Capítulo 5 El Llamado del Pasado

El silencio cargado de secretos comenzó a desmoronar la calma, como una sombra que se cierne sobre lo inevitable.

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Alessia Mancini:

La puerta del aula se cierra con un golpe sordo, y el sonido de los pasos apresurados de los estudiantes se desvanece en el pasillo. El ambiente del aula de Derecho Penal es un contraste entre la frialdad académica y la calidez de las discusiones de los estudiantes. Nos encontramos al final del aula, Elisa y yo, en nuestros asientos preferidos que nos permiten observar el mundo desde una distancia segura. La clase está por comenzar, pero mi mente está anclada en una sensación inquietante que no consigo sacudirme.

El profesor, un hombre mayor con una presencia imponente, se mueve con una precisión meticulosa mientras organiza sus materiales. El chirrido de la tiza sobre la pizarra es el único sonido que llena el aire hasta que se dirige a la clase. Mientras tanto, yo no hago más que mirar el libro frente a mí, las palabras se deslizan por mis ojos sin registrar su significado. Mi mente está ocupada en otro lugar, en la sombra que parece haberse posado sobre mí desde el momento en que desperté esta mañana.

-¿Te pasa algo? -pregunta Elisa en voz baja, inclinándose hacia mí. Su tono es suave, pero sus ojos reflejan una preocupación sincera. Ella siempre tiene el don de percibir cuando algo me atormenta, incluso cuando trato de disimularlo.

-Estoy bien, -respondo con una sonrisa forzada-. Solo un poco cansada.

Elisa no parece completamente convencida, pero asiente con una leve fruncida de ceño y vuelve a centrarse en su cuaderno. Su silencio es un alivio. No es que no confíe en ella, sino que hay aspectos de mi vida que simplemente no sé cómo explicar, ni siquiera a mi mejor amiga.

La clase se desarrolla en una secuencia interminable de teorías legales y procedimientos. Mi mente sigue vagando, atrapada en una creciente tensión que se asienta en mi pecho como una piedra pesada. Hay una sensación de inminencia, como si estuviera al borde de un precipicio, y no tengo idea de si estoy lista para enfrentar lo que venga.

Finalmente, el timbre suena, marcando el final de la clase. Siento un alivio palpable al abandonar el aula. Elisa y yo recogemos nuestras cosas y nos unimos al flujo de estudiantes que salen del edificio. El sol brilla con intensidad afuera, pero yo no siento su calor. La inquietud sigue conmigo, como una sombra que no se aleja.

-Vamos a almorzar, -sugiere Elisa con una sonrisa, tomando mi brazo con familiaridad. Su gesto es reconfortante, y aunque estoy deseando distraerme, no tengo fuerzas para rechazarla. Tal vez, un poco de comida y la charla incesante de Elisa puedan ofrecerme un respiro, aunque sea temporal.

La cafetería del campus está llena de estudiantes, el bullicio y la energía vibrante se despliegan ante nosotros al entrar. Elisa se mueve entre la multitud con la gracia de alguien que conoce bien el entorno, saludando a conocidos y lanzando sonrisas a todo el mundo. Yo, en cambio, me siento como un espectador externo, un observador desconectado que contempla la vida universitaria desde una distancia segura.

Nos acomodamos en una mesa junto a la ventana. Elisa comienza a hablar sobre la posibilidad de ir de compras después de clases, sus palabras fluyen con naturalidad, pero mi mente sigue en otro lugar. A veces, me doy cuenta de lo alienada que me siento de las trivialidades de la vida cotidiana. La normalidad y las preocupaciones banales parecen estar a años luz de mi realidad.

Elisa, al notar mi distracción, cesa su charla repentinamente y me observa con intensidad.

-Alessia, en serio, ¿estás bien?

La miro a los ojos, tratando de transmitir calma con una sonrisa.

-Sí, solo tengo muchas cosas en la cabeza.

Ella frunce el ceño, su preocupación palpable, pero antes de que pueda añadir algo más, una sombra se cierne sobre nuestra mesa. Levanto la vista y me encuentro con los ojos oscuros y profundos de Marco. Su presencia repentina me sorprende, y un escalofrío recorre mi espalda. Marco es un conocido de Elisa, pero su aparición inesperada y la intensidad en su mirada me ponen alerta.

-Signorina Mancini, -dice en voz baja, su tono grave y contenido-. Hay algo que necesita su atención. Es importante.

El simple uso de mi apellido en lugar de mi nombre de pila hace que mi corazón dé un vuelco. Marco siempre ha sido la imagen de la calma y la discreción, así que el hecho de que me haga sentir esta inquietud revela que algo está realmente mal. Trato de mantener una expresión neutral mientras siento que una ola de ansiedad se apodera de mí.

-Voy enseguida, -respondo, intentando infundir firmeza en mi voz para no alarmar a Elisa, me observa con curiosidad. Su mirada es inquisitiva, y aunque la disimulo, siento que el peso de mi evasiva respuesta cae sobre ella.

-¿Qué sucede? -pregunta Elisa, sus ojos buscando respuestas que no estoy dispuesta a dar.

-Solo un asunto de familia, -digo evasivamente, con la esperanza de que mi tono tranquilizador sea suficiente para alejar cualquier preocupación que pueda surgir-. No te preocupes, te veré luego.

Elisa asiente, aunque su expresión no oculta la desconfianza que se ha instalado en su rostro. Me giro lentamente y me dirijo hacia la salida, sintiendo la presión de sus ojos en mi espalda. La sensación de estar a punto de cruzar una línea invisible que separa lo conocido de lo desconocido me envuelve mientras avanzo con Marco a mi lado.

El aire frío de la tarde me envuelve cuando salimos del edificio. Los dos autos negros, siempre presentes en mi vida, están alineados en fila, esperando como sombras discretas en la penumbra. El uno al lado del otro, su presencia es un recordatorio constante de que hay una parte de mi vida que permanece oculta y restringida. Marco abre la puerta trasera del auto con un gesto que es a la vez cortés y eficiente.

-¿A dónde vamos? -pregunto, forzando a mi voz a sonar tranquila a pesar del nudo de inquietud en mi estómago. Las respuestas ambiguas siempre logran ponerme nerviosa, y en este momento, el desconcierto se apodera de mí.

-Su padre pidió que la llevara a casa, -responde Marco sin ofrecer más detalles, su mirada seria y distante.

Asiento, aunque en mi mente surgen una multitud de preguntas que se amontonan sin respuesta. Mi padre, un enigma envuelto en secretos y silencios, siempre ha sido una figura distante en mi vida. Sus viajes constantes, sus reuniones sin explicación... Siempre ha estado claro que su trabajo es importante, lo suficiente como para que la seguridad sea una constante en mi vida, incluso en los momentos más insignificantes. Sin embargo, la naturaleza de su importancia es algo que nunca he logrado comprender por completo.

El interior del auto es oscuro y silencioso, un contraste con la vivacidad de la universidad que dejo atrás. Las luces de la calle pasan rápidamente por la ventana mientras Marco conduce con una habilidad que denota años de experiencia. Su concentración es palpable, y el silencio que nos rodea se vuelve una carga casi tangible.

El trayecto parece interminable. Cada giro, cada cambio de dirección añade una capa de misterio a la situación. Mi mente, atrapada entre la preocupación y la curiosidad, se debate entre hacer preguntas y mantener el silencio. La ruta que seguimos no es la que tomaríamos normalmente para regresar a casa. Este desvío involuntario solo intensifica mi ansiedad.

Finalmente, el auto se detiene frente a una villa imponente que nunca había visto antes. La casa, rodeada de altos muros y con una apariencia que mezcla la opulencia con un aire de desolación, se alza en la penumbra. Una serie de luces tenues iluminan el camino de entrada, creando un efecto que parece más surrealista que acogedor.

-¿Por qué estamos aquí? -pregunto, mi voz temblando ligeramente mientras me preparó para salir del auto.

Marco se vuelve hacia mí, y por un breve momento, su mirada se suaviza.

-Solo siga mis indicaciones, -dice antes de abrir la puerta para que salga.

Camino hacia la entrada de la villa, sintiendo el suelo de piedra fría bajo mis pies y el peso de la incertidumbre sobre mis hombros. La puerta de entrada se abre antes de que pueda tocarla, y un hombre de aspecto severo y elegante me recibe con una inclinación de cabeza.

-Signorina Mancini, -dice con una voz grave y autoritaria-. El señor Mancini la espera en el despacho.

Mi corazón late con fuerza mientras sigo al hombre por un pasillo largo y adornado con obras de arte y elegantes tapices. Cada paso que doy me acerca a una revelación que temo y deseo conocer a la vez. La atmósfera en la villa es pesada, cargada de un silencio que parece ocultar secretos oscuros y siniestros.

Finalmente, llegamos a una puerta imponente. El hombre la abre y me hace un gesto para que entre. Al cruzar el umbral, me encuentro en un despacho opulento, decorado con muebles antiguos y una biblioteca repleta de libros encuadernados en cuero. Mi padre está sentado tras un escritorio de caoba, con una expresión que mezcla la autoridad con una preocupación que no puedo entender.

-Padre, -digo, tratando de mantener la calma mientras me acerco.

-Alessia, -comenzó él, su voz profunda y serena como siempre-. Necesito hablar contigo.

Me detuve en seco, sintiendo un ligero escalofrío recorrer mi espalda. No era extraño que mi padre quisiera discutir algo conmigo, pero el tono que usaba esta vez era diferente. Había algo oculto tras sus palabras, algo que trataba de esconder con su habitual calma.

-Mañana tengo que salir del país por un tiempo, -añadió, levantando la mirada hacia mí-. Un viaje de negocios. Estaré fuera por unos días.

Asentí, intentando mantenerme tranquila. No era la primera vez que se iba, y sabía que no sería la última. Sin embargo, su tono me indicaba que este viaje no era como los anteriores.

-¿Cuánto tiempo estarás fuera? -pregunté, tratando de sonar despreocupada, aunque la intranquilidad empezaba a instalarse en mi pecho.

-Unos días. Quizás una semana, -respondió, su mirada volviendo a los papeles que tenía delante-. Pero no quiero que te quedes sola en la casa durante ese tiempo. Te llevaré a la casa de un buen amigo mío. Enzo Salvatore.

El nombre golpeó mi memoria, vago pero inquietante. Lo había oído antes, tal vez en alguna conversación fugaz o en las reuniones que mi padre solía organizar. Algo en su tono al mencionar a ese hombre hizo que una pequeña alarma se encendiera en mi mente.

-Papá, -comencé con calma-. No necesito ir a ningún lado. Estoy bien aquí. Además, tengo mis estudios y las clases.

Esperaba que la mención de mis responsabilidades fuera suficiente para persuadirlo, pero sus ojos me dejaron claro que mi intento de negociación era inútil.

-No es una petición, Alessia, -dijo, su voz firme, casi cortante-. Es por tu seguridad y tranquilidad. Enzo es un buen hombre, y quiero que te quedes con él mientras yo no esté.

                         

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