Tras Una Noche De Lluvia
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Capítulo 2 2

Yo me preguntaba cómo es posible que a nadie le importase lo suficiente como para hacer algo. Ni siquiera llamar a la policía. La invité a sentarse en un banco apartado del resto. Pasó un rato largo sin querer hablar. Sólo lloraba en silencio. Luego se calmó un poco e intentó fingir una sonrisa que sólo duró unos segundos.

_ Esperáme que ya vuelvo.

Fui hasta la barra para buscarle una gaseosa o un jugo.

_ Yo que vos la dejo trabajar –dijo el barman a la vez que me pasaba dos botellas de cerveza. Miré las botellas y luego miré al tipo.

_ ¿A vos te parece bien dejar que una nena se prostituya? –le dije, y le devolví una de las cervezas– ¡Dame un jugo de naranjas! ¡¿No te das cuenta de que tiene como doce años?! –continué.

Él se rió, sirvió un vaso con jugo de naranja y me lo pasó. Me dirigió una mirada como de complicidad.

_ Te gusta meterte en los problemas de los demás, ¿no?

Confieso que me sentí confundido. No solía hacer eso. Por lo general, trataba de esquivar los problemas que no me concernían. Apenas si me animaba a enfrentar los míos propios y, a veces, ni siquiera eso.

Mientras pensaba, escuché una voz que parecía enojada a mis espaldas. Tomé la botella y el vaso para dirigirme hacia donde había dejado a la chica. Al voltear, vi a un sujeto con aspecto de estrella de rock claramente furioso sacudiendo por los brazos y con mucha fuerza a la joven. Me acerqué apurado y exigiéndole que la suelte, pero no pareció escucharme. Cuando llegué detrás de él, dejé caer el vaso y agarré por el hombro a ese hijo de puta, pero sólo quitó mi mano y continuó agrediéndola. El rostro de ella se había puesto colorado, y él le dio una cachetada que la hizo llorar. Volví a gritarle y me miró justo cuando yo le daba con la botella en la cabeza. La soltó y cayó al suelo; pero se levantó enseguida. Me miró con un gesto de sorpresa y se llevó la mano hacia la espalda como si fuese a sacar un arma o una navaja. Una tensión se disparó en todo mi cuerpo, y creí que me cagaba muriendo ahí mismo por meterme en donde no me llaman; pero se escuchó un golpe seco y el tipo volvió a caer. Tras él, la pequeña a la que zamarreaba soltaba uno de los bancos del lugar. Aquél ya no se levantó. Ella se agachó y le revisó los bolsillos, y supuse que buscaba robarle la billetera. Recuerdo haberme reído y pensar que el sujeto se lo merecía por tratarla así.

De repente, ella me miró con un gesto de alarma. Al voltear, vi que el barman me miraba furioso y me apuntaba con una pistola. Luego clavó la mirada en Jazmín.

_ ¡Tomenselás! ¡Borrensé! ¡Y más les vale que no los vuelva a ver!

Tomé a la chica de la mano, la cubrí con mi cuerpo y salimos sin despegar la vista del arma que nos apuntaba. Ella corrió hacia un Dodge que estaba estacionado en la calle y la seguí. Luego supe que el auto era de aquél que yacía en el suelo del bar.

Yo estaba nerviosísimo y no sabía qué hacer, hacia dónde ir ni cómo salir del lío en que estaba: conduciendo un auto robado a un desconocido al que golpeamos hasta desmayar, y con una prostituta drogadicta sentada en el asiento del acompañante.

Estaba perplejo. Mi vida parecía haberse hundido aún más bajo de lo que estaba en tan sólo unos minutos. Por momentos, me perdía en el aire acondicionado del auto. Salíamos de la ciudad.

_ No quería causarte problemas.

Eran pasadas las ocho de la mañana. Estábamos recostados sobre el techo del auto, mirando pasar las nubes, a un costado de la ruta. Giré el rostro para mirarla. Tenía las manos bajo la cabeza, la mirada tranquila y el asomo de una sonrisa en los labios. No pude evitar pensar en lo hermosa que era, a pesar de ser tan chica. Ni siquiera sabía su edad.

_ No importa –le dije, y me miró–. Las cosas salen como mejor pueden salir.

Sé que lo dije para tranquilizarla, pero ahora creo que estaba en lo cierto. Mostró la sonrisa más linda que pudiera imaginar. Por un momento que pareció durar horas, no recordé el informe, ni el trabajo ni al tipo del bar. Para mi sorpresa, ella me besó en los labios. Luego volvió a mirar el cielo.

_ Me llamo Jazmín –dijo.

Ni siquiera nos habíamos presentado.

_ Me llamo Héctor –contesté.

Miré también hacia arriba y cerré los ojos. No había dormido nada y había conducido toda la noche. Pero allí, sin más que hacer que descansar y sentir la brisa, podía tranquilizarme por completo y poner la mente en blanco por primera vez en mucho tiempo.

Alrededor de media hora después, mi teléfono celular, que yo creía arruinado por la lluvia, comenzó a sonar. Lo había dejado dentro del auto y yo estaba somnoliento; pero oí levemente el ritmo característico de la que solía ser mi canción favorita, como si estuviese lejos de mí. Las puertas del auto estaban cerradas y la batería del teléfono casi agotada. Bajé del auto. Cuando lo encontré habían cortado, pero sabía que volverían a llamar. La chiquilla sobre el auto estaba durmiendo. Me alejé un poco para evitar que despertara; pero no fue suficiente: Había olvidado quitar el altavoz. Y nó sólo despertó; sinó que oyó toda la conversación.

_ ¡¿Qué pasa que no está en su oficina, Sánchez?!

La voz estridente era de mi jefa. Al oírla gritar Jazmín me miró extrañada.

-Esteee... Disculpe, pero tuve un asunto urgente que atender... Un asunto familiar. La cosa es que no voy a poder ir.

Me pasé la mano por la cabeza, sin saber cómo solucionar este problema; y mi joven compañera de viaje me dirigió una mirada que me hizo sentir vergüenza de mí mismo. Hasta yo había escuchado la voz temblorosa y llena de miedo con la que había hablado.

_ ¡¿Cómo que "no voy a poder ir"?! ¡Lo quiero acá en quince minutos!

_ ¡Decíle que se vaya a la mierda! –me aconsejó Jazmín a los gritos– ¡¿Cómo te vas a dejar basurear así?!

La miré alarmado.

_ Shhh... Discúlpeme, no es por no querer trabajar; pero... No voy a llegar. Surgió un imprevisto y aunque quisiera no puedo ir a la oficina a tiempo.

_ ¡¿Usted me está cargando?! ¡¿Adónde me dejó el informe que le pedí ayer?! ¡¿Y así quiere que lo asciendan?!

_ ¡Calláte la boca, loca! –gritó la pequeña mientras se bajaba del techo del auto.

La miré con los ojos bien abiertos, rogando internamente que hiciera silencio, mientras se acercaba tranquilamente mirándome con condescendencia.

_ ¡¿Y se puede saber quién habla de ese lado?! ¡¿Con quién está ahí, Sánchez?! –dijo mi jefa.

La pequeña mano de Jazmín me arrebató el móvil antes de que pudiera contestarle.

_ ¡Está conmigo, la re concha de tu madre!

Yo me puse pálido. Le hubiera quitado el teléfono, si hubiera podido moverme.

_ ¡¿Y quién se supone que es usted para hablarme así?!

_ ¡Soy la mina de Hector! ¡A la que acabás de despertar con tus gritos, hija de re mil puta! ¡Ahora cortá porque voy a tu oficina y te hago colador, putita del orto!

Le hice señas para que no hablase más y me devolviera el aparato. Pero ella no hizo caso.

_ ¡Páseme con el señor Sánchez, por favor!

_ ¡Te voy a pasar, pero la concha por la cara para que me la chupes! ¡Mal cogida!

Cortó. Yo tardé en reaccionar. Ella me tendió el teléfono, pero yo no quería tomarlo; así que lo arrojó al asiento trasero del Dodge. Seguro me despedirían. Con ambas manos en la cabeza, me senté en el suelo y consideré mi situación. Luego la miré. Ella se paró a mi lado, me sonrió y palmeó mi hombro.

_ Tranqui. Yo te defiendo –me dijo.

No pude contener una carcajada y ella tampoco. Después de unos momentos, mis pensamientos volvieron al bar de la noche anterior.

_ ¿No podemos volver todavía, no? Por lo del tipo al que golpeamos digo.

_ No. Por lo menos por un tiempo.

_ ¿Crees que nos busque?

_ Él no. Pero la policía podría ser.

- ¿La policía? ¡Si él nos denuncia lo denunciamos nosotros por lo que te hizo y a la mierda!

_ ¡¿Si él nos denuncia?! ¡¿Vos sós boludo o inocente?!

_ ¿Por qué?

_ ¡Le reventamos la cabeza! ¡Ese tipo no le jode la vida a nadie más!

No lo supe hasta ése momento: lo habíamos matado.

Todos creen saber cómo te sentís la primera vez que matas a alguien. Pero, cuando lo haces sin intención, a menos que seas ya un asesino o alguna especie de sociópata, lo único que podés sentir es miedo o culpa. O quizás tuve miedo porque siempre tenía miedo.

Pensándolo en retrospectiva, tampoco era necesario sentir culpa por aquél pedazo de mierda.

            
            

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