Capítulo 2 1

No era de las personas que toman riesgos; no era alcohólico ni fumaba. Llevaba una vida tranquila, estructurada, soñando con terminar una maestría, ir a Italia algún día, pero, sobre todo, tratar de dejar huella en estos niños. Así era, hasta que llegó él.

"Mau, no lo compadezcas, no empieces a ver sus características", me digo a mí mismo. "No te acerques demasiado, eres un profesional. No termines enredado entre sus ojos, sus mejillas y el olor de sus manos."

¿Podré frenar este sentimiento lleno de locura y pasión a tiempo? No debo romper las reglas en el trabajo:

1. "Somos hermanos de vida, debemos ser educados y respetuosos entre nosotros."

2. "Está prohibido enamorarse en la casa Renacer."

3. "¿Los cuidadores son una figura paterna o no?"

Gritaba como un loco desesperado, tratando de encontrar algo. ¿Qué había pasado? Traté de hacerle llegar mi voz, pero la sangre corría entre mis dedos y tratar de contener la hemorragia de su cabeza no era suficiente. Creo que de la impresión me fui desmayando poco a poco, perdí conciencia, cerré los ojos y caí al suelo, y fue como si hubiese regresado el tiempo y imaginé de nuevo esa tarde con mi madre.

-Mau, tu comida.

-Gracias por la fruta, mamá, tú siempre estás preocupándote por mí.

-De nada, en serio me preocupa que te alimentes bien -exclamó mi madre-. La papaya será tu cena.

-No lo creo, en casa Renacer nunca hay tiempo, recuerda que soy su cuidador: bañar, cenar, vigilar, estar de aquí para allá, no me da tiempo, ¡créeme!

-Lo bueno es que solo vas los fines de semana, solo los vez dos días, ¿no te parece eso fascinante?

-No lo creo, si los vieras cuando entramos, mi compañera y yo, tan solo ver sus caritas de alivio y sus sonrisas. -Mau hablaba en un tono leve, pero de la nada subió el tono de modo feroz-. Y vi cómo la cara de mi hijo cambiaba a una más relajada.

-Créeme, cada vez que llegamos, sus recibimientos, como disfrutan cada momento dentro de la casa, es como si odiaran a Andrea.

-¿Y quién es ella?

-La otra cuidadora, tiene una mirada fuerte.

-¿Fuerte? -dijo ella en tono de pregunta.

-Sí -confirmé moviendo la cabeza-. Pues yo diría que más bien es amargada.

-No, mamá, solo es exigente -dije riendo-. Pero me has contado de las miradas fulminantes que les echa a los niños.

-Sí, ¿y eso qué?

-pregunté aún más intrigado.

-Que no es obvio, tú como su cuidador y sobre todo como psicólogo deberías saberlo.

-¿Saber qué? -pregunté aún más intrigado.

-Pues que no es obvio, ustedes significan el momento de soltar toda la presión que les mete esa mujer amargada -me dijo mientras tomaba rumbo hacia la cocina.

-No la conoces, ¡amargada ella! ¡Por favor! Más bien se estresa muy fácil.

-¿Estresarse de qué? -preguntó con voz incrédula.

-Mira -continuó Mau-, como tratando de defenderla viéndolo de esta forma, a Andrea le ha tocado la parte dura. Primero está embarazada.

-¿Y? Los niños no tienen la culpa de sus hormonas.

-Lo sé, pero con un niño tan violento como Juan, no solo pone en riesgo su vida, sino la de su bebé, y claro, esto aumenta sus nervios.

-Con decirte que los niños me contaron que los grandes se han golpeado con él por protegerla.

-Además, me has dicho que esta semana han recibido nuevos niños -le dije a mi hijo entrando de nuevo en la plática.

-Exacto.

-Mamá, no la estoy justificando, pero a Andrea le toca la peor parte: recibirlos y analizarlos a detalle y hay veces que estos traen un montón de problemas.

-Yo creo que por eso tiene que tener un carácter tan duro -dijo sarcástica-. Lo bueno es que los fines no nos llegan sorpresas, mucho menos niños nuevos -suspiré-. Ay mamá, me quedan veinte minutos, el tiempo justo para llegar a las cuatro a Renacer -dije apresurando mis pasos hacia la puerta.

-No lo olvides -gritó desde la cocina-. Hijo, la vida te da sorpresas y cuando menos lo esperas, esta te reta. ¡Pues hoy no será! Si no ha pasado nada en un año de servicio y otro trabajando, ¿por qué pasaría ahora?

-Nunca digas que no, no te cierres a la posibilidad, ya te lo he dicho.

-Claro que sí podría ocurrir, ¡lo tengo claro! Pero créeme, a nuestro valioso gobierno ya le cuesta el trabajo que tiene como para todavía sacrificar su valioso tiempo en un fin de semana. Además, ¡eso nunca va a pasar en mi turno!

-Si tú lo dices -se acercó a mí para dejar un beso en mi mejilla-. ¡Si yo lo digo! -me reí-. Bueno, ya me voy.

Durante el trayecto en camión traté de no pensar en la larga conversación con mi madre. Sabía dos cosas: ella tenía razón y la segunda era una pregunta: ¿Cuándo tendría que afrontarlo? Me bajé del camión, toqué el timbre y, a los pocos segundos, se asomaron por la ventana los abundantes ojos negros de Andrea.

-Hola, Mau -saludó, mientras yo continué.

Mientras tanto, Andrea procedió a ponerme al día con las novedades. Traté de escuchar la información que Andrea proporcionaba, pero una sensación extraña lo invadió: su cara fingía escuchar a Andrea, pero su mente estaba en otro mundo.

En Renacer ya había una rutina: llegaba el cuidador, entregaba, gastaba, daba quejas, quién se portó mal.

-¿Quién no, y sobre todo los avisos importantes? -dijo Andrea. A Andrea no le costó trabajo notar que Mau no seguía la conversación que tenían, por eso habló más fuerte.

-Mau, Mau, ¡Mau, regresa!

-Perdón, ¿qué pasó? -pregunté desconcertado.

-No escuchaste nada de lo que he dicho -preguntó Andrea.

-Claro que te he escuchado -insistió Mau.

-Bueno, eso espero. Como te decía, con la llegada de Juan hay más peleas y sobre todo mucha tensión, lo cual genera golpes -explicó Andrea.

-Eso me estresa, a mí me tocó recibir a ese niño, no te niego que llegó flaco, mal vestido y hasta desnutrido, pero nunca me imaginé que fuera tan violento. ¡Cuidado! Con él siempre los está provocando -advirtió Andrea.

-En fin, no sabemos por qué vida ha pasado -dijo ella saliendo hacia la calle-. Nos vemos -me dijo agitando la mano para despedirse.

Cerré la puerta, caminé por la cochera, dejé la mochila en la enfermería. Ya los niños corrían por la sala y uno que otro se acercó a abrazarme. Caminé a la cocina, dejé mis alimentos en el refrigerador. Mi compañera, Jazz, no había llegado. Me dijo que la cubriera hasta las cinco. Entre la plática con Andrea y la llegada tarde, ya eran las cuatro y media. La cena no tenía nada preparado. Los niños estaban frente a la tele, yo tenía que cocinar.

Cristiano

Llevo dos semanas en la calle desde que tuve que salir huyendo, pues la policía me había intentado agarrar. Cuando descubrieron que vivía solo, me persiguieron y tuve que escapar. Empiezo a oler mal, pues no me he bañado. He sobrevivido a base de limosnas. He estado en varias casas hogares como Carmelita de Querétaro, pero me escapé hace casi un año. Había pasado varios meses en esta zona, pero las cosas comenzaron a ponerse feas y me escapé por segunda vez. Había estado en dos o tres casas más, la verdad no recuerdo. Pero mi padre, un hombre muy poderoso, siempre me sacaba en poco tiempo. Pero en Carmelita ya llevaba un año, y en sus mensajes lo único que hacía era decirme que pronto saldría, y como eso nunca sucedió, decidí tomarlo por mi cuenta, huyendo de Querétaro hasta Celaya. Lo cual fue muy poco astuto, ya que cometí el error de robar un teléfono e intenté rastrear a la gente de mi papá. No solo no logré encontrarlo, sino que me detectaron, pues gracias al aparato descubrí que estaba en alerta amber estatal. Y fue así que ahora me encuentro frente a las cuatro paredes de esta oficina.

-No podemos quedarnos así -agregó Sara-. Debemos encontrarle casa y créeme, Daniel, regresar a Carmelita no es la mejor idea. Si ya se escapó una vez, te garantizo que lo hará otra vez.

Esos dos tipos discutían del otro lado del cristal, seguramente debatiendo si me regresaban o a qué casa me integraban. Me muero por saber quién será mi nueva víctima. Ya lo había decidido, no dejaría que ninguna estúpida casa se opusiera, al menos no hasta que fuera el dueño del mundo.

            
            

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