.
―Tenemos toda la tarde buscándola, ya estábamos pensando lo peor y las autoridades tampoco habían dado con ella. Estábamos desesperados. ―le dice mientras abraza a su hija, revisando que estuviera bien.
En ese momento, se acerca Ian con su madre, quien al darse cuenta que su esposo tiene a su pequeña niña en brazos, corre hacia él, a abrazarla y corroborar que Sarah está en perfectas condiciones, así como fuera de peligro.
―Usted ¿Quién es? ¿Por qué tenía a mi hija? ¿Qué le hizo?
―¡Cálmate, mujer! La señora tuvo la generosidad de traernos a Sarita sana y salva, estaba en la entrada de su casa, dormida.
―Señores, entiendo su desesperación, pero los niños tienden a alejarse distraídos y ya luego no saben como volver.
―Sí, gracias. Pues, teníamos que volver a la ciudad hace más de tres horas, pero debido al percance y la desaparición de la niña, tendremos que salir en breve, no podemos dilatar más el retorno.
―Lo importante es que ya tiene a su niña con ustedes. Yo me retiro, llueve a cántaros y a esta edad, no debería coger un resfriado, porque para mí, sería mortal. Cuiden mucho a su nena, es muy bonita. Dios los bendiga.
―Sí, señora muchas gracias por devolvernos a nuestra hija. Sigue lloviendo fuertemente, vaya, vuelva a su hogar, que nosotros tomaremos la vía hacia el nuestro, que está a unas cuantas horas de aquí.
―No le aconsejo que tome carretera a esta hora y menos con esta tormenta, ―le dice la anciana mirando las negras nubes cargadas en el cielo ―en cuestión de minutos arreciará y no es recomendable que maneje con el pavimento mojado. La vía de retorno es traicionera por las noches y lo es mucho más cuando llueve a cántaros. Se lo dice una vieja que conoce esta zona desde que nació.
―Debo estar a primera hora en mi trabajo, me tengo que ir esta misma noche, además, ya entregamos la cabaña donde estuvimos alquilados todos estos días. Iré despacio, no se preocupe, de igual forma, le agradezco.
―¡Ay, mijo! A veces hay que establecer prioridades, agarre consejo, hágalo por su familia. La carretera está mala cuando hay tormenta. Avise que llegará después, coméntale a la casera que deberá quedarse esta noche debido a la situación que se le presentó, aquí somos buena gente, le darán hospitalidad, piense en su familia.
La misteriosa anciana, terminó de decir esas palabras y dio media vuelta para encaminarse hacia su casa. Sabía que el padre de familia, no le haría caso, y se volvió para echarles la bendición antes de que tomaran el camino de retorno.
―¡Padre Santo! Las cartas están echadas, el destino lo tienes en tus sabias manos, ¡Protégelos en esa carretera traicionera, cúbrelos con tu manto y derrama sobre ellos tu bendición!
Al terminar de decir estas palabras, la anciana desapareció entre las sombras de las palmeras y el resplandor que dejó un rayo, que caía en la lejanía, ahogándose en el mar.
Por su parte, la familia caminaba hacia el auto, las luces eran tenues y la lluvia arreciaba cada vez más, al pasar los segundos, se hacía más fuerte.
―¡Vamos! Entremos al auto, si seguimos aquí afuera vamos a pescar un malestar, estamos empapados.
―Amor, creo que la anciana tenía razón, pensándolo bien, deberíamos volver mañana o cuando haya escampado, tenemos que secar a los niños, cambiarlos de ropa, así solo se nos pueden enfermar.
―No, no hay tiempo para eso, mañana tengo una junta muy importante y lo sabes, tenemos que volver hoy, sí o sí. Busca ropa y cambia a los niños en el auto. Mientras lo haces, yo volveré a revisar que todo esté bajo control, comunicaré a las autoridades que encontramos a la niña y salimos, por un cambio climático no me voy a ganar un problema con el CEO de la empresa.
―Pero...
―Pero nada, ya es una decisión tomada, demasiado tiempo perdimos mientras buscábamos a Sarah, ahora que gracias a Dios la encontramos, no vamos a perder más tiempo y menos creyéndole a una anciana que quien sabe si esté bien de la cabeza, así que deja de creer en tonterías.
Ian y su madre, pensaban que lo mejor era quedarse y retornar al día siguiente, Sarah, seguía dormida y comenzó a toser, aún así los planes continuaban. La última palabra la había dado el padre, por lo que nadie podía llevarle la contraria, esa misma noche viajarán de vuelta a la ciudad, para así cumplir con sus compromisos laborales.
Esa noche, todo cambiaría...