Capítulo 3 Prólogo

En el oscuro laberinto de lo prohibido, cada decisión revela un secreto y cada deseo encierra un peligro.

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Las luces de Italia brillan en la distancia, diminutas y lejanas, como si pertenecieran a otro mundo. Aquí, en la penumbra de mi habitación, parecen irreales, solo un reflejo de algo que ya no me pertenece. El viento nocturno acaricia mi piel, pero no siento frío. Estoy acostumbrada a este vacío, a este silencio que he cultivado como un jardín secreto. Nadie puede verlo. Nadie puede tocarlo. Porque si lo hicieran, si se atrevieran a cruzar esa línea, se toparían con algo que no podrían entender.

He pasado toda mi vida construyendo muros. Altos, impenetrables, llenos de espinas invisibles que mantienen a todos a distancia. Y lo he hecho bien. Muy bien. Porque nadie, absolutamente nadie, ha llegado a ver más allá de lo que yo permito. La imagen que presento al mundo es perfecta: la chica que lo tiene todo, la hija perfecta, la alumna sobresaliente. Pero es solo una fachada. Una máscara que uso todos los días, sin descanso, porque es lo único que me protege de lo que realmente soy.

Me río suavemente, una risa vacía que rebota en las paredes de esta habitación demasiado grande y demasiado vacía. Siempre me ha parecido irónico cómo todos me ven como esa chica fuerte, inquebrantable. Si supieran la verdad... Si supieran lo que realmente ocurre dentro de mi mente, quizás retrocederían. Quizás se alejarían, horrorizados, incapaces de comprender.

Pero no pueden saberlo. No deben saberlo. Porque una vez que lo descubran, todo se desmoronará. Todo lo que he trabajado tanto por construir, todas las mentiras, todas las máscaras... caerán como un castillo de naipes. Y entonces, estaré sola. Realmente sola.

Mis dedos juegan con el pequeño colgante que cuelga de mi cuello, girándolo entre ellos como un reflejo automático. Lo llevo desde que puedo recordar. Un pequeño amuleto de plata que no tiene un valor especial para nadie más que para mí. Es mi único vínculo con el pasado, con esa versión de mí misma que solía existir antes de que todo cambiara. Antes de que ella desapareciera y yo emergiera en su lugar.

Cierro los ojos, tratando de alejar esos recuerdos, pero como siempre, vuelven a mí. Es inútil intentar escapar de ellos. Siguen ahí, esperando en las sombras, listos para saltar en cuanto mi guardia baja. A veces, me pregunto cuánto tiempo más podré mantenerlos a raya. Cuánto tiempo más podré fingir que no me afectan. Pero no importa. Debo seguir adelante. Debo mantener el control.

Es curioso cómo todos creen que saben quién soy. Incluso mi padre, el hombre al que siempre admiré, no tiene idea de lo que ocurre en mi mente. Para él, sigo siendo su pequeña niña, la hija perfecta que nunca le causa problemas. Pero esa niña ya no existe. Hace tiempo que desapareció, consumida por algo mucho más oscuro y más profundo de lo que él podría imaginar.

La Alessia que solía ser ya no está aquí. En su lugar, estoy yo, una versión endurecida, más fuerte, más fría. Una versión que sabe lo que es el miedo y cómo enfrentarlo. Porque no tenía otra opción. No después de lo que sucedió.

Abro los ojos y miro mi reflejo en la ventana. La chica que me devuelve la mirada parece tan distante, tan ajena a todo lo que alguna vez fue importante para mí. Pero esa es la clave, ¿no? Fingir que todo está bien, que nada me afecta, que soy intocable. Si logro convencer a los demás de eso, tal vez algún día yo misma lo crea.

Pero, ¿es eso lo que realmente quiero? ¿Convertirme en una sombra de mí misma, en alguien que solo sabe cómo luchar y sobrevivir? A veces me pregunto si todo este esfuerzo vale la pena. Si al final, todo lo que estoy haciendo es construir una prisión para mí misma, una de la que nunca podré escapar.

Me aparto de la ventana, tratando de sacudir esos pensamientos. No hay tiempo para dudar. No hay espacio para la debilidad. Lo que está hecho, está hecho. No puedo cambiar el pasado, pero sí puedo controlar mi futuro. Y lo haré, cueste lo que cueste.

Mis pasos resuenan en el suelo de madera mientras me dirijo hacia la puerta. Las sombras en las esquinas parecen susurrar, como si intentaran decirme algo. Pero no las escucho. No puedo permitirme escucharlas.

Porque si lo hago, si permito que esas voces entren en mi mente, entonces todo se desmoronará. Y yo no puedo... no debo dejar que eso ocurra.

Antes de salir de la habitación, me detengo por un momento, con la mano en el picaporte. Una pregunta cruza mi mente, una que siempre ha estado ahí, acechando en el fondo de mi conciencia.

¿Y si, al final, todo lo que estoy ocultando termina devorándome desde dentro?

Mientras la pregunta retumba en mi mente, doy un último vistazo a la habitación. La decoración lujosa, el mobiliario caro, todo parece tan vacío sin el calor de una verdadera vida. Todo está en su lugar, cuidadosamente organizado, pero no hay nada que revele la verdadera Alessia. En esta prisión dorada, la única compañía que tengo son mis pensamientos, y esos son los más crueles de todos.

Salgo al pasillo, donde la luz de las lámparas de pared lanza sombras alargadas que parecen moverse con vida propia. Cada paso que doy parece eco de un pasado que nunca deja de seguirme, y me obliga a recordar que, a pesar de las apariencias, no soy más que una prisionera de mi propio diseño. Esta mansión, con su esplendor y opulencia, es un escenario para la gran mentira que he construido alrededor de mí misma.

Los pasillos están silenciosos, excepto por el suave murmullo de las conversaciones lejanas de la familia y los sirvientes. La mansión está en su rutina nocturna, con todo el mundo sumido en su propio mundo de secretos y mentiras. La familia que cree conocerme no tiene idea de la verdad. Son ajenos a las luchas internas que atravieso cada día, ajenos a las noches en las que me despierto en sudores fríos, temblando ante la posibilidad de que algún día todo se descubra.

El sonido de unos pasos se acerca, y una figura aparece al final del pasillo. Es uno de los guardaespaldas de mi padre, un hombre alto y corpulento con una mirada dura. No me sorprende que esté vigilando cada rincón de la casa, dada la naturaleza de su trabajo. Todos aquí están sujetos a un nivel de vigilancia y control que ni siquiera mi padre entiende completamente. Es una de las muchas maneras en que la gente mantiene su poder y control, y yo no soy la excepción.

El guardaespaldas me saluda con un leve asentimiento de cabeza, y yo respondo con una sonrisa educada pero distante. No permito que mi expresión cambie, ni siquiera un poco. Es un truco que he perfeccionado: la capacidad de parecer accesible mientras estoy completamente distante. Es la única forma en que puedo sobrevivir en este mundo.

Cuando me alejo del guardaespaldas y me adentro en el vestíbulo, no puedo evitar sentir una punzada de desasosiego. Mi padre ha confiado en mí una responsabilidad que no comprendo del todo, y aunque creo que sé lo que está en juego, hay secretos que están fuera de mi alcance. Secretos que se entrelazan con los hilos oscuros de cada persona, y que pueden desmoronar todo lo que he intentado construir.

Esos secretos, esos peligros, están siempre presentes, al acecho en cada esquina, en cada conversación. Las personas tiene sus propios códigos y reglas, y a menudo me encuentro preguntándome qué tan profunda es la red en la que estoy atrapada. Mi padre, a pesar de todo, está involucrado en algo mucho más grande y peligroso de lo que puedo imaginar, y yo estoy atrapada en el centro de todo esto sin poder escapar.

Una ráfaga de aire frío entra por una ventana abierta, y me estremezco ligeramente. El frío es un recordatorio de lo vulnerable que realmente soy, a pesar de todos mis esfuerzos por aparentar lo contrario. No puedo dejar que nadie vea esta debilidad. No puedo permitirme perder el control.

Me dirijo hacia la biblioteca, un lugar que me ha servido de refugio en muchas ocasiones. Es un santuario de libros y silencio, una mezcla de confort y evasión. Aquí, entre las páginas de los libros y el olor a madera antigua, encuentro un momento de paz que rara vez puedo experimentar en el resto de la casa. Me siento en uno de los sillones, rodeada por las sombras que crean los estantes llenos de libros.

Mientras hojeo un libro viejo, mis pensamientos regresan a los eventos recientes.

            
            

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